Fidelity

Fidelity


CAPÍTULO QUINCE

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CAPÍTULO QUINCE

No perdamos nada de nuestro tiempo, quizá los hubo

más bellos, pero este es el nuestro.

JEAN PAUL SARTRE

Marcos

Era asombroso ver cómo Lu se había preparado el primer monólogo sin ayuda de nadie. Además de poseer una voz bien modulada, también tenía un talento especial para actuar. Habíamos empezado a trabajar con lady Macbeth, y realmente su propuesta era muy interesante. Con la primera pauta que le marqué, se quedó pensando unos instantes.

—¿Me dejas que lo medite un momento? —me comentó.

Desde que habíamos empezado a trabajar vi un atisbo de duda en su mirada.

—Te doy cinco segundos, Lu. Los actores no pensamos en escena, los actores actuamos. Un actor que piensa es un actor al que se le ven todos los hilos. ¿Y sabes lo que dice mi profesor Carlos Marcos? Que el escenario es el peor lugar donde te puedes esconder. Se ve todo, aunque estés sentado en la última fila. Así que actúa.

Después de estas palabras, Lu siguió todas las indicaciones que yo le marcaba, las aceptaba y enseguida las interiorizaba. Era rápida pillando los conceptos en escena y se atrevía con todas mis sugerencias. Y esto era justo lo que querían los profesores, actores que fueran rápidos y que se atrevieran a seguir sus impulsos, que no racionalizaran todas sus acciones.

—Estoy seguro de que si lo haces así de bien en las pruebas entrarás sin problemas.

—Ya, pero solo hay veintiocho plazas y creo que nos presentaremos casi cien personas.

—Tú preocúpate por defender tu trabajo. Eres buena, muy buena. Y cuentas con la ventaja de tener una voz muy bonita.

—¿Tú crees?

—Sí, pero eso ya lo sabes tú. Tienes un programa de radio que defiendes muy bien.

Lu se tumbó en la cama.

—¿Te apetece que nos tomemos un descanso? —dijo estirándose. La camiseta que llevaba se le había subido ligeramente.

Desde donde me encontraba podía ver su ombligo. Enseguida volvió a incorporarse. Me dedicó una sonrisa tan ardiente que me ruboricé.

Tuve que reprimir un suspiro.

—¿Qué propones? Eres tú la que ha ganado el juego.

Ella me sonrió.

—Aún nos quedan unas cuantas galletas y dos cruasanes —dijo—. Además, no nos hemos tomado los batidos que has traído.

—Venga, un pequeño descanso y seguimos trabajando.

—Eres duro.

—Soy implacable. Pero cuando entres en la escuela me lo agradecerás.

—Eso espero, poder entrar. Llevo soñando con ser actriz desde que era pequeña. ¿Sabes que la primera obra que hice en el colegio era Las tres Reinas Magas, de Gloria Fuertes? Muchas niñas querían ser la Virgen, pero a mí me gustaba ser una reina maga. Era más divertido.

—Como siempre yendo a contracorriente.

—Tal vez sea porque mis padres nunca fueron como los del resto de mis compañeros de clase. Mi madre siempre me llevaba a exposiciones, a recitales de poesía y me obligaba a leer novelas que me parecían un tostón. Desde que era una enana me recuerdo yendo al teatro y después comentando la obra con mis padres.

—Te entiendo perfectamente. Mi abuelo era igual, pero si no hubiera sido por él quizá no habría conocido todas las novelas que he leído.

Nos quedamos un momento en silencio. Ella dejó vagar la vista por la habitación, mirando a sus estanterías, quizá recordando, al igual que yo, a quienes nos habían dejado. De repente se levantó de un salto.

—Espérame aquí.

Lu salió un momento de la habitación y enseguida regresó con los dos batidos fríos y parte del desayuno que no nos habíamos tomado.

—Nos hemos quedado solos. André y Gemma han dejado una nota en la cocina. Se han ido a comprar la comida para mañana y a pasar el día fuera. Tenemos toda la casa para nosotros. —Reflexionó un momento—. Por cierto, ¿tienes algo que hacer mañana? Podrías venir a comer. A André, a Eva y a Julia no creo que les importe un invitado más. Vamos a celebrar el éxito de Miguel con la exposición. Sus madres están como locas y llevan un tiempo preparando este encuentro —Aunque enseguida rectificó. Sus mejillas enrojecieron—. Perdona, si piensas que vamos muy deprisa, podemos quedar otro día con más tranquilidad. No pienses que esta invitación forma parte de un compromiso ni nada por el estilo.

Dejé que siguiera hablando. Me parecía divertido ver cómo trataba de excusarse.

—¿No dices nada? —me preguntó.

—Sí.

—¿Sí, qué? ¿Que vienes mañana a comer? ¿Que vamos muy deprisa? ¿Que sí crees que a André le importa que vengas?

—Sí, que mañana vendré a comer.

—Estupendo. Luego se lo diré a André y a Julia.

Tras una pequeña pausa, volvimos al trabajo. Ahora Lu quería ensayar a Inés, de Don Juan Tenorio, un personaje y una obra que me traían muchos recuerdos. Conocí a Sandra en primero de bachillerato, pero hasta que llegamos a segundo no empezamos a salir. Ambos nos apuntamos a un grupo de teatro y el director quiso representar esta obra para la noche de Todos los Santos, como mandaba la tradición. Ella era Inés y yo, para mi desgracia en aquel momento, no era don Juan. Yo era don Luis Mejías. Fue en los ensayos cuando me enamoré de ella. Casualidades de la vida, el actor que hacía de don Juan se puso enfermo a última hora y el director pensó que yo podría sustituirlo. Me sabía el papel de memoria y estaba convencido de que podría defender el personaje como lo hacía el otro actor. La noche antes del estreno la pasé prácticamente sin dormir. Solo pensaba en que al día siguiente besaría a Sandra. Sin embargo, el actor se recuperó enseguida y yo me quedé con las ganas de hacer su papel y de besarla aquella misma noche. Un mes después, comenzamos a salir juntos.

Lu empezó a prepararse. Y cuando las primeras palabras salieron de sus labios, me olvidé de que en otro tiempo hubo otra Inés por la que bebía los vientos. ¿Cómo era posible que un mismo texto fuera interpretado de manera tan diferente? Lu era dulce, tierna e inocente. Era todo lo opuesto a lady Macbeth, y por qué no decirlo, también a Sandra.

Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!,

que no podré resistir

mucho tiempo sin morir,

tan nunca sentido afán.

¡Ah! Callad, por compasión,

que oyéndoos, me parece

que mi cerebro enloquece,

y se arde mi corazón…

Después de terminar de recitar el texto, me quedé callado. ¿Qué decirle? ¿Que era la Inés perfecta? ¿Que me había emocionado hasta el punto de sentir cómo mis ojos se humedecían?

Ella se sentó en el suelo. Bajó el mentón.

—Podrías decir algo. No sé, ¿no te ha gustado mi propuesta?

—Sí, me ha gustado mucho.

—Entonces, ¿qué pasa?

—Que no me importaría hacer contigo Don Juan Tenorio.

—¿De verdad?

—Sí, pero yo no sería tan capullo como él.

Tenía la necesidad de besarla.

—¿Es necesario que te arrimes tanto para hacer esta escena? —me preguntó dando un paso hacia atrás.

—Sí. Atiende a la clase.

—¿No le has prometido a mi padre que serías un buen chico?

Posé una mano en su cintura para atraerla con fuerza hacia mí. Nuestros labios se encontraron. Primero hubo un beso tímido y después las lenguas de los dos recorrieron con mimo todos los rincones de la boca del otro.

—¿Crees que para hacer una buena Inés necesito sentir tu lengua tan dentro?

—Nadie dijo que las clases prácticas fueran divertidas. Créeme, esto es muy duro para mí.

—Para mí también es duro —comentó Lu con una sonrisa sarcástica en los labios—. Tendré que esforzarme para terminar muy pronto con este sufrimiento.

—Aún te queda mucho por aprender, así que aquí va nuestra segunda clase práctica. —Volvimos a besarnos.

—Estás muy seguro de ti mismo.

Y aunque habíamos empezado con mal pie, no se podía decir que lo nuestro fuera mal. Yo diría que iba genial.

—Lo cierto es que sí. Se me da muy bien la expresión oral.

—Eso dices desde el otro día, pero creo que aún no he pillado los conceptos.

—Entonces tendré que poner todo mi empeño para que te quede más claro.

—Y yo estaré más atenta.

Antes de que nuestros labios volvieran a encontrarse, recibí una llamada de teléfono. Comprobé quién era.

—Mierda, tengo que contestar. Es mi abuela.

—Claro.

Mi abuela me recordó que me estaban esperando para celebrar el cumpleaños de mi padre y que ya llegaba tarde. Miré el reloj y advertí que eran cerca de las dos. ¡Cómo se me había pasado tan rápida la mañana!

—Me temo que tendremos que dejar por ahora las clases prácticas. Tengo que irme. Es el cumpleaños de mi padre, y mi abuela ha organizado una súper comida familiar. Hasta las diez voy a estar liado.

—No pasa nada. Cuando quieras retomamos las clases.

Lu me acompañó a la puerta de la calle.

—Sigue en pie lo de cenar juntos esta noche, ¿vale? —le dije antes de despedirme—. Yo invito.

—Estupendo. Pero no hace falta que vengas a recogerme. Puedo pillar un autobús y quedar en el restaurante.

—No me importa venir a por ti. Había reservado mesa para las diez y media.

—Tranquilo. Me apetece dar una vuelta por la FNAC o La Casa del Libro a ver si veo algo interesante.

Asentí con la cabeza.

—¿Sabes dónde está La Pappardella?

—Sí, alguna vez he ido a comer con André a este restaurante. Me encantan los gnocchi pomodoro e basilico.

—Entonces nos vemos esta noche allí.

Me despedí de ella con un beso rápido mientras la atrapaba entre mis brazos. Un intenso cosquilleo me recorrió la piel y sentí calor allí donde nuestros cuerpos se pegaban.

Algunas veces odiaba los compromisos familiares. Mi abuela se empeñaba en hacer fiestas a lo grande e invitar a toda la gente influyente que conocíamos. Solo tenía que ser durante unas horas el hijo perfecto y después tendría mi primera cita en regla con Lu.

No me has dejado otra opción. Ahora sabrá que no tiene que mirar al novio de otra chica. Ella se lo ha ganado. Y espero que deje de mirarte y que esto le sirva de advertencia. ¡Menuda zorra! Esta me cae peor que la rubia, porque va de tonta y luego tontea contigo y con el otro. Es una gilipollas que está malmetiendo entre tú y yo. Lo que no entiendo es por qué tú no le has explicado que tienes novia. Y si sigue así, tendré que pensar qué hacer.

Lu

De: soloyo@hotmail.com

Fecha: sábado, 24 de agosto de 2013, 14:10

Para: sugerenciaslu@radiofaro.com

Asunto: Polvo de estrellas en la casita de Lu

Eres una zorra. ¿Lo sabías? Ten cuidado con lo que haces.

Enviado desde mi iPad

Volví a mirar otra vez el mensaje que había recibido en el móvil. No reconocía el remitente. No me podía creer el correo que me habían enviado. ¿Alguien tenía algo contra mí? Volví a acordarme de Susana. Quizá se había enterado ya de que Marcos y yo estábamos juntos y se sentía traicionada por mí. Aun así, me parecía increíble que me hubiera escrito este mensaje. Había llegado el momento de hablar con ella y preguntarle cómo estaba. Marqué su número y esperé hasta cuatro tonos antes de oír la voz de alguien al otro lado. Desde luego no era la de Susana.

—¿Hola? ¿Susana?

—¿Quién eres? —quiso saber la voz de un chico.

—Soy Lu, ¿y tú quién eres?

—Soy Borja, su novio. —Vaciló unos segundos antes de seguir hablando—. Me temo que ella no quiere hablar contigo. El psiquiatra le ha recomendado unos días de reposo.

—¿El psiquiatra?

—Sí. —Volvió a quedarse callado, como pensando en qué iba a decir a continuación—. ¿Fuiste tú quién le dio las pastillas?

—No, no sé quién fue. Tienes que creerme. Nosotros la llevamos al hospital y llamamos a su abuela. No pudimos hacer más por ella.

—Gracias por llevarla al hospital. Si me disculpas, tengo que dejarte.

Quise responderle, pero cortó la comunicación antes de que pudiera decir nada. Me sentía fatal por no poder hablar con ella. ¿Quién le había recomendado esas pastillas que podrían haberle costado tan caro y por qué? Desde luego, fuera quien fuese no tenía que quererla mucho. Pero ¿por qué confiar en alguien a quien no conoces? No tenía sentido, o al menos yo no lo veía.

Traté de olvidar este tema y el del correo. No podía dejar de sentir cierta incomodidad, aunque era posible que el e-mail no tuviera ver con Susana. Un correo así no me iba a amargar el día.

Como André y Gemma habían decidido pasar el día fuera, me preparé un sándwich vegetal y me lo comí sentada en el balancín del jardín. Después estuve hasta las seis de tarde ordenando mi habitación. Nefer me miraba de vez en cuando, como si me hubiera vuelto loca de repente.

Cuando terminé de ponerlo todo en su sitio, observé detenidamente mi cuarto. Parecía otro, y esa era la idea. Tras una ducha rápida, abrí el armario para elegir qué vestido me pondría esa noche. Era una sensación nueva la de tener toda mi ropa bien ordenada. ¡Cómo no se me había ocurrido antes!

Hacía tiempo me había hecho un vestido muy parecido al que llevaba Dorothy en la película de El mago de Oz. Y como ella, empezaría a recorrer el camino de baldosas amarillas desde el principio.

Antes de salir de casa, le dejé el bol de comida lleno a Nefer y comprobé que todas las luces estaban apagadas.

—Deséame suerte —le comenté.

Nefer maulló. Creo que era su manera de decirme que no me preocupara.

Me dirigí a la parada de autobús. Estaba un poco nerviosa. Era mi primera cita en serio con Marcos.

Cuando llegué a Valencia me dirigí a La Casa del Libro del centro y bajé al sótano, a la sección de juvenil. Estuve mirando en la mesa de novedades y vi una novela que me llamó la atención: Fidelity. Me gustó el título, porque me recordaba a una canción de Regina Spektor. La había utilizado el día en que Marcos y yo volvimos a encontrarnos. Me fijé en la portada. Leí la sinopsis. Me pareció interesante, pero como aún no lo tenía muy claro, decidí que me daría una vuelta por la FNAC a ver si encontraba algo que realmente me llamara la atención.

El móvil emitió un pitido. Supuse que me habría entrado un e-mail de Marcos. No pude evitar sonreír.

De: soloyo@hotmail.com

Fecha: sábado, 24 de agosto de 2013, 21:15

Para: sugerenciaslu@radiofaro.com

Asunto: Re: Polvo de estrellas en la casita de Lu

Zorraaaaaaaaaaaaaa. ¡¡¡¡Maldita zorra!!!! Ten cuidado con lo que haces.

Enviado desde mi iPad

Este segundo e-mail consiguió inquietarme más de lo que habría deseado. No sé por qué estaba recibiendo este tipo de correos ni qué los motivaba. Guardé el móvil en el bolso y decidí no pensar en él. Si seguía recibiéndolos tomaría cartas en el asunto y lo denunciaría a la Guardia Civil.

Como me había pasado en La Casa del Libro, cuando llegué a la sección juvenil volví a fijarme en la misma novela, Fidelity. Al ir a cogerla, la chica que había a mi lado me preguntó:

—¿Has leído algo de esta autora?

—No, pero me llama la atención. Es una historia de amor, y quizá ahora mismo es lo que necesito.

Me fijé un poco más en ella. Me pareció haberla visto en La Casa del Libro, aunque no estaba muy segura. Llevaba unos pantalones rojos cortos, unas sandalias con algo de tacón y un top dorado que dejaba ver su ombligo. Era morena, de ojos azules, y llevaba el pelo recogido igual que solía hacer yo. Como único detalle de su maquillaje solo se había pintado los labios de rojo. Casi podía decir que era el mismo tono que usaba yo. Podría pasar por una modelo perfectamente. Era muy guapa.

Había cogido la novela y estaba leyendo la sinopsis.

—Me gustan las novelas románticas, sobre todo si la historia de amor es como la que te promete la sinopsis. Soy de la opinión que el amor es para siempre.

Al igual que había hecho ella, yo también cogí la novela. Le eché un vistazo al interior y leí la primera página. Me gustó que estuviera contada desde dos puntos de vista. Era original encontrar dos voces en un libro.

—Me lo voy a comprar —dijo ella—. ¿Tú qué harás? ¿Eres de las que creen que el amor es para siempre?

—Soy de la opinión que el amor dura lo que dura. —Leí algo del interior y encontré un poema de Mario Benedetti. Esto fue lo que me animó a decidirme—. Y sí, también le voy a dar una oportunidad.

—Es que de verdad, me gustan mucho este tipo de novelas. No sé cuántos libros tengo en casa. Puede que llegue a los dos mil. Mi madre dice que un día vamos a tener que tirar el tabique del vecino para poder poner más estanterías.

Hablaba muy deprisa y parpadeaba como si estuviera nerviosa.

—A mí también me encanta leer.

La voz de una chica anunció por los altavoces que en diez minutos iban a cerrar, así que tanto ella como yo nos dirigimos a las cajas para pagar.

—Me llamo Sandra, ¿y tú?

—Yo soy Lu.

—¿Lu? Me encanta, de verdad. Qué original. También me gusta tu vestido. Me recuerdas a Judy Garland en El mago de Oz. Aunque tú eres mucho más mona.

—Gracias —respondí encogiéndome de hombros—. Esa es la idea.

—No sé dónde te compras estos vestidos, pero de verdad, te queda genial.

—Mucha de la ropa que llevo puesta me la hago yo.

—Ah, claro. Igual no encuentras ropa mona de tu talla.

La miré y no supe qué responderle. Esbocé una sonrisa cordial para no mandarla a tomar viento. Pagué mi novela, aunque antes de salir a la calle ella me dijo:

—Perdona si te ha molestado mi comentario. De verdad, no lo decía para herirte. Eres muy mona y no tiene que preocuparte que alguien te diga que eres gorda.

—No, no me preocupa —afirmé tratando de quitármela de encima—. Espero que te guste la novela.

—Yo también espero que te guste mucho.

Dejé atrás la FNAC y subí por la calle San Vicente para ir a la plaza de la Reina. Aunque llegaba unos minutos antes de la hora al restaurante, pregunté a una camarera por la mesa que había reservado Marcos. Mientras lo esperaba, comencé a leer la novela.

De repente una voz me sobresaltó.

—¿Lu? ¿No me digas que también vienes a cenar aquí? Esto es cosa del destino —dijo sentándose en la silla que quedaba libre.

—Sí, he quedado con alguien —respondí tratando de que mi voz no sonara demasiado seca.

—Yo he quedado con unas amigas, pero se están retrasando. De verdad, la pasta de este sitio es genial. ¿La has probado?

—Sí. A mí también me gusta.

—Veo que ya has empezado la novela. ¡Qué impaciente! Te pareces a mí. No te creas que solo leo este tipo de novelas juveniles, también leo a los clásicos, como a Cortázar, Frank Baum, Mario Benedetti, Carroll o Barrie. ¿Y sabes qué? Que el título de la novela es también el de una canción de Regina Spektor. Si no la conoces, te la recomiendo. Me encanta The call, pero sobre todo Fidelity.

—A mí también me gusta. Me alegro de que te gusten los clásicos.

Miré el reloj. Deseé que Marcos no se retrasara mucho. No me apetecía tener que charlar con una chica que me ponía un poco nerviosa.

—¿Qué tal está?

—¿El qué? —pregunté.

—La novela.

—De momento es pronto para saberlo, pero me gusta cómo empieza.

Al advertir que Marcos entraba en el restaurante, solté un suspiro de alivio. Me apetecía la primera típica cita de miradas, sonrisas, sonrojos y caricias por debajo de la mesa. Esa noche iba especialmente guapo. Vestía unos pantalones vaqueros y una camiseta blanca con el dibujo en verde de un faro. No sé si era un guiño hacia mi programa de radio, pero me gustaba que tuviera este tipo de detalles. Llevaba una mano en el bolsillo del pantalón, dejando al descubierto el borde de su calzoncillo. Al parecer le gustaban de marca. Le sonreí cuando nuestras miradas se encontraron. Sandra se volvió, se levantó como impulsada por un resorte, y soltó un gemido.

—¡Oh, no, Dios mío! No me puede estar pasando esto.

Marcos se quedó parado. No se movió de la puerta.

—¿Qué haces tú aquí? —preguntó Sandra elevando el tono de su voz.

—No, Sandra, ¿qué diablos estás haciendo tú aquí?

—Sabes que no te puedes acercar a mí. Me has seguido, ¿verdad? Es eso.

Hubo un silencio incómodo.

—¿Marcos, qué está pasando? —pregunté incorporándome.

Sandra se volvió hacia mí con la boca abierta. Estaba temblando como un flan.

—¿No me digas que ahora está saliendo contigo? De verdad, esto es una locura. Marcos, ¿por qué me haces esto? ¿Por qué no me dejas en paz de una vez por todas? ¿Pretendes darme celos con ella?, es eso, ¿verdad? No puedo más. Déjame en paz.

Sandra se sentó en la silla y comenzó a sollozar.

—Marcos, ¿de qué está hablando? —pregunté, aunque una voz interior me decía que esta era Sandra, su antigua novia.

Sandra levantó el mentón y me miró a los ojos.

—¿Quieres saber qué es lo que está pasando? Que ahora tú eres su nueva víctima. Seguro que te habrá dicho que eres especial y que te quiere respetar. Y sabrá todos tus gustos para hundirte como hizo conmigo.

—¡Cállate, Sandra!

—¡No me digas que me calle! —soltó con la voz entrecortada—. Me has jodido la vida. Llevo un año y medio sin salir a la calle por tu culpa.

Tragué saliva. Yo también tuve que sentarme porque me temblaban las rodillas.

—Pero todo lo que te ha dicho son mentiras —siguió diciendo Sandra—. Cuando está contigo piensa en mí. Me llama desde su móvil y me lo cuenta todo. De verdad, yo no puedo más. Esto me supera.

—Por favor, Lu, no es cierto lo que está diciendo.

—¡No te acerques a mí! —gritó Sandra—. Por favor, que alguien llame a la policía.

—Lu, no puedo acercarme a ella. Por favor, deja que te explique. La policía va a llegar de un momento a otro y me van a detener.

La camarera se aproximó a nuestra mesa con un vaso de agua para Sandra. Todos los clientes que había en el restaurante nos miraban y murmuraban.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó la chica.

—No. —Se bebió toda el agua antes de continuar—. Dile por qué no puedes acercarte a mí. Díselo, no seas cobarde. —A Sandra le temblaba la mano—. Porque no deja de acosarme, porque tuve que pedir una orden de alejamiento.

Marcos negó con la cabeza. Se lo veía abatido y en su rostro había una mueca de sufrimiento.

—¿Eso es cierto? —quise saber.

Marcos asintió.

—Deja que te lo explique, por favor, Lu. No la escuches a ella.

Me levanté de la silla, aunque antes de que hubiera dado un paso Sandra me agarró del brazo.

—Lu, tienes que creerme. Él me traía aquí y estoy segura de que me ha seguido. Este encuentro no es casual. Desde hace un año y medio no pisaba este restaurante, pero mi psicólogo me ha recomendado que tengo que pasar página y que debo superar mis miedos. Venir esta noche aquí era el primer paso.

La camarera le pidió a Marcos que se marchara del restaurante.

—Por favor, hemos llamado a la policía. No queremos follones.

No sabía qué hacer. Aquella situación era cuando menos surrealista. Estaba hecha un lío. ¿Quién decía la verdad? Quería creer a Marcos, necesitaba hacerlo por todo lo que habíamos vivido, pero ¿por qué no me lo había contado antes?

—Por favor, Lu, no la escuches. Deja que te explique. Solo tengo una medida cautelar. Todavía no ha salido el juicio.

—Pues esta noche la has cagado. ¡Déjala en paz, a ella y a mí! ¿No te parece que ya has jodido suficientes vidas? —Sandra buscó mi mirada—. De verdad, no sabes cómo es en realidad. Yo tuve que marcharme de Valencia porque no hacía más que seguirme.

—¿Por qué me haces esto, Sandra? No voy a volver contigo. ¿Lo entiendes? Hagas lo que hagas, no te quiero. ¡No-te-quie-ro!

Marcos se quedó un instante quieto, quizá esperando a que yo lo siguiera, pero en esos momentos yo no podía moverme. Estaba totalmente bloqueada y me temblaban las rodillas. No podía dar un paso.

—Siento todo esto, Lu, pero te juro que no te he mentido en ningún momento. Sandra no está bien de la cabeza. Es verdad que no puedo acercarme a ella, pero es solo una medida cautelar. Concédeme, al menos, el beneficio de la duda. Es lo único que te pido. Creo que me lo merezco. Necesito que me escuches. —Tendió la mano hacia mí—. ¿Qué decides, vienes conmigo?

Pensé durante unos segundos. Tenía que reconocer que, aunque Sandra me ponía nerviosa, Marcos había admitido que tenía una orden de alejamiento sobre ella, y eso no era cualquier cosa.

—Por favor, ven conmigo —insistió Marcos.

—No lo escuches, Lu —me pidió Sandra—. Te destruirá como hizo conmigo.

Negué con la cabeza. Tenía que conocer la versión de Sandra para poder aclarar mis ideas.

—Ya sabes dónde encontrarme. —Soltó un suspiro. Se volvió con los hombros caídos y con un gesto de cansancio que me llegó muy adentro.

Cuando Marcos se marchó, noté cómo los ojos se me humedecían, pero no quería ponerme a llorar delante de todo el mundo. Parpadeé varias veces para no terminar derrumbándome en aquella mesa. Me sentía como la última mierda del mundo. Ni siquiera Miguel me había hecho sentir así de mal. ¿Era cierto todo lo que estaba contando Sandra?

—Lo siento, de verdad. —Sandra me cogió las manos—. Siento que hayas tenido que pasar por esto. Yo… —Rompió de nuevo a llorar—. Será mejor que me marche. Ha sido una mala idea salir esta noche. Pensé que quedar con mis amigas me vendría bien, y cuando creo que ya estoy preparada, me vuelvo a encontrar con él.

—La policía viene de camino. ¿Quieres una tila? —le preguntó la camarera.

—Sí, por favor, te lo agradezco —dijo con un hilo de voz—. Se merece estar en la cárcel. Está loco. Es un maltratador.

Por mucho que quisiera consolarla, yo no encontraba las palabras. ¿Quién me consolaba a mí? Si Sandra era una víctima, yo también, pero nadie parecía darse cuenta de este detalle. Me había quedado muda. Sacó su smartphone del bolso y envió un mensaje a alguien.

—Tengo que esperar a que venga la policía y volver a poner una denuncia. Nunca me acostumbraré a esto.

La policía no tardó ni cinco minutos en llegar. Nos tomaron declaración. Yo solo podía decir la verdad, que había quedado con Marcos y que desde mi punto de vista había sido una casualidad encontrarme a Sandra en el restaurante. También les conté que Marcos me había dicho que quien puso fin a la relación fue él a causa de los celos de ella. Una vez que la policía se cercioró de que no había habido amenazas ni maltrato físico de Marcos hacia Sandra, se marchó.

—¿Quieres que te acerque a casa? —se ofreció Sandra—. Tengo el coche aparcado muy cerca. —Me encogí de hombros. Ambas nos levantamos de la silla y yo la seguí por la calle. Durante el camino, ella hablaba y hablaba sobre cómo Marcos la había acosado una vez que terminaron.

Yo permanecí callada.

—¿Adónde te llevo?

—¿Conoces el faro de Los Cabos?

—Sí, claro… Marcos me llevaba muchas veces al rompeolas.

—Si no te importa, acércame hasta allí.

—Lo siento mucho, pero Marcos no es un buen tío.

Esta vez Sandra permaneció callada mientras conducía, cosa que agradecí. Al llegar a mi casa, Sandra sacó una tarjeta de su bolso y me la tendió.

—Si te apetece hablar conmigo, aquí tienes mi teléfono. De verdad, no sabes lo destructivo que puede ser Marcos. Yo llevo un año y medio sin levantar cabeza. Hoy me he arreglado porque quería celebrar con mis amigas que he superado lo mío con él, pero veo que no es así. Por favor, llámame. Sé cómo es él. No quiero que pases por lo mismo que yo.

—Gracias —le dije cerrando la puerta del coche con suavidad.

Abrí la puerta de la verja. Noté que pesaba tanto como la pena que me reconcomía por dentro. Me imaginé que André y Gemma no estaban en casa porque no había ninguna luz encendida. Arrastré los pies y mis pasos me llevaron hasta mi habitación. Nefer maulló, saltó a mis brazos y comenzó a ronronear. Me tumbé en la cama y las lágrimas acudieron solas. Fue una noche amarga, pero sobre todo salada. Por mucho que intentara cerrar el grifo no podía dejar de llorar. Nefer fue la única que consiguió consolarme frotando su cabeza contra mi pecho.

Menos mal que ella me entendía.

Ahora la gorda sabe la clase de tío que eres. Eres un maltratador y un mal novio. Eso es lo que eres. Así sabrás lo que estoy sufriendo. ¿Te duele? A mí también me duele que no me llames. Si no vienes a mí no serás de ninguna tía más. Pero ¿qué te has creído? Si yo caigo, tú también. Me he cansado de ser la novia perfecta. Es la última vez que te lo digo. No me gustaría tener que repetírtelo de nuevo. Ya sabes lo que puedo hacer. La próxima vez no voy a ser tan considerada. Ni lo sueñes. Te voy a dar una lección que no vas a olvidar jamás.

Polvo de estrellas en la casita de Lu

Soñé que volaba a través del cielo azul contigo, más allá del infinito. Soñé que me esperabas al otro lado del arcoíris. Soñé que recorríamos juntos el camino de baldosas amarillas. Soñé que era feliz a tu lado, que había historias que empezaban con tan solo una palabra. Y sin embargo, olvidé que los sueños son sueños y que a veces no se cumplen.

Firmado: Lu

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