Fern

Fern


Capítulo 7

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El cantinero le trajo otro vaso, que colocó en el mostrador con mayor cuidado. Madison se sirvió un dedo de brandy aunque no le gustó el color que tenía. El aroma no le importó, pero el sabor le pareció espantoso.

—¿Tiene brandy

auténtico? —preguntó—. ¿De ese que se reserva para el dueño?

—Éste es brandy auténtico —insistió el cantinero.

—Sólo en Kansas. Tráigame algo que se pueda beber o busque a alguien que lo tenga.

El cantinero salió por la parte de atrás del edificio y regresó poco después con otra botella.

—Veamos si ésta es del agrado de su señoría —dijo.

Madison reconoció la marca.

—Lo será si usted no ha adulterado su contenido.

Cuando el cantinero fue a atender a otro cliente, Madison probó el brandy. Estaba muy bueno, así que su cuerpo se relajó un poco. Podía quedarse allí todo el tiempo que quisiera, pues al menos el brandy estaba a la altura de sus expectativas.

—Usted debe de ser el hermano de George Randolph.

Su vecino de barra se había acercado.

—¿Y qué?

—¿Ha venido usted con la intención de sacar a Hen de la cárcel?

—¿Y?

—Nadie en este pueblo lo ayudará. —Bebió un trago de whisky y se estremeció cuando el líquido le quemó la garganta—. Todos los comerciantes están a favor de los tejanos, pero los granjeros y los especuladores de tierras están en contra.

Madison apuró el vaso. No sabía qué era peor, si engañarse a sí mismo respecto a Fern o escuchar a aquel palurdo mientras divagaba sobre la forma de ser de los ciudadanos de Abilene.

—Los granjeros tienen razón. No es lógico que los ganados les pisoteen los campos.

—Su gente destruye más cultivos manteniendo los

long-horns durante el invierno que los hatos tejanos —respondió Madison—. Además, los ganaderos pagan todo el daño que provocan sus ganados.

Lo sabía porque se había documentado. No había desperdiciado todo aquel tiempo en Abilene en peleas con su familia y con Fern Sproull.

—Sin duda, pero no por ello los granjeros los quieren más.

¡Qué gente más terca! Parecía que no les importaba lo que sucediera a sus cultivos mientras les pagaran. Pero ésa era la actitud que había visto en todas partes desde que llegó a aquel lugar. Todo era arrebato y emoción. Nadie parecía ser capaz de razonar.

También se sentía él así cuando estaba con Fern. No podía entender cómo ella ejercía tanto poder y con tanta facilidad sobre él. Por lo general, era un hombre ecuánime, nada propenso a explotar de forma tan absurda.

—¿Cree que su hermano es culpable?

—¿Acaso estaría aquí si lo creyera?

—Por supuesto. La sangre tira.

—No siempre —repuso Madison, recordando la glacial acogida de George y la abierta animadversión de Hen.

—¿Quién cree que lo hizo?

Madison miró el fondo del vaso. No tenía ni idea de quién había matado a Troy, y tampoco era muy probable que lo descubriera mientras el asesino pensara que no corría peligro. Si al menos pudiera probar que Hen había estado en otra parte la noche del asesinato. El culpable no tenía más que permanecer en silencio para que no se desvelara su identidad. Tenía que hacer algo para que cometiera un error, y tal vez este locuaz palurdo era la persona indicada para hacer que el asesino creyera que su secreto ya no estaba a salvo.

—¿Puedo confiar en que no repetirá una sola palabra de lo que le voy a contar?

—Se lo garantizo —le aseguró el hombre con los ojos desorbitados de curiosidad.

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