Fern

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Capítulo 9

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No obstante, ni siquiera consideraría la posibilidad de casarse con una mujer del Oeste, puesto que nunca se adaptaría a la sociedad de Boston. Por lo demás, había docenas de mujeres en aquella ciudad que podrían ser excelentes esposas para él. La hermana de Freddy, Samantha, era exactamente la clase de mujer que admiraba: encantadora, culta, de buenos modales y siempre bien vestida. Por desgracia no había conocido a ninguna joven de conducta decorosa que fuera lo bastante vital como para interesarle.

Era extraño que precisamente él estuviera pensando en matrimonio. Tal vez el hecho de ver a George y su cada vez más numerosa familia hubiera despertado en él su instinto reproductor. Pero ya tendría tiempo para reflexionar seriamente sobre esto cuando regresara a casa.

Al dejar atrás la zona comercial de Abilene, Madison pasó por delante de varias casas. Eran viviendas de madera no muy grandes y de aspecto humilde, en nada parecidas a las espaciosas casas de piedra o madera de Nueva Inglaterra, aunque al menos estaban mucho mejor que aquellas de hierba y troncos de madera que había visto en las afueras del pueblo y diseminadas por toda la pradera.

Se preguntó qué edad tendría Fern y si alguna vez habría pensado en casarse. Imaginaba que incluso en Kansas tendría que ponerse un vestido antes de que un hombre le pidiera que fuera su esposa.

Se preguntó cómo sería vestida de una manera adecuada. No podía imaginarla más que con pantalones, un chaleco de piel de borrego y con el ala del sombrero cubriéndole los ojos. Ni pensar en que podría desvelarse por las noches ante semejante imagen.

No obstante, era precisamente eso lo que ella había logrado.

«Pero se debe a la irritación que me produce», pensó. «Es irritante verla, es molesto pensar en ella y es desagradable tener que visitarla». Luego se propuso a sí mismo que tendría que conseguir verla con un vestido al menos una vez antes de marcharse de Abilene.

—Buenos días, señor Randolph.

—¿Nos conocemos? —preguntó Madison mientras se giraba hacia el hombre que le hablaba desde la entrada de una de las casas.

—No, pero he oído hablar de usted.

—Después de lo que sucedió la otra noche, me imagino que todo el mundo ha oído hablar de mí.

—No me refiero a eso, sino al motivo por el que está aquí.

—Supongo que todos en el pueblo lo conocen también.

—Y no les agrada mucho. A la mayoría de la gente sólo les gustan los tejanos mientras gastan el dinero; sin embargo, a nadie le gustan los elegantes abogados del este.

—Ya me he dado cuenta de eso.

—Pero nadie le dirá nada.

La mirada de Madison se hizo más intensa.

—¿Acaso eso quiere decir que usted sí?

—Sólo le puedo asegurar que tengo un par de preguntas que buscan respuestas.

—Yo también tengo bastantes preguntas.

—Conozco a quien podría responderle unas cuantas. ¿Quiere usted entrar? Hay quien podría disgustarse si me viera aquí hablando con usted.

Madison era plenamente consciente del riesgo que corría. Estaba desarmado y sabía que podía entrar en la casa de aquel desconocido y luego desaparecer dentro de una tumba sin nombre en algún lugar de la extensa pradera. O también podía encontrar una manera de probar que Hen no había matado a Troy Sproull. Para conseguir esto último, debía arriesgarse primero.

Así que entró en la casa.

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