Fetish

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Capítulo 6

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Horas más tarde, Makedde esperaba pacientemente fuera del despacho del departamento de Homicidios, distante pero consciente de las miradas provocativas de varios jóvenes policías aburridos. No estaba de humor. Como sabía bien que el aspecto de universitaria no solía ayudar a que la tomasen en serio había cambiado sus vaqueros por algo un poco más formal. Llevaba su pantalón negro estrecho hecho a medida, uno de sus preferidos, combinado con una camiseta blanca de hombre que había comprado en King's Road, en Londres, y una americana de cachemira de Nueva York, un clásico cómodo y todo terreno.

El tiempo pasaba. Miró su reloj: las cuatro y cuarto. Quince minutos y aún seguía esperando. Era obvio que Flynn estaba ocupado.

Una discusión en la habitación contigua atrajo su atención. Las voces atravesaban las paredes y cada vez eran más fuertes, demasiado para ignorarlas. Era difícil distinguir las palabras, pero el tono era inconfundiblemente emotivo. Tenía un cierto tufo a pelea de amantes, y Mak se sintió avergonzada por su cotilleo involuntario.

Entonces, una voz de mujer atravesó con claridad el tabique: «¡Supongo que en tu opinión los vivos son de segunda categoría! ¡Me da igual!». La explosión fue acompañada por un estruendoso golpe. Varios agentes levantaron la vista alarmados. Otro golpe. Sonaba como si estuviesen golpeando repetidamente la pared con algo muy grande. Un joven saltó de su silla y corrió hacia la puerta, que casi le dio en la cara cuando se abrió de repente. Una mujer guapa, pequeña y morena salió con la cara arrebolada. Se volvió hacia el interior de la habitación y gritó con rencor: «¡Eres patético!». Luego se marchó pasando entre las mesas con aire altivo, con la cabeza muy alta e ignorando las miradas silenciosas de los agentes. Con su elegante traje de chaqueta, el ceño fruncido en un gesto muy desagradable y los brazos cruzados, fue derecha hasta el ascensor. Mientras era tragada por las puertas dirigió a los hombres una mirada de desprecio y superioridad. Se la veía bastante entera; estaba claro que no era a ella a quien habían lanzado contra la pared.

En cuanto desapareció, la sala prorrumpió en una carcajada nerviosa. El detective Flynn salió con los puños apretados y un ceño feroz. Parecía dispuesto a matar a alguien.

- ¿Sabes lo que significa Cassandra en griego? -le gritó un agente en tono jocoso.

- No, Jimmy, no tengo ni idea -le contestó furioso el detective Flynn.

- Significa «la que confunde a los hombres».

- Oh, fantástico. Gracias. ¿Dónde estabas hace cuatro años, cuando te necesité? Hay que joderse con las mujeres.

De nuevo las risas llenaron la sala y en el rostro del detective Flynn apareció una sonrisa sombría.

- Desde luego sabes provocarlas -intervino otro joven sin dejar de reír.

Pero Flynn ya no estaba para bromas.

- No me calientes, Hoosier -le espetó fulminándolo con la mirada.

¿Qué habría hecho la mujer para provocar tamaña reacción? ¿Y qué habría sido ese ruido?

Flynn se volvió y vio a Makedde esperándolo. Sus mejillas se tiñeron de rojo instantáneamente.

- Ah, señorita… señorita Vanderwall… -balbuceó con apuro. Makedde sonrió, incómoda por él-. Siento haberla hecho esperar -continuó él, recomponiéndose rápidamente. Su voz recuperó la cadencia educada y distante que había tenido el día anterior-. ¿Podría esperarme sólo un instante más?

Ella asintió y él volvió a desaparecer en la habitación misteriosa. Un minuto más tarde volvió a salir, más tranquilo.

- ¿Tiene usted alguna información para mí?

Con un brazo extendido, la guió a la habitación privada que ella sabía que se usaba para las entrevistas. La sobria habitación tenía en el centro una mesa de melanina desvencijada. Advirtió que las patas de la mesa estaban atornilladas al suelo y se preguntó a cuántos policías les habrían pegado con ella antes de que adoptaran esa medida especial. Algunos de los detectives aún reían cuando Flynn cerró la puerta tras los dos. Ella decidió que no haría ninguna referencia a la discusión. No era asunto suyo.

Andy le indicó con un gesto que se sentara, pero cuando ella apartó una silla él dijo:

- Perdón, en ésa no.

Ella vio que tenía una de las patas de metal muy torcida. Cogió otra que no estaba estropeada, y él se sentó frente a ella.

Makedde recordó las pocas entrevistas que le habían dejado presenciar en secreto desde el otro lado de un espejo semirreflectante no muy distinto del que ahora tenía enfrente. Su padre era un experto en interrogatorios. Conectaba con los sospechosos, los tranquilizaba y luego los atrapaba con sus propias palabras. Un método ligeramente diferente del lanzamiento de sillas pero, para ser justos, estaba claro que esa mujer no era una sospechosa.

Mak se preguntó si el detective Flynn sería un buen interrogador. Tenía la esperanza de que lo fuese. Estaba segura de que unos cuantos detectives se habían dirigido a la sala de interrogatorios en cuanto la puerta se cerró. Después de haberla estado mirando insistentemente en la sala de espera, sin duda estarían mirándola ahora. Era domingo por la tarde, seguro que estaban cansados y aburridos. Podía sentir sus miradas. ¿Debía hacerles saber que ella sabía que la estaban observando? Bah, ¿para qué aguarles la fiesta?

El detective Flynn se acomodó en su silla, mientras trataba de calmarse después de la discusión. Sola en aquella silenciosa habitación, privada de cualquier distracción, Makedde se dio cuenta de que en realidad era bastante atractivo. Su pelo oscuro era espeso y corto, y eso acentuaba un mentón cuadrado muy personal. Sus labios eran proporcionados, los dientes, rectos, y algo en su disposición le daba un aire extrañamente sensual. Pero «guapo» no era exactamente la palabra adecuada para el detective Flynn. Tenía la nariz un poco ganchuda y las orejas ligeramente grandes. Sus ojos verdes, bajo unas cejas oscuras, parecían cansados del mundo y escépticos. Pero de alguna manera, al juntar todos esos rasgos y añadir su imponente estatura el resultado, era atractivo. Especialmente para Makedde.

«Admítelo, por eso querías verlo cara a cara; porque lo encuentras atractivo.»

Su rostro aún estaba un poco arrebolado, y ella habría podido jurar que sentía el calor que aún desprendía su cuerpo. Makedde siguió fijándose en pequeños detalles del aspecto de Andy Flynn, como la pequeña cicatriz de su barbilla que sentía ganas de tocar. De pronto se imaginó las esposas de policía que debía de llevar en el cinturón y sintió una traviesa punzada de excitación sexual. La sensación le resultó tan incómoda que empezó a sospechar de sus hormonas y de la Luna.

- En primer lugar, permítame pedirle disculpas por no ser capaz de hacer una identificación el viernes -comenzó Makedde-. Es obvio que no estaba en condiciones y no podía serles útil en ese aspecto. Pero aunque ayer en la morgue la encontré…

diferente; yo…

- Se le hizo la autopsia antes de la identificación -la interrumpió él en tono paternalista-. Es el procedimiento estándar cuando se trata de una muerte sospechosa. Los cuerpos tienen otro aspecto después de la muerte, señorita Vanderwall; entonces…

Su voz se apagó mientras sus manos hacían un gesto que representaba lo desagradable de las funciones corporales póstumas.

El vello de la nuca de Makedde se erizó. ¿Estaba actuando para los detectives que observaban, intentando reafirmar su superioridad masculina sobre una mujer?

- No soy una completa ignorante, detective -le contestó con calma, porque estaba acostumbrada a que la subestimasen-. Estoy bastante acostumbrada a los procedimientos de autopsia, y al rigor mortis y a esa tumefacción tan desagradable con cuya descripción tanto ha disfrutado hace un momento. Mi padre era inspector de policía, y…

- ¿De verdad? -Advirtió un destello de interés en los ojos de Flynn-. ¿Está retirado?

- Sí, pero eso no viene al caso ahora. No le estoy pidiendo una lección sobre metodología post mórtem, sólo estoy dejando claro que la identificación fue positiva. Ahora, centrándonos en el asunto, tengo una información que creo que podría ser importante para la investigación.

Andy se inclinó hacia delante. Por lo visto había conseguido por fin captar su atención. ¿Qué debía decirle? Tal vez no había nada más siniestro en la relación de Cat que un vulgar marido infiel.

- Catherine Gerber tenía una aventura-comenzó-. Un asunto sobre el que había jurado guardar silencio.

Andy se inclinó más hacia delante. Había en él un fervor que la asustó un poco, en especial cuando se lo imaginó estampando aquella silla contra la pared. Makedde empujó su silla hacia atrás sin pensarlo y se separaron otro par de centímetros.

Mak tragó saliva.

- Catherine me había estado hablando de ese asunto desde hace más o menos doce meses. No quería dar detalles, pero sí hizo alguna referencia a que el hombre era poderoso, rico y mayor que ella. Como ella tenía diecinueve yo diría que debía de ser bastante mayor. También tuve la impresión de que estaba casado, y desde luego todo el asunto tenía consideración de alto secreto.

Flynn se había movido un poco hacía atrás; su lenguaje corporal indicaba que la información lo había decepcionado.

- Bueno, investigaremos eso. -Dirigió a Mak una mirada fija y paternalista, y preguntó-: ¿Hay algo más?

Makedde no acababa de creerse que se la estuviera quitando de encima. Se arrellanó en la silla y lo observó durante un instante analizando su postura.

«Debería haber esperado a tener algo más para venir; un nombre, fechas, lugares.»

Sintió la necesidad de llenar el incómodo silencio.

- No sé por qué pensé que le interesaría, pero

usted me dijo que viniese a verlo si…

- Me interesa. Me interesa en la medida en que cada fragmento de información es importante, e incluso el detalle aparentemente más insignificante puede cobrar un significado dentro de la imagen global.

- ¿Insignificante? -repitió Makedde, incrédula. Sabía que debería marcharse, que con él no iba a llegar a ninguna parte, pero no pudo contenerse-. Déjeme sugerirle un posible escenario para que pueda hacerse una idea de la

insignificancia de este detalle. Supongamos que ese tipo está casado. Supongamos que incluso se juega algo más: que es un político, alguien de las altas esferas, lo que sea. Tengo estas cartas -empujó hacia él la correspondencia cuidadosamente doblada- en las que Catherine dice que «no seguirá siendo un secreto durante mucho más tiempo». ¿Qué pasaría si le hubiera dicho eso a él? ¿Qué pasaría si lo estuviera amenazando con hacerlo público? Tal vez sería el móvil para un asesinato.

El detective Flynn se levantó con cara de póquer y Makedde se irritó aún más ante la ausencia de respuesta. Miró cómo se dirigía hacia el gran espejo dándole la espalda. Con una mezcla de furia y humillación, sospechó que estaba poniendo los ojos en blanco a sus colegas. Era evidente que había perdido el tiempo yendo hasta allí.

- Señorita Vanderwall, no creemos que esto sea un asesinato aislado motivado por la venganza. Lo crea o no, creemos que ese tipo hace estas cosas porque le divierten. Gracias de nuevo por la información, y ahora deje que los profesionales se encarguen de ello.

- Usted

tiene un sospechoso, ¿no es así? -preguntó Mak con sorprendente calma-. ¿Alguien a quien tiene auténtica manía?

«¿Con exclusión de todos los demás? Cielos, cuánto lamento amenazar con complicar su investigación con una nueva pista, señor detective Cabeza Caliente.» Contuvo su lengua.

- ¿Podemos quedarnos estas cartas?

- Me gustaría quedarme con copias, por favor. Y también que me devolviesen los originales lo antes posible -añadió con firmeza.

- No creo que haya ningún problema.

La acompañó desde el despacho hasta el ascensor con exagerada amabilidad.

- Gracias por su ayuda, señorita Vanderwall.

Salió del edificio furiosa. Se sentía estúpida y subestimada. Más que cualquier otra cosa en el mundo,

odiaba que la subestimaran. Una mirada a su pelo rubio y su aspecto de modelo y la gente dejaba de escucharla. Podría hablar de mecánica cuántica y le seguirían mirando fijamente los pechos, y entre sus orejas no se movería más que aire. ¿También se habrían reído los detectives cuando se había marchado? Seguro que sí. «Hay que joderse, con las mujeres», había dicho él. «Supongo que para él sólo he sido otra de ellas.» No era una presentación tranquilizadora del hombre que estaba a cargo del caso de Catherine.

El taxi se arrastró lentamente por la ciudad. En algunos momentos Makedde vio edificios vagamente familiares silueteados por un sol que aún estaba bajo en el cielo. Justo delante de ella, una enorme luna llena flotaba en silencio. El taxista le lanzaba miradas por el retrovisor. Irritada, le pidió que pisara el acelerador y pronto llegaron al mar abierto de Bondi Beach.

Entró en el solitario apartamento. Tiró las llaves sobre la mesa e imitó su propia voz: «Creo que podría tener una información… bla, bla, bla.

Idiota».

La habitación vacía le ofreció su silencio por respuesta.

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