Fetish

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Capítulo 47

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Capítulo 47

Sentada con las piernas cruzadas sobre el sofá de su apartamento de Bronte, Makedde miraba al vacío preguntándose si una mujer podía saber si se estaba acostando con un asesino. Muchas otras mujeres habían sido engañadas. La historia estaba llena de increíbles episodios de traición y abuso de confianza. Las novias de Bundy. La madre de Kemper. El padre de Makedde le había hablado de una mujer de los años veinte… ¿frau Kirchen? No, frau Kurten, en Alemania. Fue uno de los peores casos de estudio sobre los que había leído. Frau Kurten había vivido ajena a los setenta y nueve asesinatos, agresiones y violaciones cometidos por su marido. Cuando lo detuvieron llevaban diez años casados. Peter Sutcliffe también estaba casado, igual que Jerome Brudos e incontables asesinos violentos. ¡Qué demonios…! Incluso Stanley tenía una novia embarazada. ¿Cómo podría Makedde creer sinceramente que conocía a Andy Flynn por el mero hecho de haberse dado unos revolcones con él?

Un dolor sordo la hizo darse cuenta de que estaba clavándose las uñas en las palmas de las manos. Todo su cuerpo se encontraba tenso y encogido; respiraba agitadamente y con los dientes apretados. Extendió los dedos e hizo un esfuerzo consciente por relajarse.

Las palabras de Jimmy aún resonaban en su cabeza. Le había explicado que la sangre de Andy era AB, un grupo compartido por sólo el tres por ciento de la población, mientras que la de Cassandra era cero, como la del cuarenta y seis por ciento de la población. La sangre de Cassandra lo cubría todo: cama, sábanas, paredes, suelo y el cuchillo abandonado en la escena del crimen. ¿Había resultado herido en la lucha el asesino de tipo AB, o había atacado a Andy antes de asesinar a su mujer?

El cuchillo de Andy no se encontraba en su funda en el cajón de la cocina. Sus huellas estaban en él. Su sangre. Se habían encontrado huellas de zapatos del cuarenta y cinco, el mismo número de Andy, en el charco de sangre formado bajo el cuerpo de Cassandra y por toda la casa que habían compartido.

Makedde seguía bien despierta a medianoche. Bajo su almohada había dejado el cuchillo de pelar. En la cómoda que había junto a la cama tenía un spray de laca y un encendedor. El número asignado a la marcación directa era el 000 y tenía el número de móvil de Jimmy. ¿Qué más podía hacer en ese momento? Sentada en la cama, rodeada por su pequeño arsenal, Makedde empezó a leer Sin conciencia: el inquietante mundo de los psicópatas que hay entre nosotros. Era un superventas escrito por uno de los profesores de su Universidad de Columbia Británica. Una lectura adecuada aunque no tranquilizadora.

Luther se dirigía al apartamento de Bronte sin que nadie lo viera ni lo oyera. Un hombre de aspecto tan desafiante prefería operar de noche. Era mejor que su presa no lo viese acercarse, que el miedo la asaltara de repente y la cogiera desprevenida. Se dirigió a la parte trasera del edificio hundiendo silenciosamente sus enormes pies en la empapada hierba del jardín del vecino.

«Tu hombre de la puerta trasera

[6].»

James Tiney Jr. estaría feliz de que lo hubieran librado de aquella belleza entrometida que le había causado tantos problemas. Estaba disgustado porque los polis habían encontrado su anillo. Toda la policía se le había echado encima y su mujer se había enterado de su aventura. No era culpa de Luther, pero aun así le gustaba eliminar cualquier cosa que irritara a su cliente, y sin cobrar. Era un juego en el que tenía la victoria asegurada, algo con lo que Luther disfrutaría; además, JT tendría una coartada irrebatible y este asesinato lo eliminaría de la lista de sospechosos. Le había dado instrucciones precisas.

- Hable esta noche con la policía. Hable con su familia. No pase ni un minuto a solas.

No le había dicho por qué, sólo que era importante. JT se lo agradecería después.

A esa hora la calle estaba tranquila. Había algunos vehículos aparcados más arriba que antes no había visto, pero ninguno estaba cerca del apartamento de ella. Si hubieran ido a visitarla lo más probable habría sido que aparcasen más cerca. No, estaba seguro de que estaba sola. Tener a Makedde sólo para él sería un gran placer. Luther casi podía saborear su dulce conquista.

Lo haría como el asesino del zapato.

«Golpeada.»

«Atada.»

«Acuchillada.»

Poseída y disfrutada a fondo. Igual que la mujer del poli. Flynn sería aún más culpable por ese pequeño detalle. La idea hizo sonreír a Luther. Se detuvo al llegar al patio trasero de Mak y escuchó antes de cubrirse la cabeza con un pasamontañas. Estaría impresionante con su metro noventa de estatura, vestido con un mono negro como un comando y con guantes y pasamontañas. Llevaba un desmontador de neumáticos, una mordaza, unas esposas y un cuchillo de desollar de quince centímetros muy afilado. Los utilizaría en el orden adecuado. Impulsado por el recuerdo del cuerpo desnudo de Makedde, se puso en marcha. Se acercaría hasta que pudiese verla sola por la ventana y luego pasaría a la acción.

Oyó un ruido.

Algo rozó los arbustos detrás de él.

Se agachó e intentó distinguir el origen del ruido mientras sacaba el cuchillo de la funda con un movimiento rápido y preciso. Pero aparte del suave rumor de las hojas que caían, los arbustos volvían a estar en calma.

Silencio.

«Probablemente ha sido un pájaro, o quizás un falangero.»

Volvió a dirigirse hacia los escalones del porche. Otro ruido.

Luther se giró rápidamente hacia el ruido y percibió vagamente el movimiento de algo que volaba hacia él. Aunque no era de su tamaño ni mucho menos, una criatura chocó con él, lo desequilibró y lo hizo caer sentado sobre la hierba mojada. El cuchillo de Luther saltó de su mano. Empujó al atacante con mucha fuerza y mientras se apartaba vio que era un hombre, rubio y pequeño, que enseñaba los dientes en silencio agresivamente. Su mirada era salvaje y lanzaba manotazos y patadas mientras retrocedía.

Luther se movió a tientas por la hierba buscando inútilmente su cuchillo. El hombre volvía a arremeter contra él y vio brillar una hoja afilada en su mano cuando la movió. Luther rugió furioso y lanzó una patada que alcanzó la entrepierna de su atacante. La delgada hoja cortó el aire y el borde de la oreja de Luther, y la punta se clavó en el músculo de su hombro a través del mono. Él gritó, más de ira que de dolor, y se puso de pie de un salto.

Hubo un movimiento en la casa y la luz del porche se encendió e iluminó una parte del patio. Luther vio escabullirse a su enemigo. Ciertamente el tamaño del hombre no se correspondía con su fuerza. Tenía que irse de allí. Con todo el ruido los polis se pondrían en camino en cualquier momento. No merecía la pena arriesgarse. Algo caliente resbalaba por su oreja izquierda y cuando levantó la mano para quitárselo vio un brillante reguero de sangre en el guante.

«¡Joder!»

JT tendría que darle algunas explicaciones.

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