Fern

Fern


Capítulo 15

Página 25 de 48

15

Fern esperaba con impaciencia en su cuarto. Rose había pedido a los hermanos que fueran al Drovers Cottage para que pudieran seguir discutiendo sin obligar a todos a permanecer despiertos. Rose ya se había acostado, pero la señora Abbot aún deambulaba por toda la casa.

Fern escrutaba a través de la ventana. Era una noche oscura y ventosa. Aquél era el momento perfecto para salir del pueblo sin que la vieran.

Quería ir al rancho Connor sin que nadie se enterara. Tenía que ver la cabaña con sus propios ojos para convencerse de que Madison estaba en lo cierto al afirmar que no era posible que alguien hubiera visto mientras disparaba a Troy. Quizá el testigo estaba mintiendo con la esperanza de que le dieran dinero. Todo el mundo sabía que los Randolph eran ricos.

Finalmente, oyó que una puerta se cerraba en la parte de atrás de la casa y supo que la señora Abbot se había retirado a su habitación. Sin esperar un segundo Fern salió de su cuarto, anduvo de puntillas por el pasillo y salió por la puerta de la calle, que la señora Abbot no había cerrado con llave para que George pudiera entrar al volver.

Madison había guardado el caballo en la caballeriza de los gemelos Tom y Richard Everett, que prácticamente se encontraba al otro lado del pueblo. Tendría que pasar frente al Drovers Cottage. Sólo le quedaba la esperanza de que nadie la reconociera.

Fern caminó a toda prisa por la calle Segunda, procurando evitar los rayos de luz que salían de las diferentes ventanas, hasta llegar a la calle Buckeye. Se detuvo un minuto antes de girar a la izquierda y, a paso ligero, cogió en dirección norte hacia las vías del ferrocarril. Se caló aún más el sombrero hasta casi cubrirse los ojos. Había elegido las ropas más anchas y oscuras para disimular y pasar inadvertida.

Por fortuna las tabernas estaban en la calle Tejas, lo bastante lejos para que no corriera el riesgo de toparse con ningún vaquero. Sería inevitable que la reconocieran si se encontraban con ella.

Aminoró la marcha cuando se acercó a la calle Tejas y al Drovers Cottage, pero no vio a nadie en el porche. Agachó la cabeza antes de pasar corriendo frente al hotel.

A partir de ahí no había dónde ocultarse hasta llegar a la caballeriza, que se encontraba a unos cien metros. En aquel enorme espacio abierto a ambos lados de la vía férrea no había un solo lugar donde refugiarse.

Tom Everett estaba en el establo.

—Yo no saldría a cabalgar si fuera tú —le dijo cuando ella le explicó que quería ensillar su caballo—. Va a estallar una tormenta.

—Ya lo sé, pero tengo que ir a ver la granja. Papá se ausentó un par de días.

—No deberías ir en plena noche —le recomendó Tom—. Podría pasarte algo.

—He cabalgado por esta región a todas las horas del día y de la noche desde que tenía seis años. ¿Por qué iba a dejar de hacerlo ahora?

—Si te cayeras del caballo, nadie te encontraría hasta mañana.

Fern abrió la boca para decir que nunca se caía del caballo, pero ahora todos en Abilene sabían por qué estaba hospedada en casa de la señora Abbot.

—Puedo regresar sola. Ya están bien las costillas.

Minutos más tarde ya se dirigía fuera del pueblo montada en el caballo. Tenía que pasar una vez más frente al Drovers Cottage, pero en esta ocasión estaba tranquila. Montada en el poni, parecía un vaquero cualquiera.

Buscó a tientas el rifle para cerciorarse de que estaba en su lugar. Nunca lo usaba, pero desde lo sucedido hacía ocho años no salía de noche sin él.

* * *

—Hasta que no descubramos quién mató a Troy Sproull, nadie va a creer que Hen es inocente —dijo Madison—. Es más probable que crean que pagamos a Eddie Finch para que mintiera.

George había encontrado una cabaña en la pradera donde podían hospedar a Eddie hasta el día del juicio. Estaba lo bastante lejos del pueblo y nadie podría oírlo si gritaba pidiendo ayuda. Pero hasta aquel momento los vaqueros de George habían logrado convencerlo de que lo mejor sería que no gritara en absoluto.

—Especialmente porque lo que este testigo quiere es precisamente dinero —aseguró George.

—En último caso, Hen podría regresar a Tejas —sugirió Madison.

—Yo no soy de los que huyen —se defendió Hen, mirando a Madison a los ojos.

—Ésa no es la manera de demostrar tu agradecimiento —lo reprendió George.

—Déjale hablar —dijo Madison—. Es mejor que se desahogue.

—Nunca olvidaré la mañana en que me desperté y descubrí que te habías marchado —afirmó Hen. La rabia le centelleaba en los ojos.

—Hay cosas que yo tampoco puedo olvidar —le gritó Madison—. No me gustaba perseguir vacas, cabalgar bajo el sol abrasador hasta ya no poder levantar la cabeza ni partirme el lomo lidiando con novillos salvajes, y vosotros os empeñabais en recordarme lo patético que era. Cuando decía que quería volver a la escuela, o cuando me pillaban leyendo un libro o intentando limpiar la pocilga en la que vivíamos, me decíais que era una pena que no hubiera nacido mujer.

—No recuerdo haberte atormentado de esa manera.

—Era tal la costumbre que no creo que fueras consciente de lo que hacías. Era como tener dos dobles de papá junto a mí todo el tiempo.

Hen se puso de pie, furioso.

—Te mataré si vuelves a decir que me parezco a él.

—Puedes pegarme un tiro aquí mismo, pero la verdad no va a ser distinta sólo porque no quieres oírla —afirmó Madison.

—Te dedicabas a hacer daño a Monty con tus palabras —lo acusó Hen—. Sabías que su única forma de responder era enfadándose o peleando. Y sabías que no podía hacerlo porque mamá se pondría a llorar. Así es como se comporta un cobarde.

—¿Acaso era peor que hacer todo lo posible por probar que yo no estaba a la altura de las circunstancias? Cuanto más lo intentaba, más me despreciabais vosotros.

—No te despreciábamos —dijo Hen.

«Me repudiaban tanto como papá», pensó Madison. ¡Dios santo, cuánto odiaba a ese hombre!, pero parecía que dondequiera que fuese estaba condenado a encontrarse con él.

—Papá hizo todo lo posible por lograr que me odiara a mí mismo. ¿Por qué crees que supliqué que me dejaran ir a una escuela? ¿Por qué crees que casi me vuelvo loco cuando tuve que regresar a casa? Vivir con Monty y contigo era casi lo mismo que vivir con él.

—¿Te marchaste por culpa mía y de Monty? —preguntó Hen.

Madison quiso responder con un grito. Durante años había intentado lograr que Monty y Hen reconocieran lo brutales que habían sido con él. Madison nunca se había sentido orgulloso de poder cabalgar, disparar y enlazar. Los gemelos hacían estas cosas mejor que él. Pero aquellas que sabía hacer bien tampoco elevaban su autoestima, pues su padre las había menospreciado.

En aquel momento tenía la oportunidad de saldar una cuenta pendiente, tal vez incluso de cerrar una vieja herida, pero no podía hacerlo. No recordaba haber visto a Hen tan vulnerable. Siempre había pensado que los corazones de Monty y Hen, si es que los tenían, estaban revestidos de cuero. Ahora se daba cuenta por fin de que este cuero tenía grietas. Si dejaba que Hen pensara que se había marchado por su culpa, él nunca se perdonaría a sí mismo.

Madison reconoció que no había sido muy comprensivo con nadie, que sólo había sentido alguna afinidad con George. Quizá el hecho de intentar entender a Fern había cambiado algo en él, pero por primera vez en su vida podía sentir un poco el tormento de su hermano Hen. No sabía cuál era la causa, pero podía ver el dolor.

Independientemente de lo que Hen y Monty hubieran hecho, ya nada de lo que él dijera podría cambiar las cosas. Si querían tener la oportunidad de volver a ser una familia, debían olvidar el pasado.

No tenía que mirar a George para saber cómo se sentía. ¡El bueno de George los quería tanto y se esforzaba tanto por mantenerlos unidos! ¿Llegaría el día en que por fin viera que volvían a ser una familia?

Madison lo dudaba, pero no quería ser él quien destruyera el sueño de George.

—No. Me marché porque tenía que hacerlo.

Madison incluso pudo ver que la grieta se cerraba. El preciado corazón que estaba dentro seguiría a salvo por un tiempo. Le alegraba no haber hecho daño a Hen. No podía hacerlo sufrir sin herirse a sí mismo.

—Las pocas veces en que me sentía humano era cuando me sentaba junto a mamá —confesó Madison—. A veces le leía, otras veces sólo la escuchaba hablar, principalmente de cuando era joven. ¿Entiendes algo de lo que digo?

Hen no le respondió. De hecho, no parecía estar escuchando en absoluto. Madison sabía que no había manera de que sus hermanos llegaran a entenderlo. Y si no lo hacían, no podrían perdonarlo. No sabía por qué se preocupaba. Viviendo tan lejos de allí, esto no debería ser importante.

Pero lo era. Finalmente supo por qué había salido de Boston. Estaba buscando la manera de pedirles perdón.

Se asomó a la ventana, reacio a mirar a Hen a la cara y, a la vez, ansioso de escuchar su respuesta.

—Siempre me pregunté por qué mamá no podía intentar ser feliz —dijo Hen. Los recuerdos habían suavizado su tono de voz—. Incluso cuando estábamos en Ashburn parecía dejarse vencer por cualquier circunstancia. Cuando llegamos a Tejas, ni siquiera hacía el más mínimo esfuerzo. Quería morirse. Traté de hacer que se interesara en algo, pero no lo logré.

Madison nunca entendió por qué Hen, el más fuerte y menos emotivo de todos los hermanos, fue quien más apegado estuvo a su madre.

—Al principio no me gustaba Rose —prosiguió Hen—. Ella hacía todo lo que mamá no podía y eso hacía quedar mal a nuestra madre. Luego, cuando Rose empezó a caerme bien, sentí rabia contra mamá. Finalmente comprendí que ella había dejado todo lo que amaba en Virginia: su familia, su belleza, un modo de vida que daba sentido a su existencia. Trasladarla a Tejas había sido como quitarle la comida de la boca. Sólo era cuestión de tiempo que muriera de hambre. ¿Es lo mismo que te pasó a ti?

—Sí.

Hen lo miró como si finalmente entendiera.

—¿Estás contento en Boston?

—La mayor parte del tiempo.

—George es capaz de sentirse a gusto en todas partes.

—Yo no soy capaz —reconoció Madison.

—Yo tampoco —confesó Hen—, pero era demasiado pronto…

—¡Pero si ésa es Fern! —exclamó Madison cuando una figura a caballo pasó frente a la ventana.

—Debes de estar equivocado —dijo George—. Estaba a punto de acostarse cuando nos hemos marchado.

—Me ha parecido haberla visto pasar a pie hace un momento, pero ahora estoy seguro de que acaba de pasar cabalgando frente al hotel.

—¿Qué iba a estar haciendo aquí a estas horas? —preguntó George.

—No lo sé —contestó Madison al mismo tiempo que cogía su sombrero—, pero voy a averiguarlo.

—¿Por qué le importa tanto lo que pueda ocurrirle a Fern Sproull? —preguntó Hen cuando Madison se hubo marchado—. ¿Crees que le gusta?

—Ha sido sumamente atento con ella desde el accidente.

Hen soltó un silbido largo y quedo.

—A Jeff le va a dar un ataque. Su padre era un rebelde unionista. Alguna gente dice que incluso cabalgó junto a John Brown. Eso es peor que ser un yanqui.

* * *

—Ha dicho que iba a echar un vistazo a la granja porque su padre estaba ausente —le contó Tom Everett a Madison—. Le he dicho que no debía ir de noche, pero no ha querido escucharme. Fern nunca escucha a nadie.

—Me doy perfecta cuenta de eso —dijo Madison—. Ensíllame a

Buster. Voy a buscarla.

—No voy a ensillar a

Buster para que lo mates cabalgando en medio de la noche —protestó Tom.

—No pienso hacer eso, pero no puedo montar otro de tus jamelgos. Podría ser yo quien acabara muerto.

—No eres el único que corre ese riesgo —declaró Tom—. Cualquier hombre que decida salir con Fern Sproull tiene que tener más vidas que un gato. Cabalgar en medio de una tormenta acabará por lo menos con dos o tres de ellas.

—No estoy

saliendo con Fern —se defendió Madison—. Simplemente no puedo permitir que cabalgue sola. Aún no se encuentra bien. Podría sucederle cualquier cosa. Además, es una mujer.

—A lo mejor, pero ningún hombre de por aquí se atrevería a recordarle tal hecho. La última vez que alguien intentó hacerlo, lo atropello con el caballo.

Madison, a pesar de su irritación, soltó una risita ahogada.

—Sí, se pone algo susceptible cuando se trata el tema, ¿verdad?

—Puedes decir eso si quieres. Otras personas dirían que se vuelve completamente loca.

—Mejor que no lo digan en mi presencia.

Poco después Madison empezó a pensar que era él quien se estaba volviendo loco. Era muy probable que encontrara a Fern tranquilamente sentada en su casa, sin rastro de haber sufrido una tormenta y tan sana y salva como una oveja en su redil. A juzgar por el aspecto del cielo y el sonido del viento, era muy posible que él, en cambio, llegara calado hasta los huesos y tuviera que regresar al pueblo en medio de la peor parte de la tormenta.

No esperaba que ella se decidiera a invitarlo a pasar la noche en la granja. Pero cuanto más cabalgaba, más inquieto se ponía. No tenía mucho sentido que Fern regresara a su casa. ¿Cómo se enteró de que su padre estaba ausente? No le había dicho nada al respecto. No esperaba que Fern le contara todo, pero sí que le dijera algo como aquello. Y aunque su padre estuviera fuera y ella lo supiera, ¿por qué iba a querer echar un vistazo a la granja? No había estado allí desde hacía muchos días y en ningún momento había demostrado preocupación alguna.

Pero si no era a su casa, ¿adónde se dirigía? Madison tampoco encontró la respuesta para esta pregunta. Sin embargo, cuanto más cabalgaba, mayor era su certeza de que estaba siguiendo el camino equivocado.

* * *

El viaje al rancho Connor fue largo y fatigoso. Fern no había recuperado las fuerzas tanto como creía. Mucho antes de llegar a la granja había empezado a dolerle terriblemente el pecho, y también los músculos. Todos esos días que había pasado en cama la habían dejado muy débil.

No dejaba de mirar por encima del hombro. No sabía si temía que alguien la estuviera siguiendo o si esperaba que Madison lo hiciera. Se dijo que era absurdo. Él no sabía que ella se había marchado del pueblo y a nadie más le importaría.

Se avecinaba una tormenta, y parecía que no sería una de las más benignas. Ocultaban la luna densas nubes que recorrían el cielo y un viento cortante se abría paso a través de la hierba, formando ondas en la superficie. Llevaba consigo un impermeable, pero no la protegería mucho si el viento soplaba con fuerza. Sólo esperaba poder llegar a la cabaña antes de que empezara a llover.

Los edificios abandonados de la granja tenían un aspecto fantasmagórico de noche. La cabaña parecía de color gris pizarra y la oscuridad era impenetrable. Según Dave Bunch, la noche en que asesinaron a Troy fue muy parecida a ésta.

Empezó a llover justo antes de que Fern llegara a la cabaña. El agua caía torrencialmente, como una enorme y furiosa bestia golpeando la tierra al andar. A los pocos segundos el suelo seco y polvoriento se convirtió en fango.

Fern se apeó del caballo y lo ató firmemente a un árbol. Si un trueno lo hacía huir, se vería obligada a quedarse en la cabaña hasta el día siguiente. La certeza de que el techo estaba lleno de goteras no le preocupaba tanto como la sensación de que había algo extraño aquella noche.

Pero ya no era una chica miedosa de 14 años. Y, además, llevaba un rifle. Un repentino relámpago iluminó el paisaje desierto e hizo que Fern se sintiera aún más sola. Consiguió entrar en la cabaña tras haber desterrado una aprensión irracional.

El interior estaba completamente oscuro. Caminó hacia la parte de atrás de aquella casa de una sola habitación y sacó una camisa blanca que había traído, la puso sobre un extremo de la cama y regresó a la puerta de entrada.

No podía ver nada. Y caminar por la cabaña no ayudaba mucho. Desde fuera era aún más difícil poder distinguir algo allí dentro. Madison tenía razón. No era posible que el asesino hubiera visto a Troy en aquella oscuridad impenetrable. Sólo con un golpe de suerte pudo haberlo matado. Pero a Troy le habían disparado una sola vez, y le habían dado justo en el corazón. Tampoco había ninguna bala perdida enterrada en las paredes. Definitivamente no había habido golpe de suerte alguno.

Se dirigió al fondo de la habitación y miró hacia la puerta. La silueta de cualquier persona que hubiera entrado en la casa se habría proyectado contra la luz. Habría sido muy fácil que Troy matara al agresor de un solo tiro.

Fern se apoyó contra la pared, sorprendida de sentir un alivio tan grande. Hen no pudo haber matado a Troy de la manera en que todo el mundo pensaba.

Realmente Madison estaba encaminado para descubrir la verdad.

Esto era de una vital importancia para ella. En los últimos días sus sentimientos hacia Madison habían cambiado. Se habría sentido desolada si su apreciación original hubiera resultado cierta.

Sintió que su cuerpo se estremecía y se relajaba a la vez, como si su ser suspirara en lo más profundo.

No existía ningún inconveniente para amar a Madison.

Aunque eso no tenía la menor importancia. De todos modos lo amaba.

* * *

Madison tuvo menos suerte. Se desató la tormenta sobre él de forma brutal. Se puso un impermeable encima, agradecido de que Tom Everett le hubiera insistido en que lo llevara. Deseaba haber aceptado también el sombrero de ala ancha que le había ofrecido, pero ya era demasiado tarde. Se secaría al llegar a la granja Sproull.

Sin embargo, no le sorprendió encontrar a Baker Sproull solo cuando llegó a la casa. Había tenido la certeza durante una buena parte del trayecto de que estaba mal encaminado. El padre de Fern tampoco tenía ni la menor idea sobre dónde se encontraba su hija.

—Debería estar ocupándose de sus novillos —farfulló Sproull hoscamente, sin moverse de la silla ni invitar a Madison a sentarse—. Pero no creo que lo esté haciendo, pues ustedes han hecho todo lo posible por echarla a perder.

—¿Dónde está el hato? —preguntó Madison.

—A unos cinco kilómetros al sur de la granja —dijo Baker—. En la pradera más hermosa que jamás se haya visto. Varios kilómetros de tierra baja llena de agua y hierbas, un poco más allá del rancho Connor. Fern ha dejado allí su ganado durante años. Le advierto que no permite que nadie lo toque. Y le puedo asegurar que varios hombres lo han intentado.

—¿Cómo puedo encontrarla?

—Eso va a ser imposible en una noche como ésta.

—Entonces tendrá que ir usted a buscar a Fern.

—¿Está loco? Estamos en mitad de una tormenta de padre y muy señor mío. Si Fern quiere que el viento la arrastre hasta Missouri, será problema suyo.

—¡Cabrón holgazán! —estalló Madison—. Si a usted le importara su hija al menos la mitad de lo que le importan sus gallinas, ella no estaría allí en medio de semejante tempestad en estos momentos.

—¿Por qué piensa eso? —preguntó Baker.

—Nunca lo entendería, ni siquiera aunque tuviera tiempo de explicárselo.

Madison tuvo la seguridad, mientras volvía a internarse en la noche, de que una vez más se había equivocado respecto al rumbo de Fern. Tampoco sabía cuál sería el suyo. El único punto de referencia que le había dado Baker Sproull era el rancho Connor. Una vez que lo pasara, tendría que arreglárselas por su propia cuenta.

* * *

El viento huracanado azotaba la lluvia hasta convertirla en espuma y la arrojaba a la cara de Fern como si se tratara de miles de flechas diminutas. Estaría calada hasta los huesos antes de llegar al pueblo. Su caballo probablemente anhelaba llegar a la caballeriza tanto como ella deseaba meterse en la cálida y seca cama de la casa de la señora Abbot.

Estuvo tentada de dar media vuelta y esperar en la cabaña hasta que pasara la tormenta. Por un momento pensó en detenerse en su casa, pero no creía que su padre la dejara regresar después a la casa de la señora Abbot. Era casi igual de improbable que Madison la dejara quedarse allí sin enfrentarse a su padre. Y quería evitar esto a toda costa.

Por otra parte, tampoco quería ver a su padre aún. La cabalgata de aquella noche la había obligado a admitir que aún no estaba preparada para montar. Quizá no le confesara esto a Madison, pero no tenía ningún problema en reconocerlo ante sí misma.

Además, tenía que reflexionar un poco acerca de su futuro. Madison la había obligado a enfrentarse a algunas verdades sobre la relación con su padre. Si regresaba en aquel momento, volvería a asumir su mismo papel de siempre para el resto de la vida. Sabía que su padre nunca cambiaría. Ésta era su única oportunidad de lograr que la tratara de otra manera. Tenía que estar segura de lo que quería. Una vez que hubiera tomado una decisión, su padre nunca le dejaría cambiarla. No querría que ella se marchara, pero, si lo hacía, no le permitiría regresar.

Le dolía admitir esto, pero sabía que su padre no le tenía ningún afecto. Si algo sentía por ella, era resentimiento de que estuviera viva en lugar de su hermano. Toda su vida había intentado ocupar el lugar de aquel niño muerto. Y siempre había sabido que nunca lo lograría.

Pero ¿qué podía hacer si se marchaba de casa?

De repente supo lo que quería. Y casi inmediatamente después supo que era imposible. Madison nunca le pediría que se casara con ella. Estaba loca si pensaba que lo haría. Y estaría aún más loca si aceptara casarse con él si se lo pidiera.

No había dos personas tan dispares en todo el país. No tenía ninguna importancia que ella pensara que Madison era el hombre más guapo del mundo ni que él se apareciera en todos sus sueños. No tenía importancia que sus besos hubiesen sembrado esperanzas en su corazón que ni siquiera la lógica más despiadada podría erradicar. No importaba que no dejara de decirse que no quería convertirse en una mujer, y menos en la esposa de nadie.

Quería estar con Madison el resto de su vida, pero no tenía ni la menor idea de cómo conseguirlo. Aunque también era cierto que la sola posibilidad de lograrlo la asustaba casi tanto como la idea de fracasar en su intento. Pero no podía resolver estas cuestiones en aquel momento, no con la tormenta haciendo todo lo posible por llevársela por delante. Tenía que concentrarse en regresar al pueblo evitando que la torrencial lluvia la arrastrara a algún riachuelo.

El presentimiento de que alguien la había seguido le molestaba más que la lluvia. Y éste se hacía más fuerte a medida que le costaba más trabajo ver el camino. Un relámpago le mostró un paisaje solitario, pero no pudo liberarse de la sensación de que no estaba sola.

Fern deslizó la mano en el interior de su impermeable y empuñó la culata de su rifle. El solo hecho de saber que podía defenderse por sí misma le hacía sentirse mejor.

Escudriñó la noche, esforzándose por ver y oír todo lo que podía, pero el viento rugía con tal fuerza que no habría podido escuchar siquiera el ruido de una estampida. El cuerpo estaba rígido; los músculos, tensos. Mientras tanto, tocaba nerviosamente la culata de su rifle.

Intentó pensar en qué podría hacer para ayudar a Madison a encontrar al asesino de Troy. Trató de decidir qué hacer al regresar a la granja. Intentó incluso pensar en ir a la fiesta con Madison, pero el único pensamiento que le venía a la cabeza era que alguien estaba allí con ella.

Esta sensación era tan fuerte que sacó el rifle de la funda.

Sin embargo, los minutos pasaban y no sucedía nada. Los rayos se hicieron menos frecuentes y la lluvia amainó, pero el viento seguía azotando con tal intensidad que ella sólo era consciente de aquel ensordecedor estruendo que le invadía los oídos. Incluso el caballo tiraba para refugiarse en una de las muchas hondonadas que había en la pradera. Fern esperaba ver a la mañana siguiente que prácticamente todos los árboles habían sido arrancados de raíz y arrastrados por las ráfagas de viento. Un relámpago cayó tan cerca de ella que pudo sentir su calor abrasador y un ensordecedor trueno la asustó hasta el punto de hacerla gritar. La silueta de un jinete apareció a menos de treinta metros de distancia.

Ir a la siguiente página

Report Page