Fetish

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Capítulo 38

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Capítulo 38

El miércoles a mediodía Makedde tocó la bocina frente al edificio de apartamentos de Loulou. Esperó en el coche sumida en sus pensamientos. En el asiento de al lado llevaba un ejemplar del Weekly News, un tabloide de cotilleos. Había un poster con su portada pegado al vidrio de un quiosco de prensa por el que pasó, encabezado por el titular «ASESINATO DE LA ESTRELLA DEL CULEBRÓN». El artículo incluía un montón de citas de misteriosas «fuentes» y una mención al hecho de que la escultural modelo Makedde Vanderwall había descubierto el cadáver de su amiga Catherine Gerber sólo una semana antes del asesinato de Becky. Makedde se imaginó al asesino de Catherine comprando un montón de ejemplares y clavándolos en la pared junto a otros titulares como «MODELO ASESINADA» y «ENCONTRADO UN CUERPO CON UN ZAPATO DE TACÓN». Agradecía que no hubieran añadido su fotografía al artículo. Sus pensamientos se interrumpieron cuando un brillante remolino fucsia atrajo su atención. Loulou iba hacia el coche con una inmensa sonrisa, un minivestido de color fucsia intenso y zapatos de plataforma. Su bolso era verde lima con pequeñas flores doradas, sus uñas estaban pintadas a juego en verde lima resplandeciente y se había cardado el pelo rubio hasta formar una nube con forma de seta que desafiaba la gravedad. Se las había arreglado para hacer que hasta el aspecto de Vivianne Westwood pareciese conservador.

Loulou se lanzó al asiento del acompañante cogiendo de paso la revista.

- Dios, está por todas partes. Pobrecita. Eh -dijo mirando a su alrededor-, este coche no está tan mal para ser de una empresa barata.

- Es posible. Pero la conductora no es tan buena.

- ¿La conductora? -Loulou parecía confundida-. Ah, sí, el carril equivocado. ¿Cómo lo llevas?

- ¿Quieres conducir?

- No. Seguro que lo harás bien. Venga, vámonos.

- Tenía que intentarlo -murmuró Makedde mientras se alejaba del bordillo.

Comieron en un café pequeño y encantador de la calle Oxford donde parecía encajar a la perfección el sentido de la moda de Loulou, que debía de estar hambrienta, porque casi no dijo ni una palabra durante toda la comida. Pero una vez hubo dado cuenta de sus spaghetti primavera, no perdió más tiempo.

- Venga, cuéntame algo de ese tío bueno.

Mak casi se atragantó con un suculento pedazo de brécol al vapor.

- ¿Tío bueno? Vaya, pues es… -«Es un tío bueno»-. Yo… -volvió a comenzar.

«Creo que me estoy enamorando. O estaba…»

- ¡Dios mío! Pero chica, ¿qué estás farfullando?

Makedde sonrió.

- Sí, bueno, se podría decir que salgo con alguien. Creo. Pero eso es todo lo que te puedo contar.

- ¿Quién es? ¿James Bond?

- Eres muy graciosa.

- Supongo que no será algún fotógrafo, ¿no?

- No, no es fotógrafo. Es que ahora no puedo explicarte quién es. Además no estoy segura de que vaya en serio.

No la iba a dejar en paz con tanta facilidad.

- ¿Super M? ¡Cielos! ¿No será tu booker?

- ¿Charles? No, no. No es mi tipo en absoluto. Y la verdad es que no creo que yo sea el suyo. Estoy convencida de que es gay. Y no, no es ningún supermodelo. Ni siquiera trabaja en este negocio.

- Oh, eso está bien; ¿Charles es tu booker? Sí, sigue con Paulo. ¿Así que tu tío bueno no es de la profesión? -insistió-. ¿Un político?

- ¡Loulou! Déjalo ya, por favor.

- Vale, vale -Se quedó un momento muy seria rascando una mancha de grasa del mantel-. ¿Me dejas ver tu book?

- Claro. Eso sí puedo hacerlo.

Mak sacó de su bolso el pesado portafolio y lo tiró sobre la mesa, entre sus dos platos vacíos.

- Bonito retrato. ¿De quién es el maquillaje? -preguntó Loulou con un guiño.

- Mmmm… no me acuerdo. Está hecho en Vancouver hace un mes o dos. En cualquier caso no creo que los conozcas.

- Yo no estaría tan segura -respondió Loulou pasando las páginas. Se detuvo en una foto que había hacia la mitad-. ¡Guau! ¿Dónde te hicieron ésta? Esos zapatos son divinos.

- Gracias. En Miami. Eran muy incómodos. Los tacones debían de medir como veinte centímetros. Hace casi dos años. Me tomé un tiempo de descanso, ¿sabes?

- ¿Descanso? ¿Se puede saber por qué te cogiste un descanso? Estás en tu mejor momento, cariño. Podrás descansar todo lo que te apetezca cuando te mueras.

«Mi madre estaba enferma y juzgaban a Stanley.»

- Bueno… es que me pareció que necesitaba una pausa.

- ¿Tienes aquí alguna foto de tu tío bueno? -continuó Loulou, ignorando el hecho de que había tocado un punto sensible-. No se lo contaré a nadie, te lo prometo.

Makedde rió.

- No. Por favor, ¿podemos dejar de hablar de él?

- Hombres. La semana pasada un tío se quedó a dormir en mi casa y cuando me desperté me estaba observando con la boca abierta. ¡Se me habían caído las cejas y estaban sobre la almohada! ¡Alucinó!

Makedde soltó una ridícula risa chillona, suficientemente fuerte para que varios clientes se volvieran hacia ellas.

- ¿Nos vamos a hacer un poco de terapia de consumo? -preguntó Loulou poniéndose de pie.

- ¡Sí! Por favor. Creía que no lo ibas a decir nunca.

Tropecientas pasadas de tarjeta de crédito y varias horas más tarde volvieron al coche alquilado y se metieron dentro con el botín de su incursión. A Makedde le había costado casi una hora arrancar a Loulou de la tienda de cosméticos The Look: habían tenido un tira y afloja con una horda de encantadas dependientas y, no hace falta decirlo, las estanterías tenían un aspecto mucho más ligero cuando por fin se marcharon.

- ¿Tienes todo lo que querías, cielo?

Makedde miró su bolsa del tamaño de una mano, que sólo contenía un lápiz de labios, y dijo:

- Sí. Y no te preguntaré si tú también porque no voy a dejar que vuelvas a entrar en ese centro comercial.

- La próxima vez, cielo.

- La próxima vez.

Makedde se puso al volante, y cuando iba a meter su nuevo pintalabios en el bolso frunció el ceño. -¿Qué pasa? -preguntó Loulou.

- ¡Mi book! ¡Dios! ¡Mi portafolio! ¡No lo tengo! Debo de haberlo dejado en…

Makedde abrió la puerta de un empujón y corrió a toda velocidad las tres manzanas que había hasta el café. Una pareja de ancianos estaba comiendo en la mesa que habían ocupado Makedde y Loulou.

- Perdonen -jadeó-, ¿han visto por aquí un archivador negro con fotos de una modelo?

La señora se volvió despacio hacia su acompañante y luego hacia Makedde.

- Lo siento, querida, no lo hemos visto.

- ¿Está segura?

Ambos se encogieron de hombros y Makedde fue hasta el camarero más próximo. No le resultó familiar.

- Perdone, ¿ha visto por aquí un porafolio de modelo? Creo que me lo he dejado en la mesa -aclaró-, hacia las doce y media. Es muy importante.

El joven le dedicó una sonrisa. Makedde tuvo la esperanza de que fuese porque sabía dónde estaba.

- Es usted modelo, ¿eh? Muy guapa. Y tan alta…

- Por favor, ¿lo ha visto? -volvió a preguntar.

- No, lo siento.

En su portafolio estaban las fotografías originales de lo mejor de sus muchos años de trabajo. Los fotógrafos y sus negativos estaban repartidos por todo el planeta, y las portadas y editoriales de las revistas probablemente eran ya imposibles de conseguir.

- Quizá pueda ayudarla -se ofreció el camarero acercándose a Makedde.

- ¿Ha visto el portafolio? ¿Puede decirme quién se sentó a esa mesa después de nosotras?

- No. Acabo de empezar mi turno.

- Entonces no. No puede. -Makedde recorrió el café con la vista-. Mire, ¿le dejo un número por si aparece?

La mirada del camarero se iluminó.

- Por supuesto -respondió con una sonrisa de satisfacción.

Le apuntó el número de teléfono de su agente con el nombre «Señorita Vanderwall». Seguro que pensaría que estaba ligando con él.

- Es sólo por si aparece el portafolio, ¿vale? -repitió, intentando que quedase claro.

Enfadada por ser tan descuidada, se volvió y se dirigió muy tensa hasta el coche, mientras se clavaba las uñas en las palmas. Loulou la esperaba en el asiento del acompañante escuchando la radio.

- ¿Qué ha pasado, cielo? -gritó por encima de la música. Makedde entró y apagó la radio con un movimiento un poco excesivo. Se quedó con el botón en la mano.

- No estaba allí, ¿eh? -preguntó Loulou.

- No -confirmó, y llevó a Loulou a casa en silencio.

Makedde fue hasta la puerta con el ceño fruncido y tiró el bolso al suelo.

- ¡Mierda, mierda, mierda, mierda! ¿Cómo me ha podido pasar? -dijo gritando-. ¡Imbécil, ¡qué tía más imbécil!

En diez años, Makedde sólo se había dejado olvidado el portafolio en una ocasión. Tenía quince años, estaba en Milán por primera vez y había llamado a su agente desde una cabina. Fue directa a un tranvía y bajaba traqueteando por el paseo de Venecia cuando se dio cuenta de que no lo llevaba. Afortunadamente, cuando se bajó y volvió corriendo aún se encontraba donde lo había dejado. Desde entonces había tenido mucho cuidado.

Hasta hoy.

A regañadientes, llamó a Charles.

- ¿Que has hecho qué?
-le gritó él por el teléfono-. ¿Cómo has podido perderlo? ¿Cuánto hace que eres modelo?

- Sí, tendría que ser más responsable.

Era una de las primeras reglas del trabajo de modelo: proteger tu portafolio a toda costa. Nunca facturarlo con el equipaje al volar. Nunca darlo a un amigo para que lo lleve a algún lugar. Nunca, jamás, perderlo.

Sin portafolio no hay trabajo.

Charles seguía abroncándola:

- Esperemos que quienquiera que lo tenga lo devuelva, y pronto. Tengo unos clientes que quiero que conozcas. Ven mañana por la mañana. Por el momento vamos a ver qué copias puedo reunir.

No era una idea muy alentadora.

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