Fetish

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Capítulo 15

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Capítulo 15

El detective Flynn estaba enfrascado en los datos de su portátil cuando la tos alta y deliberada de uno de sus colegas hizo que levantase la vista. Cassandra, la que pronto sería su ex mujer, entraba rápidamente en la oficina con un maletín y un montón de papeles bajo el brazo. Tras ella iba Jimmy agitando las manos y pronunciando en silencio las palabras «¡La foto! ¡Quita la foto!». Era demasiado tarde.

Cassandra se detuvo delante del tablero y miró con el ceño fruncido la foto tamaño poster de Makedde. Él la miró incómodo mientras los ojos de ella se detenían en los pechos.

- Veo que has madurado, Andy -gruñó mientras se echaba su pelo oscuro hacia atrás.

La ira era una emoción poco atractiva, y en los últimos años Andy la había visto demasiadas veces en ella. Ni siquiera intentó darle una explicación.

- ¿Qué quieres, Cassandra? -preguntó apoyando los brazos cruzados sobre la mesa.

Ella lo miró con asco y lanzó sobre el escritorio un montón de papeles.

- Firma esto.

Jimmy los miró en silencio.

- Vamos a seguir con esto en algún lugar privado -dijo Andy señalando la sala de interrogatorios-. ¿Te parece?

Cassandra fue delante, dando un rodeo para evitar la foto. Andy la siguió. Antes de cerrar la puerta se detuvo para mostrar a Jimmy un puño cerrado y dibujar con los labios las palabras «Te voy a matar».

Se sentaron a la mesa y él comenzó a leer la jerga legal.

- Sólo tienes que firmarlo -insistió ella.

- ¿El coche?

La miró fijamente pero ella eludió su mirada.

- Necesito el coche.

Él sintió que su sangre empezaba a hervir.

- ¿Tú necesitas el coche? Yo necesito el maldito coche. El que tengo es un montón de chatarra. La mitad de las veces tiene que venir Jimmy a rescatarme.

- Pues te aguantas.

- ¿Que me aguante? -Intentó contenerse-. Tú tienes un coche. ¡Tienes dos! ¿Qué tiene de malo el Mazda?

- Es una mierda fósil. Quiero el Honda. Tú puedes quedarte el Mazda.

Él comenzó a tamborilear lentamente con los dedos sobre la mesa de melanina.

- Sabes cómo me gusta ese coche.

Ella no dijo nada.

- Cassandra, te has quedado con nuestra casa -le rogó-. Te has quedado casi todos los muebles. Sólo quiero el Honda… por favor.

Ella se levantó.

- ¿Cuándo has hecho tú algo por mí? ¡Durante el tiempo que hemos estado casados todo ha sido tú, tú y tú! Tu trabajo. ¡Tu vida! ¿Eres feliz -se burló ella-, ahora que eres un gran sargento con un gran sueldo y una gran pistola, y un grupo de pringados que se ríen con tus chistes infantiles?

- Ya conocías mi vida antes de que nos casáramos -replicó él con calma.

Ella estaba haciéndolo otra vez: intentaba manipularlo. Era como si realmente quisiera hacerle perder los estribos. Pero él siguió mirando la mesa con determinación, agarrado a las patas con todas sus fuerzas.

- Ya, pero aún ¡no te conocía! ¡Insignificante pedazo de mierda!

Tras decir eso abrió violentamente la puerta, se fue dejándolo agarrado a la mesa y pasó entre los silenciosos detectives de la oficina como una gran prima donna.

- ¡Tendrás noticias de mi abogado! -gritó mientras desaparecía por el concurrido pasillo.

Él soltó la mesa y dio un puñetazo fuerte a la pared. Y otro, y otro. Tres golpes.

«¡A la mierda esa bruja asquerosa!»

Se hizo un corte en los nudillos.

Dios, había conseguido que se enfadara de verdad. ¿Por qué tenía que ser tan avariciosa? Nada la satisfacía. Nada. Ni cuando estaban casados ni ahora. Andy volvió a su mesa hecho una furia, mascullando y consciente de la silenciosa compasión de los demás detectives. Esta vez no se reían, probablemente porque la mayoría de ellos había estado en la misma situación en algún momento. Era un riesgo laboral.

Podrían haberse esforzado por mejorar su relación, él estaba convencido. Pero ella no quería. Cassandra había ido empeorando a lo largo de los cuatro años que llevaban casados. Ahora que había triunfado como agente inmobiliaria y las cosas le iban bien quería hacerlo desaparecer de su vida. Sí, él trabajaba muchas horas. Sí, sólo pensaba en su trabajo. Pero cuando hay un tipo por ahí cortando mujeres en rodajas desde la cabeza hasta los pies es difícil preocupase de volver a casa a la hora de cenar. Cerró la mano y un reguero de sangre bajó desde sus nudillos hasta el interior de su puño.

Un agente novato que no le gustaba demasiado lo advirtió.

- Eh, sargento, ¿ha visto lo que se ha hecho? -preguntó Hoosier haciendo el gesto de ir a coger su mano.

- Vete a la mierda -le espetó Flynn-. Ve a detener a algún puto peatón imprudente, ¿vale?

Hoosier se encogió y se escabulló en silencio. Andy se volvió, arrancó del tablero la foto de Makedde y la tiró a la papelera. Sus venas latían con tanta fuerza que la papelera quedó cubierta por una ligera salpicadura de sangre. Ya estaba harto. No pensaba comerse más mierda por las gamberradas de Jimmy.

Makedde llegó a Homicidios por la tarde, como habían quedado. Llevaba remangadas las mangas de la camisa, preparada para que le tomasen las huellas por primera vez en su vida. El sargento de turno la estaba esperando e hizo un gesto de asentimiento al verla.

- Ya puede subir, señorita Vanderwall.

Mak cogió el ascensor, que la llevó ruidosamente hasta la cuarta planta. Cuando se abrió la puerta la sorprendió el silencio. La mayoría de los detectives se había ido a casa o había salido a algún servicio, pero encontró a Flynn en su mesa, pegado al portátil, rodeado de papeles y expedientes y mapas de la ciudad con alfileres y notas. Su americana estaba abandonada, su corbata, floja y su camisa azul pálido, remangada, igual que la de ella. Vio que tenía la mano derecha decorada con tiritas de color carne.

- Buenas noches -dijo ella sin más.

Él levantó de golpe la cabeza al oír el saludo. Lo había sobresaltado.

- Señorita Vanderwall, me alegro de que haya podido venir. No tardaremos mucho.

Cuando se levantó era la viva imagen de la eficiencia.

- ¿Hay alguna novedad en el caso? -preguntó ella.

- No.

- Venga, tiene que haber algo que pueda contarme. No se sentaría encorvado de esa manera sobre un ordenador si no tuviera algo en la cabeza.

- La pondré al corriente de cualquier avance.

Makedde no se lo creyó ni un poco.

Él se levantó y ella lo siguió hasta el ascensor, y se quedó cruzada de brazos en el lado opuesto mientras bajaban varios pisos. Al tiempo que se deslizaban ruidosamente por el silencioso edificio Andy se volvió y le dedicó una débil sonrisa sacudiendo la cabeza por el ruido. Ella le devolvió una sonrisa con los labios apretados. Cuando se abrieron las puertas la acompañó hasta una zona donde había una hilera de celdas desocupadas. Junto a una pared vio el mostrador donde se tomaban las huellas, con el gran tampón con tinta negra y pinzas para sujetar en su lugar los impresos donde se estampaban. La superficie de madera de la mesa de huellas estaba manchada debido a los forcejeos con delincuentes poco cooperadores, y el gran lavabo que se encontraba al lado del mostrador sin duda en algún momento había sido blanco, pero ahora era de un gris mugriento.

- ¿Cuántas huellas diferentes encontraron en el apartamento? -preguntó ella dejando su abrigo sobre una mesa limpia.

- Varias.

- Varias pueden ser… ¿tres? ¿cuatro? ¿dieciséis?

- Obtuvimos al menos cuatro juegos diferentes bien definidos. ¿Está contenta?

- Un poco. Pero lo estaría mucho más si -«dejara de tratarme como a una cabeza hueca»- pudiese decirme algo más sobre cómo avanza la investigación.

- Ha hecho bien en subirse las mangas -dijo él ignorando su comentario y cogiéndola por la muñeca.

Eso la cogió por sorpresa. No intentó soltarse y dejó que le acercara el brazo hacia el tampón. Ya tenía un impreso sujeto con las pinzas, preparado para sus huellas.

Le sujetó la muñeca con la mano izquierda y el pulgar con los dedos de la derecha. Presionó su pulgar sobre el tampón y lo hizo girar a un lado y otro para empapar por completo casi todo su perímetro.

- No creo que haga falta… -empezó a decir Mak.

- Para tomar huellas como es debido tengo que hacer esto.

- ¿No le parezco una delincuente cooperadora, detective? -preguntó ella.

Se sentía sutilmente avergonzada.

- La cooperación no tiene nada que ver con esto -afirmó él-. He tenido que repetir montones de impresiones porque no estaban bien hechas.

Le giró el pulgar hacia un lado y lo apoyó en el papel, y luego lo hizo girar hacia el otro lado hasta que toda la huella quedó impresa. Se desplazaron juntos hasta el tampón y él le embadurnó el índice a conciencia de la misma manera.«¿No podría yo entintar mis propias manos?»

- ¿Cómo consigue que los criminales de verdad hagan esto? -preguntó Makedde.

- ¿Los criminales? A veces tenemos que hacerlo entre dos.

- Y con gran capacidad de persuasión, supongo.

Le daba la impresión de que podía ser muy persuasivo cuando quería. Echó un vistazo a sus manos mientras manipulaba las de ella. No se había dado cuenta antes, pero tenía cicatrices en los nudillos de la mano izquierda, justo en el mismo sitio donde en la derecha estaban las tiritas. ¿Un matón ambidiestro?

- ¿Así se hizo daño en la mano? ¿Convenciendo a alguien? -preguntó ella.

Él se puso tenso.

- Nada de eso.

- Ya, ya.

No la había convencido.

Ambos se quedaron callados mientras le entintaba e imprimía los dedos corazón, anular y meñique. Al ir a entintar la palma izquierda, el sargento Flynn se acercó, con el pecho apoyado en su hombro y la cara inclinada frente a la suya. Ella miró el arrugado cuello de su camisa y la suave piel morena de su cuello, y recordó cómo la había afectado en la sala de interrogatorios bajo el efecto enloquecedor de la luna llena.

«Y cómo se me quitó de encima.»

- Así que es hija de un detective inspector.

- Pues sí.

- ¿Y cuánto hace que es modelo?

- Comencé a los catorce, y hace un par de años empecé a estudiar psicología forense.

- Me está tomando el pelo.

- No, pero usted me está tirando del brazo.

La soltó.

- Ahora trabajo como modelo sólo entre semestres para pagarme la carrera. Además, me gusta viajar.

Él tragó saliva y luego sonrió.

- Loquera ¿eh?

- Dudo que loquera sea el término adecuado. Pero no, aún no tengo el título de psicóloga.

Él pareció meditar acerca de aquello mientras ella entintaba su propio pulgar derecho y lo imprimía en la hoja. Él la dejó hacer y luego preguntó:

- ¿Me permite? -antes de ayudarla a imprimir el dedo índice-. Entonces, ¿estudia para encontrar interesantes formas de llegar hasta los criminales que yo atrapo con algo de extravagante palabrería psicológica? -dijo mientras se inclinaba hacia ella.

- Ha visto demasiadas películas. Debería saber tan bien como yo que pocos criminales alegan trastorno mental y aún menos consiguen que se lo acepten. No; estoy más interesada en la psicología del personal del sistema penal, incluida la policía. Así podré evitar que gente como usted se tire por una ventana cuando fracasa en un caso.

- Qué dulce.

Ella sonrió. Después de imprimir la mano derecha fue hasta el lavabo y miró la pastilla de jabón, notablemente mugrienta y manchada también de tinta negra.

- Con eso debería salir la mayor parte -le explicó Andy.

- Seguro que sí -replicó ella con escepticismo, y comenzó a frotarse las manos-. Flynn es un apellido irlandés, ¿verdad? -preguntó despreocupadamente.

- Sí. Mi familia lleva un par de generaciones aquí, pero llevo sangre irlandesa en las venas. Y también escocesa.

- ¿De verdad? ¿Podría hacer de Sean Connery?

- Bueno, señorita Money Penny… -le imitó él con perfecto acento escocés.

Ella notó que se le aflojaban las rodillas. Tenía que hacer que parara o probablemente se convertiría en gelatina en sus manos.

- Son dos países preciosos, Escocia e Irlanda -consiguió decir, contenta de estar de espaldas a él-. ¿Ha estado allí?

- Qué va.

- Sospecho que con su trabajo no le debe resultar fácil coger vacaciones.

Él no respondió.

Makedde frotó hasta que le escocieron las manos y dejó por imposible la tarea de limpiarlas del todo. En algunas zonas tenía la piel enrojecida y en otras, grisácea. En cuanto a sus uñas, parecía que se hubiese hecho una manicura francesa en negro.

- Ya que he cooperado tanto, quizá podría esforzarse un poco más en encontrar al Malo -dijo-. Ya sé que no tiene gran cosa para seguir adelante, pero…

- Le aseguro que seguimos trabajando en ello.

- ¿No hay nuevas pistas sobre su identidad?

«¿El anillo?»

- No.

- Vale. -Lo dejó por el momento-. Pero dígamelo si descubre algo.

Sabía que no serviría de nada hablar del anillo sin disponer de más información. Tenían que haberlo visto en el registro y evidentemente no les había llamado la atención. Makedde cogió su abrigo, contenta de que fuese negro, y se dirigió hacia la puerta. Lo que dijo a continuación el detective la hizo detenerse en seco.

- ¿Le gustaría salir algún día a dar una vuelta?

Durante un instante se limitó a quedarse mirando su propia mano agarrada al pomo de la puerta.

- ¿Se lo pide a todas sus testigos, detective, o sólo a las que son modelos? -preguntó.

- La verdad es que es la primera vez. He pensado que probablemente no tendría muchos amigos aquí.

- Tengo muchos amigos, gracias -mintió-. Y también usted, según parece.

Él sonrió.

- Sí, supongo que tiene razón. Perdone.

El detective Flynn la acompañó amablemente hasta el ascensor.

- Gracias por su ayuda, señorita Vanderwall -se despidió con frialdad cuando ella salió del ascensor.

Makedde sintió la necesidad de pedir disculpas por ser tan seca, pero de repente él ya no estaba. La había pillado completamente desprevenida. ¿Qué le pasaba con aquel hombre? En un momento quería retorcerle el cuello y al instante siguiente quería besarlo.

Se echó el abrigo por encima y salió a la calle.

- ¿Se lo pide a todas sus testigos, detective, o sólo a las que son modelos? -murmuró, haciendo una irritante imitación de sí misma-. Bla, bla, bla. Idiota.

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