Fidelity

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EPÍLOGO

Te enseñaré a nadar entre un millón de estrellas,

si te quedas junto a mí…

EFECTO PASILLO

23-09-2013

Marcos

Había pasado casi un mes desde que Lu y yo empezamos a salir, y por qué no decirlo, desde la pesadilla que habíamos vivido por culpa de mi ex. Fue un mes complicado para ambos, pero lo íbamos superando como podíamos. Y cada día que pasábamos juntos era una nueva experiencia. Creo que podíamos decir, sin temor a equivocarnos, que mi ex había conseguido unirnos mucho más. Era lo único bueno que podía decir de ella. Si en algún momento pretendió separarnos, el tiro le salió por la culata.

Lo que era un hecho era que mi exnovia se pasaría un tiempo entre rejas. Su abogada lucharía para que le atenuaran la pena por problemas mentales. Su intención era que en vez de ir a prisión la ingresaran en un centro psiquiátrico. Alegaría que no era plenamente consciente de lo que hacía. Sin embargo, por una parte sería juzgada por una detención ilegal y por otra por un delito de faltas contra Lu, contra mí y contra Susana. Lo tenía bastante complicado, según nuestro abogado.

Por lo que a mí se refiere, al fin me iba a librar de la medida cautelar que me habían impuesto. Se demostraría al fin que yo no era un acosador.

Después de todo lo que vivió, de lo que vivimos, Lu quiso presentarse a las pruebas de la ESAD. Por esto, y por todo lo que habíamos sufrido durante este mes, la quería como nunca había querido a nadie. Si antes hubo otras, ya no importaban. Ella era la primera en todo; Lu era todos los besos que siempre quise tener y las risas que deseé compartir con alguien. Y cuando no dormíamos juntos, nos soñábamos en brazos del otro.

¿Qué más podía desear?

Ahora, me dirigía en Vespa a su casa para recogerla. Ambos estábamos nerviosos porque íbamos a ver las notas. Ella estaba segura de haber hecho unas buenas pruebas, no tan buenas como las habría hecho de haber estado bien, pero sí que tenía la sensación de haber causado buena impresión.

Una vez que llegué al faro, la encontré tumbada en el balancín junto a su gata. Yo llevaba dos paquetes en una mano, que dejé en el suelo cuando advertí que Nefer tenía la intención de saltar a mis brazos.

—Ella tampoco puede resistirse a mi encanto.

Lu soltó una carcajada. Se incorporó para recibir el primero de mis besos de ese día.

—No sé cómo lo haces, pero es cierto. Nefer no se va con cualquiera. Tiene un sexto sentido para saber si eres o no buena persona.

Me senté a su lado. Ambos nos quedamos mirando el mar. No era la primera vez que lo contemplábamos desde el balancín. Muchas noches nos habíamos quedado dormidos uno en brazos del otro escuchando el sonido de las olas.

—¿Estás preparada?

—Sí.

—Te he traído un regalo. Bueno, en realidad son dos.

—¿Sí?

Volvió la cara para buscar mi mirada.

Puse sobre su regazo el regalo que le había comprado. Elena me había ayudado a envolverlo con papel de seda.

Lu sacó una boina de un azul tan celeste como el mar que contemplábamos.

—Vaya, voy a parecer una parisina.

—Esa es la idea. Solo tienes que dejarte llevar.

Y lo dejé ahí.

—No sé qué pretendes, pero confiaré en ti.

—Mi abuela ha hecho esta mañana una tarta de manzana y ha insistido en que te trajera un trozo. Dice que es solo para ti. No sé cómo lo haces tú también, pero le gustas mucho.

—A mí también me gusta ella. Es como si Alicia hubiera crecido. Parece sacada del cuento de Carroll.

—Te lo dije. Mi abuela es especial, supongo que como todas las abuelas.

—Sí, como todas las abuelas.

Lu fue la primera en levantarse. Antes de irnos, André salió al jardín para desearnos buena suerte. Gemma estaba a su lado y compartían una sonrisa de oreja a oreja.

Desde que mi ex la había secuestrado de casa de mis abuelos, Lu sentía la necesidad de que André la abrazara más a menudo, y él se lo había tomado tan a pecho que esta vez ella soltó:

—André, no puedo respirar.

—Lo siento. A veces me paso con estos abrazos de oso. Tienes un padre muy desconsiderado.

—Ya sabes que me gustan tus abrazos. —Lu le guiñó un ojo.

Cuando llegamos a la Vespa, le pasé el casco de mi abuela y yo me puse el de mi abuelo.

Conduje con tranquilidad hasta la ESAD. Lu apoyó la cabeza sobre mi hombro, un gesto que me gustaba mucho. Ambos permanecíamos callados, aunque podía sentir la caricia de sus manos por debajo de la camiseta.

Cuando aparcamos, mi amiga Almu salió corriendo con una sonrisa de oreja a oreja. Se abrazó a Lu y le dio un beso en los labios.

—¡Estás dentro! ¡Lo has conseguido!

—¿Sí? —Ella me miró como si no acabara de creérselo.

—Sí. —Almu tiró de ella para llevarla al tablón que había al lado de la puerta—. Has quedado la diecinueve. Ahora hay que celebrarlo.

Ambas se abrazaron. Me gustaba que Lu hubiera hecho tan buenas migas con mis amigos.

—Creo que Lu y yo hoy tenemos una fiesta privada —repuse, y después le guiñé un ojo a Almu. Ella asintió. Tanto mi amiga como yo estábamos emocionados por lo que habíamos preparado.

—No sabía yo de esa fiesta privada —comentó Lu.

—Era una sorpresa.

—¿Tiene algo que ver la boina que me has regalado?

—Algo…

Lu

No sé qué tipo de sorpresa me había preparado Marcos, pero estaba algo turbada. Había entrado en la ESAD y ahora él me estaba proponiendo una fiesta privada.

Enseguida supe de qué se trataba.

—Sé que Eva te dijo hace tiempo que este verano ibas a visitar París. Llega un poco tarde, lo sé, pero llevo mucho tiempo pensando en este regalo.

—¿Vamos a ir a París? —le pregunté emocionada.

—Sí y no —titubeó—. Para este viaje se necesita mucha imaginación y dejar que yo sea tu guía. Valencia se convertirá hoy en París para ti. Y viajaremos en Vespa, como en Vacaciones en Roma.

—¿Qué?

Era una idea alocada, pero también era lo más maravilloso que nadie había hecho nunca por mí. Tenía que confiar en él y dejarme llevar. Aunque solo fuera porque se le había ocurrido algo así, me sentía feliz.

—Me encanta tu proposición.

Marcos miró a Almu, le hizo un gesto y ella asintió. No sé de qué iba todo aquello, aunque era mejor no pensar en nada. Iba a dejar que me sorprendiera.

—París no es solo una ciudad para contemplar, también tienes que escucharla, sentirla y oírla. Es una amante que se deja querer muy bien. ¿Estás preparada?

—Estoy deseando ver cómo te las has apañado.

El primer sitio que fuimos a ver fue San Miguel de los Reyes, un antiguo monasterio que se convirtió más tarde en un asilo de indigentes, luego en una cárcel de mujeres y por último en presidio nacional. Ahora era la sede de la Biblioteca Valenciana. Marcos aparcó a unos metros de la entrada.

—Les Invalides —señaló Marcos—, donde está enterrado Napoleón.

Antes de entrar encontramos a una de sus amigas apoyada en la pared, vestida de femme fatale con una boina y fumando un cigarrillo. También estaba un compañero de clase tocando el bandoneón. Entonces empezó a sonar la música de La vie en rose, una canción de Edith Piaf.

Me dejé llevar por los versos que cantaba esa chica. Marcos no podría haber elegido una canción mejor. Porque así era como yo me sentía en sus brazos, viviendo una vida en rosa. A él solo le bastaba con susurrar mi nombre en mi oído para que yo me derritiera. Oír cómo decía «Lu» era la mejor palabra de amor que podría dedicarme. Mi corazón latía más vivo que nunca. Sus noches eran las mías. Deseaba que esta felicidad no acabara nunca.

Fue una visita rápida. Marcos aún tenía más sorpresas preparadas.

Nos dirigimos hacia Viveros y entramos por la entrada principal.

—Le Bois de Boulogne —anunció.

A lo largo del paseo había media docena de parejas bailando La valse d’Amelie. Miré a Marcos. Estaba mucho más que emocionada. Se sacó una boina del bolsillo trasero y se la colocó.

—¿Bailas conmigo?

Entonces entendí por qué me había regalado una. Todas las parejas la llevaban.

—Claro, aunque me falta un detalle. —Me puse la boina azul y tomé su mano para unirnos al baile que nos habían preparado sus amigos.

Dimos tantas vueltas mirándonos a los ojos y riéndonos sin parar que cuando acabó la música nosotros aún no nos habíamos enterado. Sentíamos una música interna que nos hacía bailar sin parar.

Al final sus amigos tararearon la música y se unieron a nosotros. Cuando finalmente acabamos, uno de los amigos nos entregó una crepe rellena de Nutella.

—Nadie se puede ir de París sin comer una crepe.

Nos sentamos en un banco para tomarnos un pequeño descanso. Los amigos de Marcos habían preparado otro número más. En esta ocasión llegó Almu con otras tres chicas que no me sonaban, vestidas de cabareteras al estilo del Moulin Rouge en la época de Toulouse Lautrec. Se marcaron el mejor cancán que posiblemente hubiera visto nunca. Terminaron enseñándonos los pololos.

La gente que paseaba por Viveros echó unas cuantas monedas al suelo y finalmente acabó aplaudiendo.

—Antes de irnos me gustaría hacer una cosa contigo.

Sacó una cinta roja de su bolsillo con dos corazones de fieltro cosido en los extremos. Llevaba escrito: «LU Y MARCOS, SIEMPRE JUNTOS».

—Vamos a dejar nuestro rastro para la posteridad. —Tiró de mí hasta la puerta de entrada y ató la cinta a los barrotes de la misma—. ¿Qué te parece?

—Me parece perfecto. No sé qué decir.

Me dio un beso corto en los labios.

—¿Seguimos visitando París?

Asentí. Tenía un nudo en la garganta que apenas me dejaba hablar.

No sabía muy bien adónde nos dirigíamos exactamente, pero en cuanto vi de lejos La Puerta del Mar, Marcos me dijo:

—L’Arc de Triomphe.

Y cada vez que hablaba en francés a mí se me encogía el estómago. Era el idioma perfecto para seguir enamorándome de él.

No sé cómo demonios se lo había montado, pero en una de las esquinas que daba a la calle Colón había cinco chicos uniformados con el traje de la época napoleónica. Estaban representando la conmemoración que se hacía todos los días sobre las seis y media en memoria del soldado francés caído por la patria. Uno de los chicos comenzó a cantar La Marsellesa. Desde luego aquella avenida no era Los Campos Elíseos, pero Valencia nunca me pareció tan mágica.

—¿Cuánto tiempo llevas preparando todo esto? —quise saber.

—Desde hace casi un mes.

—¡Oh, Marcos! —No podía hablar.

Se acercaba la hora de comer y Marcos me llevó a la plaza de la Virgen. Señalando la catedral, murmuró en mi oído:

—Mademoiselle, nous sommes a Nôtre Dame! A la derecha tenemos la Fontana di Trevi…

—¿La Fontana di Trevi?

—Sí, ¿por qué no? Hoy somos internacionales. ¿Qué más da París, Roma o Valencia?

Me quedé mirando aquella plaza y aquella fuente que tanto significado tenían para mí. Marcos tiró de mí hasta la fuente.

—Venga, pidamos un deseo.

No sé por qué, pero se me inundaron los ojos de lágrimas. Eran muchas las emociones que habíamos vivido ese día. No sabía cómo digerirlas. Estaba embriagada de felicidad.

—Lu —Marcos se encogió de hombros—, ¿pasa algo? ¿He hecho algo malo?

—No… —Tragué saliva.

—Entonces, ¿por qué lloras?

—Porque soy feliz. No puedo pedir un deseo. Ya te tengo a ti.

Marcos sonrió de oreja a oreja.

—Yo sí voy a pedir un deseo —dijo acercándose peligrosamente a mis labios. Tanto que pensé que me iba a besar—. Voy a pedir que no nos alcance nunca el final de esta historia.

Sacó una moneda del bolsillo e hizo el amago de tirarla hacia atrás, aunque en el último momento enlacé mis dedos a los suyos. La lanzamos juntos y los dos pedimos el mismo deseo.

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