Fern

Fern


Capítulo 29

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Belton se lamió los labios, luego dejó al descubierto sus dientes como un lobo que está a punto de atacar salvajemente a su presa.

—Después de lo que te voy a hacer, me temo que tendrás que acompañar a tu primo.

Fern notó la tensión alrededor de sus ojos mientras luchaba por mantenerse bajo control. Sonreía, pero era la sonrisa de un coyote furioso antes de atacar. Fern sintió que un miedo gélido se apoderaba de su estómago, pero se negó a permitir que también se apoderara de su capacidad de raciocinio. Toda su vida había sido una luchadora.

Belton se alejó de la ventana para acercarse a la cama. Fern estuvo a punto de dejarse llevar por el pánico cuando vio la protuberancia que se había formado en sus pantalones. La había atado a la cama con los brazos y las piernas abiertas. Ni siquiera podía intentar hacerse un ovillo para evitarlo.

—Me dejaste boquiabierto cuando te vi la otra noche. No tenía ni idea de lo que habías estado ocultando bajo ese chaleco todos estos años.

Se quedó junto a la cama mirando fijamente sus pechos.

Fern se preguntó si Madison y sus hermanos ya habrían regresado de Topeka. Con seguridad se dirigirían a la granja en cuanto William Henry les contara adonde había ido su madre. Encontrarían a Rose, que estaría a salvo, pero Madison no sabría dónde encontrarla a ella. Tenía que arreglárselas sola.

—¿Por qué ocultabas tu cuerpo?

—Lo ocultaba de la gente como usted —le respondió Fern.

—Entonces no deberías haberte puesto ese vestido.

Fern desconfiaba del brillo que veía en aquellos ojos. Sin embargo, aunque había decidido que no dejaría que él la violara, que envileciera un acto del que Madison había hecho algo tan hermoso, comprendía que era más importante salir con vida de aquella situación.

Era posible que aquel hombre estuviera loco. Si era así, cualquier palabra equivocada o movimiento en falso podría provocarlo de tal manera que la matara en ese mismo momento.

Con un movimiento inesperado la mano abierta de Belton se lanzó hacia los senos de Fern. Y de manera involuntaria el cuerpo de ella se tensó. La mano de Belton se detuvo justo antes de tocarla. Sonrió cruelmente, hostigándola, disfrutando de esa clase de tortura.

Fern esperaba que el miedo la atenazara, pero el odio que le inspiraban sus caricias ya no tenía el poder de paralizarla. No sintió más que rabia de que aquel hombre pensara que tenía derecho a usar su cuerpo contra su voluntad.

Sintió sus dedos rozándola mientras se movían de un botón a otro. Luchó contra la rigidez que le anquilosaba los músculos. Belton la traspasaba con la mirada al mismo tiempo que le desabotonaba la camisa. Ella se negaba a parpadear, a apartarse, a permitir que cualquier indicio de miedo se reflejara en su rostro.

Su mano se movía con desesperante lentitud entre los botones una vez más, deteniéndose, eligiendo, para luego seguir adelante. Él intentaba destruir su dominio de sí misma a propósito, pero Fern ya no era una indefensa adolescente. Era una mujer y podía presentar batalla.

Así que decidió esperar.

Con una rapidez que la cogió completamente desprevenida Belton agarró el canesú de la camiseta y la abrió hasta la cadera de un rasgón. El sonido de los botones saltando y de la tela rasgándose ocultó su grito ahogado de horror, pero estaba segura de que Belton adivinaría el miedo en sus ojos.

Tuvo que apelar a toda su fuerza de voluntad para no gritar de nuevo.

Después Belton esbozó una sonrisa sádica mientras movía sinuosamente los dedos para abrirse camino a lo largo de la tela desgarrada y trataba de rozarle los senos.

Belton se sentó en el borde de la cama sin mover la mano.

Fern contuvo el aliento en la garganta.

—Desde esa noche no he hecho más que pensar en volver a tocarte —murmuró Belton, mirándole los pechos.

La expresión de su cara era lo que realmente asustaba a Fern. Había visto la rabia e incluso la cólera muchas veces, pero no estaba segura de no estar viendo también la locura.

De repente las manos de Belton se atrevieron a rodear los senos. Los apretó hasta que el dolor hizo que a Fern le brotaran lágrimas.

—Tienes una piel muy blanca.

Pese a las punzadas de dolor, Fern distinguió un débil sonido fuera de la cabaña. Era el ruido de unos cascos. Alguien llegaba a todo galope.

«Por favor, Señor, que sea Madison».

Comprendió que tenía que distraer a Belton. Quizá su cabeza estuviera tan llena de sus disparatados pensamientos que no llegara a oír el caballo que se acercaba velozmente, pero Fern no estaba dispuesta a correr el riesgo. Tragó saliva varias veces antes de finalmente ser capaz de pronunciar unas cuantas palabras.

—¿Por qué intentó usted violarme? —le preguntó.

Al principio Fern pensó que Belton no le respondería. Él dejó de apretar los senos con tanta fuerza. Parecía estar perdiéndose en su propio mundo.

—Tu piel era tan blanca —murmuró finalmente.

—¿Por qué estaba en el rancho Connor aquella noche? —le preguntó, temiendo que si él dejaba de hablar oiría los cascos que se acercaban cada vez más.

La mano de Belton empezó a acariciar ahora los hombros.

—Sabía que tenías que coger ese camino. Igual que hoy.

—Pero usted no me conocía. No me había visto nunca antes.

La mano se movió por uno de sus costados y a lo largo de su abdomen. Fern tuvo que dominarse a sí misma para no temblar de repugnancia.

—Te vi en el pueblo, pavoneándote con tus pantalones como ninguna mujer decente lo haría. Y vi a todos esos hombres suspirando por ti. Tenían miedo de hacer algo más que mirarte, pero yo no. Sólo tenía que decir que quería comprar ganado para que ellos me dijeran todo lo que yo quería saber. Incluso dónde apacentaba tu ganado.

Los cascos resonaban ya como truenos en la cabeza de Fern. Sólo unos minutos más. Incluso puede que unos segundos.

—Usted no me conocía. Yo no podía gustarle. ¿Cómo pudo…?

—Tu piel era tan blanca —dijo suavemente, perdiéndose aún más en su propio mundo.

Belton estaba tan absorto acariciando la piel de Fern que no oyó a Madison hasta que no entró en la cabaña.

Madison le propinó un fuerte golpe en la espalda, pero no lo derribó. Chillando como un animal salvaje, se volvió para atacar a Madison con los dedos doblados como garras. Entrelazados como dos bestias gruñendo, se tambalearon por toda la cabaña estrellándose contra los pocos muebles que allí había, hasta que salieron por el hueco de la entrada. En campo abierto Madison pudo finalmente recurrir a sus habilidades de boxeador y al poco tiempo dejó a Belton tambaleante e indefenso. Un último golpe lo arrojó al suelo.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Madison al llegar junto a Fern. Empezó a desatar las cuerdas que la sujetaban a la cama—. ¿Te ha hecho daño?

—No. Lo provoqué para que se enfadara conmigo de tal manera que olvidó que quería violarme.

Una vez que Madison hubo terminado de desatarla ella se arrojó en sus brazos.

—Me quería porque pensaba que yo era pura, que nunca había sido tocada por hombre alguno. Cuando le he dicho que habíamos hecho el amor, se volvió loco.

—Ya estaba loco —dijo Madison estrechando a Fern.

—Al menos algo bueno ha salido de todo esto —afirmó Fern cuando ya hubo logrado refugiarse en la seguridad de sus brazos—. Me he puesto tan furiosa que incluso pensé en matarlo. No le he tenido miedo en absoluto.

—Me alegra, pero…

—¡Madison! —gritó Fern al tiempo que se ponía de pie de un salto y empujaba a Madison con todas sus fuerzas. Belton estaba en la entrada, apuntándole con la pistola.

Madison, en un acto reflejo, la rodeó con un brazo y se tiró al suelo junto con ella para resguardarse en la seguridad que les brindaba la oscuridad. Pero no estaba completamente oscuro, y Belton se acercó aún más sin dejar de apuntar con la pistola.

Madison se maldijo por ser tan tonto. Estaba tan ansioso por comprobar que Fern estaba bien que había olvidado atar a Belton y había dejado su rifle a un lado. Los años que había pasado en Boston habían hecho que perdiera la mayoría de los instintos de supervivencia que había desarrollado en Tejas.

—Quédate contra la pared —susurró Madison a Fern—. Voy a buscar el rifle.

—Está en la puerta. Te verá.

—Es nuestra única oportunidad. Nos matará como a peces en un estanque si no estoy armado.

Contrajo los músculos para tomar impulso antes de cruzar de un salto aquel espacio. Belton disparó pero erró los tiros y Madison logró alcanzar el rifle. Su dedo acababa de encontrar el gatillo cuando Belton se abalanzó por la entrada, disparando sin tregua. Luego arrojó la pistola vacía, sacó otra del cinturón y se volvió hacia el rincón en el que estaba escondida Fern.

Madison sintió un dolor punzante en el costado. Una bala le había dado, pero tenía que detener a Belton. En aquel preciso instante estaba apuntando a Fern con la pistola. Dirigió el rifle hacia la silueta que se dibujaba en la entrada.

El disparo estuvo a punto de dejarlo sordo.

Belton soltó la pistola y una expresión de increíble dolor convirtió su rostro en una horrible máscara contraída. Se agarró la entrepierna con ambas manos y se tambaleó hacia atrás gritando una y otra vez. Después de tropezar cayó al suelo retorciéndose de dolor.

Sin soltar el rifle Madison ayudó a Fern a levantarse.

—Ya ha terminado todo —le anunció—. No volverá a molestarte.

Salieron fuera de la casa. Ya empezaba a anochecer. A menos de quince metros se encontraba Hen sentado en el caballo y con un arma sin usar en la mano.

—Eres muy malo disparando, hermano. ¿A qué demonios estabas apuntando? —le preguntó, señalando la entrepierna manchada de sangre de Belton.

—Me cogió desprevenido —le explicó Madison—. Supongo que no me dio tiempo a apuntar correctamente.

—Me alegra que tu puntería fuera mejor hace ocho años —dijo Hen con total naturalidad—. Aunque probablemente lo que ha sucedido sea lo mejor. Vivirá para ser procesado y ya no volverá a molestar a ninguna mujer.

Fern sintió algo húmedo, caliente y viscoso corriendo entre los dedos. Se miró las manos y las vio llenas de sangre.

—Estás herido —gritó ella, haciendo que Madison diera media vuelta para poder mirarlo mejor. Se sintió terriblemente culpable. Esta era la segunda vez que él recibía un disparo por culpa suya.

Madison compuso una mueca de dolor cuando se dobló para mirarse el costado.

—Tendré que volver a Boston o aprender a disparar de nuevo.

—Será mejor regresar a Boston —dijo Fern sin dudarlo ni un instante—. No quiero que te vuelvan a disparar.

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