Fetish

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Capítulo 60

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Capítulo 60

Revistas ilegales de sexo: FETISH, Bound, S amp;M, Hookers. Revistas ilustradas de bondage para aficionados. Violentos retratos de actos sexuales forzados. Estaban todas apiladas en el armario de Ed, escrupulosamente ordenadas por fechas, al menos de los últimos diez años. La revista favorita de Ed parecía ser FETISH, una publicación especializada en pies femeninos y zapatos perversos. Andy buscó entre las revistas. Encontró poco polvo, pero sí una carga sin abrir de película Polaroid 600.

- Buscad fotos de Polaroid -avisó-. Y la cámara. Cuidado con las huellas.

Hunt y Hoosier asintieron a la vez.

Un paño negro cubría varias formas extrañas al fondo del armario. «¿Y ahora?» Andy hizo que el fotógrafo de la policía captase la disposición antes de quitar lentamente el paño. Tres tarros. Grandes y con un líquido turbio. Contenían algo.

El estómago de Andy se encogió. Cada tarro contenía un pie humano entero cortado limpiamente por debajo de la pantorrilla.

«Cristo.»

Los pálidos pies estaban arqueados con elegancia inerte, también con las uñas pintadas de rojo chillón, todos en perfecto estado de conservación flotando en formol. Andy sintió que una insensibilidad familiar lo invadía y anestesiaba sus nervios. Sería completamente inútil para Makedde si perdía su objetividad. «Sin miedo. Sin asco. Siempre clínico. Siempre profesional.»

El flash se puso otra vez en marcha para registrar el hallazgo.

- Les hace la pedicura -comenzó Andy-, con el mismo esmalte, pero sólo a los pies y dedos que guarda. Los que le gustan. Una pedicura post mórtem. Encontrad el esmalte rojo. Queremos todo lo que podamos encontrar -como si lo hubiera pensado después, añadió-: El esmalte es de su madre.

- No sabemos si se la ha llevado -dijo Jimmy mirando de cerca la cara de su compañero-. Podría haber huido sin más.

- ¿Que no se la ha llevado? ¡Tiene que ser una puta broma!

- Skata! Lo siento, compañero. Son los hechos. Hará lo que tenga que hacer. Tú sólo estás elucubrando. No podemos saberlo. -El pelo negro de Jimmy estaba desordenado y su piel aceitunada aparecía pálida-. ¿Podemos hablar un momento? -preguntó en un susurro.

Andy asintió y siguió a Jimmy fuera de la habitación de Ed, a la privacidad ofrecida por un pequeño baño. También se veía limpio, y era el único espacio que no estaba atestado de policías con bolsas de pruebas. Andy quería que alguien se pusiera ya a buscar, pero Jimmy seguía hablándole en voz baja.

- Este demente es obsesivo de narices. Supongo que está obsesionado contigo. Mató a tu mujer, te tendió una trampa. Debe de tener alguna clase de refugio o santuario, o algo así. Cuando lo encontremos, eso hará que tú quedes limpio.

Andy no estaba para preocuparse por eso. Necesitaba impedir que Ed volviese a matar.

- Y -continuó Jimmy-, si se reduce a eso y no encontramos nada semejante…

Sacó del bolsillo una pequeña bolsa con cierre y la señaló. Tenía una alianza familiar.

Los ojos de Andy se abrieron como platos.

Al oír pasos, Jimmy guardó rápidamente la bolsa. El inspector Kelley pasó a su lado y se paró.

- Inspector… -Andy se había puesto a sudar.

- Flynn, me han dicho que estaba aquí. Hace una semana lo relevé de este caso y la muerte prematura de su esposa debería ser un motivo añadido para que siga apartado. -Hizo una pausa-. ¿Va armado?

- Eeh… sí, señor. -La pregunta lo sorprendió-. El Smith amp; Wesson 38 de Jimmy.

- Le he traído su Glock.

Kelley le dio su modelo 17.

- Gracias, señor -dijo, intentando no revelar su estupefacción.

- No dé nada por supuesto. Hablaremos de esto más tarde.

- Sí, señor.

La mirada del inspector Kelley permanecía fija en él.

- No baje la guardia -le avisó-. Este demente podría ir por usted. No creo que sea prudente por su parte andar rondando por aquí. Lo mantendremos informado.

Con eso, Kelley desapareció en el interior de la habitación de Ed. El inspector se cubría las espaldas, pero no lo echaba. Andy sabía que tenía que moverse con precaución.

En la apestosa sala todo el mundo parloteaba. Habían llegado más policías. Oyó que alguien decía:

- ¿Crees en la numerología? ¿Sabes lo que es 18? Es 6-6-6.

Entonces una voz gritó mucho más alto desde la habitación de Ed.

- ¡Eh, he encontrado algo!

El aviso provenía de Hunt, que estaba medio encajado en el armario de Ed buscando entre la colección de revistas.

Andy corrió al dormitorio intentando sin éxito mantener un semblante tranquilo. «¿Adónde se ha llevado a Makedde?» Y de pronto se le echó encima Kelley, que le cerraba el paso.

- ¡¿Qué?! -gritó Andy.

- No debería estar aquí, Andy.

El inspector Kelley le sujetaba firmemente por los hombros. Detrás de la alta figura de Kelley, Andy captó por un momento la mirada de Hunt. El agente tenía los ojos desenfocados y la sangre había huido de su rostro. Desvió con rapidez la mirada de la de Andy y se volvió, mientras levantaba instintivamente una mano hacia la boca para contener el vómito.

El edificio de apartamentos Redfern estaba iluminado como un baile gracias a los destellos de los flashes en el aire de la noche. Los fotógrafos y los equipos de televisión se arremolinaban en el exterior intentando desesperadamente atravesar la barricada para hacerse con una historia en exclusiva. Un helicóptero de periodistas volaba en círculo sobre ellos. Andy miraba el alboroto desde un poco más abajo, en su coche. Kelley había enviado a alguien a recoger el Honda, otra manera de decirle a Andy que se fuese a casa.

Había más de cien fotos de Polaroid entre las páginas de la colección de FETISH de Ed. Pechos. Torsos. Pies. Trozos de cuerpos. Todos en diversas fases de la vida y la muerte. En diversas fases de la tortura. Las fotos de vivido color eran peores que cualquier foto tomada en la escena del crimen que hubiese visto. Captaban los últimos esfuerzos de cuerpos sin rostro, contorsionados y tensos por la agonía de una autopsia en vivo.

Ya había pruebas suficientes para encerrar a Ed Brown para siempre. Pero eso era escaso consuelo para Andy Flynn. Permanecía muy quieto en su coche, con una hamburguesa enfriándose sobre el salpicadero. No tenía ganas de comer. En ese momento, nadie que hubiese visto las Polaroid podría comer. No tenía hambre ni estaba cansado, aunque hacía una semana que no dormía ni comía como es debido. Había estado vigilando a Makedde durante días, protegiéndola, y luego, como un idiota, la había ignorado.

Faltaba alguna cosa, algo que indicara el camino. Tenía que pensar. Las revistas, los zapatos, los trozos de cuerpos; nada de eso estaba bien escondido. La madre de Ed habría podido encontrarlo, pero él debía de confiar en que nadie más iba a ir a mirar.

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