Fidelity

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CAPÍTULO DIECISIETE

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CAPÍTULO DIECISIETE

Amo como ama el amor. No conozco otra razón para

amar que amarte. ¿Qué quieres que te diga además de

que te amo, si lo que quiero decirte es que te amo?

FERNANDO PESSOA

Marcos

Solo había un sitio en el que estaríamos tranquilos, y era la casa de mis abuelos. Hacía tiempo que no iba por los recuerdos que me traía. Nunca se me había ocurrido llevar allí a ninguno de mis ligues, aunque en esta ocasión no me lo pensé. Allí tenía mi propia habitación.

Antes de ir a Cánovas le pregunté a Lu qué le apetecía comer. Eran cerca de las dos. Mucho me temía que por la tarde volvería a llover y no podría darle a Lu la sorpresa que tenía pensada. Por otra parte, no estaba nada mal pasar un tiempo a solas los dos sin nadie que nos molestara.

—¿Sushi, chino, kebab, pasta, pizza o tapas?

—Pizza.

Podía intuir que tanto por su parte como por la mía había urgencia en tomar algo rápido.

Como nos pillaba de camino, paramos en una pizzería, que conocía de haber cenado alguna vez allí, para comprar dos pizzas. No tardaron ni quince minutos en preparárnoslas.

Después de salir de la pizzería fui directo a la casa de mis abuelos. Mientras circulábamos por las calles casi desiertas de Valencia, oí cómo Lu cantaba:

… e incominciavo a volare

nel cielo infinito. Volare oh oh

cantare oh oh oh oh,

nel blu dipinto di blu,

felice di stare lassù,

e volavo volavo felice

più in alto del sole…

Yo casi no me sabía la letra, aunque cuando llegó al estribillo, me uní a ella. Ambos cantábamos a voz en grito y pasamos el puente D’Aragó en dirección a la Gran Vía Marqués del Turia. La poca gente que caminaba por las calles se nos quedaba mirando. Pero poco nos importaba. Estábamos volando por encima de las nubes, más alto que el sol. Al final terminamos riéndonos. Era estupendo cantar junto a ella, hacer locuras y no preocuparnos de nada.

¡Cómo necesitaba un día así, un día de despreocupación total!

Cuando llegamos al piso de mis abuelos, saqué el mando a distancia de la puerta del garaje y aparqué en la única plaza vacía que había. Subimos en el ascensor hasta el ático. Al abrir la puerta, el aroma de aquella casa y todos los recuerdos que conservaba de ella me atraparon. Me pareció oír la voz de mi abuelo presentándose a Lu y alegrándose porque en el fondo me veía feliz después de todo lo mal que lo había pasado con Sandra. Cerré los ojos y dejé que Lu entrara.

—¿Qué hacemos ahora? —me preguntó.

Abrí los ojos y vi que ella me observaba.

—No querrás ponerte a jugar ahora a piedra, papel, tijera…

—No estaba pensando en eso exactamente —dijo.

—Se admiten sugerencias.

La sentí cerca, tan cerca, que mis labios ardían cuando ella los rozó. Dejé las dos pizzas en el suelo. La empujé contra la pared y coloqué las manos a ambos lados de su cabeza. Tenía necesidad de saborear sus labios, toda ella. Tiró de mi camiseta hasta que nuestras bocas se juntaron. Me separé apenas un centímetro para observarla con tranquilidad. Su respiración era entrecortada mientras nos acariciábamos con las miradas. Recorrí el contorno de sus labios con el dedo índice. Su lengua jugueteó con la yema de mi dedo sin dejar de analizar todos mis gestos. Volvió a acercar la boca peligrosamente; podía sentir cómo su aliento acariciaba mis mejillas, mi mentón y hasta mis párpados. Jadeó cuando le coloqué una mano en la nuca mientras le deslizaba la otra por la espalda.

—¡Oh, Dios mío!

—¿Qué te pasa? —le pregunté.

—¿Tú qué crees que me pasa?

—No lo sé. Prefiero que me lo digas tú.

—Quiero que no pares.

—Yo tampoco quiero parar. ¿Estás bien? No voy a hacer nada que tú no quieras que haga.

—Sí, estoy bien —me contestó algo turbada—. Es que…

—¿Qué?

Hizo un mohín con la boca. No sé si tenía miedo, pero quería que ella supiera lo mucho que me gustaba.

—Creo que estaremos más cómodos en mi habitación.

Me incorporé para tomarla de la mano, aunque mientras avanzábamos por el pasillo volvimos a besarnos. Nos entregamos a las caricias y la única música que oíamos eran nuestros gemidos. Le quité la camiseta y ella desabrochó el primer botón de mis pantalones. Abrí la puerta que había al final del pasillo. La guie hasta la cama, y ambos caímos encima y soltamos una carcajada. Me quité la camiseta con ayuda de Lu.

—¿Estás segura de que quieres que siga? —le pregunté con la respiración vacilante.

—Sí, claro que sí —respondió jadeando.

Entrelazó las piernas por detrás de mis caderas y nos balanceamos hasta quedar completamente acoplados Aún llevaba los calzoncillos puestos y ella no se había quitado la falda, pero podía sentir la humedad en sus braguitas. Hundí la cabeza entre sus pechos y saboreé sus pezones. Sabían mejor de lo que me había imaginado. Con un dedo recorrí sus muslos, sus caderas, y llegué a la goma de su falda. Tiré de ella con fuerza para arrancársela.

—No sabes cómo deseaba que llegara este momento.

—Yo también lo deseaba.

Me coloqué de costado y la contemplé antes de que estuviera desnuda del todo. Lu se sonrojó y bajó la mirada.

—¿Estás bien? —le pregunté. No quería estropear nuestra primera vez, aunque sentía que conectábamos de una manera que era difícil de definir. Nunca me había pasado todo lo que estaba experimentando con Lu.

Ella asintió y me acarició el pecho. Jugó con el pezón derecho sin dejar de mirarme a los ojos. Agarré su mano y me llevé los dedos a mis labios. Lu, a su vez y sin dejar de mirarnos, hizo lo mismo con los míos. Podía sentir su boca húmeda. Ambos asentimos. Estábamos donde queríamos estar y no queríamos dar marcha atrás. Era la primera vez que deseaba realmente estar dentro de una chica. Era algo diferente a todo lo que había sentido hasta ese instante.

Llevó su mano a mi sexo palpitante y cada vez más duro. Me despojó de mis calzoncillos. Gemí y murmuré varias veces su nombre cuando ella lo acarició. Un intenso calor subió de mi entrepierna a mis labios. Me coloqué de nuevo sobre ella. Mis dedos buscaron el borde de sus bragas y jugaron con el vello de su pubis. Después palpé su clítoris y tracé círculos a su alrededor con ternura. Noté cómo abría y cerraba los ojos al intensificarse mis caricias. Una nueva oleada de emociones me recorrió la espalda cuando ella se quitó sus braguitas. Sus caderas me buscaron, pero antes de seguir, cogí un condón de mi cartera, desgarré el envoltorio con los dientes y me lo coloqué. Volvimos a fundirnos en un abrazo y mi miembro se abrió paso en su sexo.

—¡Marcos! —exclamó.

—¿Qué pasa? ¿Te he hecho daño? —le pregunté deteniendo el ritmo de mis movimientos.

Negó con la cabeza.

—No, sigue, sigue.

Volví a abrirme paso hasta el fondo. Ella boqueó, se quedó sin aliento y yo sentí que un calor diferente me invadía por dentro. Era pura felicidad.

—¿Te parece que estoy sufriendo? —me preguntó ella.

—Yo diría que no.

—Entonces sigue, por favor.

La abracé con todas mis fuerzas. Sus uñas se clavaron en mi espalda. Mientras nos balanceábamos, no dejamos de mirarnos. Ella mantenía los ojos abiertos y respiraba entrecortadamente. Yo ardía en la humedad de su sexo. Me instó a que no parara, a que siguiera hasta el final. Sus caderas y las mías bailaron al mismo ritmo mientras ella no dejaba de gemir. La oí gritar cuando al final alcanzó el clímax y casi al mismo tiempo llegué yo. Noté cómo mis músculos se contraían y después se aflojaban cuando todo acabó. Abandoné mi cabeza sobre su cuello y aspiré su olor. Ambos estábamos sudando.

Nos quedamos quietos, mudos, y sintiendo nuestra respiración agitada. Me incorporé y mi aliento rozó de nuevo sus labios.

—¿Qué? —preguntó ella, visiblemente turbada.

—¿Qué de qué? —pregunté jadeando.

—¿Qué tal?

—¿Por qué me lo preguntas? ¿Aún sientes que no me gustas lo suficiente?

Me tumbé a su lado. Le deslicé los dedos por el vientre y subí hasta sus pechos.

—No, no es eso. —Pensé que se iba a poner a llorar de un momento a otro—. Es que todas mis relaciones han sido un desastre —vaciló un segundo y vi la duda en sus gestos— y esto ha sido tan diferente. Yo, no sé, siempre he sido la gordita del grupo, y aunque parezca que no me importa mi aspecto, sí que me importa. Por lo que te conozco, todas las chicas con las que has estado son…

No dejé que terminara la frase y posé un dedo sobre sus labios.

—¡Shhhh! No, Lu, no pienses eso. De verdad, eres estupenda y guapa. Y no tienes que avergonzarte de nada. Me encanta cómo eres.

—¿De verdad?

Suspiré al tiempo que la atraía hacia mí.

—Sí, claro que sí. Créeme, para mí también ha sido diferente a todas las demás veces. —Mi respiración se había calmado. Miré al techo. Mi abuelo me había ayudado a pegar un mapa estelar. Busqué la constelación de la Osa Mayor y la de la Osa Menor y señalé con el dedo la estrella de Lu. Draco nos estaba observando desde el cielo que habíamos hecho mi abuelo y yo—. No sé lo que has hecho, no sé si es tu voz, si eres toda tú. No quiero pasar mucho tiempo sin estar contigo. Y si deseas que te diga todos los días, a todas horas, lo mucho que me gustas, lo haré. —Volví la cabeza hacia ella—. Me gustas mucho, Lu. ¿Mejor así?

Soltó un gemido.

—Si te digo que ha sido alucinante ¿sonará muy cursi? —dijo con la voz entrecortada.

—No, «alucinante» es la palabra que yo utilizaría.

—¡Joder! Entonces ha sido alucinante.

Solté una carcajada.

—Sí, ha sido alucinante. Volvería a repetir.

Ella se unió a mi carcajada. Puso una pierna encima de mí.

—¡Cuando quieras!

—No me lo dirás dos veces —repliqué esbozando una sonrisa picante.

Busqué de nuevo sus labios y volvimos a entregarnos al juego de la pasión. Me coloqué de nuevo encima de ella. Y si la primera vez fue alucinante, la segunda fue mucho más calmada y placentera. Ya no sentíamos la urgencia de tenernos, ahora jugábamos a descubrir todos nuestros rincones. Prolongamos nuestros besos y las caricias se hicieron eternas. No hubo un centímetro de su piel que no recorriera con la boca. Yo me estremecí entre sus brazos y ella palpitó en los míos. Y como había sucedido antes, ambos llegamos casi a la vez.

Es hora de pasar a la acción. Sabía que no podía confiar en la gorda ni tampoco en ti. Sé dónde estáis. No me puedes engañar. Voy a daros una sorpresa. Seguro que no te la esperas. Y NO QUIERO QUE LUEGO TE LAMENTES. Ya está, ya te he dicho todo lo que te tenía que decir.

Lu

Ahora podía asegurar que el sexo con todos los chicos con los que me había acostado había resultado pobre y falto de imaginación, y todos pecaban de inexperiencia. Marcos sabía dónde tocarme y cómo hacerlo para que me derritiera en sus brazos.

Por primera vez en mucho tiempo me sentía afortunada. Marcos me había hecho tan feliz como hacía tiempo que no recordaba. Estaba viva a su lado. Él era todo cuanto había necesitado. Y si alguna vez creía haber estado enamorada de Miguel, este sentimiento que crecía en mi pecho hacia Marcos era mucho más poderoso de lo que nunca hubiese imaginado. Él me lo ofrecía todo para arrancarme una sonrisa.

Lo miré. Estaba tumbado boca abajo y se había quedado un poco traspuesto. Aproveché para ir al lavabo. Abrí unas cuantas puertas antes de encontrar la que me interesaba. Mientras me lavaba las manos, me miré en el espejo. Al fin el reflejo me devolvía una chica que conocía. Nos sonreímos y asentimos a la vez. Tenía miedo de decirlo en voz alta por si todo era parte de un sueño, aunque logré vencer mis temores y se lo comenté a la chica del espejo.

—¡Marcos es distinto! Sí, él es diferente.

Tuve que sentarme en la taza del váter para respirar con tranquilidad. No le importaba que yo tuviera unos cuantos michelines. Resoplé varias veces. Parecía que mi suerte con los chicos al fin había cambiado.

Mi teléfono empezó a sonar. Era Miguel. Sabía por qué llamaba. Como ya habría advertido no estaba en la comida que celebrábamos en su honor. Dejé que sonara hasta que se cortó. Miguel volvió a insistir. Tras dudar un instante decidí hablar con él.

Se produjo un silencio largo antes de que Miguel empezara a hablar.

—Hola.

—Hola —respondí.

Ambos volvimos a quedarnos callados.

—Pensaba que la comida que hacíamos en tu casa era para celebrar la exposición, el éxito que estás teniendo como modelo. Créeme, algunos colegas quieren que poses para ellos.

¿Por qué me estaba llamando justamente ahora?

—Lo siento. Al final he tenido que salir.

—¿No podías dejarlo para otro momento?

—No, no podía. ¿Qué quieres?

Oí cómo chasqueaba los labios y después suspiraba.

—Te he echado de menos, Lu. Ahora te echo de menos.

—Me habría gustado oír esto hace algún tiempo, pero ahora está fuera de lugar.

Se quedó callado unos segundos.

—¿Estás con él?

—¿A ti qué te importa?

—Me importa. Claro que me importa.

—¿Por qué me lo preguntas si ya sabes la respuesta?

—Quiero verte. Sé que podemos arreglar lo nuestro.

—Te pedí tiempo, Miguel. Estoy dolida contigo.

—Lo sé. Me comporté como un imbécil.

—Sí. ¿Sabes? Me di cuenta de que nunca has estado cuando te he necesitado.

Volvió a quedarse callado.

—¿Crees que podríamos quedar un día y tomar algo? Como en los viejos tiempos.

—Sí, un día de estos podríamos quedar.

—Te llamaré, entonces.

—Está bien, Miguel. Tengo que dejarte.

—Lo entiendo. —Se quedó callado otra vez unos segundos antes de volver a hablar—. Nunca quise hacerte daño.

—Ya nos veremos, Miguel.

—Sí. Nos veremos un día de estos.

Colgué. Cerré los ojos y solté un suspiro. Me temblaban las manos.

Me levanté y fui de nuevo a la habitación de Marcos. Me senté junto a él. Su respiración era suave. Abrí mi correo en el móvil para escribirle un e-mail.

De: lunalu@gmail.com

Fecha: domingo, 25 de agosto de 2013, 15:57

Para: mcheshire@gmail.com

Asunto: Te has quedado dormido

Me encanta viajar contigo. ¿Ahora adónde vamos?

Lu

Marcos entreabrió los ojos cuando su teléfono zumbó. Esbozó una sonrisa. Me acarició los muslos y se medio incorporó para darme un beso en el ombligo.

—Perdona, parece que me he dormido un rato. —Se pasó la lengua por los labios porque tenía la boca un poco pastosa—. Esta noche solo he dormido dos horas. Te juro que a partir de ahora soy tuyo.

—No te disculpes.

Me guiñó un ojo y después buscó el móvil en el bolsillo de su pantalón. Abrió la bandeja de entrada y leyó mi mensaje. Comenzó a teclear. Miles de mariposas revolotearon en mi estómago.

De: mcheshire@gmail.com

Fecha: domingo, 25 de agosto de 2013, 16:07

Para: lunalu@gmail.com

Asunto: Re: Te has quedado dormido

¿Te he dicho ya alguna vez que me gustas mucho? Por cierto, podríamos comer. Hay que reponer fuerzas para el viaje que tengo en mente.

Marcos

Enseguida llegó a mi móvil.

—Sí a las dos cuestiones —le respondí.

—Hemos dejado las pizzas en la entrada.

Se levantó de la cama de un salto. Yo observé su desnudez y sus piernas largas.

—Enseguida vuelvo.

—¿Quieres que te ayude?

—No, hoy eres mi invitada.

Mientras él salía, contemplé las estrellas que Marcos me había señalado. Reconocí enseguida a Draco.

Marcos llegó al cabo de unos diez minutos. Llevaba el pelo húmedo.

—Está lloviendo. Y es una pena, porque quería darte una sorpresa. —De repente se puso a cantar una canción de Efecto Pasillo y a dar vueltas sobre sí mismo—: Pero… no importa que llueva si estoy cerca de ti, la vida se convierte en un juego de niños cuando tú estás junto a mí…

—Algo se nos ocurrirá —le sugerí—. Me gusta cómo cantas.

—Gracias. —Se inclinó y tocó con su nariz la mía—. Tendrás que decidir tú por mí. Creo que se me han agotado las ideas.

—¿Lo dejas a mi elección?

—Sí, claro. Tú eres la de las buenas ideas.

En una mano llevaba las dos cajas de las pizzas. Encima había puesto unas latas de Pepsi Cola, una bolsa de patatas, unas servilletas, un mantel de cuadros azul y blanco, un vaso de agua y un cuchillo. En la otra llevaba una rosa. Abrí los ojos como platos. ¿De dónde demonios había sacado la flor? No me atrevía a preguntarle si era para mí.

—No pienses que esta flor es para ti. No me gustas nada de nada. —Chasqueó la lengua.

—Tú tampoco me gustas, así que no te preocupes.

Marcos me miró de una manera tan intensa que noté cómo las piernas me flojeaban. Menos mal que estaba en la cama. Dejó las dos cajas en el suelo y extendió el mantel encima de la alfombra. Depositó la flor en el vaso y lo colocó encima del mantel.

—Así parece mucho más formal. A mi abuela se le da muy bien cultivar flores.

—Me gustan muchos las rosas, aunque mis flores favoritas son las orquídeas.

—Lo tendré en cuenta.

Se levantó un instante, salió corriendo de la habitación y enseguida entró con una maceta en la que había una orquídea.

—Asunto solucionado. Soy un chico con recursos, ¿no crees?

Me encogí de hombros.

—Ven a sentarte a mi lado —me dijo.

—¿No decías que no te gustaba nada de nada?

—Ya, pero siempre podemos hacer un esfuerzo. Sería una pena desperdiciar estas dos pizzas.

Me senté frente a él. Abrió una de las dos cajas y tras cortar unos pedazos me ofreció el primero.

—Me gustabas mucho más antes —dijo tras darle un bocado a su trozo de pizza.

—¿Cómo?

—Sin camiseta. Estás mucho más guapa.

Bajé la cabeza. Él se inclinó, me sujetó el mentón y me levantó la cabeza.

—Lo digo en serio.

Asentí y le pegué otro bocado a mi pizza. Aunque estaba algo fría y chiclosa, me pareció que era una de las mejores de mi vida. A pesar de tener servilletas, me chupé los dedos para limpiármelos y después me quité la camiseta.

—¿Mejor así?

—Me gusta más, mucho más —me dijo con la boca llena.

Ambos estábamos hambrientos y devoramos la comida enseguida. El sexo nos había abierto el apetito. Abrí la Pepsi con tan mala suerte que por lo menos media lata se derramó sobre mí.

—Vaya, me he manchado hasta el pelo.

Marcos volvió a inclinarse sobre mí y me besó en los labios.

—Sigues estando deliciosa.

—Pues a mí no me gusta esta sensación de estar pringada de arriba abajo.

—Eso tiene remedio. Puedes darte una ducha.

Me bebí de un trago lo poco que quedaba en la lata. Me levanté del suelo y caminé dos pasos para salir de la habitación.

—Sí, me daré una ducha rápida, y si te apetece luego podemos ver una película.

—Por apetecerme, me apetece otra cosa, pero lo que tú quieras.

Lo miré. Él esbozó una sonrisa inocente. ¿Que si me apetecía? Eso no necesitaba ni que me lo preguntara. Claro que me apetecía. Tener sexo con Marcos era una de las mejores experiencias que había tenido en mi vida.

—Tendrás que ser más explícito. No entiendo lo que quieres decir. —Y salí por la puerta.

Sonreí cuando noté que venía detrás de mí. Abrí la puerta del baño que ya conocía, pero Marcos me chistó, llamándome, y yo me di la vuelta. Señalaba hacia otro sitio.

—Creo que aquí estarás más cómoda.

Giró el pomo de otra puerta. Pasé por su lado, recorrí con los dedos su vientre y después sentí su aliento persiguiéndome. Di un gritito al ver la bañera que había en aquel cuarto de baño. Era de granito oscuro y bastante grande. Observé que su abuela tenía en un frasco unas bolas de sales de baño para echar en el agua.

—¿Vas a dejar que me bañe sola?

Me volví para mirarlo a los ojos.

—Estaba deseando que me lo pidieras.

—Soy una chica con ideas.

—Y que lo digas.

Colocó el tapón y abrió el grifo del agua fría. Aunque estaba lloviendo, hacía bastante calor. Cogí el frasco y saqué una bola. Olía a violetas. No me lo pensé dos veces y la eché al agua. Enseguida comenzó a salir espuma. Marcos estaba detrás de mí y me abrazó. Ambos observamos cómo se llenaba la bañera. Sus labios se posaron en mi cuello, subió hasta el lóbulo de la oreja y comenzó a jugar con ella.

Noté calor en el estómago y cómo todo empezaba a darme vueltas. Lo miré otra vez a los ojos. Me separé un poco, me desnudé y me metí en la bañera. Él me observó desde donde estaba. Siempre me había parecido sexi bañarme con alguien.

—¿No vienes?

Asintió y se colocó detrás de mí. La bañera era tan grande que cabíamos los dos perfectamente. Yo podía extender las piernas con comodidad. Hundió la nariz en mi pelo y respiró profundamente.

—Me gustas mucho —murmuró en mi oído.

Tal y como me lo dijo me parecieron las palabras más bonitas que me había dicho nunca antes un chico. Un escalofrío profundo me recorrió desde la punta de los pies hasta las pestañas. Estaba temblando entre sus brazos.

—¿Me dejas que te lave la cabeza?

Cerré los ojos y asentí. Esto se parecía al momento en que Robert Redford le lavaba el pelo a Meryl Streep en Memorias de África. Era la escena de la película que más me gustaba. La habría visto como cincuenta veces. En el fondo era una romántica empedernida.

—No hagas nada. Déjate llevar.

Contuve el aliento. Me mojó el pelo con la alcachofa de la ducha, cogió el bote y empezó a extenderme el champú por la cabeza. Frotó con suavidad el cuero cabelludo, después me masajeó los hombros y la espalda. Me enjuagó con mimo.

—¿Quieres que siga?

—Sí —dije con la voz entrecortada.

—Deja que juegue un rato.

Deslizó las manos por mis brazos, por mi vientre, y después subió a mis pechos. Podía sentir su erección contra mi columna. Fue dándome mordiscos en la nuca a la vez que me decía lo mucho que le gustaba. Arqueé la espalda y no pude reprimir un gemido ahogado cuando acarició mis pezones. Después bajó una mano a mi sexo. Sentí que sus dedos jugaban con mi clítoris y cómo me excitaba. Quise darme la vuelta para corresponder a sus caricias. Me moría por besarlo, pero Marcos negó con la cabeza.

Tragué saliva. Me estaba volviendo loca. Con una mano me estimulaba el clítoris y con los dedos de la otra se introducía en mi sexo. Me estaba masturbando, y era una sensación tan placentera que apoyé la cabeza sobre su hombro. Abrí un poco más las piernas para que pudiera acceder mejor. Los movimientos se hicieron cada vez más intensos, más frenéticos y rítmicos. Yo no quería que parara porque nadie me había hecho sentir así de bien. Me sentía plena.

—Me gusta oír cómo pronuncias mi nombre —murmuró en mi oído.

—¡Marcos! —solté ahogando un gemido.

—¿Cómo? No te he oído.

—¡Marcos! —dije un poco más alto.

—Muy bien, Lu. Quiero sentir tu placer.

Asentí con la cabeza. Y después llegó una oleada de sensaciones tan grandes que grité su nombre, cerré las piernas y comencé a reírme. Entonces el tiempo se detuvo.

—Deja que siga.

Me abrió de nuevo las piernas. Yo aún continuaba estremeciéndome.

—Vaya, diría que te ha gustado.

—¿Que si me ha gustado? —dije con la voz entrecortada. Me temblaba todo el cuerpo—. ¿Estás de coña? ¿Puedo decir otra vez que ha sido alucinante?

—Sí. Lo puedes decir.

Aunque sabía que él estaba muy excitado, no dejó que lo tocara hasta jugar, masajear y lamer mi cuerpo durante por lo menos una hora más. ¡Cómo dio de sí aquella bañera y cómo nos reímos y disfrutamos! No entendía cómo podía aguantar tanto si yo me derretía con sus caricias. Me estaba volviendo loca de deseo, y cada vez era mejor.

Tras varios asaltos, acabamos exhaustos en la bañera cuando finalmente llegamos juntos al éxtasis. Me pregunté dónde habría aprendido a hacer todo aquello. Desde luego era un amante consumado.

—Ahora te encuentro más guapo que antes.

—Perdona, yo no soy guapo, yo juego en una liga superior. —Me guiñó un ojo.

Cuando salimos de la bañera nos acurrucamos en el sofá. Me propuso ver Vacaciones en Roma. Desde la muerte de mamá no había vuelto a verla. Quise dar un paso más con él y acepté su oferta.

Entrelazamos las manos y me abrazó. Alguna que otra vez nos quedábamos mirándonos y me besaba en la frente. Era un gesto muy tierno por su parte. Había visto su lado sensual y ahora me prodigaba toda clase de mimos. Sinceramente, no sé cuál me gustaba más.

—No me acordaba de que la película tuviera este final —le comenté con un nudo en la garganta.

La historia era tan estupenda que siempre que la veía deseaba que los protagonistas terminaran juntos.

—Esto no tiene que por qué pasarnos a nosotros —me dijo rozando con los labios mis pestañas.

—¿No?

—No. Nosotros nos merecemos una historia que termine bien.

—¡Oh, Marcos!

—Deja que sea el único que bese tu boca, que te la dibuje y que te quiera. ¿Sabes qué me pasa cuando estoy contigo? —Negué con la cabeza—. La vida es bella. Ya lo decía Roberto Benigni en su película.

Me quedé en silencio. Él ya lo había dicho todo y yo poco más tenía que añadir. Deseaba tanto como él una buena historia de amor.

Polvo de estrellas en la casita de Lu

La vida era bella. Al fin tenía una estrella y volaba junto a mi farero. No necesitaba cerrar los ojos para imaginarme una historia mejor. Ahora tenía lo que siempre había deseado. No quería pedir mucho más. Me bastaba y me sobraba con lo que tenía. El amor hacía este tipo de milagros. Y sí, definitivamente la vida era alucinante.

Firmado: Lu

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