Fern

Fern


Capítulo 17

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—Reed y Pike pueden acompañarme.

—Vendré a buscarte —repitió Madison.

Fern comprendió que era inútil protestar. Volvería.

Y a ella le alegraba que lo hiciera.

* * *

Madison dejó a

Buster andar a paso lento. Nunca había imaginado qué sucedería cuando finalmente confesara a una mujer que la amaba, pero ahora se daba cuenta de que había esperado que Fern se echara en sus brazos. Había pensado que podría decirle sí o no, pero no que tenía que pensarlo. Estaba desconcertado ante la reacción de Fern.

Esperaba que no se tratara de simple vanidad masculina, pero su comportamiento lo había dejado atónito, hacía que se sintiera traicionado.

«No, lo que sucede es que jamás pensaste que una mujer te rechazaría».

No precisamente. No podía imaginar enamorarse de una mujer que no sentía afecto por él. Pero Fern lo sentía. Quizá fue esto lo que lo despistó, pero si tenía que pensarlo era porque no lo amaba tanto. No entendía nada. Después de todo, ¿qué había que pensar?

Bueno, pues unas cuantas cosas.

Muchas cosas, en realidad, pero había creído que podrían dedicarse a eso después, mientras se deleitaban con la pasión que sentían el uno por el otro. Por lo demás, él había cambiado, y muchas cosas ya no le molestaban.

Pero ¿había cambiado

realmente?

Había logrado superar la conmoción que inicialmente le causó la manera de vestir de Fern. Pero, aunque no fuera completamente inaceptable que una mujer se pusiera pantalones en Boston, no estaba seguro de poder vivir con ello el resto de su vida.

También tenía que tener en cuenta el asunto de la capacidad de Fern de adaptarse a la sociedad bostoniana. No se trataba de que no pudiera aprender. Simplemente no había sido educada para esa clase de vida. Se preguntó si sería justo pedirle que lo intentara. Probablemente era necesario nacer en Boston para integrarse de verdad. Había demasiadas reglas, demasiadas convenciones, demasiadas ataduras que mantenían el orden social establecido y excluían a los extraños.

Sin embargo, mientras una parte de su mente sacaba a relucir una objeción tras otra, otra se apresuraba a encontrar razones para quitarles importancia. El valor y el temple de Fern serían suficientes para que se enfrentara a cualquier dificultad que surgiera. Ella era capaz de hacer cualquier cosa que se propusiera.

Pero sólo si lo amaba lo suficiente para querer intentarlo.

Por otra parte, había supuesto que, puesto que él sentía algo, ella también debía sentirlo. Fern lo había acusado de ser arrogante y egocéntrico, y él acababa de condenarse a sí mismo.

No había ninguna razón para que Fern se enamorase de él. Ninguna razón para que se casara con él. No tenía nada que ofrecerle además de Boston y una vida en la que tendría que ponerse vestidos y montar a caballo como una mujer, no a horcajadas como acostumbraba.

Fern no necesitaba que él la cuidara. Tenía su propia granja y su dinero. Quizá no quería tener nada que ver con hombre alguno. Tal vez ni siquiera quería un esposo. Después de lo sucedido, tenía toda la razón.

Por más que lo intentara, Madison no podía lamentar la muerte de Baker Sproull. Este hombre debería haberse sentido orgulloso de tener una hija con el valor, el temple, la inteligencia y el atractivo de Fern. Debería haberse sentido igualmente orgulloso de protegerla.

Y Madison quería compensarla por estas injusticias. No con cosas como casas, criados, ropa y viajes a Europa. Quería que se sintiera segura, que supiera que él se preocupaba por su felicidad, que deseaba ayudarla a cargar con el peso que llevaba sobre los hombros y también compartir sus momentos de felicidad.

Quería que supiera que la amaba.

Quería que creyera que merecía ser amada, que supiera que nunca tendría que estar sola de nuevo.

Pasó el resto del tiempo de su viaje de regreso al pueblo pensando en maneras de devolverle la capacidad de confiar en los hombres, el deseo de tender la mano a otras personas, la facultad de compartir el amor que él sabía que estaba dentro de ella esperando la oportunidad de salir.

Intentó no pensar en lo que haría si ella finalmente le decía que no lo amaba. Intentó desterrar esa idea de su mente.

Así que el impacto que supuso entrar en el Drovers Cottage y encontrarse cara a cara con la vida que pensó que había dejado atrás en Boston fue aún mayor.

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