Fetish

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La anotación era casi ilegible y estaba escrita con letra muy inclinada, pero ahora empezaba a cobrar sentido. Tendría que contárselo a Andy cuando lo viese. Quizá los números significaran algo para él. ¿Una extensión? ¿El número de una habitación? De camino a casa llamó su atención un libro expuesto en un escaparate de la calle Hall. Se titulaba Tu fecha de nacimiento: un perfil de personalidad, y aunque Mak solía ser escéptica en relación con los horóscopos, no pudo resistirse.

Entró y lo hojeó hasta dar con la fecha de su cumpleaños. Tras pasar por cualidades tales como «encantadora» o «atractiva», por la advertencia de que podía ser terca y por la acostumbrada referencia a la fecha de nacimiento de Groucho Marx, llegó a un párrafo que la inquietó. «Los nacidos en este día tienen afinidad con la violencia -decía-. Les perturba o les atrae, o bien tienen tendencia a entregarse a ella. Asimismo, la violencia es atraída por estas personas. Deben aprender a ser menos obsesivas…»

Cerró de golpe el libro con tanto estruendo que atrajo miradas de extrañeza de otros clientes. «¿Violencia? ¿Yo la atraigo?» Volvió a dejar el libro en el estante y se esforzó por alejar la idea de su mente. Salió de nuevo a la calle, a la multitud de surfistas, modernos autóctonos y parejas de enamorados.

En cuanto Makedde entró en el apartamento cogió el teléfono y marcó el 013, el número de información. Preguntó por el Complejo Turístico de Terrigal. Bingo.

Catherine iba a reunirse con el hombre llamado JT en el Complejo Turístico de Terrigal. El único misterio era a qué se referían el catorce y el dieciséis. No se trataba de los últimos números del teléfono del hotel. Makedde llamó al complejo para confirmar una intuición que había tenido.

- Complejo Turístico de Terrigal. ¿En qué puedo ayudarle? -contestó una mujer de voz alegre.

- ¿Puede ponerme con la habitación dieciséis catorce, por favor?

- Ahora mismo. -El teléfono sonó varias veces y luego se oyó de nuevo la voz de la mujer-. Lo siento, debe de haberse equivocado. La habitación dieciséis catorce está vacía en este momento. ¿Con qué huésped quiere hablar?

- Mmm -«¿Y ahora?»-. Me han dejado un mensaje para que llame mi amigo JT a la habitación dieciséis catorce, pero he estado fuera y no sé si el mensaje es muy antiguo. ¿Cuándo estuvo ahí?

- Lo siento, pero no podemos dar información acerca de nuestros huéspedes -respondió la mujer con rotundidad-. Pero si me deja su nombre miraré si hay mensajes para usted. También puede darme el apellido del huésped a quien quiere localizar y miraré si aún está registrado en nuestro establecimiento.

«Mierda.»

- Está bien. Volveré a llamar más tarde.

Bueno, al menos la nota misteriosa ya no era tan misteriosa. Catherine tenía planes para un fin de semana romántico con su amante. Pero ¿quién era él? Seguro que la policía podía acceder al registro del hotel y averiguar a nombre de quién se había reservado la habitación.

Andy no aparecería en unas cuantas horas y Makedde no podía resistir las ganas de contarle lo que había averiguado. Pero primero tenía que satisfacer su curiosidad. Arrancó el anuncio del periódico y volvió a examinarlo mientras marcaba el número. Contestaron después de tres timbres.

- Hola, ¿eres Rick? -preguntó con su mejor imitación de Marilyn sin aliento.

- ¿Cómo te llamas, muñeca?

- Debbie. He visto tu anuncio.

- ¿Eres americana?

«¿Por qué no?»

- Sí, de Los Ángeles.

- ¿Qué edad tienes?

En la voz de Rick se advertía el matiz ronco de la nicotina. Parecía tener al menos cuarenta años.

- Ah, veintitrés.

- ¿Y cuál es tu talla de pecho, Debbie?

- Una cien D. Vaya, espero que no sea demasiado grande.

- Nada de eso, cielo. ¿Y de cintura?

- Bueno, eso es lo curioso, Rick: sólo cincuenta y ocho y medio. Me da un poco de vergüenza ser tan pechugona, pero un fotógrafo de L.A. me pidió una vez que posara con lencería y pareció quedar muy contento con las fotos.

- ¿Eres rubia?

- Oh, sí -respondió ella en un susurro.

- ¿Natural?

- ¿Cómo?

- ¿Eres rubia auténtica? ¿Toda entera?

«Puf.»

- Ah, sí. Toda.

Quedaron para una sesión fotográfica el viernes por la noche y él le dio la dirección de su estudio en Kings Cross. Ella le dedicó una serie de risitas ñoñas y le preguntó si debía llevar algo especial.

- Zapatos de tacón. Bragas. Además aquí tengo algo de ropa.

«Eso no lo dudo.»

- Vale, entonces nos vemos -dijo ella tan seria como pudo.

Colgó y explotó en un ataque de risa histérica. Rick debía de estar encantado de haber quedado en su estudio con una rubia californiana pechugona y descerebrada. Seguro que se iba a llevar una desilusión cuando lo dejase plantado.

- ¡Una cien D con una cincuenta y ocho y medio de cintura! -gritó secándose una lágrima de la comisura de un ojo.

Le había pedido que llevase zapatos de tacón, pero probablemente cualquier fotógrafo «de glamour» habría pedido lo mismo. Se preguntó si un asesino astuto sería tan directo. Según la experiencia de Makedde, el peligro real estaba en los que no eran tan evidentes.

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