Fetish

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Capítulo 30

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Capítulo 30

El reloj marcaba las 11.59 de la mañana cuando Makedde por fin se despertó. Le resultó extraño levantarse tan tarde y se encontró sentada como impulsada por un resorte, aterrorizada por la posibilidad de llegar tarde a una cita. Cuando su mente se aclaró recordó que no tenía citas, y luego, mientras la invadía una insidiosa sensación de miedo, recordó lo que había sucedido la noche anterior.

«¿Andy?»

Estaba sola en la cama y, de repente, sin razón alguna, se sintió traicionada. Había tenido más experiencias de las que quería recordar con hombres poco fiables, y esperaba no haberse vuelto a liar con uno de ellos. Advirtió que había un trozo de papel rasgado a los pies de la cama y su corazón se aceleró cuando vio que era una nota de él. Al leerla se dibujó en su cara una gran sonrisa. Se levantó, recorrió el apartamento y encontró los recipientes de plástico de la cena apilados junto al fregadero, y sus ropas, que habían estado esparcidas por todas partes, depositadas en un ordenado montón sobre una silla. En el baño no había toallas húmedas: Andy debía de tener prisa, pero a pesar de todo había hecho un esfuerzo por adecentar el apartamento.

«Muy elegante.»

Cuando Makedde iba hacia la ducha sonó el teléfono.

«¡Andy!»

Cruzó corriendo la habitación y descolgó a la tercera llamada.

- Hola.

«Clic.»

Frunció el ceño, colgó el teléfono y miró por el ventanal. Las cortinas no estaban corridas del todo. Quizás Andy las había abierto antes de irse. Se cubrió con las manos y se apartó de la ventana con el estómago revuelto. Ya en el baño, cerró la puerta y se detuvo frente al espejo observando su imagen asustada. En un instante la alegría se había convertido en miedo. Al otro lado de la puerta cerrada volvió a sonar el teléfono. Después de varias llamadas saltó el contestador.

«¡Hola! Lo siento, no es más que una máquina -repitió su voz-, deja un mensaje y te llamaré.»

- Soy Andy. ¿Estás ahí?

Cogió una toalla, corrió a la habitación y descolgó el teléfono.

- Hola -saludó sin resuello-. ¿Cómo estás?

- Bien.

- Yo también.

- Lo siento. Me llamaron. Mmm… ha sucedido algo. -Parecía indeciso-. Puede que acabe un poco tarde…

- Me encantaría que volvieses, si quieres.

Él hizo una pausa.

- Vale. Te llamaré cuando esté a punto de salir.

- ¿Qué pasa? -preguntó ella.

- En realidad no puedo decírtelo ahora, pero te lo contaré más tarde.

- ¿Tiene que ver con el caso?

- Sí.

- Venga -insistió ella.

Él dudó.

- ¿Te acuerdas de la pista del fotógrafo? ¿El tipo que había puesto un anuncio en el periódico? Bueno, pues vamos a investigarlo hoy. Te lo contaré todo cuando nos veamos.

Cuando Makedde salió del apartamento de Bondi era la una en punto. Lucía un sol radiante y Bondi Beach estaba lleno de gente que disfrutaba de los primeros momentos de buen tiempo de la semana. Los cafés estaban rebosantes de clientes felices y las olas aparecían salpicadas de surfistas. El cielo era de un límpido azul y el viento soplaba fresco mientras Makedde pasaba rápidamente frente a las tiendas comiéndose un rollo de nori y bebiendo agua mineral.

Entró a comprar el periódico en el que Andy había dicho que aparecía el anuncio e inspeccionó las páginas de anuncios clasificados. Después de las ofertas de trabajo y los coches de segunda mano encontró uno pidiendo modelos para un tal «Rick», entre la promesa de una aventura sexual con «Sue, transexual» y «nuevas y exóticas» señoritas en un salón de masajes. «¿Podría ser éste el tipo?», se preguntó. Catherine nunca habría contestado a un anuncio como ése. ¿Cómo había conseguido el asesino llegar hasta ella?

Un surfista bronceado con camiseta y bermudas estaba pagando su grueso ejemplar del diario del domingo y Mak se detuvo tras él. Olía a mar y tenía el cabello rubio aún húmedo y con restos de sal.

- ¿Cómo van las cosas por ahí fuera, compañero? -le preguntó el quiosquero.

- Unas cuantas olas del demonio de izquierdas. Terrigal ha estado como una balsa de aceite toda la semana comparado con esto.

«Terrigal.»

- No me fastidies -contestó el hombre dándole el cambio-; fui allí a la feria de la Alimentación y las olas estaban bastante bien.

Makedde cogió al surfista por el brazo y él se volvió y la miró con unos ojos verdes y sorprendidos. Tenía un reguero de pecas que le cruzaba la nariz, llevaba protector labial de color rosa chillón y su sonrisa era del tamaño de la entrada de Luna Park.

- Perdona que te moleste -le dijo ella devolviéndole una sonrisa amigable-, te he oído hablar de Terrigal.

- Sí, la playa de Terrigal.

- ¿Y dónde está exactamente?

- Ah, no muy lejos. A un par de horas en coche hacia el norte -le contestó-. Eh, ¿eres americana?

- Canadiense. Gracias.

- ¿Has venido con alguien?

- Sí. Y tengo el coche mal aparcado. Será mejor que me vaya. Gracias otra vez.

Dejó el dinero sobre el mostrador y salió antes de que él pudiese volver a abrir la boca. Con el periódico doblado bajo un brazo, siguió calle abajo a paso más tranquilo.

JT Terrigal

complejo turístico

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