Fetish

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Capítulo 57

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Gritos. Gritos infernales prolongados en el espacio y cortados como una banda de goma que se ha estirado demasiado. Sonaban lejanos, remotos, pero a través de sus náuseas y su confusión Makedde sabía que era su propia mente la que creaba el terrorífico sonido. La inconsciencia flotaba hacia ella, un vacío sin límites que la invitaba a alejarse del dolor, y tuvo que luchar con todas sus fuerzas para librarse de esa tentación. Estaba tumbada de espaldas, con las muñecas esposadas y sujetas a algo. Notaba el frío acero golpeando su espalda cuando se movía arriba y abajo. Lentamente intentó hacerse una idea de su entorno, pero todo era ruido y movimiento y no había luz suficiente.

Notó su oreja izquierda pegajosa al contacto con su brazo. Tenía los brazos tan estirados por encima de la cabeza que sus hombros gritaban de dolor con cada bote. No podía ni moverlos ni relajarlos. Los botes y las sacudidas la empujaban atrás y adelante. Por un ojo entornado vio que estaba tendida en el suelo de una vieja furgoneta.

Se acordó del hombre pelirrojo.

Iba a ayudarla con su coche.

Volviendo la cabeza hacia atrás, intentó ver qué sujetaba sus muñecas: parecían unas gruesas esposas metálicas fijadas a la pared.

La furgoneta dio un bandazo.

La piernas de Makedde oscilaban a un lado y otro y sus zapatos se movían sueltos por el suelo. Notó un olor extraño, como de desinfectante, que subía de la manta sobre la que estaba tumbada, de las paredes, de todas partes. Llenaba su nariz y entraba en sus pulmones y la hizo estornudar. Y había algo más… ¿aceite de melaleuca? Le era vagamente familiar.

En la mente de Makedde se apareció la cara de su madre, Jane. Sonreía mientras frotaba suavemente las pequeñas muñecas de Makedde con aceite de melaleuca para curar las raspaduras que se había hecho al caerse con los patines.

Otro flash… Catherine. Muerta. Envuelta en un sudario. Ese olor, el del aceite de melaleuca, y el olor subyacente: de carne descompuesta.

Makedde olió la muerte en la furgoneta donde estaba tendida.

Con los ojos entornados vio la cabeza del conductor a través de una abertura en las cortinas. Lo había visto en sus pesadillas durante las últimas dos semanas. Mataba a jóvenes como Makedde, y ahora iba a matarla a ella.

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