Fetish

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Capítulo 55

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Makedde estaba visiblemente ansiosa. Eso era bueno. Tendría la guardia baja mientras estuviese intentando llegar al inexistente

casting de los pantis con treinta mil dólares en juego. Era evidente en su cara arrebolada y en su respiración cada vez más rápida. Sus pechos subían y bajaban y hacían que los ojales de su rebeca se abriesen y cerrasen ligeramente. El vestido la cubría hasta medio muslo y se balanceaba un poco sobre sus altos zapatos negros. Su movimiento inconsciente forzó el fino tacón cuando se echó hacia atrás tensando las rodillas.

«No me reconoce. Ninguna me reconoce.»

Él sabía que no le quedaba mucho tiempo para tener que huir de la ciudad. La policía, a pesar de su estupidez, debía de andar pisándole los talones. Pero no iba a desaparecer sin su premio especial.

- De verdad que no. Ya me arreglo.

Quizás estuviera mejor preparada de lo que él creía. Evidentemente, el dinero no era suficiente. Necesitaría más persuasión. Probablemente estaba más curtida que las otras y era más lista.

Le dedicó una sonrisa amable y cordial.

- De verdad que no es molestia. -Probó con el argumento definitivo-. Mi mujer tenía un Charade antes de casarnos. El mismo modelo del 93. Y siempre le dio problemas, como éste.

Las comisuras de la boca de Mak se elevaron un poco y volvió a mirar su coche de alquiler.

- ¿Sabe arreglarlo? -preguntó por fin.

Ed salió de su furgoneta sonriendo e introdujo con disimulo el martillo en un bolsillo trasero de su pantalón.

- Pues claro. La verdad es que soy mecánico -mintió.

- ¿De verdad? -Parecía aliviada-. ¿Cómo se llama?

- Ed -dijo él-. Ed Brown.

- Encantada de conocerlo. Me llamo Makedde. Lo siento, pero tengo bastante prisa.

Fue hasta ella. Con esos zapatos, a su lado resultaba alta. Con los zapatos que llevaba para él.

- ¿Está segura de que no prefiere que la lleve? Sería más rápido.

Ella ignoró la sugerencia.

- ¿Puede mirar qué le pasa? Ya sé que no hay mucha luz.

Él observó a un lado y otro de la calle. Estaba desierta. Se inclinó sobre el motor, dio unos tirones del cable de una bujía, sacó la varilla del aceite.

- Ah, aquí está. Mire, ¿lo ve? -dio señalando una pieza. Ella se inclinó sobre el motor.

El martillo se movió rápido y Makedde cayó hacia delante.

Con fuerza y destreza bien practicadas, la sostuvo y la llevó a la furgoneta. Se introdujo dentro con ella y cerró la puerta tras de sí, y en cuestión de segundos le había arrancado la rebeca y la había esposado.

«No hay tiempo.»

Oyó una sirena en la lejanía. No tenía tiempo para colocarle la mordaza, pero ¿qué importaba? Estaba inconsciente y en el lugar adonde iban nadie podría oírla. Se detuvo un último instante para disfrutar de su contemplación, indefensa con ese escaso vestido negro.

«Mi premio.»

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