Fidelity

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CAPÍTULO DIECISIETE

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Marcos entreabrió los ojos cuando su teléfono zumbó. Esbozó una sonrisa. Me acarició los muslos y se medio incorporó para darme un beso en el ombligo.

—Perdona, parece que me he dormido un rato. —Se pasó la lengua por los labios porque tenía la boca un poco pastosa—. Esta noche solo he dormido dos horas. Te juro que a partir de ahora soy tuyo.

—No te disculpes.

Me guiñó un ojo y después buscó el móvil en el bolsillo de su pantalón. Abrió la bandeja de entrada y leyó mi mensaje. Comenzó a teclear. Miles de mariposas revolotearon en mi estómago.

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Enseguida llegó a mi móvil.

—Sí a las dos cuestiones —le respondí.

—Hemos dejado las pizzas en la entrada.

Se levantó de la cama de un salto. Yo observé su desnudez y sus piernas largas.

—Enseguida vuelvo.

—¿Quieres que te ayude?

—No, hoy eres mi invitada.

Mientras él salía, contemplé las estrellas que Marcos me había señalado. Reconocí enseguida a Draco.

Marcos llegó al cabo de unos diez minutos. Llevaba el pelo húmedo.

—Está lloviendo. Y es una pena, porque quería darte una sorpresa. —De repente se puso a cantar una canción de Efecto Pasillo y a dar vueltas sobre sí mismo—: Pero… no importa que llueva si estoy cerca de ti, la vida se convierte en un juego de niños cuando tú estás junto a mí…

—Algo se nos ocurrirá —le sugerí—. Me gusta cómo cantas.

—Gracias. —Se inclinó y tocó con su nariz la mía—. Tendrás que decidir tú por mí. Creo que se me han agotado las ideas.

—¿Lo dejas a mi elección?

—Sí, claro. Tú eres la de las buenas ideas.

En una mano llevaba las dos cajas de las pizzas. Encima había puesto unas latas de Pepsi Cola, una bolsa de patatas, unas servilletas, un mantel de cuadros azul y blanco, un vaso de agua y un cuchillo. En la otra llevaba una rosa. Abrí los ojos como platos. ¿De dónde demonios había sacado la flor? No me atrevía a preguntarle si era para mí.

—No pienses que esta flor es para ti. No me gustas nada de nada. —Chasqueó la lengua.

—Tú tampoco me gustas, así que no te preocupes.

Marcos me miró de una manera tan intensa que noté cómo las piernas me flojeaban. Menos mal que estaba en la cama. Dejó las dos cajas en el suelo y extendió el mantel encima de la alfombra. Depositó la flor en el vaso y lo colocó encima del mantel.

—Así parece mucho más formal. A mi abuela se le da muy bien cultivar flores.

—Me gustan muchos las rosas, aunque mis flores favoritas son las orquídeas.

—Lo tendré en cuenta.

Se levantó un instante, salió corriendo de la habitación y enseguida entró con una maceta en la que había una orquídea.

—Asunto solucionado. Soy un chico con recursos, ¿no crees?

Me encogí de hombros.

—Ven a sentarte a mi lado —me dijo.

—¿No decías que no te gustaba nada de nada?

—Ya, pero siempre podemos hacer un esfuerzo. Sería una pena desperdiciar estas dos pizzas.

Me senté frente a él. Abrió una de las dos cajas y tras cortar unos pedazos me ofreció el primero.

—Me gustabas mucho más antes —dijo tras darle un bocado a su trozo de pizza.

—¿Cómo?

—Sin camiseta. Estás mucho más guapa.

Bajé la cabeza. Él se inclinó, me sujetó el mentón y me levantó la cabeza.

—Lo digo en serio.

Asentí y le pegué otro bocado a mi pizza. Aunque estaba algo fría y chiclosa, me pareció que era una de las mejores de mi vida. A pesar de tener servilletas, me chupé los dedos para limpiármelos y después me quité la camiseta.

—¿Mejor así?

—Me gusta más, mucho más —me dijo con la boca llena.

Ambos estábamos hambrientos y devoramos la comida enseguida. El sexo nos había abierto el apetito. Abrí la Pepsi con tan mala suerte que por lo menos media lata se derramó sobre mí.

—Vaya, me he manchado hasta el pelo.

Marcos volvió a inclinarse sobre mí y me besó en los labios.

—Sigues estando deliciosa.

—Pues a mí no me gusta esta sensación de estar pringada de arriba abajo.

—Eso tiene remedio. Puedes darte una ducha.

Me bebí de un trago lo poco que quedaba en la lata. Me levanté del suelo y caminé dos pasos para salir de la habitación.

—Sí, me daré una ducha rápida, y si te apetece luego podemos ver una película.

—Por apetecerme, me apetece otra cosa, pero lo que tú quieras.

Lo miré. Él esbozó una sonrisa inocente. ¿Que si me apetecía? Eso no necesitaba ni que me lo preguntara. Claro que me apetecía. Tener sexo con Marcos era una de las mejores experiencias que había tenido en mi vida.

—Tendrás que ser más explícito. No entiendo lo que quieres decir. —Y salí por la puerta.

Sonreí cuando noté que venía detrás de mí. Abrí la puerta del baño que ya conocía, pero Marcos me chistó, llamándome, y yo me di la vuelta. Señalaba hacia otro sitio.

—Creo que aquí estarás más cómoda.

Giró el pomo de otra puerta. Pasé por su lado, recorrí con los dedos su vientre y después sentí su aliento persiguiéndome. Di un gritito al ver la bañera que había en aquel cuarto de baño. Era de granito oscuro y bastante grande. Observé que su abuela tenía en un frasco unas bolas de sales de baño para echar en el agua.

—¿Vas a dejar que me bañe sola?

Me volví para mirarlo a los ojos.

—Estaba deseando que me lo pidieras.

—Soy una chica con ideas.

—Y que lo digas.

Colocó el tapón y abrió el grifo del agua fría. Aunque estaba lloviendo, hacía bastante calor. Cogí el frasco y saqué una bola. Olía a violetas. No me lo pensé dos veces y la eché al agua. Enseguida comenzó a salir espuma. Marcos estaba detrás de mí y me abrazó. Ambos observamos cómo se llenaba la bañera. Sus labios se posaron en mi cuello, subió hasta el lóbulo de la oreja y comenzó a jugar con ella. Noté calor en el estómago y cómo todo empezaba a darme vueltas. Lo miré otra vez a los ojos. Me separé un poco, me desnudé y me metí en la bañera. Él me observó desde donde estaba. Siempre me había parecido sexi bañarme con alguien.

—¿No vienes?

Asintió y se colocó detrás de mí. La bañera era tan grande que cabíamos los dos perfectamente. Yo podía extender las piernas con comodidad. Hundió la nariz en mi pelo y respiró profundamente.

—Me gustas mucho —murmuró en mi oído.

Tal y como me lo dijo me parecieron las palabras más bonitas que me había dicho nunca antes un chico. Un escalofrío profundo me recorrió desde la punta de los pies hasta las pestañas. Estaba temblando entre sus brazos.

—¿Me dejas que te lave la cabeza?

Cerré los ojos y asentí. Esto se parecía al momento en que Robert Redford le lavaba el pelo a Meryl Streep en Memorias de África. Era la escena de la película que más me gustaba. La habría visto como cincuenta veces. En el fondo era una romántica empedernida.

—No hagas nada. Déjate llevar.

Contuve el aliento. Me mojó el pelo con la alcachofa de la ducha, cogió el bote y empezó a extenderme el champú por la cabeza. Frotó con suavidad el cuero cabelludo, después me masajeó los hombros y la espalda. Me enjuagó con mimo.

—¿Quieres que siga?

—Sí —dije con la voz entrecortada.

—Deja que juegue un rato.

Deslizó las manos por mis brazos, por mi vientre, y después subió a mis pechos. Podía sentir su erección contra mi columna. Fue dándome mordiscos en la nuca a la vez que me decía lo mucho que le gustaba. Arqueé la espalda y no pude reprimir un gemido ahogado cuando acarició mis pezones. Después bajó una mano a mi sexo. Sentí que sus dedos jugaban con mi clítoris y cómo me excitaba. Quise darme la vuelta para corresponder a sus caricias. Me moría por besarlo, pero Marcos negó con la cabeza.

Tragué saliva. Me estaba volviendo loca. Con una mano me estimulaba el clítoris y con los dedos de la otra se introducía en mi sexo. Me estaba masturbando, y era una sensación tan placentera que apoyé la cabeza sobre su hombro. Abrí un poco más las piernas para que pudiera acceder mejor. Los movimientos se hicieron cada vez más intensos, más frenéticos y rítmicos. Yo no quería que parara porque nadie me había hecho sentir así de bien. Me sentía plena.

—Me gusta oír cómo pronuncias mi nombre —murmuró en mi oído.

—¡Marcos! —solté ahogando un gemido.

—¿Cómo? No te he oído.

—¡Marcos! —dije un poco más alto.

—Muy bien, Lu. Quiero sentir tu placer.

Asentí con la cabeza. Y después llegó una oleada de sensaciones tan grandes que grité su nombre, cerré las piernas y comencé a reírme. Entonces el tiempo se detuvo.

—Deja que siga.

Me abrió de nuevo las piernas. Yo aún continuaba estremeciéndome.

—Vaya, diría que te ha gustado.

—¿Que si me ha gustado? —dije con la voz entrecortada. Me temblaba todo el cuerpo—. ¿Estás de coña? ¿Puedo decir otra vez que ha sido alucinante?

—Sí. Lo puedes decir.

Aunque sabía que él estaba muy excitado, no dejó que lo tocara hasta jugar, masajear y lamer mi cuerpo durante por lo menos una hora más. ¡Cómo dio de sí aquella bañera y cómo nos reímos y disfrutamos! No entendía cómo podía aguantar tanto si yo me derretía con sus caricias. Me estaba volviendo loca de deseo, y cada vez era mejor.

Tras varios asaltos, acabamos exhaustos en la bañera cuando finalmente llegamos juntos al éxtasis. Me pregunté dónde habría aprendido a hacer todo aquello. Desde luego era un amante consumado.

—Ahora te encuentro más guapo que antes.

—Perdona, yo no soy guapo, yo juego en una liga superior. —Me guiñó un ojo.

Cuando salimos de la bañera nos acurrucamos en el sofá. Me propuso ver Vacaciones en Roma. Desde la muerte de mamá no había vuelto a verla. Quise dar un paso más con él y acepté su oferta.

Entrelazamos las manos y me abrazó. Alguna que otra vez nos quedábamos mirándonos y me besaba en la frente. Era un gesto muy tierno por su parte. Había visto su lado sensual y ahora me prodigaba toda clase de mimos. Sinceramente, no sé cuál me gustaba más.

—No me acordaba de que la película tuviera este final —le comenté con un nudo en la garganta.

La historia era tan estupenda que siempre que la veía deseaba que los protagonistas terminaran juntos.

—Esto no tiene que por qué pasarnos a nosotros —me dijo rozando con los labios mis pestañas.

—¿No?

—No. Nosotros nos merecemos una historia que termine bien.

—¡Oh, Marcos!

—Deja que sea el único que bese tu boca, que te la dibuje y que te quiera. ¿Sabes qué me pasa cuando estoy contigo? —Negué con la cabeza—. La vida es bella. Ya lo decía Roberto Benigni en su película.

Me quedé en silencio. Él ya lo había dicho todo y yo poco más tenía que añadir. Deseaba tanto como él una buena historia de amor.

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