Fetish

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Capítulo 11

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Capítulo 11

Makedde sostenía una falda negra delante de ella frente al espejo de cuerpo entero intentando decidir qué ponerse para ir al club The Space. Ladeó la cabeza y se fijó en el bajo. «¿Demasiado corta?»

Si se ponía medias opacas la falda serviría. Con una minifalda y su top azul oscuro se fundiría con la atmósfera del club. Enfundó sus piernas desnudas en unas medias oscuras con mucho cuidado de no romperlas con las uñas y se subió la falda por encima de las caderas. Para redondear el conjunto escogió un par de cómodas botas de medio tacón con cordones que le llegaban hasta las pantorrillas. Se echó un abrigo por encima, miró si llevaba dinero en los bolsillos y apagó las luces. Aventurarse sola en la noche la ponía un poco nerviosa. Le habría gustado contar con un buen spray repelente de esos canadienses, pero estaba prohibido en Australia. Tendría que confiar en pensar deprisa o en una patada rápida y malintencionada.

Makedde siguió la atronadora música de baile desde casi una manzana de distancia y llegó al exterior de The Space casi a medianoche, cuando el ambiente estaba empezando a animarse.

Los modernos y los noctámbulos habían salido de su letargo, ruidosos y listos para jugar. Cuero, PVC, microminis y mallas parecían ser el uniforme del momento. Mak se sintió bastante insulsa con su atuendo.

Una cola de cerca de treinta personas serpenteaba hasta la puerta. En cuanto Makedde se puso al final de la fila un monumental depósito de testosterona con la cabeza rapada la llamó para que se pusiera delante. Después de mirar a su alrededor para confirmar que efectivamente se dirigía a ella, fue pavoneándose hasta la puerta y le dirigió una sonrisa sensual. No tenía sentido hacer cola si no era necesario.

- ¿Modelo? -gruñó él.

Apestaba a cigarrillos y colonia barata.

- Sí.

La observó con gesto de aprobación y eso hizo que la piel de Mak se erizase, pero no perdió la sonrisa.

- ¿Qué agencia?

- Book -contestó ella.

Una vez pronunciadas las palabras mágicas, le abrió la puerta. Mientras entraba con cuidado en el club lleno de humo él le masculló algo incoherente y luego cerró la pesada puerta tras ella. Los sentidos de Mak fueron asaltados de inmediato por el martilleo de muchos decibelios de música dance y por el tufo de sudor de los cuerpos que se movían a su ritmo. Una barra larga e iluminada con neones era atendida por cuatro atareados camareros inflados a base de esteroides y con pequeños chalecos de cuero negro. Por un momento se preguntó si había caído en una auténtica fiesta sadomasoquista, pero observando la multitud que bailaba llegó a la conclusión de que probablemente sólo era una cuestión de moda, y seguramente no se la iban a llevar de repente para azotarla.

Con algo de esfuerzo vislumbró a través del humo el motivo que la había llevado allí: las fotos. Al fondo había una zona de exposición con grandes fotos en blanco y negro. Haciendo quiebros entre la arremolinada multitud, se dirigió hacia ellas. Cuando miró hacia abajo para bajarse un poco la falda recibió un fuerte codazo en la mandíbula. Podía haber sido cualquiera de los agitados miembros de las varias personas apretujadas contra ella. Levantó los puños frente a su cara en posición de guardia de boxeo y continuó hacia la pared del fondo. Cuando por fin consiguió emerger por el otro lado de la masa danzante descubrió que había más personas sentadas alrededor de mesas, que intentaban mantener conversaciones consistentes en poco más que movimientos de manos. Era un alivio dejar de moverse, así que se limitó a quedarse quieta durante un momento, y no tardó en arrepentirse. Alguien la cogió por un hombro.

Makedde dio un respingo por la sorpresa y se volvió para mirar al hombre a la cara. Tenía el puño apretado y preparado por si lo necesitaba, y todo el cuerpo en tensión. Tardó varios segundos en reconocer quién era.

- Ah, Tony. ¿Cómo estás?

Confió en no parecer asustada por su repentina aparición.

- Bien. ¿Cómo te va? -gritó él por encima del estruendo, enviando una nube de aliento de cerveza rancia directamente a la nariz de Mak.

- Bien. Me han hablado de la exposición. En la agencia echan pestes de ella -dijo Mak.

- ¿De verdad? -Su rostro se iluminó-. ¿Ya la has visto entera?

- No. Acabo de llegar.

- Déjame enseñártela.

Ella consiguió esbozar una sonrisa y él la llevó de la mano hasta la primera de las fotos. Makedde se sentía claramente incómoda. Quería saber por qué la exposición de Tony había despertado tantas sospechas, pero no esperaba una visita personalizada.

Su mente descartó diversas excusas: «¿Tengo unos amigos esperando? ¿Tengo una sesión mañana muy temprano? ¿Soy alérgica al humo?». Entonces ¿para qué había ido hasta allí? «Buena pregunta.»

La primera foto respondió inmediatamente a sus preguntas acerca de la exposición. Presentaba a una joven desnuda y atada con una gruesa cuerda. Su largo pelo moreno le caía sobre la cara y las cuerdas que le rodeaban la cabeza mantenían la melena en su sitio. El cuerpo sin rostro estaba atado tan apretadamente que era posible ver cómo la cuerda se clavaba dolorosamente en la carne de la mujer.

Makedde no encontraba palabras.

- Se trata de Josephine. Una bailarina profesional -fanfarroneó Tony.

Ella contestó su mirada interrogante con una sonrisa neutra. Él la llevó hasta la siguiente foto.

- Ésta también es Josephine.

Observó fijamente la expresión de Makedde mientras ella miraba la foto. Presentaba el mismo cuerpo sin rostro, con las manos atadas tras la espalda de la mujer, que llevaba un apretado corsé de cuero y zapatos con tacones de una altura imposible. Sus pies estaban tan arqueados por la forma de los zapatos que sus tobillos parecían doblarse sobre sus dedos. Los pechos de la mujer escapaban por encima del escote y sus caderas desnudas sobresalían bajo la presión del pequeño corsé. El cuerpo estaba contorsionado en una lucha silenciosa y agónica con sus ataduras. Más que excitante el efecto era inquietante. Una pequeña atadura por diversión no molestaba a Makedde. Pero aquella clara representación de un dolor deliberado era preocupante.

«Fantasías sádicas. ¿Hasta dónde lo llevará en la vida real?»

- Me encanta lo que has conseguido con el revelado -comentó de manera vaga-. Los tonos sepia y tabaco complementan muy bien la atmósfera…

- Gracias -exclamó él con orgullo-. Sentí que resaltaba la textura del cuero en esta foto.

Arrastraba un poco las palabras y la palabra «textura» se había convertido en «deshthura». No se molestó en corregirse.

La policía estaba presionando a Tony por un buen motivo. Él había elegido el lugar para la sesión de La Perouse y podría haber conocido la relación de Mak con Catherine. También tenía clara afición a las parafilias. Mak tenía que descubrir alguna cosa más.

Después de ver las imágenes, presentadas con gran estilo, de ataduras, dominación y sexo sadomasoquista que constituían el resto de la exposición se sentó con él junto a una de las mesas. Con una nueva cerveza en la mano, Tony comenzó a contar a voces que los de la policía «no reconocerían el arte aunque les trepara por una pierna por el interior de sus pantalones y les mordiera donde más duele».

- Tony, recuerdo que después de que encontráramos a Catherine te vi discutiendo con un detective. Él tenía tu cámara. ¿Qué pasaba? -preguntó ella sin aparentar demasiado interés.

- Menudo gilipollas. El detective Wynn…

- ¿Flynn?

- Eso es. Ese capullo se llevó todos los carretes de la sesión como prueba. El cliente flipó.

- ¿En serio? ¿Para qué querría los carretes?

Era evidente que Tony aún estaba disgustado por ello.

- Que me follen si lo sé. -Su cara se contorsionaba al hablar-. Menudo pedazo de gilipollas.

«¿Qué estás ocultando, Tony?»

- ¿Todavía tienen abierto tu caso?

- Sí. -Tony cambió de tema-. Así que, eh, eres canadiense, ¿no?

- Eh. Muy bien. -Si le dieran un dólar cada vez que alguien hacía una gracia con una expresión canadiense sería una mujer muy rica

[1]-. Entonces, ¿veías mucho a Catherine antes de que… muriese?

- Qué va. ¿Has venido con alguien?

Makedde lo vio venir.

- No -contestó con franqueza.

- Hmm -murmuró él. Ella podía ver el movimiento de los engranajes de su mente ebria-. ¿Te interesaría hacer una prueba? Podríamos hacer fotos de lo que quieras: cabeza, cuerpo… lo que quieras.

- Huy, no. Ahora tengo muchísimas fotos en mi book. Gracias de todos modos. -Makedde apartó su silla-. Me tengo que marchar… eeh… Una sesión mañana a primera hora.

- ¿Quieres que nos veamos algún día? Quizá…

Ella lo cortó rápidamente.

- Salgo con alguien.

«Conmigo misma.»

- Podríamos ir a tomar un café o algo -insistió él.

Ella ya estaba de pie y caminando cuando repitió:

- No, gracias.

- Yo no maté a esa estúpida zorra -oyó cómo él decía a su espalda-; me cago en la puta…

Le lanzó una mirada asesina por encima de un hombro y susurró:

- Me voy.

Se abrió paso entre la multitud. A su espalda, oyó a Tony gritar:

- ¡Lo siento, Macayly! ¡No quería decir eso! ¡Lo siento!

- Es Makedde, cretino -murmuró ella mientras avanzaba entre la masa de cuerpos danzantes-. Ma-key-di.

Se lanzó a través de las puertas del club hacia el frío y vivificante aire de la noche. El viento frío que azotaba la calle fue un alivio que agradeció. Sacudió la cabeza y llamó al taxi más próximo. En menos de una hora, Tony había conseguido situarse en el primer puesto de la creciente «lista de gilipollas» de Makedde.

Acababan de dar las dos cuando el taxi dejó a Makedde frente al edificio de apartamentos del paseo Campbell. Dio una propina al taxista y se arrastró hasta el exterior del taxi sin dejar de pensar en el irrespetuoso comentario de Tony. Estaba demasiado cansada para pensar correctamente. Fuese por el jet lag o por la hora, se estaba quedando sin baterías, como un viejo juguete que se para.

Notó el desagradable olor de tabaco viejo que se le había pegado al pelo cuando abrió la puerta del portal y entró. Subió cansinamente los escalones, concentrada en la imagen de su cálida cama.

«Espera; no dejé la luz encendida.»

Makedde retrocedió casi trastabillando y se quedó muy quieta pegada a la pared. Había alguien en su apartamento. Oía los movimientos. En silencio, se tapó la boca como si así pudiese silenciar su respiración. Escuchó.

Había alguien allí.

«Asesino.»

¿Quién? No tardó mucho en decidir que no quería encontrarse con el intruso a solas y retrocedió de puntillas por la desvencijada escalera tan silenciosamente como pudo. ¿Y si el intruso la oía? ¿Qué le haría? ¿Había esperado que estuviese fuera a esa hora de la noche o quería encontrarla en casa durmiendo?

Echó a correr.

Makedde salió disparada a la calle e hizo un sprint hacia la cabina de teléfono. Cuando llegó pensó que estaba demasiado cerca y siguió corriendo.

Desde el extremo norte de la playa de Bondi, Makedde marcó hecha un manojo de nervios el número del móvil del detective Flynn. No tenía ganas de contar su vida a una telefonista, o quizá le gustó la idea de tener una excusa para despertar a Flynn a esas horas. En cualquier caso, él contestó al segundo timbre. Hubo un momento de silencio y luego un sonido ronco y somnoliento recorrió la línea.

- Flynn.

- Detective Flynn, siento despertarlo -«o no»-; tengo una urgencia. Eh… no han venido más detectives a registrar mi casa, ¿verdad?

- ¿Qué? No. -Hizo una pausa-. Es usted Makedde, ¿no?

- Sí. Ya me imaginaba que no habrían venido a una hora tan rara -dijo tontamente-. Alguien ha entrado en mi apartamento. Está allí ahora.

De pronto el detective sonó más despierto.

- ¿Dónde está usted? ¿Se encuentra bien?

- Sí. No he entrado. Cuando llegué a casa hace unos minutos las luces estaban encendidas. He salido corriendo a buscar una cabina.

- Ha hecho usted bien. Dígame dónde está y haré que alguien vaya ahí en cuestión de minutos.

Mak le explicó desde dónde llamaba y colgó. Se deslizó apoyada en la pared de la cabina hasta sentarse en el frío suelo de hormigón. Sus medias oscuras tenían una larga carrera en un muslo. Las partículas de humo parecían estar bajo sus uñas e incrustadas en su piel.

A los pocos minutos llegó un coche de policía. El conductor era una mujer de aspecto despierto, con el pelo corto y rubio y los labios finos. Su compañero era un robusto agente con aspecto de pizza boloñesa. Daba la impresión de que cuando se pusiera de pie sería bastante alto y amenazador, y en las circunstancias actuales eso hizo que Mak se sintiese segura. Subió al asiento trasero y los agentes le preguntaron qué sucedía. Ella les explicó rápidamente la situación y su implicación en el caso del asesinato de Catherine Gerber.

Makedde observó el paseo. Las calles estaban desiertas, como se podía esperar pasadas las dos de la madrugada de un lunes de pleno invierno. Se acurrucó en el asiento mientras se dirigían hacia el edificio, y al acercarse vio que la luz seguía encendida.

- ¿Cuál es su apartamento? -preguntó el agente.

- El de las luces encendidas. Es el número seis.

- ¿Nos da sus llaves, señorita?

Makedde se las entregó y los agentes cerraron el coche y cruzaron la calle mientras Mak se hundía hasta donde podía en el asiento. Apoyó la nariz en la ventanilla y se quedó observando cómo los dos policías uniformados entraban en el edificio. Por la ventana iluminada no se veía a nadie y no oyó ruidos de pelea. Poco después se abrió la puerta de la calle y salió la agente. Fue hasta el coche mientras Makedde bajaba de él.

- No hay nadie en el apartamento, señorita. Pero podrían haberlo registrado. Es difícil estar segura.

Makedde casi lamentó que no hubiesen encontrado a nadie. Se sintió un poco avergonzada, como si pudiese estar tan cansada como para no recordar si había dejado la luz encendida o no. Estaba segura de haber oído movimientos. ¿O no?

Agotada, subió la escalera y vio que la carrera de sus medias había avanzado varios centímetros. La puerta número seis estaba abierta, y cuando estaba a punto de autofustigarse por haberse precipitado con la llamada vio el apartamento.

Lo habían puesto patas arriba.

Todas las bolsas de ropa que había preparado las habían vaciado en el suelo. Las camas estaban rajadas y todos los armarios y cajones, abiertos. El joyero de Catherine estaba del revés y parecía roto. Jerseys, vaqueros y ropa interior aparecían esparcidos por todas partes, revueltos con papeles y joyas.

- ¿No están seguros de que haya entrado alguien? -preguntó Mak con incredulidad.

La policía rubia se volvió hacia ella y dijo:

- No podíamos estar seguros. Se sorprendería si viera cómo viven algunas personas.

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