Fetish

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Capítulo 69

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Capítulo 69

Una extensión de resplandecientes nubes blancas, un interminable paisaje ártico suspendido en el aire, suaves cojines de niebla que los acunaban mientras volaban tranquilamente sobre el Pacífico. Volar nunca había preocupado a Makedde, pero la mano de su compañero aferrada al brazo del asiento no le pasó inadvertida.

- ¿Estás bien, papá? -murmuró a través de su poco cooperante mandíbula.

Él se volvió, pálido y sobresaltado.

- Estás despierta.

- Sí. Por nada del mundo me perdería la vista.

- Sabía que querrías el asiento de la ventanilla -dijo él intentando parecer tranquilo.

- Yo sabía que no lo querrías. Aún no puedo creerme que cruzases el planeta en avión para venir a buscarme.

Él la miró con aire cansado.

- Creo que me gustaba más cuando no podías hablar.

Makedde aún no podía hablar bien del todo, pero en las últimas semanas había ido mejorando. Podía irse a casa una temporada, pero todavía no había acabado. Habría una vista preliminar y casi con toda seguridad un largo juicio. Tenían pruebas irrefutables de que Ed Brown era un asesino pero, como sucedía con muchas víctimas, la policía tardaría meses en completar el caso. No sabía cuándo tendría que volver.

Makedde se había enterado de que el hombre que la secuestró y atacó tenía intención de acogerse a la ley McNaghten y alegar irresponsabilidad por enfermedad mental. Ya había un psiquiatra forense que creía que el trastorno psicosexual de Ed Brown se manifestaba en un impulso de matar mujeres con zapatos de tacón alto. Para Ed, cualquier mujer con zapatos de tacón era una puta, y era necesario matar a todas las putas para curarlas de su promiscuidad.

A la luz de su insana relación con su madre, esa defensa era sostenible. La base para la locura legal era la delusion, y ese tipo de engaño, si era auténtico, era suficiente. De todos modos, el sadismo de Ed, los métodos precisos y el contacto sexual con sus víctimas apoyaban una visión muy diferente: alguien que asesina premeditadamente para satisfacerse sexualmente y no alguien que busca una ilusoria «cura» para pecados imaginarios. No era un psicópata de libro pero, por otra parte, ¿realmente era un demente? El jurado tenía la última palabra.

«Deshazte de él, Makedde, sácalo de tu cabeza.»

El vuelo a casa fue cómodo, con espacio de sobra para las piernas y mucha lectura. El Sydney Morning Herald y el Telegraph estaban sobre su regazo. Cada día había aparecido un artículo sobre los asesinatos del zapato de tacón, pero ya no salían en portada. Mak estaba más interesada en un artículo sobre el antes poderoso heredero del imperio de suministros quirúrgicos Tiney y Lea, cuya esposa había pedido el divorcio y le reclamaba judicialmente todo lo que tenía. Pobre James Tiney Jr. También a él lo habían degradado. Al parecer su padre, que era consejero de la AMA y tiempo atrás había sido un cirujano de gran categoría, era ultraconservador. No se tomó bien la noticia del adulterio de su hijo.

- Tiney Junior. No me extraña que tuviese complejo de Napoleón.

- ¿Qué?

- Nada, papá.

Una azafata con un peinado impecable recorrió la primera clase ofreciendo consumiciones.

- Nunca habías volado en primera, ¿verdad, papá?

- No -contestó él mirando con determinación la bolsa para vomitar que había en el bolsillo del respaldo del asiento delantero.

- ¿Ves todo lo que hago por nosotros? Si no, estaríamos encajonados ahí atrás junto a los lavabos, oyendo cómo tiran de la cadena cada treinta segundos. Y quizá ni siquiera llegaríamos a casa a tiempo para el nacimiento.

- Sí. Llevarte en una silla de ruedas con ese precioso dedo gordo y esas pestañas aleteantes es una combinación impactante. Por no hablar de eso que llevas alrededor del cuello.

- Es un cabestrillo, papá.

Tendría que llevarlo hasta que se le curase la clavícula. Había sido decorado artísticamente con algunos mensajes selectos de Andy, Loulou e incluso Charles, garabateados con rotulador. Recordaba el de Andy: «Por favor, mantente en contacto. Te quiero, Andy». «Ya veremos -pensó para sí-. Ya veremos.»

- Voy a ser abuelo -dijo su padre.

Ella sonrió.

- Y yo la tía Mak.

Pensó en su familia. Y en la de Ed. Le había afectado ver la vieja foto de Eileen Brown. Mak se parecía mucho a la madre de Ed cuando era joven. También habían encontrado una copia de su foto con Cat en la cartera de Ed. Andy debió de tranquilizarse mucho al saber que Ed ya estaba obsesionado con Makedde antes de que él se relacionara con ella. De todos modos tenía la sensación de que él nunca iba a perdonarse por no encontrarla antes. Y ella nunca podría perdonarse por no haberlo creído. A pesar de su carácter y de que tuviera un móvil, cuando en el registro del dormitorio de Ed apareció la alianza de oro de Cassandra Flynn no quedó duda alguna sobre su inocencia.

Andy se preocupaba por ella, y ella por él, pero entre ambos había muchos problemas, y ahora también distancia.

«Se acabó el miedo. El miedo es peor que la propia muerte.»

- Ahora nada me asusta. De ahora en adelante, el que se meta conmigo estará frito.

- Frito, ¿eh?

- Como una torrija. Además, ¿llevo escrito en la frente «imán para psicópatas» o qué? Entre Stanley y Ed he quemado cuatro vidas de mal karma. Ahora debería ser tan afortunada que los milagros saltarán de las puntas de mis dedos…

Una sacudida inesperada la dejó a media frase.

El avión perdió presión durante un segundo o dos. A Mak le pareció que su estómago ascendía hasta el techo y volvía a caer. Inmediatamente cogió la mano de su padre y la sujetó con fuerza.

El avión se estabilizó rápidamente y el indicador del cinturón de seguridad comenzó a parpadear sobre sus cabezas. A su alrededor, la tensión se relajó por todo el avión y se reanudaron nerviosamente las conversaciones. Padre e hija siguieron con las manos cogidas con fuerza mientras a su alrededor sonaban los cierres de los cinturones de seguridad.

En ese momento, ella encontró la respuesta.

«¿Makedde ya no atrae a los psicópatas?»

«No estés tan segura. Aún te queda un viaje agitado.»

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