Fetish

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Capítulo 3

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Capítulo 3

Un taxi llevó a Makedde hasta unas vulgares puertas marrones con la leyenda «Instituto de Medicina Forense de Nueva Gales del Sur». Se preguntó cuánta gente pasaría cada día frente a la discreta fachada sin darse cuenta de que era la morgue.

Mak no había mostrado mucho valor el día anterior y no tenía intención de que volviera a pasarle lo mismo. No era que nunca hubiese visto un cadáver antes. Había acompañado a su padre a la morgue muchas veces cuando era más joven. Como era el detective más respetado de la isla de Vancouver tenía vía libre para llevar a Makedde adonde ella quisiera; y a pesar de su corta edad enseguida demostró un gusto poco habitual por lo macabro. Le rogaba que la llevase a la comisaría o a la morgue de la ciudad igual que otras niñas pedían una Barbie o más dinero. Pero él la había mantenido intencionadamente apartada de las escenas más espantosas; en lugar de eso, había asistido al levantamiento de esqueletos pelados encontrados en el bosque años después de su muerte, o de los amables y tranquilos cadáveres de los fallecidos por muerte natural.

Makedde nunca había visto a una persona muerta que tuviera el aspecto y el olor de una muerte tan horrible y violenta como la de la chica que había descubierto el día anterior. Una chica hermosa, que quizás había sido Catherine, yacía fría y sin vida en un refrigerador al otro lado de las puertas marrones que tenía delante. Había perdido a dos de las personas más importantes de su vida en sólo seis meses. Lo que hizo que Makedde fuera consciente de la impresión que causa la muerte no fue a causa de las excursiones a la morgue. Había sido su madre quien sin querer le había enseñado esa dura lección, y ahora lo hacía Catherine.

Con un temor amargo agarrado a la boca del estómago, Makedde se armó de valor y cruzó la puerta principal. «Puedo hacerlo.» Un reloj con esfera blanca le indicó desde lo alto de una pared que eran las diez y media. El detective Flynn la había visto entrar e iba a su encuentro.

- Señorita Vanderwall, gracias por venir. Esto debería ir rápido. Acompáñeme, por favor -dijo tranquilamente.

Ella lo siguió a través de una puerta señalizada con el cartel «Sala de espera de familiares» sin casi prestarle atención. Estaba completamente concentrada en la horrible visión que la esperaba en la sala de identificación. El detective Flynn cerró la puerta cuando hubieron entrado, y se sentaron en las sillas grises. La sala de espera era intencionadamente agradable, con paredes cálidas de color crema y algunas plantas. Le recordó la sala de apoyo psicológico del Hospital General de Vancouver, donde unos cuantos asistentes sociales se habían esforzado por ayudar a Makedde y a su familia a sobrellevar la larga y dolorosa batalla contra el cáncer de Jane Vanderwall.

Había otra puerta cerrada frente a ellos y se oía movimiento al otro lado. El corazón de Makedde dio un vuelco ante el sonido de una rueda metálica chirriando detrás de la puerta.

«Está tumbada en un frío carro metálico; indefensa.»

Unos minutos más tarde entró un hombre con el pelo de color jengibre, identificado como Ed Brown por su placa, y les dijo que estaba «preparada». Abrió la puerta de la sala de identificación y Makedde entró en ella como si estuviese en trance.

Era diferente de lo que había esperado. Estaba preparada para una ventana con vidrio y cortina y un tipo con bata que apartaría la sábana, pero no había nada de eso, sólo una pequeña mampara de madera entre Makedde y su amiga muerta.

El auxiliar se dirigió a ella con voz asexuada y tranquilizadora.

- He dejado un brazo descubierto para usted, por si quiere tocarlo. También le puedo dar un mechón de pelo. Pídalo si lo quiere. Le sorprendería saber cuánta gente lo desea.

«Tocarlo.»

Makedde la miraba fijamente en silencio.

- Ahora las dejo. Tómese todo el tiempo que necesite.

Tras eso, el auxiliar se marchó y dejó a Makedde y al detective Flynn solos en la habitación, con una muñeca de porcelana fría y silenciosa.

Makedde habría sido una ingenua si no hubiese admitido que era Catherine, con esa cara antes llena de vida, la que estaba a unos centímetros de ella.

La cara de Catherine no tenía color, su cuerpo estaba cubierto por varios cobertores verdes y blancos, y un verdugo cubría su cráneo como un chador. El hedor de la muerte que flotaba sobre la hierba la tarde anterior era un poco menos fuerte, pero el intenso olor del aceite de melaleuca no había conseguido ocultarlo por completo.

Una mano colgaba inerte fuera del carro metálico pidiendo que la tocaran. Había profundas marcas rojas alrededor de la muñeca.

«Tocarlo.»

Makedde apartó la vista.

El detective Flynn apoyó levemente la mano sobre su hombro.

- ¿Está usted bien? -Makedde no contestó-. ¿Es éste el cuerpo de Catherine Gerber?

- ¿Puedo ver su pelo? Tenía un pelo oscuro largo y precioso. Parece distinta con el verdugo.

- Me temo que le han afeitado la cabeza. Todas las víctimas de asesinato tienen la cabeza afeitada. Las heridas de su cabeza son bastante grandes.

Sonó como si pidiera perdón.

- Ah.

- ¿Puede confirmar de manera concluyente que éste es el cuerpo de Catherine Gerber?

Makedde hizo una pausa y miró en silencio la figura con aspecto humano que yacía ante ella.

- Sí.

Las lágrimas hicieron acto de presencia. Intentó contenerlas, pero subieron hasta sus ojos y luego se deslizaron en silencio por sus mejillas.

- Gracias, señorita Vanderwall. Puede quedarse un rato si lo desea. No hay prisa. Estaré esperándola al otro lado de la puerta cuando esté lista.

Makedde oyó cómo se cerraba la puerta a su espalda. Se quedó tan apartada del cuerpo como pudo. Retrocedió hasta una silla y se sentó. Con la visión borrosa advirtió la presencia de una pantalla de televisión en el rincón superior derecho de la sala de identificación. Le pareció un lugar extraño para un televisor. Durante un instante se imaginó a Catherine abriendo los ojos para ver un programa, como una persona que se despierta de la anestesia en una habitación de hospital. Makedde sospechó que la pantalla era para la identificación de cuerpos tan descompuestos o infectados que deben estar en otra habitación. Con la mitad de sus vísceras esparcidas por la hierba, los insectos y otros animales habrían ido deprisa con Catherine. Podría haber desaparecido casi por completo para cuando la encontraran.

¿Era eso lo que quería el asesino? Si hubiera sido así habría escogido un lugar más escondido. No, quería impresionar. Quería que la encontraran pronto.

Se levantó y fue hacia el cuerpo de Catherine Gerber.

Hacia esa mano.

Desconsolada, Makedde se armó de valor, tocó la mano y la sostuvo con ternura. Estaba fría.

- Adiós, amiga querida -dijo en voz baja. Antes de irse susurró una última frase-: Te prometo justicia. Catherine. Te lo prometo.

Salió de la habitación con la certeza de que su amiga se había ido. No estaba en un carro en la sala de identificación de la morgue. No estaba a punto de ser encerrada en una bolsa con cremallera dentro de un frío refrigerador.

Estaba en algún otro lugar… algún lugar mejor.

Makedde cambió su cerebro al modo profesional, se distanció, tanto como fue capaz, de los horrores de la realidad. En la morgue hacía un frío estéril que le iba calando en los huesos a medida que pasaba más tiempo entre sus paredes. Se moría de ganas de irse, pero primero debía cumplimentar el impreso de declaración P443 y tenía algunas preguntas para el detective Andrew Flynn.

Cuando habló, notó la garganta rígida.

- ¿Cuándo la verán sus padres adoptivos? Está muy lejos de Canadá.

Él contestó con una sensibilidad impersonal fruto de años de práctica.

- Les entregaremos el cuerpo tan pronto como sea posible.

Mak conocía a los padres adoptivos de Catherine. Ninguno de los dos estaría precisamente ansioso por asegurarse de que las cosas se llevaran de manera adecuada. En algún momento el cuerpo de Catherine volaría por encima de algunos continentes en un contenedor estándar y frío hacia un funeral reducido y económico.

Makedde leyó el impreso.

«Esta declaración que hago establece con precisión que, si fuere necesario, estaré preparada para aparecer ante un tribunal en calidad de testigo.»

- ¿Tendré que quedarme para el juicio? -preguntó.

- Tendrá que estar aquí para el juicio, pero no tendrá que estar aquí hasta el juicio. Puede llevarnos algún tiempo concluir la investigación. Nos ocuparemos de su vuelo desde Canadá si es necesario.

- Aún no me marcho -dijo Makedde con firmeza.

- Bien.

Siguió con la lectura del impreso.

«Mi relación con la fallecida es…»

«Amiga. Mi mejor amiga.»

Su mente se trasladó hasta aquella mano inerte y fría.

- He visto que tenía marcas de ataduras en la muñeca.

- Sí.

Makedde le dirigió una mirada que claramente pedía más información. Como él no le respondió, dijo:

- Ese tipo la ató, ¿no?

- Sospechamos que estuvo atada.

Atada.

- ¿Con qué? No parecía una cuerda ni un cable -siguió sondeando.

El detective la miró con extrañeza, y ella se dio cuenta de que lo que decía podía sonar muy raro, o incluso sospechoso, para alguien que no supiera que era estudiante de psicología forense y que se había criado en una casa donde el crimen era tema de conversación habitual durante la cena.

Cambió de tema.

- ¿Necesitará a alguien más para la identificación? Me temo que debo de ser lo más parecido a un familiar que podrá encontrar. Sus padres adoptivos no le tenían mucho… -«cariño». Buscó una manera cortés de decirlo-: Apego. No estaban muy unidos.

- En este momento usted es todo cuanto tenemos. Apreciamos su colaboración.

- Esto no me parece un asesinato corriente -dijo intentando provocar una reacción-. Supongo que no ven esa clase de… daños en sus asesinatos habituales en Sidney.

El detective Flynn se volvió hacia ella y dijo muy serio:

- No hay nada corriente en ningún asesinato, señorita Vanderwall. Esta investigación es totalmente prioritaria para mí.

La vida de Catherine lo exigía.

Horas más tarde Makedde había vuelto al apartamento de Bondi Beach, pero no estaba sola.

- Vuelvo a decirle que siento tener que hacer esto -dijo el detective Flynn mientras un pequeño equipo de investigadores forenses caía sobre el alojamiento de Makedde-. Le agradezco que nos dé su permiso. De verdad que es importante hacer esto lo antes posible.

- Ya entiendo que las circunstancias son inusuales.

Y lo eran. Mak no sólo era la conexión más inmediata con la víctima y testigo del descubrimiento del cuerpo, sino que además se alojaba en el apartamento de la fallecida.

- ¿Van a espolvorear?

- Sí.

El apartamento no tardaría en estar hecho un desastre. El polvo de carbón utilizado para destacar huellas dactilares era difícil de limpiar. Sobre las superficies oscuras empleaban Lanconide, que era igual de persistente pero menos evidente por su color blanco. Mak ya los había visto en la escena de un crimen, pero nunca había pensado que alguna vez tendría que tumbarse en una habitación llena de manchas de ambos. Miró con desazón cómo un policía forense uniformado se paraba frente al collage de fotos de revistas y comenzaba a grabarlo en vídeo. Inclinaba la cabeza hacia un lado mientras capturaba en vídeo las ambiciones robadas de Catherine.

Makedde notó que se le nublaba la vista y súbitamente la mano del detective Flynn fue hasta su codo y la sostuvo.

- Venga, siéntese.

La acompañó hasta el sofá. Mak no se había dado cuenta de lo débil que se sentía.

- Estoy bien, de verdad -dijo en tono poco convincente mientras se sentaba-. ¿Tengo que quedarme mientras registran? No estoy segura de querer estar presente.

- En general lo preferimos, para que no haya… malentendidos.

- Bueno, no tengo intención de ir a juicio contra nadie por rebuscar entre mi ropa interior, y aquí no hay cosas de valor.

No quería presenciar un registro desde una perspectiva tan íntima y se sintió aliviada cuando Flynn le sugirió que esperase en el café de al lado hasta que acabasen.

- No deberíamos tardar mucho. El apartamento es pequeño -dijo-. ¿Le gustaría que la acompañase alguien?

- No -contestó bruscamente, quizás un poco demasiado rápido-. Es que… la verdad es que necesito estar sola.

Makedde fue directa hasta la puerta sin volverse a mirar a los investigadores, que seguían con su trabajo. Bajó la escalera con mucho cuidado, consciente de que estaba algo atontada por la impresión y de que sus sentidos vacilaban. Cuando llegó a la puerta de la calle y salió, el viento invernal la saludó con un fuerte bofetón de fría realidad.

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