Fetish

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Capítulo 7

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Capítulo 7

El lunes por la mañana el despertador sonó con autoridad militar; las cinco menos cuarto relucían en iracundo neón rojo en la pantalla digital. Una hora inhumana para estar consciente, pero era el momento en que las llamadas internacionales eran más baratas, y Makedde podría interceptar a su padre antes de que se marchase a la comida dominical que disfrutaba con sus compañeros retirados de la policía.

Se acomodó junto al teléfono del dormitorio y marcó la interminable serie de cifras que la pondrían en contacto directo con Canadá. Después de varios clics y pausas oyó la señal de llamada. Había un ligero retraso y en la línea se oía un poco de ruido.

- ¿… Makedde?

- Hola, papá.

- Suenas como si estuvieses a un millón de kilómetros. ¿Qué tal fue el vuelo?

- Perfecto. Un servicio excelente. Me encantó el té verde; pero fue un poco demasiado largo.

- No me meterías en un vuelo de ésos ni por todo el oro del mundo -contestó él.

Probablemente era cierto. Su padre prefería la familiaridad de la ciudad en la que había pasado toda su vida. Ni siquiera en vacaciones le gustaba alejarse demasiado. Ella lo llamaba un domingo sí y otro no sin falta desde cualquier lugar adonde la hubiesen llevado sus viajes. Desde la muerte de su madre se había preocupado de hacerlo especialmente.

- ¿Cómo está mi niña?

- Estoy bien. Bueno… algo así. Lo estaré. El caso es que llegué bien. ¿Cómo estás tú? -preguntó.

Tenía claro que estaba empleando evasivas. Mak odiaba darle malas noticias.

- Estoy bien -dijo él-. Me voy con los muchachos dentro de unos minutos…

- Lo suponía.

- Theresa se está poniendo enorme -continuó su padre-. Ahora está casi de siete meses.

- Lo sé; sólo hace una semana que la vi.

Makedde tenía a menudo un vago sentimiento de inferioridad y culpabilidad cuando alguien mencionaba a su hermana. Había algo en la asentada vida de casada de Theresa que le parecía muy encomiable. Era correcta, predecible y buena, y la vida de Makedde era muy… bueno, no era así. Un mocoso tambaleante, risueño y balbuceante sólo iba a servir para empeorar las cosas.

- La verdad es que podrías llamar a tu hermana de vez en cuando.

Ella puso los ojos en blanco.

- Sí, papá. La llamaré. Te lo prometo.

- Han decidido no preguntar si es niño o niña. -Hizo una pausa-. Es una lástima que Jane no haya llegado a ver cómo sus hijas tenían hijos.

Makedde se había prometido con un chico del pueblo cuando tenía veinte años, poco después de que a su madre le diagnosticaran el cáncer. Pero pronto se dio cuenta de que sólo quería convertirse en la señora Purdy en un esfuerzo desesperado por contentar a su familia. No duró mucho. Se deshizo de George en la caja de un supermercado tirando su anillo dentro de una bolsa llena de paquetes de leche y latas de judías estofadas.

Mak no encontró al señor Adecuado a tiempo para que su madre lo conociera, y desde luego no tuvo hijos a tiempo para que su madre fuera abuela. Fue su hermana quien los emocionó con el vestido blanco y las noticias sobre su embarazo. Su hermana perfecta.

- Papá, tengo una muy mala noticia.

Le contó lo de Catherine. Como era de esperar, él se quedó horrorizado y triste. También la había visto crecer.

- Espero que vuelvas a casa en el próximo vuelo. No tienes que andar por ahí cuando hay un psicópata suelto que ha decidido que le atraen las modelos.

- Papá, estaré bien. Sé cuidarme. Sabes tan bien como yo que Catherine no tiene a nadie más. No puedo irme hasta que se aclare todo esto.

- Ahora tienes que preocuparte de ti, Makedde. Dios, es algo espantoso. ¿Ha hablado alguien con sus padres adoptivos?

- Sí. -Pensar en los Unwin irritaba a Mak. Como tutores habían sido negligentes, y Catherine había pasado casi toda su vida intentando alejarse de ellos-. Estoy segura de que para sus adentros se han alegrado de no tener que preocuparse más por ella. Yo no esperaría un gran funeral.

- ¡Eso que dices es horrible!

- Sabes que es la verdad.

- Me gustaría que volvieses a casa, Makedde. -Hizo una pausa-. Puedes continuar estudiando, o quizá trabajar aquí de modelo durante un mes o dos. No puedes seguir siendo tan obstinada con el tema de tus estudios después de esto. Yo te los pagaré.

- No es mi intención herir tu orgullo, pero tú no puedes pagarlos, papá.

La muerte de su madre había sido larga y dolorosa, y todavía faltaba bastante para liquidar todas las facturas médicas. El mieloma múltiple era raro y sobre todo se daba en ancianos débiles, y por eso casi nunca era tratado. Pero Jane aún era joven, así que probaron todas las terapias alternativas y todas las formas de quimioterapia imaginables durante años, y cuando agotaron todos esos métodos la única opción que les quedó fue el trasplante de médula. Al final Jane murió de neumonía, cuando vivir en una burbuja ya no fue protección suficiente por la debilidad de su sistema inmunitario.

- Además -continuó Mak apartando de su cabeza la imagen de su madre calva y conectada a diversos aparatos-, acabo de llegar. No creo que pueda conseguir un billete de vuelta tan pronto. Y, aunque pudieses pagarlo, sabes que no te dejaría. En cualquier caso ya no es cuestión de conseguir un poco de efectivo. No puedo marcharme hasta que cojan al asesino de Catherine.

Oyó a su padre mascullar «cabezota» antes de decir con más claridad:

- Si es así, ¿hay algo que pueda hacer?

- Nada. Por favor, no hagas nada. No me gusta nada que te entrometas.

Él hizo caso omiso del comentario.

- ¿Por qué no te vas a trabajar de modelo a algún otro lugar? Nueva Zelanda está cerca.

- Te agradezco el intento, pero sabes que tengo que estar aquí. Yo siempre he podido contar con Catherine y ahora no hay nadie más con quien ella pueda contar.

Un suspiro casi inaudible le indicó que por el momento había ganado la discusión. Siempre había sido demasiado testaruda para que él pudiese controlarla. Su combate de voluntades se remontaba a muy atrás. Aunque le había encantado que ella prestase tanta atención a sus historias de policías, incluso cuando tenía ocho años, su interés sin límite por el crimen lo había preocupado, y también al resto de la familia. Sintió un perverso alivio cuando comenzó a hacer de modelo a los catorce años. Quizás ahora lo desconcertaba que quisiera estudiar psicología forense. Las mujeres de su generación eran amas de casa y supermadres, no licenciadas apasionadas por la mente de los criminales.

- Por favor, Makedde, ten cuidado. No corras riesgos. Prométemelo.

- No me va a pasar nada, te lo prometo -le aseguró-. Soy una mole; cualquier psicópata tendría que estar loco para meterse conmigo.

- Los psicópatas están locos, Makedde. De eso se trata.

- No, legalmente no lo están. Los psicópatas pueden tener predisposición a la violencia, la manipulación y el asesinato, pero legalmente no están locos.

- Vale, déjalo.

Ella rió.

- Sólo intentaba chincharte. Te llamaré pronto y te contaré cómo van las cosas. Te quiero, papá.

- Yo también.

Mak colgó y volvió a hundirse en un sueño irregular.

Soñó que estaba de pie entre hierbas altas mirando el cadáver desnudo y ensangrentado de una joven. El pelo le ocultaba la cara y cuando lo apartó se encontró mirando sus propios rasgos sin vida.

- Makedde -susurraba el viento-, voy por ti.

Makedde subió la escalera que llevaba hasta la gran puerta doble de vidrio de la agencia Book y se detuvo un momento para acicalarse mirándose al espejo que cubría toda la pared de la escalera. Examinó su rostro maquillado y vio los ojos de cansancio y su aspecto pálido y estresado. Ensayó una sonrisa y la tranquilizó que el efecto resultase agradable. Súbitamente parecía saludable, feliz y segura. La imagen es muy engañosa.

Se quedó fuera durante un momento y se preguntó si sería capaz de presentar la apariencia de modelo de éxito que no ha resultado afectada por una tragedia personal. No servía para nada que supieran que estaba hecha polvo; probablemente insistirían en que se tomase unas vacaciones y eso no pagaría sus facturas. Irguió el cuerpo, metió tripa y, con una sonrisa blindada, entró en la agencia. La recibió una evasiva ceja levantada de la recepcionista, que obviamente no la conocía de nada. Makedde no podía sentirse ofendida, al fin y al cabo ella tampoco sabía el nombre de la recepcionista.

- ¿Está Charles Swinton? -preguntó.

- Sí, continúe hasta el fondo.

La recepcionista sin nombre siguió en su mesa leyendo un Vogue.

Mak cogió su bolso de modelo y fue hasta la zona del fondo, donde diez agentes, o bookers, estaban sentados alrededor de una gran mesa oval contestando varias llamadas telefónicas y atendiendo a las esperanzadas jovencitas que esperaban a su alrededor. Todos los agentes tenían delante un monitor y un teclado, y una joven modelo al lado que miraba con ansiedad la pantalla mientras ellos pulsaban teclas para determinar quién iba a trabajar y quién no.

Montones de tarjetas de modelos cubrían todas las paredes. Un rostro de una perfección imposible destacaba en la cubierta de cada tarjeta, con las palabras «Agencia de Modelos Book» impresas en letras gruesas junto al margen superior y el nombre de la modelo junto al inferior. Las tarjetas parecían organizadas en secciones. Las de los tipos «Linda», «Christy» y «Claudia» estaban en una sección, y las «Anna», «Louise» y «Makedde» en otra pared. Las categorías podrían haber indicado quién estaba en la ciudad y quién no, pero Makedde sospechaba que indicaban quién se levantaría de la cama por menos de diez mil dólares y quién no.

Intentó sin éxito captar la atención de Charles, pero durante los siguientes quince minutos éste siguió resueltamente entregado a procesar un aluvión incesante de llamadas telefónicas. Era un negociador hábil, con mucha labia y facilidad para el halago, pero firme. Charles tenía reputación de ser capaz de lanzar o hundir la carrera de una modelo. Era tal su fuerza que muchas modelos de altura lo habían seguido desde otra gran agencia cuando se marchó y abrió Book con un misterioso socio. Mak aún no tenía claro si Book le iría bien o no a ella, pero en su agencia madre, que es como se llama a la agencia de la ciudad natal de cada modelo, estaban bastante entusiasmados con el acuerdo. Había sido un buen golpe tener a Charles de su lado, porque él sólo llevaba a las mejores. Sus viejas portadas de ELLE y Vogue debieron de bastar.

Por fin se volvió hacia ella con el teléfono aún pegado a una oreja.

- Ah, Makedde. ¿Cómo fue el viernes?

No era precisamente la pregunta que esperaba.

- Eh… bien. Salvo por mi amiga muerta tirada en la hierba. Por lo demás fue pan comido.

- Oh. -Parecía avergonzado-. Es verdad, pobre Catherine. Qué lástima, habría sido muy buena. Por cierto, los de Sesenta Minutos quieren entrevistarte. Aquí tienes el número.

- Gracias -respondió Mak secamente.

Cogió el trozo de papel y lo tiró a la papelera en cuanto Charles volvió la cabeza.

- El cliente no está muy contento -continuó él-. Dicen que necesitan repetir las fotos ya y nos están lloriqueando mucho por el dinero.

Ella sintió que un brote de ira le subía por la garganta.

«¡Catherine está muerta y ellos se vuelven locos porque no tienen su preciosa foto!»

Charles contestó otra llamada.

- No me lo podía creer cuando oí lo que había sucedido -intervino una agente-. ¡Qué horrible! Era encantadora.

Mak alargó una mano.

- Soy Makedde.

- Skye.

- Ahora iba a presentaros -dijo Charles con aire ausente, y luego continuó con su conversación telefónica.

Mak le lanzó una sonrisa acartonada y su atención volvió a Skye.

- Tú dejaste un mensaje en su contestador. ¿Eras la agente de Catherine?

- Sí.

- ¿Qué decía el mensaje?

- No se presentó a su último casting en el estudio de Peter Lowe. Quería concertarle otra cita.

- ¿La vio alguien salir hacia el casting? -indagó Makedde con amabilidad-. ¿La llevó alguien?

- La policía también me preguntó eso. Algunas personas la vieron salir de Saatchi. Probablemente tomó el autobús.

- ¿La veías mucho?

- La verdad es que no. Hablaba conmigo cuando llamaba por el trabajo, y la veía cada dos semanas cuando venía por un cheque. Siempre era muy dulce, pero nunca me contó gran cosa de lo que hacía.

- ¿Alguna vez te habló de un novio?

- No. Pero creemos que tenía uno.

Mak se animó.

- ¿Y por qué?

- Pues porque no salía mucho con las demás chicas. También tenía algunas joyas muy bonitas. No sé… nos lo imaginamos. -Skye parecía estar un poco abrumada por todo aquello-. ¿Sabías que la policía está agobiando a Tony Thomas? Es probable que sea por esa exposición que ha montado. Es bastante fuerte.

- ¿Qué exposición?

- Su exposición de fotos de sadomasoquismo. Fui a la inauguración. No es mi estilo, pero algunos piensan que es arte.

«Oh, ¿de verdad?»

- ¿Aún se puede ver?

- Estará varias semanas en El Espacio, en Kings Cross.

Makedde decidió echar un vistazo a la exposición.

Le costó diez minutos más conseguir que Charles le prestase suficiente atención para ver qué tenía para el día siguiente. Se encontró con que no tenía trabajo, pero de repente Charles recordó que acababan de recibir un fax de su agencia madre canadiense, Modelos ¡Snap! Señaló una bandeja llena de faxes junto al aparato.

Ella fue hasta allí y lo cogió del montón. Su nombre estaba garabateado con grandes letras de lado a lado de la cubierta. Barbara, la dueña, le expresaba sus condolencias por la pérdida de su amiga. Era un detalle amable, pero ¿cómo podía saberlo ya?

- ¿Alguien les ha contado lo que le ha pasado a Catherine? -preguntó Makedde desconcertada.

- No. No creo -contestó Skye-. Catherine ni siquiera estaba con ellos, ¿no?

- No.

Entonces, ¿cómo se había enterado Barbara?

«Papá.»

Supuso que su padre estaba pasando la información a las personas adecuadas. Se estaba ocupando del asunto; cuidando de su hija, reuniendo recursos. Era probable que también la estuviera vigilando.

Makedde cogió el fax y se marchó. Con excepción de unas pocas de sus agencias favoritas, sabía que sin trabajos de diez mil dólares o una portada reciente en Vogue una modelo se vuelve invisible. Después de dar las gracias a toda la mesa de agentes, la mujer invisible se fue discretamente.

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