Fetish

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Capítulo 43

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Capítulo 43

Cayó la noche, helada, oscura y ventosa. Los árboles se inclinaban y los arbustos crujían. Todo estaba preparado. No quedaba nada por hacer salvo esperar. Los minutos pasaban. Las horas. Las hojas susurraban en la oscuridad.

Ella llegó en su coche alrededor de las diez. El coche se veía brillante, recién lavado, de un rojo reluciente a la luz de la calle. Aparcó en la entrada de su casa y él la miró mientras apagaba el motor e iba hasta el maletero. Estaba sola.

«Tacones altos.»

Sonrió.

Estaba bien escondido entre los arbustos y la observó mientras ella cogía una bolsa de comida, cerraba el maletero y caminaba hasta la casa. Su pelo estaba recogido limpiamente en un moño. Llevaba un traje oscuro con la falda por encima de la rodilla. Las finas medias de nailon brillaban cuando andaba.

Iba a darle la sorpresa de su vida.

Sacó un par de guantes de goma del bolsillo y se los puso. Cuando oyó que abría la puerta y entraba en la casa fue rápidamente hasta la puerta corredera de la terraza lateral, que lo dejó entrar sin ruido. Horas antes había dedicado unos segundos a abrir la cerradura. La casa no tenía alarma.

Lo llenó de júbilo estar dentro de la casa con ella, tan cerca, casi al final de la espera. La oyó caminar por el pasillo hacia la cocina, que quedaba más allá de donde él estaba, y dejar la bolsa de comestibles en la mesa. Ella se volvió y comenzó a salir de la cocina, y por un momento él pensó que iba a entrar directamente en el comedor, donde estaba escondido. Cogió con más fuerza el martillo. Pero no, fue en sentido contrario, hacia la sala de estar. La cadena de música empezó a sonar.

Él volvió a sonreír.

Ella movió el dial durante algunos segundos y lo dejó en una canción country del tipo «ella me dejó» antes de volver hacia la cocina. En silencio, él dejó la bolsa en el suelo junto a sus pies. Cruzó el umbral de la puerta. Ella estaba inclinada sobre la bolsa de la compra que había en la mesa. Se había quitado la americana y llevaba una blusa de seda fina. Su hermoso pelo negro había sido liberado del moño. Fue hacia ella sin que lo advirtiera; estaba ocupada con su compra. Pudo oler su perfume caro y asfixiante.

Levantó el martillo.

En el último instante ella notó algo y se volvió.

- ¿Qué…?

El martillo cayó sobre su coronilla con un golpe sordo. La sensación del impacto fue una liberación increíble para él. Un estremecimiento bajó por sus músculos como una corriente, luego fue hasta su cabeza e hizo que las sienes le latieran de placer. El golpe la dejó a ella tendida sobre el linóleo, después de que su cabeza golpeara el armario con un crujido.

Se inclinó sobre ella.

- Llevabas mis zapatos favoritos -susurró agradecido-. Gracias por facilitarme las cosas.

Estaba casi inconsciente. No intentó defenderse; sólo emitió algunos quejidos incoherentes. Él sabía que no se le resistiría. Tenía un cuerpo pequeño. Fue fácil arrastrarla hasta arriba por la escalera alfombrada. Se sentía muy fuerte, muy poderoso. Tiró de ella hasta el dormitorio y la subió a la cama. Sacó el cordel de su bolsillo trasero y con manos expertas la colocó boca abajo y ató juntos sus muñecas y sus tobillos. Luego le dio otra vez la vuelta. Sus piernas habían quedado forzadas debajo de su cuerpo y la falda azul se le había subido por sus muslos y dejaba a la vista unas bragas de encaje. Las finas medias se habían roto y ahora tenían una carrera en la cara interior de un muslo. La piel que se veía por ella tenía el color del marfil. Sus ojos estaban muertos y vueltos hacia arriba, pero aún respiraba.

La dejó por un momento y subió su bolsa de lona del piso de abajo. Al entrar un momento después en el dormitorio vio que estaba más lúcida, y sus quejidos se estaban convirtiendo en palabras. Pero no gritaba. Con voz temblorosa, preguntó:

- ¿Qué es lo que quiere?

Él dejó la bolsa en el suelo al pie de la cama y se agachó sobre ella. La abrió y sacó el cuchillo. Ella gritó.

No podía permitírselo; no en aquel barrio. Puso una mano sobre su pequeña boca, extendiendo el lápiz de labios por su mejilla, y acalló sus gritos. El cuchillo adorablemente afilado lo dejó hipnotizado. Una belleza tan peculiar en aquel momento perfecto. Notó cómo ella se revolvía bajo su cuerpo.

Por fin le dio su respuesta.

Una hora más tarde salió del dormitorio, se quitó los guantes, los depositó con cuidado en una bolsa de plástico con cierre para pruebas y se puso un par nuevo. Daría una vuelta rápida por la casa antes de irse. Entró en el estudio y examinó el gran escritorio forrado de cuero. Una antigüedad sobrevalorada. Había folletos de fincas amontonados encima, un diccionario de inglés, guías de viaje. A un lado vio una carpeta etiquetada.

«Divorcio.»

Abrió con cuidado la carpeta y hojeó los papeles. Los honorarios del abogado eran altos, pero a ella le había valido la pena el gasto. Había impresos y tasaciones de propiedades, y una carta en jerga legal que hacía referencia a una casa en Lane Cove. La leyó dos veces y se la guardó.

Satisfecho por haber conseguido todo lo que quería, cogió su bolsa de lona y se marchó.

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