Fern

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Capítulo 26

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26

Los cuatro hermanos se sentaron alrededor de la mesa en el vestíbulo del hotel. Dos cabezas rubias relucientes alternaban con dos de color negro azabache. Madison podía sentir la tensión. Había estado presente desde que llegaron a la ciudad. No había sido tan patente mientras Samantha y Freddy estuvieron con ellos, ni tampoco pareció importunarlos cuando aún tenían el juicio de Hen por delante. Pero en aquel momento, cuando ya todo se había resuelto y los hermanos se encontraban solos, se hizo presente allí mismo, desnuda e innegable.

Aunque lamentaba que su familia no pudiera llevarse mejor, Madison sentía gran alivio de no ser el único centro de discordia. Durante los últimos días Hen lo había tratado con una especie de benévola aceptación, pero parecía existir un patente antagonismo entre Hen y Jeff.

—Supongo que ahora regresarás a casa —le dijo Jeff a Madison—. Espero que Hen agradezca lo que has hecho por él.

—Si lo que quieres decir es que esperas que le haya dado las gracias por salvarme el pellejo, pues sí, sí lo he hecho —gruñó Hen—. Pero no me he entretenido en adularlo.

George fulminó a Hen con la mirada y éste encorvó los hombros y volvió la cabeza.

—Pensé que te marcharías con tus amigos —le dijo Jeff a Madison—. No debe de ser muy divertido hacer solo un viaje tan largo.

—No estaré solo. Viajaré con mi mujer —afirmó Madison.

El brillo en los ojos de color azul intenso de Jeff se convirtió en fuego. Disminuyó un poco bajo la severa mirada de George, pero la tensión advirtió a Madison de que las llamas sólo habían sido contenidas, no extinguidas por completo.

—¿De modo que es verdad que vas a casarte con esa tal Fern Sproull?

Madison ignoró su propia rabia. Iba a tener que pasar mucho tiempo justificando y defendiendo a Fern. A ninguno de los dos le serviría de nada que él se enfureciera cada vez que alguien dijera algo que no le gustara.

—Si ella acepta.

La furia ardió de nuevo en los ojos de Jeff y le incitó a apretar la mandíbula.

—Supongo que para ti no significa nada el hecho de que su padre haya sido un guerrillero unionista, sobre todo después de haber pasado la mitad de la guerra en medio de los yanquis.

—A Jeff le gusta combatir en la guerra —afirmó Hen, dejando que la voz transluciera toda la antipatía que le dedicaba—. Lo mantiene ocupado cuando se cansa de lamentarse de su suerte.

—¡Hen! —lo reprendió George con el ceño fruncido en señal de desaprobación.

—Estoy harto de oír lo mismo una y otra vez —dijo Hen—. Deberíamos darnos cuenta de que el hecho de que Rose haya sido lo mejor que le haya pasado a esta familia es suficiente para hacernos callar.

Hen se levantó y se alejó airado.

—Jeff… —empezó a decir George.

—Ya lo sé, ya lo sé —se disculpó Jeff. Su hostilidad había disminuido un poco ahora que Hen se había marchado—. Debo olvidarme de la guerra. Debemos tratar de cerrar nuestras heridas. Pero ¿cómo diablos se supone que voy a conseguirlo si todo el mundo se casa con mujeres yanquis? ¿Por qué no os enamoráis de una sureña?

—¿Y por qué no lo haces tú? —le preguntó Madison.

—¿Qué mujer querría casarse con un hombre que sólo tiene un brazo? —se defendió Jeff—. Preferiría quedarme soltero antes que casarme con una mujer que me tenga lástima.

George decidió que era mejor cambiar de tema.

—¿Dónde planeáis vivir Fern y tú? —preguntó a Madison.

—En Boston.

—¿Qué va a hacer ella con la granja? Sabes que Fern es dueña de medio condado, ¿verdad? Y de la mejor parte además.

—Quiero que la venda.

—¿Cómo se siente Fern respecto a mudarse a Boston?

—Exactamente como era de esperar: está muerta de miedo.

—¿Vas a obligarla?

—No nos mudaremos allí si ella no quiere.

—¿Qué harías en ese caso?

Madison habría preferido que George no le hubiera preguntado nada de esto, al menos no delante de Jeff. No se sentía a gusto discutiendo sus asuntos más personales en presencia de su hermano, especialmente porque Jeff tenía peor concepto de su novia que de él.

—Aún no estoy seguro, pero he estado hablando con Freddy de la posibilidad de abrir una sucursal del bufete en otra ciudad.

—¿Dónde?

—En Chicago, Nueva Orleans, o tal vez en San Louis o Kansas City.

—¿Crees que serías feliz viviendo tan lejos de Boston y de Nueva York?

—Sería mucho más infeliz viviendo en Boston sin Fern —afirmó Madison ya con un poco de mal humor—. Además, hay trenes, George. Se puede llegar a Nueva York en unas cuantas horas.

—¿No has considerado la posibilidad de ayudarla a ocuparse de la granja?

—Sí —le respondió Madison, dejando atónitos a sus dos hermanos—. Pero, aunque la idea de trabajar aquí me atrae mucho, no me veo como granjero. Además, todavía me gusta Boston. Quizá deba buscar un lugar que tenga algo de ciudad y algo de naturaleza salvaje —dijo sonriendo—. ¿Qué os parece Chicago?

Madison no comentó con sus hermanos que había estado pensando en esto desde hacía ya algún tiempo. Su carrera no estaba atada a Boston. No se consideraba en deuda con Freddy y con Samantha para el resto de su vida.

Tampoco les dijo que se había estado preguntando si la cerrada y estricta sociedad de Virginia no habría supuesto un problema más para su padre. Tal vez habría llevado una vida normal y hasta loable si hubiera nacido en el Oeste.

—¿Considerarías trabajar para nosotros? —le preguntó George.

Madison frunció el ceño.

—¿Qué me estás proponiendo? —Era consciente de que Jeff se había puesto tenso de forma notoria.

—A Jeff no le gusta mucho viajar. Le apetecería establecerse en Denver. He pensado que a lo mejor estarías dispuesto a asumir parte de su trabajo.

Madison sintió un gran alivio al ver que Jeff se relajaba. Si no lo hubiera hecho, no habría considerado ni por un instante la proposición de George.

—¿Me estás diciendo que quieres que forme parte de la familia?

—¿No es ésa la razón por la que regresaste?

—En parte. En gran parte —reconoció Madison a regañadientes—, pero no quiero quitarle el trabajo a Jeff.

—Prefiero no tener que conocer a más personas de las que son absolutamente necesarias —añadió Jeff. Alzó el muñón como si éste fuera toda la explicación que se necesitara.

—¿Qué pensarían los gemelos sobre esta propuesta?

George hizo señas a Hen para que se acercara.

—¿Qué opinas de que pida a Madison que trabaje para la familia?

—Creía que ya lo habías hecho —respondió Hen.

—¿Y qué piensas? —le preguntó Madison. Quería que él le diera una respuesta de todas las maneras.

—No voy a casarme contigo —respondió Hen—. Probablemente ni siquiera te vea más de un par de veces al año.

—Eso no es lo que te estoy preguntando —dijo Madison.

—Preferiría que te quedaras aquí a que volvieras a Boston —aseguró Hen antes de alejarse de nuevo.

—Viniendo de Hen, eso es tanto como una invitación —interpretó George—. ¿Qué opinas?

—Tendré que hablar de esto con Fern, pero creo que sería más conveniente seguir trabajando para Freddy y así podría poco a poco incorporarme también al trabajo de la familia —explicó Madison cuando George empezó a poner objeciones—. Gano mucho dinero. No creo que la familia pueda pagarme ahora lo que estoy acostumbrado a cobrar.

—Entonces de tu trabajo dependerá que nos hagamos lo bastante ricos para poder hacerlo.

—Soy muy bueno en lo que hago, pero no soy Midas —aseguró Madison.

—No te preocupes. George sí lo es —afirmó Jeff—. Todo lo que toca se convierte en oro.

—Si tuviéramos esa nómina que papá supuestamente robó, ninguno de nosotros tendría que volver a trabajar —sugirió George.

—¿Hay alguna manera de que podamos desmentir esa historia? —preguntó Madison—. No quiero tener que seguir sacando a Hen de la cárcel.

—Lo dudo. La gente siempre preferirá creer que pueden encontrar un tesoro al final del arco iris a que hay que trabajar para conseguirlo.

Pero Madison sabía que en Fern había encontrado un tesoro. Sólo pensaba en regresar a casa. También estaba ansioso de volver a formar parte de la familia. No podía creer lo bien que se sentía sólo con estar sentado junto a sus hermanos. Pese a las tensiones que aún subsistían, sentía que había vuelto a su hogar.

* * *

—Voy a mudarme a la granja —anunció Fern mientras Rose y ella estaban desayunando. Tampoco había dormido aquella noche. Hasta que amaneció estuvo pensando en los motivos que habían llevado a Sam Belton a matar a Troy.

Porque creía que Sam Belton era el asesino. Haciendo uso de la poca información que le había proporcionado Madison y lo que ya sabía de Troy, había reconstruido lo que pensaba que había sucedido.

—Pensé que ibas a quedarte con nosotros hasta que regresara Madison —dijo Rose. Estuvo ayudando a William Henry a terminar el desayuno, pero decidió dejar que lo hiciera él solo para poder concentrarse en la conversación—. Madison me dio órdenes estrictas de que no te perdiera de vista.

—Lo sé. Me lo dijo, pero realmente tengo que regresar. He estado demasiado tiempo aquí.

—Sabes que disfruto de tu compañía. Y William Henry pregunta por ti cuando no estás en casa.

—Os echaré mucho de menos a ambos, pero tengo que irme.

Rose la escrutó con la mirada, gesto que Fern aborrecía porque Rose siempre era capaz de descubrir aquello que ella estaba tratando de mantener en secreto.

—¿Tiene algo que ver todo esto con tratar de averiguar quién te agredió?

—Sí.

—¿Sabes quién fue?

—Sam Belton.

Rose se quedó paralizada.

—¿Estás segura?

—Tan segura como puedo estarlo.

—¿Él sabe que tú lo sabes?

—No.

—¿Qué piensas hacer?

—No lo sé.

—¿Cómo puedes estar segura ahora de que él es el agresor?

—No lo sabía al principio. Estaba oscuro y yo, demasiado sorprendida y asustada para que se me ocurriera tratar de ver su cara. Ni siquiera volví a pensar en él, porque Troy me dijo que Belton se había marchado de Kansas y nunca regresaría.

»En la fiesta de la señora McCoy me encontré con un hombre a quien había visto una vez pero con el que nunca había hablado. En esos momentos no pude entender por qué me ponía tan nerviosa al hablar con él.

»El hombre que me agredió habló todo el tiempo en voz baja, en susurros. No dejaba de decirme lo guapa que era, cuánto le gustaba cada parte de mi cuerpo, qué pensaba hacerme. Toda la conversación fue tan espantosa que cerré la mente a esos recuerdos. Supongo que el hecho de escuchar su voz los hizo aflorar de nuevo. Cada vez que tenía una pesadilla, lo oía con mayor claridad. Anoche por fin supe que era la voz del hombre que estaba en la fiesta.

—Creo que debes esperar hasta que George y Madison regresen —sugirió Rose—. No tienes ninguna prueba. Si es un hombre importante, dudo de que alguien te crea.

—No me creerían ni aunque fuera un desollador de búfalos —dijo Fern con rabia—, pero sé que él es el hombre que intentó violarme. También estoy convencida de que asesinó a Troy.

—Si eso que dices es verdad, entonces es todavía más peligroso —afirmó Rose—. ¿No correrás peligro en la granja?

—Correré menos peligro que aquí en Abilene. Tengo miedo de no poder encontrarme con él sin delatarme a mí misma.

—Estoy de acuerdo si crees que eso es lo mejor —dijo Rose—, pero quiero saber de ti todos los días. Y espero que no me vengas con la excusa de que has estado demasiado ocupada o que lo olvidaste. Si no sé nada de ti, iré a buscarte a la granja.

—¡Ni lo intentes! —exclamó Fern—. Darías a luz antes de llegar allí.

—Entonces no lo olvides. Si llego a parir a una Randolph detrás de un matorral, pues estoy convencida de que este bebé va a ser una niña, será culpa tuya.

* * *

Rose se detuvo frente a la agencia para recobrar el aliento. Cada vez le resultaba más difícil mover su cuerpo hinchado desde la casa de la señora Abbot hasta el centro del pueblo. Se arrellanó en un banco y dio unas palmaditas a su lado para indicar a William Henry que se sentara también.

Suponía que tendría que renunciar a sus paseos hasta después de que el niño naciera, pero odiaba pensar que tendría que quedarse encerrada en casa todo el día. No creía que pudiera soportar tanto tiempo la cháchara de la señora Abbot. Además, a William Henry le hacían mucha ilusión aquellos paseos cotidianos. Era un buen niño, pero también necesitaba salir un poco.

Había crecido en un rancho en el que contaba con un patio de más de doscientos cuarenta metros cuadrados y en el que sus cinco tíos y todos los empleados eran sus compañeros de juego.

Allí estaba obligado a permanecer en un pequeño solar y a jugar únicamente con Ed. Rose anhelaba regresar a su hogar. Sería muy grato volver a la espaciosa casa que George había construido después de que los McClendon quemaran el cobertizo tras la experiencia de haber vivido en las angostas habitaciones de la casa de la señora Abbot.

—¿Se encuentra usted bien, señora?

Aquel hombre se había acercado a Rose sin que ella se percatara.

—Sólo me he quedado un poco sin aliento —respondió Rose—. Me repondré en cuanto descanse aquí unos minutos.

—¿Está segura? Podría pedir una calesa para que la lleve a casa.

—Se lo agradecería —dijo Rose complacida de no tener que regresar a pie. No creía poder hacerlo en las condiciones en que se encontraba.

—Volveré en un minuto —aseguró el hombre y entró en la agencia. Poco después salió de nuevo para informarle—. No tardará en llegar.

—No se imagina cuánto se lo agradezco —dijo Rose girándose para mirarlo—. Me siento como una idiota.

—No se preocupe.

—Supongo que debe de estar pensando que una mujer en mi estado no debería salir y tiene usted razón. Pero me aburro mucho encerrada en la casa y William Henry también disfruta de estos paseos.

—Es un niño muy guapo —comentó el hombre—. Estoy seguro de que está usted muy orgullosa de él.

—¿No nos hemos visto antes en algún lugar? —preguntó Rose—. No consigo recordar su nombre, pero su cara me parece familiar.

—Me llamo Sam Belton. No nos han presentado, pero probablemente me vio en la fiesta de los McCoy hace ya varias noches.

Rose rogó que su rostro no dejara traslucir el impacto que le produjo encontrarse frente a frente con el hombre a quien Fern consideraba sospechoso de asesinato y de intento de violación.

—Claro, fue allí —dijo, obligándose a sonreír—. Debería haberlo recordado.

—No se preocupe. No tuvo usted mucho tiempo de mirar a nadie. Estaba ocupada con dos de las mujeres más hermosas que Abilene jamás haya visto en una sola fiesta —afirmó Sam Belton.

—Sí, hubo muchas caras nuevas.

Rose sintió la imperiosa necesidad de alejarse de aquel hombre. Miró hacia la calle esperando ver el carruaje, pero no había vehículo alguno a la vista.

—Tengo entendido que la señorita Sproull va a casarse con su cuñado —comentó Belton—. Seguramente ella no querrá tener que preocuparse de una granja tan grande si se muda a Boston. ¿Está interesada en venderla?

Rose esperaba poder parecer tranquila. No había nada extraño en las preguntas de Belton. Era esencial que no hiciera nada que lo llevara a desconfiar.

—No lo sé —respondió Rose sin comprometerse y decidida a no dejar que Belton supiera dónde se encontraba Fern—. Tendrá que preguntárselo a ella.

—Está en la granja —dijo de manera inesperada William Henry—. Su casa fue completamente destrozada y el tío Madison le dio una nueva.

—Fue a mirar cómo andaban las cosas —le explicó Rose precipitadamente. Estaba tan enfadada con William Henry que le habría hecho un nudo en la lengua—. Le preocupaba dejar la granja sola tanto tiempo. Si quiere usted hablar con ella, podría ir a casa de la señora Abbot una de estas noches después de la cena.

Cuando George y Madison estuvieran allí para que Fern no corriera riesgo alguno.

—Gracias, señora. Eso haré.

Rose se sintió aliviada cuando la calesa se detuvo frente a la agencia. Hizo que William Henry entrara a toda prisa y ella también subió sin perder un segundo. No quería tener que responder más preguntas a Sam Belton.

—Cuídese —recomendó Belton a Rose—. No me gustaría que le pasara algo mientras el señor Randolph está fuera de la ciudad. Y cuando vuelva la señorita Sproull, por favor, dígale que me gustaría ir a ver la granja en algún momento.

—Se lo diré —dijo Rose cuando la calesa emprendió la marcha.

Tan pronto como llegaron a casa Rose reprendió severamente a William Henry porque no debía hablar de una manera tan espontánea con desconocidos. Luego lo acostó para que se echara la siesta. Ella decidió ir a su habitación a recostarse un rato, pero no logró cerrar los ojos. No podía dejar de pensar en Sam Belton. Si realmente había asesinado a Troy y después había intentado violar a Fern, debía de ser una persona sumamente peligrosa. Rose tenía que hacer algo. Pero ¿qué?

Se dijo que tal vez estaba precipitándose a sacar conclusiones. No tenía más pruebas que lo que decía Fern. Además, su negocio consistía en vender tierras. Era normal que quisiera hablar con Fern acerca de la granja.

Estaba previsto que George y Madison regresaran esa noche. Les contaría lo sucedido para que ellos decidieran qué había que hacer.

Pero cuanto más pensaba Rose en todo aquello más nerviosa se ponía. Belton había dicho que tenía que regresar muy pronto a Topeka, de modo que era posible que viniera a la casa esa misma noche. Pero también era posible que quisiera ver las tierras antes de hablar con Fern acerca de comprarlas. Esto suponía que podría ir a la granja por la tarde. Claro que Fern podría estar equivocada. Todo aquello no eran más que conjeturas. Pero a Rose no le preocupaba que Fern pudiera estar equivocada; lo que le asustaba era la posibilidad de que tuviera razón.

Si ocurría lo que estaba imaginando, Fern no esperaría encontrarlo allí, así que era posible que se delatara a sí misma. Rose no podía esperar hasta que George volviera a casa. En aquel mismo momento Belton podría estar cabalgando en dirección a la granja Sproull.

El primer impulso de Rose fue pedir a la señora Abbot que la ayudara, pero casi inmediatamente decidió no hacerlo. La señora Abbot no la dejaría salir de la casa a menos que supiera exactamente qué pensaba hacer. No podía confiar en que ella guardara un secreto. Una hora después medio pueblo de Abilene sabría que Rose sospechaba que Sam Belton había matado a Troy y además había intentado violar a Fern, y que en aquel mismo instante él estaría de camino a la granja Sproull.

Rose fue a buscar a William Henry. Lo encontró jugando con Ed. William Henry era el propietario del rancho y Ed, su asistente. «Es igual que su padre», pensó Rose mientras llevaba al niño de regreso a la habitación.

—Ahora escucha con mucha atención lo que voy a decirte —le dijo después de cerciorarse de que la señora Abbot estaba en la cocina—. Mami tiene una misión muy importante para ti. ¿Recuerdas dónde está la caballeriza?

El niño asintió con la cabeza.

—¿Crees que puedes ir allí solo?

El niño asintió de nuevo.

—Muy bien, pero no puedes ir con Ed. Tienes que ir solo y no debes contarle a Ed ni a la señora Abbot adonde vas ni qué vas a hacer. ¿Vale?

Él asintió con la cabeza una vez más.

—Quiero que preguntes por Tom Everett. No quiero que hables con ninguna otra persona, sólo con Tom. Dile que enganche una calesa y la lleve a la esquina de la calle Segunda con Buckeye. ¿Te acordarás?

Él volvió a asentir.

—A ver, repite lo que vas a hacer.

—Pedir al señor Everett que te traiga una calesa.

—¿Adónde?

—A la esquina para que la señora Abbot no pueda verla.

Rose abrazó a su hijo.

—Ahora date prisa. Es muy importante. Y cuando tu padre llegue a casa, cuéntale exactamente lo que he hecho.

—Yo quiero ir contigo.

—Fern puede estar en peligro. Es posible que tenga que quedarme con ella. Tienes que quedarte aquí para que puedas contar a tu padre dónde encontrarnos. Dile que sabemos quién mató a Troy Sproull. ¿Te acordarás?

El niño asintió con la cabeza.

—Otra cosa. Dile al señor Everett que esto es un secreto. No debe decir nada a nadie.

Rose intentó relajarse en el porche mientras esperaba, pero estaba demasiado nerviosa para permanecer sentada. Quizá no debería haber enviado a William Henry. Era muy pequeño y tal vez no recordara lo que debía hacer, pero ella no habría podido ir. Después de lo sucedido aquella mañana, sabía que nunca lograría cruzar el pueblo para llegar a la caballeriza.

—Por fin la encuentro —dijo la señora Abbot, saliendo al porche—. Ed dice que no encuentra a William Henry.

Pensé que estaba con usted.

Rose no solía maldecir, ni siquiera para sus adentros, pero ahora tenía ganas de hacerlo. La señora Abbot era una persona de muy buen corazón, una mujer escrupulosa. En cualquier otro momento habría estado muy agradecida de que notara la ausencia de William Henry tan pronto. Pero ése no era el caso aquel día.

—Lo he mandado al hotel para que llevara un mensaje a su tío.

—Debería haber pedido a Ed que lo acompañara. Un niño tan pequeño como él no debería deambular solo por el pueblo.

—No está deambulando por el pueblo —se defendió Rose—. Y si no regresa en unos minutos, enviaré a Ed a buscarlo.

—Le diré a Ed que venga a sentarse con usted —propuso la señora Abbot—. Así estará cerca en caso de que lo necesite.

—Preferiría quedarme sola —dijo Rose—. Estoy un poco nerviosa.

—Debe de ser porque ya está a punto de dar a luz —apuntó la señora Abbot de manera comprensiva—. Yo vendría a sentarme con usted, pero tengo una tarta en el horno y el pan está a punto de subir.

—Estoy bien. No me importa estar sola. Es un día muy agradable.

—Muy bien. Si me necesita, dé un grito y haré que Ed llegue aquí en menos de lo que canta un gallo.

—Eso haré —dijo Rose, esperando que la señora Abbot no se quedara más tiempo. Había visto la calesa en la esquina de la calle y no quería que ella también la viera.

Esperó dos minutos después de que la señora Abbot entró en la casa, luego bajó las escaleras deprisa, atravesó el jardín y bajó por la calle.

—No debería salir en su estado —le recomendó Tom Everett cuando se acercó a la calesa.

—Lo sé, pero no me queda más remedio. Ahora asegúrese de no decir nada de esto a nadie, excepto a mi esposo o a sus hermanos.

—¿Sucede algo, señora Randolph? Porque, si es así, me complacería poder ayudarla.

—No pasa nada. Simplemente no quiero que todas las personas del pueblo se enteren de lo que hago. Y eso también va por ti, William Henry. Cuando la señora Abbot te pregunte dónde estoy, dile que no sabes.

Rose no llevaba más de cinco minutos de viaje cuando sintió las primeras contracciones. Estaba de parto.

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