Fetish

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Capítulo 8

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El amante de Catherine Gerber se sintió aliviado cuando cerró la puerta a mediodía y descolgó el teléfono. Necesitaba tiempo para pensar. El almuerzo que encargaba cada día seguía intacto sobre su mesa. No podía probar bocado; no por pena sino por enfado. No le habían preparado exactamente lo que había pedido: un sándwich de salmón ahumado con alcaparras, rábano picante y lechuga iceberg, con pan de centeno. De centeno, no negro. Era fácil. Cualquier otro día se habría quejado agriamente por el pan negro. Ese día su apetito se había apagado al ver el diario de la mañana. No podía pensar en comida. Su mente estaba ocupada por esa fotografía. «Catherine Gerber.»

Había salido un artículo cada día desde que esa chica, Vanderwall, descubrió el cuerpo el viernes. Eso estaba bien. Era de esperar. No era el artículo en sí lo que lo preocupaba; era la foto.

«¡Estúpida putita!»

Siempre había tenido mucho cuidado, había sido muy meticuloso. Se había asegurado de que nada pudiese relacionarlo con Catherine. Estaba seguro de que nadie importante los había visto juntos. Era una locura que una guarrilla despreciable como ésa acabase convirtiéndose en semejante amenaza.

Abrió el diario, lo hojeó hasta la página tres y se quedó mirando la gran foto que acompañaba al artículo titulado «Modelo canadiense, tercera víctima del asesino del zapato de tacón». Ahí estaba, retratada en algún acto social, sonriendo con inocencia, con un vestido escotado y un fino collar alrededor de su garganta, un delicado collar del que colgaba un solitario de hombre.

Su anillo.

«¡Putilla mentirosa!»

Había supuesto que lo había perdido, pero era evidente que no. Debió de ser cuando se reunió con ella en Fiyi durante su congreso de médicos en otoño. Había sido cuidadoso, como siempre. Le había dado dinero en efectivo para el billete, se alojaban en hoteles distintos y él iba a verla discretamente por las noches. Cuando se marcharon debió de olvidar el anillo junto al lavabo. Hasta días después del congreso no se dio cuenta de que no lo tenía. Cuando le preguntó, ella le juró que nunca lo había visto.

«Fulana intrigante…»

Era un anillo importante. Su padre se lo había dado como premio a él y a unos pocos gerifaltes más de la compañía. Significaba que había demostrado su valía. A diferencia de los parásitos de sus hermanos, él tenía futuro. Algún día todo aquello sería suyo, y el anillo lo demostraba.

«El anillo…»

Incluso había llamado al hotel y les había pedido que lo buscasen por todas partes. Cuando sus colegas se dieron cuenta de que no lo llevaba tuvo que inventar una excusa.

- Lo he perdido buceando en Fiyi -les había dicho-. No se lo digáis a papá.

«No; me lo quité para lavarme las manos en una habitación de hotel y la pequeña buscona me lo robó.»

Una gota de sudor bajó por su sien pulsante. Su pulso estaba desbocado. Todo el mundo iba a ver el artículo. Si alguien lo miraba desde suficientemente cerca reconocería el anillo. ¿Y si establecían la conexión? Y la policía; ¿y si encontraban el anillo entre sus cosas?

«¡Lleva grabadas mis malditas iniciales!»

Se secó el sudor mientras su presión arterial se disparaba.

Había que hacer algo. Necesitaba recuperar ese anillo.

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