Fetish

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Capítulo 61

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El agua subía por los muslos de Makedde. Había vuelto a perder el conocimiento y el agua helada que ascendía la había despertado. Aún estaba dentro de la furgoneta. Le dolía todo el cuerpo. Tenía algunos huesos rotos, estaba segura. Alguna costilla. ¿Las clavículas? ¿También un codo? Sus brazos estaban prácticamente inútiles, especialmente el izquierdo. Ya no mantenían su postura forzada por encima de su cabeza; ahora reposaban flojos sobre su pecho, con los codos doblados. Las esposas aún mantenían unidas sus muñecas, pero las cadenas habían sido arrancadas de la pared debido a la fuerza del choque.

Ya no había vibraciones. No se movían. Sólo notaba el tranquilo movimiento del agua a su alrededor. La furgoneta estaba en un ángulo de cuarenta y cinco grados, parcialmente sumergida, y su cuerpo permanecía apretado contra el respaldo del asiento del conductor. Ya tendrían que haberse hundido. Quizás el agua fuera poco profunda. No olía a sal. ¿Un lago? ¿Un río?

Giró el cuello hacia arriba y miró la cabina. Vacía. Se había ido. Las puertas estaban cerradas, la ventanilla del conductor, bajada. ¿Ya estaba así antes del choque? No. Debía de haber salido por ella. Había marcas rojas en la manivela y en el salpicadero. El parabrisas estaba roto. Había vidrio por todas partes. Debía de estar herido. Había salido por la ventanilla, se había ido y la había dejado.

Tumbada boca arriba, Makedde se deslizó por el suelo de la furgoneta, estirando las piernas. El agua sólo le llegaba por las rodillas y no parecía que fuese a subir más. Miró a su alrededor con los ojos doloridos y vio la caja de herramientas de mecánico que la había golpeado durante el accidente. Todo parecía distinto; los cajones se habían abierto y se habían desprendido piezas del recubrimiento de las paredes. Los cajones de la furgoneta estaban llenos de utensilios de cocina, cuchillos y tenedores para ir de acampada. No. No eran cuchillos de cocina, eran más largos y sus hojas más delgadas. No eran tenedores. Eran utensilios diferentes, relucientes y con aspecto clínico.

Se arrastró hasta uno de los cajones, aún mareada. Estaba limpio y olía a desinfectante. Los útiles que contenía estaban impolutos. Escalpelos. Cuchillos largos y finos. Cosas que parecían delicados alicates. Herramientas cuyo nombre ignoraba.

Le llegó en un destello. «Ed Brown, el auxiliar de la morgue.» Ahora lo conocía.

«Guardó para mí un mechón de pelo de Catherine.»

Makedde tenía que armarse. ¿Y si volvía? Con las muñecas aún esposadas, revolvió el instrumental y escogió un cuchillo largo y puntiagudo. Lo sujetó con las dos manos. Nunca había clavado un cuchillo a nadie; nunca había hundido acero en carne viviente. Sabía que podría hacerlo si era necesario.

No dudaría si el hombre volvía.

Sujetó el cuchillo con tanta fuerza como podía, se deslizó por el suelo de la furgoneta y se apoyó en el respaldo del asiento del conductor. Estaba lleno de astillas de vidrio que pinchaban, y el agua que la rodeaba estaba helada. Sus brazos fueron de escasa ayuda mientras se arrastraba sobre el respaldo y sacaba la cabeza por la ventanilla. Se sujetó apoyando un hombro en el marco del cristal. Sus ojos se habían adaptado a la oscuridad y podía vislumbrar el lento movimiento de un río que se alejaba de la furgoneta. A su izquierda, un talud de barro subía hasta la carretera.

«Cuenta hasta tres. Uno, dos… tres.»

Recurrió a toda su fuerza, cada vez menos, para salir por la ventanilla abierta. Hizo un esfuerzo con los brazos esposados, muy estirados sujetando su arma, y se deslizó hasta el agua helada. Sus pies descalzos tocaron el oscuro fondo y trató de ponerse de pie. Frente a sus ojos abiertos hubo una brillante explosión de estrellas rojas y verdes y sintió que se le iba la cabeza. La crisis pasó poco a poco y un nebuloso residuo de mareo ocupó su lugar. Sosteniendo el cuchillo delante de la pelvis, comenzó a vadear con cautela hacia la orilla con el agua por la cintura.

Ningún sonido; sólo el suave murmullo del agua y del viento entre las ramas. Brotes de plantas en el espeso barro.

«Clac.»

Movimiento. Había movimiento entre las sombras.

Makedde se detuvo y contuvo la respiración. Caían gotas de agua. Espera… crujidos de la gravilla. Sombras en movimiento. Intentó quedarse quieta, pero su cabeza no estaba bien. Sostuvo el cuchillo por delante, intentó estar preparada. Sabía que no podía correr, no así. Tendría que pelear. Se aclaró la garganta e intentó hablar. Su voz salió áspera.

- ¿Quién está ahí?

No hubo respuesta. Más crujidos. Una figura que tomaba forma entre las sombras. Algo en su mano. Algo que caía rápidamente sobre ella. Un martillo. «¡Rápido! ¡Apártate!»

Retrocedió torpemente pero a pesar de ello recibió un fuerte golpe en la mandíbula. El suelo fangoso ascendió rápidamente a su encuentro y las estrellas bailaron en su cabeza. Luego, como un televisor que se apaga, las estrellas que la rodeaban parpadearon y desaparecieron.

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