Fetish

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Capítulo 40

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Al atardecer Makedde aún no había tenido noticias de Andy Flynn. Tenía preguntas que requerían respuestas, pero nadie, al parecer, tenía ganas de dárselas. Si la policía no iba a hacerse cargo de ello tendría que ocuparse ella misma.

Una sesión fotográfica con Rick Filles era algo tan apetecible como una cita con Norman Bates, pero a medida que se acercaba el momento de su encuentro a las nueve sin que nada sucediese, comenzó a ser su única esperanza. ¿Y si era él? ¿Y si ella conseguía descubrirlo? Rick no había actuado de manera sospechosa con la agente Mahoney, pero eso no demostraba nada. No era su tipo. Pero Debbie sí lo sería.

Si Rick era el asesino de Catherine y el que había enviado aquella foto horrible y mutilada a Makedde, presentándose en su estudio seguramente lo pillaría desprevenido. Podría escapársele algo. Pero también podría actuar de manera impredecible, o, peor aún, peligrosa. Había que tomar precauciones. Sólo faltaban tres horas para su cita. Tenía que trabajar deprisa, y sabía perfectamente a quién llamar.

- Hola, Loulou. ¿Cómo estás?

- ¡Cariño! ¿Has encontrado tu portafolio?

- Lamentablemente no. Siento haber estado un poco de morros cuando te llevé a casa.

- Qué va. Te entiendo perfectamente.

- Quería preguntarte qué talla usas.

- ¿Mi talla? Una cuarenta… por lo general.

Makedde sonrió. «Bastante parecida.»

- Me estaba preguntando si podrías hacerme un favor.

Poco antes de las nueve en punto Makedde llegó al oscuro, decrépito y pintarrajeado bloque de apartamentos en un callejón de Bayswater Road, en Kings Cross. Habían roto la mayoría de las farolas y las aceras estaban ominosamente desiertas. Era como si alguna plaga hubiese pasado por el lugar, hubiese acabado con todo el mundo y dejado las calles infectadas y no aptas para los pies humanos. El único signo de vida era la parpadeante luz de un televisor en un apartamento del tercer piso del edificio. Alguien estaba agazapado en la seguridad de su refugio viendo un concurso. Mak oía los aplausos. «¿Por qué estoy jugando a esto?»

Se preguntó si Rick Filles sería un moderno Harvey Glatman, el tenaz asesino en serie obsesionado con las ataduras que se hacía pasar por fotógrafo y aterrorizó a las modelos de Hollywood en los años cincuenta. Un escalofrío recorrió su espalda y se detuvo. Pero ése era el propósito de la expedición, ¿no? Ser suficientemente hábil para descubrirlo antes de que tuviese ocasión de hacer daño a más mujeres.

«Sólo una hora, nada más. Puedes hacerlo.»

Algo temblorosa, Makedde llamó a la puerta, que se abrió sola con un chirrido y dejó a la vista una oscura escalera. Entró y buscó a tientas un interruptor. No lo había. Todo lo que pudo distinguir fue la tenue forma de la escalera que ascendía.

«Lo hago por ti, Catherine.»

La alivió encontrar un interruptor circular en el primer rellano. Al pulsarlo el hueco de la escalera se iluminó con la luz de un solitario tubo fluorescente. Un signo pintado a mano indicaba que el estudio estaba en el cuarto piso. Miró a su alrededor. No había ascensor. Suspiró. Cuatro pisos por la escalera con zapatos de tacón. Las cosas empeoraban por momentos. Engalanada con un top de color rojo sangre y una minifalda negra, Makedde sabía que parecía un híbrido entre una

pin-up de Vargas y una Barbie envuelta para regalo. No era un look que adoptara a menudo.

Se inclinó hacia delante, colocó las manos bajo sus pechos y los empujó hacia arriba. Con ello consiguió el efecto mágico de convertir su ya generosa pechera en la de la exuberante Debbie, con las proporciones de Jane Mansfield. El top era muy escotado y dejaba a la vista dos perfectas medias lunas que desafiaban a la gravedad con una vertiginosa fosa entre ellas. Probablemente él se daría cuenta de que había exagerado un poco cuando lo llamó, pero estaba segura de que no quedaría decepcionado.

Cuando llegó a la puerta del estudio volvió a maldecir al gobierno de Australia por no legalizar para los civiles el uso del spray de pimienta. Su arsenal de cosméticos tendría que servir: laca, una aguja de moño y su fiel cuchillo de pelar.

«Haz tu papel. No hay nada que temer. Sólo es una película.»

«Me gustaría saber cómo termina el guión.»

Rick Filles abrió la puerta en cuanto llamó. Sus ojos fueron lo primero que Mak observó. Eran inquietantes, deformes y demasiado pequeños para su cara. Nunca había visto unos ojos tan minúsculos y desproporcionados. Eran redondos y enrojecidos, y brillaban como canicas calientes.

- Hola, soy Debbie -dijo Mak en un susurro, y añadió una risita tonta para completar el efecto.

Los ojos del fotógrafo se dirigieron directamente a sus pechos. Fue un alivio. Con un poco de suerte no habría captado su miedo. La acompañó al interior sin dejar en ningún momento de mirar abiertamente su escote.

- Guau. Menudo estudio. Y tú, o sea, ¿haces muchas fotos?

No se olvidó de ladear la cabeza a un lado y otro al acabar la frase.

- Por un tubo. ¿Qué veneno tomas, muñeca?

- ¿Veneno?

- ¿Qué bebes?

- Ah, lo mismo que tú.

Mientras él iba a la pequeña cocina ella inspeccionó el estudio sin perder tiempo. Fue hasta la mesa de luz, que estaba encendida, y miró las diapositivas. Porno blando. Chicas con grandes tacones en coches deportivos. Desnudos. Nada espectacular, y desde luego nada original. Probablemente las había colocado allí él para que las viera. Pero había un interesante montón de carpetas en el suelo bajo la mesa. Quizás ahí era donde escondía las fotografías más comprometedoras.

En un lado de la habitación la esperaba un colgador con lencería llena de volantes. Cosas corrientes. Bodies rosa. Ligueros rojos. Bragas abiertas. Podía esperar cuanto quisiera: ella no iba a ponérselos bajo ningún concepto. A su izquierda, una puerta no muy visible despertó su interés.

Rick volvió con algún líquido transparente en vasos de chupito que dejó sobre la mesa de luz. Makedde sujetaba firmemente el bolso que llevaba colgado con la esperanza de no necesitar las armas improvisadas que llevaba en él.

- ¿Tienes alguna foto que pueda ver? -le preguntó.

- Claro, muñeca.

Señaló las diapositivas.

- ¿No tienes otras? Estoy intentando hacerme una idea.

- Qué va. Las demás están… -dudó- en casa de un cliente.

«Sí, claro.»

- Qué lástima. ¿Tienes ropa?

- Ahí.

Hizo un gesto hacia el colgador de ropa interior con volantes.

- ¿No tienes otra cosa? Algo un poco… -guiñó un ojo.

- ¿Qué idea tienes?

- Algo… ¿perverso? -sugirió ella, y le dedicó una sonrisa.

Bebió con precaución de su vaso y casi le vino una arcada. Sabía a combustible para mechero. Los ojos de Rick se iluminaron como los de un adolescente que ve su primer poster desplegable de una modelo. Ella esperaba que en cualquier momento comenzara a babear por las comisuras de la boca. Sin previo aviso, la cogió por la cintura y la llevó hacia la habitación misteriosa.

- Eres perversa ¿eh? Has venido al lugar adecuado, nena.

Notaba su mano caliente y pegajosa a través del top de Loulou. Tenía la cara muy cerca de su cuello. Makedde apartó la cabeza intentando evitar el aliento asqueroso que llegaba hasta su nariz. «¿Qué es este olor?» Probó a aguantar la respiración. Su instinto le decía que luchara. ¡Un codazo en la garganta y a correr! Pero no podía. Ya había llegado demasiado lejos. Él la soltó para abrir la puerta y ella aprovechó para echar un vistazo a su reloj. Sólo eran las nueve y media. Aún le quedaba media hora. Tenía que entretenerlo.

Una sonrisa babosa se dibujó en la cara de Rick. Mantenía la mano en el pomo y sus ojos resplandecían como dos ventanas de un horno. Abrió pausadamente la puerta, centímetro a centímetro, para revelar el contenido de su habitación especial: un sorprendente conjunto de cuero, goma y cadenas sujetas a paredes y colgadores. Los ojos de Mak se detuvieron en un artilugio metálico de aspecto desagradable con correas de cuero.

«Pero ¿qué coño es eso?»

Él la miró en busca de aprobación.

- Ooh -exclamó ella.

«Ay, mierda.»

En una de las paredes colgaban unas cadenas con unas esposas en la punta. Le costó trabajo imaginar a alguien permitiendo voluntariamente que lo ataran ahí; recordó las marcas de las muñecas de Catherine. ¿Cuánto tiempo habría pasado resistiéndose? ¿Era cuero o metal lo que la había sujetado de manera tan eficaz y se había clavado en su suave piel?

Las cadenas sólo eran el comienzo. Había látigos de cuero, algunos con borlas rojas que tenían aspecto de hacer mucho daño. Había mazas con puntas e innumerables artefactos fálicos. Velas. Agujas.

Tenía que enseñarle eso a la policía.

- Estoy segura de que te quedaría genial uno de esos -dijo ella señalando las prendas y accesorios.

- No, a mí no me va. Lo que me gusta es dominar.

«¿Y qué haces cuando dominas?»

- ¿Alguna vez has probado uno?

- No, éstos no.

- Ni yo. Me probaré uno si te lo pruebas también tú -propuso ella.

Él la miró durante muchísimo tiempo, como si le estuviera tomando las medidas con ojos diabólicos. ¿Podría notar su miedo? Se preparó mentalmente para detener un ataque. Su respuesta la sorprendió.

- Vale.

- Tú primero.

- No, insisto. Tú primero.

- No, por favor,

primero.

Una retorcida parodia de amabilidad.

Rick Filles iba en serio con la proposición. No iba a echarse atrás, y Makedde no podía retirarse.

- Espera aquí. Déjame escoger uno y sorprenderte -susurró ella.

Mak cerró la puerta tras de sí y pulsó un interruptor. Una lámpara de techo se encendió y derramó un resplandor mortecino y rojizo.

- Te espero -le oyó decir.

Su voz la hizo estremecerse.

Su mente se desbocó y el pánico amenazó con tomar el control. Tuvo un repentino flash de Stanley irrumpiendo por la puerta e inmovilizándola sobre el suelo, arrodillándose sobre sus bíceps con todo su peso y con su navaja automática brillante y afilada apoyada en su mejilla. Apartó ese pensamiento y se recordó a sí misma que Stanley estaba en la cárcel, y que el hombre a quien se enfrentaba ahora era mucho más bajo y más débil, y ella estaba mucho mejor preparada.

Eligió un corpiño de cuero negro, se quitó el top de Loulou y lo metió en su bolso. El corpiño le quedaba estrecho, con un enorme escote decorado con brillantes remaches de metal. Se lo puso como pudo y la inmisericorde prenda redujo su cintura a una medida absurda.

- Te toca -consiguió decir mientras cogía un pantalón corto de goma con curiosas anillas de metal y se lo pasaba.

Él dudó y sus ojos se convirtieron en rendijas.

«Esto no va bien.»

Pasó lentamente un dedo por su abultado pecho. Funcionó. Los ojos del fotógrafo se abrieron y siguieron su dedo.

- Venga, chico, pruébatelo para mí -susurró-. Por favor.

Rick entró en la habitación y entrecerró la puerta, con un ojo malévolo vigilando todo el tiempo a su presa. Se volvió de espaldas un instante y ella vio su oportunidad. Se lanzó hacia delante, cerró de un portazo y colocó una silla encajada bajo el pomo.

- ¡Eh! -gritó él-. ¡Eh, cerda! ¡Abre esto!

No había tiempo que perder. Corrió hacia el montón de archivadores que había bajo la mesa de luz y los inspeccionó frenéticamente. «¡Joder!» Se trataba sólo de impresos y papeles.

- ¡Puta! -volvió a gritar él, y Mak oyó que la silla crujía amenazadoramente, a punto de romperse.

No tenía tiempo. Con los zapatos en la mano, bajó los escalones de dos en dos oyendo sus gritos desvanecerse mientras llegaba a la calle. Comenzó a correr y de entre las sombras emergió una nube de neón.

- ¡Cielo! ¿Qué ha pasado? -exclamó Loulou.

- ¡Rápido! -dijo Mak sin resuello y sin dejar de correr. Loulou fue tras ella-. ¡Tenemos que irnos de aquí!

Corrieron varias manzanas hasta el coche de Loulou, recién sacado del taller. Drogadictos y paseantes aburridos las vieron pasar sin interés. Loulou puso el coche en marcha.

- ¿Qué ha pasado? ¿No se suponía que yo iba a irrumpir montando el número de la amante celosa o algo así?

Makedde se sentía mareada.

- Las cosas se me han ido un poco de las manos -reconoció.

- Ya lo veo. ¿Has conseguido lo que querías?

- Bueno… sí y no -dijo Mak-. Se dedica a alguna clase de mierda rara, pero no he encontrado nada que lo relacione directamente con Cat.

- ¿Y mi top rojo?

- En el bolso.

- ¿Y de dónde has sacado esa cosa de cuero?

- De la mazmorra sadomasoquista del infierno. Puedes quedártelo. No voy a querer recuerdos.

- Genial -dijo Loulou admirando los remaches antes de arrancar a toda velocidad.

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