Fetish

Fetish


Capítulo 14

Página 19 de 79

C

a

p

í

t

u

l

o

1

4

Los «asesinatos del zapato de tacón» presentaban varios elementos poco corrientes, y a medida que pasaban los días el detective Flynn se había ido obsesionando cada vez más con volver a analizar e interpretar las pruebas. Sabía que en los asesinatos con firma cualquier detalle violento y perverso tanto de la escena del crimen como de la víctima podía revelar rasgos relevantes de la personalidad del asesino. De todos modos, en el asesinato de Catherine Gerber había pocas pistas y muchas más incógnitas.

Había invertido toda la mañana en mirar de nuevo con lupa todos los datos, intentando sin éxito establecer alguna clase de vínculo personal o profesional entre las tres víctimas conocidas. Al parecer tenían entre manos a un asesino aleatorio, el tipo más difícil de atrapar.

- ¿Alguna idea acerca del condón? -preguntó Andy de repente cuando Jimmy pasó por delante de su mesa con su comida, que apestaba a ajo y cebolla.

- Creo que ese

malaka decide matarlas en el mismo momento en que las ve -contestó Jimmy-. Así que usa las gomas por su propio bien. -Se detuvo, se apoyó en la mesa de Andy y dio un mordisco a un bocadillo de

gyros. El

tzatziki se salía por los lados de la pita y le chorreaba por los dedos hasta la muñeca. Jimmy no se daba por enterado-. Si mi teoría de que odia a las putas es correcta, amigo mío -continuó con la boca llena-, quizá tenga miedo de coger el SIDA. Ése podría ser otro motivo para que le gusten jóvenes.

- Hay sangre por todas partes -señaló Andy-. Si le preocupara el SIDA o alguna enfermedad de transmisión sexual habría adoptado también otras precauciones. Quizá lo haga. Tengo la intuición de que no quiere dejar semen porque está familiarizado con los procedimientos forenses. La mitad de esos tipos estudian métodos de investigación y procedimientos forenses cuando están encerrados.

- Sí. Es una manera inteligente de aprovechar el tiempo.

- Y nuestro dinero. Entonces, supones que está fichado.

- Es posible.

Los dos detectives se quedaron en silencio.

- ¿Dónde lo hace, Andy? Al acabar debe de tener el aspecto de un trabajador del matadero. No puede tener esposa; me extrañaría mucho.

Andy miró el tablero; las caras muertas de Roxanne, Cristelle y Catherine. El impresionante físico de Makedde amenazaba con distraerlo por completo. De pronto las marcas de rotulador rojo sobre su cuerpo le parecieron de sangre. Miró en otra dirección.

- No le interesa quitarles las joyas, que son un recuerdo muy común, y sólo se queda un zapato, no los dos. No se los lleva a su mujer a modo de regalo morboso o algo así. Tienes razón: probablemente vive solo. Pero eso no lo podemos dar por sentado. El resto de las prendas no han aparecido. ¿Qué hace con ellas?

Jimmy no tenía respuesta para eso.

- Hay un cierto paralelismo con el caso de Jerome Brudos -dijo Andy.

- ¿Brudos?

- Jerome Henry Brudos. Cuando era un preadolescente en Oregon, en Estados Unidos, secuestraba a chicas muy jóvenes a punta de cuchillo. Las arrastraba hasta el granero de su familia y las obligaba a desnudarse. Luego les hacía fotos, las encerraba en una cabaña y unos minutos más tarde volvía y fingía ser su hermano gemelo Ed. Para eso se cambiaba la ropa, el peinado y todo, y simulaba estar horrorizado por lo que había hecho su «hermano descarriado». Incluso destruía aparatosamente el carrete de la cámara y hacía prometer a la chica que no lo contaría. -Andy hizo una pausa-. Tiene que haber alguna falta, aunque sea menor, en la juventud de nuestro asesino que apunte a tendencias perversas. Me sorprende que no haya nada en el pasado de Tony.

- El mejor precursor de la violencia es la violencia del pasado -reflexionó Jimmy-. Pero la mayoría de la gente no sabría qué buscar. Meterse en peleas al salir de clase llama más la atención que diseccionar discretamente mascotas domésticas.

Andy oyó rugir el estómago de Jimmy.

- Acábate el bocadillo.

Jimmy le dio un mordisco del tamaño de un puño y un poco más de

tzatziki le chorreó por la barbilla. Masticando con entusiasmo, dijo:

- Entonces, ¿qué hizo ese Brudos de mayor?

- Se convirtió en «el asesino del zapato» -respondió Andy con una gran sonrisa.

Jimmy rió y señaló su ingle.

- Aquí, compañero; justo aquí.

- En realidad, publicaba anuncios pidiendo modelos que posaran para él con zapatos y pantis. Todas acababan muertas, colgadas en su garaje. Las fotografiaba desnudas o con ropa de volantes y zapatos de tacón alto. Siempre tacones altos.

- ¿No ves un paralelismo? No es broma. Nuestro fotógrafo debe de tener a mano toda clase de tías deseando que las retraten.

- Exactamente. «Confía en mí, soy fotógrafo.»

Mientras Jimmy se dirigía hacia su mesa, Andy dijo:

- Lo extraño del caso de Brudos es que él

tenía esposa. Y ella nunca entró en el garaje.

- Parece que hables de Angie.

- Él guardaba recuerdos… partes del cuerpo. Apuesto a que nuestro tipo también, pero ¿qué hace con ellos?

Jimmy sacudió la cabeza.

- Eso te demuestra que no siempre sabes con quién estás viviendo.

Jimmy se fue a su mesa y dejó a Andy con su portátil, concentrado en sus notas:

Roxanne. Cristelle. Catherine.

26 de junio. 9 de julio. 16 de julio.

Más tortura. Más mutilación.

«Este tipo se acelera.»

A la una y media Makedde estaba frente a la ventana vestida con un pantalón negro y un jersey fino. Sus dedos jugueteaban distraídamente con el anillo de diamantes de su pulgar. «¿JT?»

Hacía horas que daba vueltas al acertijo de las dos letras. No podía recordar a ningún JT que conociese. Quizá se trataba de un apodo o una abreviatura. Pero ¿de qué? Las conjeturas eran inútiles; tenía cosas más urgentes de las que ocuparse. Pronto llegaría Tony Thomas y debería esforzarse para evaluar si era culpable y hasta qué punto constituía un peligro. Sus estudios de psicología podrían ayudarla si era observadora, pero en caso de que Tony fuera un psicópata sería imposible detectar las señales habituales que indicaran que estaba mintiendo.

Guardó en su bolso un pequeño cuchillo de pelar muy afilado.

- Deséame suerte, Jaqui -dijo en voz baja con una intensidad casi supersticiosa.

Jaqui Reeves era la entrenadora canadiense de defensa personal de Makedde, y también su amiga. Estaba muy versada en artes marciales, lucha callejera y uso de armas, y era una instructora entusiasta. También tenía una proverbial falta de respeto por los aspectos técnicos de la legislación canadiense, en particular en lo referente a las armas ocultas. Entre otros accesorios, siempre llevaba una pequeña navaja en el sujetador, a la que llamaba afectuosamente su «trampa para bobos». Puesto que conocía la obsesión de Makedde por no interrumpir los entrenamientos, la había enviado a ver a Hanna, que daba clases los viernes por la noche en Sidney. Mak tenía que estar más alerta que nunca, así que no pensaba perdérsela.

Tenía intención de llevar a Tony a un café donde hubiera mucha gente alrededor. Se enfrentaría a él y analizaría todas sus respuestas. Y si algo iba muy mal, tenía el cuchillo. No le daba miedo usarlo. Era mejor que nada.

Cruzó los dedos.

A las dos menos diez Mak concibió la esperanza de que Tony hubiera cambiado de idea, o, mejor aún, que lo hubiera atropellado un coche cuando iba de camino. Cuatro minutos más tarde un fuerte golpe hizo temblar la puerta.

«¿Es que nadie usa el timbre del intercomunicador?»

Echó un vistazo por la mirilla y vio la cara redonda de Tony mirándola; en la imagen distorsionada por la lente su nariz aparecía monstruosamente grande. Llevaba un ramo de flores. Sujetando el bolso con el cuchillo, Makedde abrió la puerta sin ganas.

Tony entró sin esperar a que lo invitara.

- ¿Tienes un jarrón para esto? -preguntó mientras iba derecho a la cocina.

- Tony…

- Siento lo de anoche -gritó desde el otro lado de la habitación-. Este sitio es una caja de zapatos. Una chica guapa como tú debería vivir en algún sitio mejor -continuó mientras se movía por el apartamento tocándolo todo-. Supongo que es agradable estar en Bondi, pero aun así…

- A mí me parece bien -dijo secamente Makedde.

Él ya estaba mirando la cocina.

- Tus armarios están mugrientos, deberías encontrar alguien que venga a limpiar.

- Es carbón.

- ¿Qué?

- Da lo mismo.

- Yo tengo un sitio -insistió él-. A veces se lo alquilo a modelos. Sarah Jackson estuvo allí una temporada, hasta que su carrera se disparó de verdad.

Sarah Jackson ocupaba la portada del último

Vogue británico.

- No, gracias.

- Al menos deberías verlo.

Ella le dedicó una mirada glacial.

- Tú podrías ser una modelo de las más grandes si te arreglaras los labios, ¿sabes? Tienes una cara magnífica.

- Gracias por el consejo. ¿Nos vamos? Me estoy muriendo de hambre.

- Sólo un momento. Tenemos que hablar.

- Podemos hablar mientras comemos -insistió ella.

No sirvió de nada. Tony se sentó en el sofá y comenzó a quejarse de la policía y de que lo trataban como si fuese un criminal.

- Están llevándose mis archivos y mirando todos mis negativos. Tienes que creerme.

- ¿Qué es lo que tengo que creer, Tony?

- Que yo no he matado a nadie. Lo juro.

- Entonces ¿qué había en el carrete?

- ¿Qué carrete? -preguntó él como un idiota.

Ella lo miró muy seria y habló despacio y remarcando cada palabra.

- El carrete que se llevó la policía.

Él se puso rojo.

- Pues…

- ¿Por qué fotografiaste el cadáver de aquella pobre chica? -Se quedó mirándolo fijamente mientras él se iba hundiendo cada vez más en el sofá, como un avestruz pero sin la necesaria arena-. ¿Sabías que éramos amigas? ¿Sabías que yo la encontraría? -lo presionó. Tony empezó a balbucear incoherencias-. ¿Qué te llevó a escoger ese lugar? Entre todas las playas de Sidney, ¿por qué escogiste

ese lugar,

ese día? -inquirió.

- ¡Siempre voy a esa maldita playa! Debo de haber montado veinte sesiones de fotos allí este año. Nunca hay nadie, así que te puedes ir sin pagar el permiso. Ahora cobran una fortuna por usar las playas. ¡Es la verdad!

Era patético. Ella no pudo evitar sentir pena por él, al menos durante un momento.

- Dame una buena razón para creerte.

Resultó que Tony no podía darle una sola razón. Con su patética fachada de donjuán desmontada, se puso tan nervioso que se marchó precipitadamente rogándole que no contase a nadie de la profesión lo de las fotos del cadáver de Catherine. Fue un espectáculo penoso. Ninguna coartada podía ser tan convincente como sus débiles súplicas de perdón.

Esa tarde Makedde se sentó sola en el Raw Bar, un estupendo lugar para comer

sushi ubicado en Bondi Beach. Se dedicó a mirar cómo los grupos de olas, de un tamaño considerable, se enroscaban punteados de surfistas con neopreno y luego rompían y lanzaban por los aires tablas y cuerpos. Sonrió cuando le pusieron delante una fuente de

sushi meticulosamente diseñado. Los

onigiri de salmón se fundieron en su boca y los rollos de California eran frescos y deliciosos, con un delicado toque de

wasabi. Un «mmmm» inconsciente se escapó entre sus labios mientras comía.

Nunca te interpongas entre un Vanderwall y su comida.

No podía imaginarse a Tony Thomas machacándole el cráneo a alguien, salvo que estuviese borracho. Y mucho menos abriendo a una persona en canal. ¿Eviscerándola? Estaba segura de que su estómago no lo resistiría. Tenía acceso a chicas jóvenes de una belleza impresionante, y era obvio que se aprovechaba de ello hasta donde podía. Pero ¿un asesino? Lo tachó de su lista mental de sospechosos, aunque se dijo que no debía darlo por hecho.

Un psicópata inteligente podría representar el papel que quisiera para convencerte de su inocencia. Tenía que mantener la mente alerta y descubrir la identidad del dichoso JT.

Ir a la siguiente página

Report Page