Fetish

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Capítulo 48

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«¿Qué ha sido ese ruido?»

Algo la había despertado otra vez. Ruidos junto a su puerta delantera. ¿Pasos? Había oído un grito cerca de su puerta trasera, pero al ir al porche no había visto a nadie allí. ¿A qué hora había sucedido eso? ¿Qué hora era ahora? Metió la mano bajo la almohada, cogió el cuchillo de pelar y lo sostuvo hacia arriba como un comensal impaciente. Un puño golpeó su puerta delantera. Alguien le hablaba en susurros con urgencia.

- ¿Makedde? ¿Estás levantada? -dijo una voz familiar.

Makedde saltó de la cama con el cuchillo en la mano y su libro resbaló y aterrizó en el suelo con un golpe sordo. Ahora estaba completamente despierta.

Él volvió a hablar.

- He visto tu luz encendida. Sé que es tarde…

Su reloj marcaba la una y media.

- Y tanto que es tarde, Andy -contestó intentando parecer fuerte mientras iba hacia la puerta.

«Tarde en más de un sentido.» Comprobó que el pestillo y la cadena de seguridad estaban cerrados.

- Tengo que hablar contigo; es importante -dijo él débilmente.

Los dedos de Mak se apretaron sobre el cuchillo.

- ¿De qué quieres hablar? Eh… ¿cómo has sabido que vivo aquí? -le preguntó con la boca a unos centímetros de la puerta.

- Makedde, yo no lo hice. Me he enterado esta mañana por el periódico…

- Genial. Entonces, ¿por qué no te vas a la comisaría más cercana y me llamas por la mañana?

- Ya he pasado por la policía. ¿Podemos hacer esto sin una puerta de por medio, por favor?

- ¿De verdad has ido a ver a la policía? -preguntó ella con escepticismo-. ¿Has hablado con Jimmy?

- Sí.

- ¿Cuándo?

- Esta noche. Sé que hoy ha venido a hablar contigo. Por eso sé que vives aquí.

«Oh, gracias Jimmy.»

- ¿Te ha dicho que eres sospechoso?

Hubo una larga pausa. Durante un momento se preguntó si aún estaba ahí. Luego él contestó:

- Ya sabía que era sospechoso antes de ir…

- ¿Y cómo lo sabías?

- Quizá debería irme…

- No, espera -dudó-. ¿Dónde has estado?

- En Lane Cove. Es una larga historia. ¿Puedo entrar ya? Me siento un poco ridículo hablando contigo a través de la puerta.

- Un momento.

Abrió la puerta con cautela unos pocos centímetros, hasta el límite de la cadena.

Sus ojos se encontraron. Era Andy; el mismo hombre en quien había pensado que podía confiar. Tenía el pelo lacio y sin peinar y no se había afeitado. Le pareció que exhalaba un ligero olor a alcohol.

- Andy-le explicó ella-, entiende mi posición, por favor. Te fuiste sin decir adiós, y ahora que eres sospechoso de asesinato apareces sin avisar frente a mi puerta a la una y media de la madrugada.

- Debería haberte llamado, pero tengo que hablar contigo ahora. Yo no lo hice, tienes que creerme.

- ¿Por qué nunca llamas antes de presentarte? ¿Me prometes que has hablado con la policía? ¿Saben que has vuelto?

- Te lo prometo.

- ¿Y has hablado con Jimmy esta noche?

- Sí -insistió él apoyándose en la abertura de la puerta y mirándola a los ojos.

- Entonces, ¿si lo llamo ahora me confirmará tu historia?

Él se apartó.

- Es la una y media.

- Es policía ¿no? ¿No estáis disponibles veinticuatro horas al día? Yo diría que esto es bastante importante -dijo ella observando sus ojos, estudiándolo en busca de un signo que indicara que estaba nervioso porque lo habían localizado.

No se inmutó.

- Ni siquiera debería estar aquí, pero si eso te hace sentirte mejor llámalo. -Bajó la mirada-. Será mejor que me vaya. No debería haber venido esta noche.

Dicho lo cual se volvió y comenzó a caminar. Makedde se limitó a mirarlo por la rendija de la puerta con el cuchillo apoyado en el marco. Él se alejó hasta la calle y luego se volvió y dijo:

- Siento que te hayas visto involucrada en esto.

- Y yo siento lo de tu esposa -contestó ella, y era verdad. Quería creer que era inocente, ése era el problema. Su implicación emocional podía alterar su juicio.

Quizá ya lo había hecho.

El teléfono sonó a las ocho de la mañana y sacó a Makedde de su profundo sueño. Sentía el cuerpo pesado, como si se hubiera hundido en el colchón, y experimentaba algo que se parecía asombrosamente a una resaca. Pero no había bebido ni una gota.

- ¿Hola? -respondió con voz débil.

La voz del otro extremo le sonó lejana.

- Mak, soy tu padre.

- ¡Papá! ¿Cómo estás? Siento no haberte llamado.

- ¿Cómo estás tú?

- Eeh… estoy bien…

- Vaya. -Algo en su voz parecía indicar que sabía que no todo iba bien. Hubo un momento de silencio-. Theresa está bien -dijo-. Ya no falta mucho. Seguro que le habría gustado que tu madre lo viera.

Oyó cómo suspiraba. A veces se olvidaba de lo fuerte que era, de lo bien que había sobrellevado la muerte de Jane.

- ¿Conoces a un detective de la central que se llama Flynn?

«Oh no. Ya está.»

La verdad es que no le sorprendió que su padre supiera de Andy. Evidentemente estaba otra vez vigilándola. Era de esperar. Era probable que tuviera contactos en todas las ciudades de Australia, y de cualquier lugar al que ella pudiera pensar en viajar.

Leslie Vanderwall continuó al ver que ella no contestaba.

- Estoy convencido de que os han presentado. Es un tipo alto. Pelo oscuro. Trabaja en Homicidios.

- Sí, creo que lo conozco. Hmmmm. ¿Muy atractivo? ¿Con un buen culo?

«Está fantástico esposado a una cama…»

- ¡Makedde!

- Papá, sabes que odio que metas las narices en mi vida. ¿Cuándo empezaste a vigilarme?

- ¿Cuándo? Creo que tenías once años y te quedaste a dormir en casa de una amiga. O eso dijiste. -Hizo una pausa-. Ese tipo con el que te has liado es sospechoso del asesinato de su mujer, Mak. Es algo serio.

- Papá…

- También tiene mala fama. Mal carácter.

- Eso son tonterías. Te lo has inventado. Puede ser un poco imprevisible, pero es muy respet…

- ¡Escúchame por una vez! Te has metido en un lío y deberías volver a casa -rogó su padre.

- Primero tengo que arreglar algunas cosas. Confía en mí. No puedo irme ahora.

- ¡Tienes que hacerlo!

- No puedo. Y no lo haré.

- Eres digna hija de tu madre. Terca como una mula.

- Volveré a casa dentro de unas semanas y luego ya no importará. Estoy demasiado metida en este…

- ¿No ves que ése es el problema? Has vuelto a ponerte en peligro.

Eso le dolió. Si volvía a sacar a colación toda la pesadilla de Stanley le colgaría el teléfono. Le gustaría no haberle contado nunca que la habían agredido, pero sabía que de todos modos uno de sus amigos policías se lo habría soltado.

- Eh, no me

pongo en peligro, ¿vale? Y estoy bien aquí. Además, ni siquiera veo ya a Andy.

- Ya. -No parecía convencido-. Bueno, puede que no te pongas en peligro, pero desde luego no parece que saltes de la sartén cuando empieza a calentarse.

- Te veré dentro de unas semanas -le cortó ella rotundamente-. Te prometo que estaré de vuelta antes de la primera contracción.

Comenzó a bajar el teléfono pero él volvió a hablar.

- ¡No me cuelgues!

- No lo hago -dijo ella, pero hizo justo eso.

Esa tarde, mientras nubes negras se acercaban por el sur, Makedde bajó hasta el parque Bronte para despejarse con un paseo. Necesitaba un poco de ejercicio y que la brisa fresca del mar llenase sus pulmones, y esperaba que eso arrojara alguna luz sobre su miríada de preguntas sin respuesta. Había pasado todo el día en casa, demasiado preocupada y cohibida para entrar en cualquier lugar concurrido. La discusión con su padre había empeorado mucho las cosas. Odiaba terminar una conversación con él en un tono tan desagradable.

Caminó arriba y abajo por el parque y por la arena mojada de la playa meditando lo que le había dicho Jimmy. Andy tenía una coartada para los otros asesinatos. Lamentablemente, no la tenía para el de su mujer. Lo que le había dicho Jimmy de Rick Filles no la sorprendió en absoluto. Al parecer iba a la caza de chicas jóvenes e impresionables, tan jóvenes como de trece años. Esperaba que no hubiese abusado de ellas en aquel horrible cuartucho con aquellos espantosos aparatos.

El cielo se despejó mientras caminaba y, aunque no hacía frío para los estándares canadienses, se notaba en el aire el fresco del invierno de Sidney. Makedde se puso la capucha de la chaqueta y escuchó el tamborileo de la lluvia en el vinilo. Estaba sola en el parque salvo por una pareja de enamorados que tonteaba acaramelada bajo uno de los refugios de madera para hacer

picnic, envueltos en una gran manta de lana. Era la cosa más alegre que había visto en todo el día, pero la invadió una tristeza extraña e inesperada al verlos. Estaba sumida en sus pensamientos cuando llamó su atención el sonido de un coche que pasaba. Era un deportivo rojo de último modelo recién encerado. Algo en él disparó una lejana alarma.

Un viento fuerte silbó entre los árboles en los limites del parque y ella hundió la barbilla en el cuello de la chaqueta. Estaba oscureciendo. Era hora de volver. Makedde caminó con la cabeza gacha, meditando.

Una palabra resonaba repetidamente en su cabeza: «culpable».

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