Fern

Fern


Capítulo 12

Página 21 de 48

—¿Por qué le pusiste a tu hijo su nombre? Casi me desmayé al enterarme.

—Algún día te lo explicaré.

—¿Por qué no ahora?

—No estás preparado.

Esta respuesta enfadó a Madison.

—¿Qué quieres decir? ¿Acaso hay algún tipo de raciocinio que sólo la gente que vive en Tejas puede valorar?

—No. Es algo que ningún hombre puede apreciar a menos que haya dejado las armas, haya abandonado toda pelea y haya pasado a concentrar su atención en las cosas que nunca pensó que podría tener. Tú aún no has llegado allí. Hay mucha rabia dentro de ti. Estás luchando con uñas y dientes por entender.

A Madison no le gustó esta respuesta, pero era lo bastante honesto para saber que George tenía razón. Él aún estaba luchando por probar que no había cometido un error al marcharse del rancho.

—Te importa si te pregunto qué hay en esa caja —inquirió George.

El humor de Madison cambió repentinamente.

—Por querer saber, ¿la zorra está a punto de perder la cola?

—No es ningún pecado —dijo George, sonriendo sin ninguna vergüenza—. Una de las desventajas de preocuparse por el bienestar de todo el mundo es tener curiosidad por conocer todos sus asuntos.

—Eso no debe de ser muy difícil cuando todos viven en la misma casa.

—Tú no vives con nosotros.

El rostro de Madison se ensombreció momentáneamente.

—No creo que quiera contártelo. Es una jugada arriesgada que podría no salir bien. No me gusta mucho anunciar mis fracasos.

—¿Quieres un consejo?

—No.

—Perfecto. No soy muy bueno en los asuntos relacionados con mujeres.

—¿Quién ha dicho que tenía algo que ver con una mujer?

—Estás hablando con un hombre que lleva casado cinco años y cualquier otro con una trayectoria semejante reconocería a distancia la caja de un vestido —dijo George. Sus ojos brincaban de manera burlona—. O hay una mujer de por medio o has adquirido hábitos muy extraños desde que vives en Boston.

Madison se rió a carcajadas.

—Se me había olvidado que siempre parecías saber lo que me estaba pasando por la cabeza, incluso cuando me obcecaba en ocultártelo.

—Algunas cosas nunca cambian.

—Pero muchas sí.

—No las cosas que verdaderamente importan. Sólo tenemos que aprender a mirarlas de una manera diferente.

Madison no estaba seguro de haber entendido aquella frase, pero en aquel momento no quería detenerse a pensar en ella. Ya había hecho todo lo posible por explicarse a sí mismo por qué llevaba aquella caja a Abilene.

Ir a la siguiente página

Report Page