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Libro Cuarto: Postales desde el Muro » Veintiséis

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VEINTISÉIS

Shaun rompió el silencio.

—Por favor, dime que no te ha atravesado la epidermis —dijo en un tono casi de súplica—. La sangre no es por el dardo, ¿verdad, George? ¿Verdad?

—Necesitamos una bolsa para residuos biológicos. —En mi voz no había ni rastro de miedo. Os lo aseguro, ni rastro. Sonaba como… hueca, desconectada de todo lo que me rodeaba. Era como si mi cuerpo y mi voz habitaran universos distintos, cosidos juntos con el más delgado de los hilos—. Sacadla del botiquín, dejadla en el mostrador y retroceded. No quiero que ninguno de vosotros toque el dardo. —Ni a mí. No quería que me tocaran mientras existiera el riesgo de que pudiera infectarlos. Sin embargo no podía decírselo; si lo hacía, me hundiría, y todo intento de mantener la situación controlada se iría al garete.

—George…

—Necesitamos una unidad de análisis. —La voz de Rick sonó sorprendentemente firme dadas las circunstancias. Shaun y yo lo miramos. Estaba blanco y temblaba, pero su voz se mantenía firme—. Shaun, sé qué no quieres oírlo, y si luego quieres pegarme, vale, pero ahora mismo necesitamos una unidad de análisis.

La expresión de mi hermano comenzó a ensombrecerse. Él sabía que Rick tenía razón; yo misma podía verlo en sus ojos y en la manera en la que evitaba mirarme. Si no lo hubiera sabido, no le habría importado que Rick pidiera una unidad de análisis de sangre. Pero precisamente porque sabía que Rick tenía razón, era la última cosa en el mundo que quería hacer. Bueno, quizá no exactamente la última. De nuevo su rostro empezó a adquirir esa expresión de quien está contemplando el fin del mundo.

—Rick tiene razón, Shaun. —Deposité el dardo sobre el mostrador, junto a mi teclado. Era diminuto. ¿Cómo algo tan pequeño podía ser el fin del mundo? Apenas lo había notado cuando se me había clavado. Nunca había pensado que fuera posible que uno no se enterara de su propia muerte, pero al parecer, lo era—. No me deis una simple unidad de campaña. Dadme la unidad de verdad. Si vamos a hacer esto, lo haremos bien.

La XH-237 nunca ha dado un resultado erróneo; su diagnóstico es fiable en el cien por cien de los casos conocidos.

Shaun nunca confiaría en otro dispositivo. Me miraba fijamente con una incredulidad no disimulada. Se negaba con todas sus fuerzas a aceptar lo que estaba sucediendo.

—¿Y por qué no yo? Georgia…

—Si resulta que estoy haciendo un drama de todo esto, compraré uno nuevo con el dinero de mi regalo de cumpleaños —dije, dejándome caer contra el respaldo de la silla—. ¿Rick?

—Iré por él, Georgia —anunció, y se dirigió hacia el material médico.

Cerré los ojos.

—No estoy haciendo un drama de todo esto.

—Lo sé —farfulló Shaun en un hilo de voz que apenas me llegó a los oídos.

—Traigo la bolsa —dijo Rick. Abrí los ojos y me volví hacia la dirección de procedencia de la voz. Rick sostenía una bolsa forrada de Kevlar. Le hice un gesto de asentimiento con la cabeza, y él dejó la bolsa sobre el mostrador y se alejó. Todos conocíamos el protocolo. Lo teníamos grabado con fuego en la cabeza para no olvidarlo el resto de nuestra vida. Hasta que no se confirmara que estaba limpia nadie debía tocarme…, y yo sabía que no estaba limpia.

Con unos movimientos exageradamente cuidadosos, para que Shaun y Rick no perdieran detalle de lo que hacía, cogí la bolsa y la abrí antes de volver a coger el dardo. Lo dejé caer en el interior de la bolsa y activé el precinto. A partir de ese momento el asunto pasaba a manos del CDC; su gente abriría el precinto cuando la recibieran, y yo ya no tenía que preocuparme de lo que ocurriera después. No estaría allí para verlo.

Levanté la mirada después de precintar la bolsa y dejarla aparte.

—¿Dónde está la unidad de análisis? —Noté que se me relajaban los músculos de los ojos. Podía tratarse simplemente de una alteración de naturaleza psicosomática, pero me parecía improbable. Los cuerpos víricos responsables de la dilatación permanente de mis pupilas estaban emigrando en busca de praderas más fértiles. Exactamente igual que el resto de mi organismo.

—Ten —dijo Shaun, tendiéndome la mano con el dispositivo. Se acercó un poco más y se arrodilló delante de mí, a escasos centímetros de lo que las autoridades federales han definido como «zona de peligro» cuando se trata con alguien que puede estar en proceso de amplificación. Lo fulminé con la mirada, y él meneó la cabeza—. No empieces.

—No lo haré. —Extendí la mano izquierda. Si quería hacerme personalmente la prueba estaba en su derecho. Tal vez eso lo ayudara a creer en la fiabilidad de los resultados.

—Quizá te equivocas. No sería la primera vez —dijo Shaun, deslizando la unidad de análisis para meterme la mano; yo abrí la mano hasta que noté cómo se me estiraban los tendones y le hice un gesto con la cabeza para que pusiera la tapa. Shaun me hizo caso y la mano me quedó abierta como una estrella de mar dentro de la unidad.

—No me equivoco —repliqué. Un leve dolor me recorrió la mano a medida que las agujas, una por cada dedo y otras cinco formando un círculo en el centro de la palma, se me clavaban para extraerme una muestra de sangre. Las luces en la parte superior del dispositivo empezaron a parpadear y pasaron del color verde inicial al amarillo, donde permanecieron unos instantes, emitiendo su luz intermitente, hasta que de una en una dejaron de parpadear y se mantuvieron encendidas con el color definitivo.

Rojas. Absolutamente todas. Rojas.

Los párpados me escocieron, humedecidos por las lágrimas. No supe qué me molestaba hasta instantes después, y entonces tuve que reprimir el impulso de parpadear para aliviar el picor. El Kellis-Amberlee no me había permitido llorar antes. Era un jodido detalle que me dejara hacerlo en ese momento.

—Ya te dije que no me equivocaba —dije, intentando mantener un tono desenfadado, aunque sólo conseguí sonar completamente perdida.

—Apuesto a que no te alegras de tener razón —replicó Shaun. Levanté la cabeza, y mis ojos se encontraron con los suyos, que me miraban fijamente y con una expresión de perplejidad.

Permanecimos sentados en silencio unos instantes, mirándonos, esperando una respuesta que no llegaría. Rick fue quien habló y dio voz a una pregunta que todos queríamos hacer, pero que ninguno estaba preparado para responder.

—¿Y ahora qué hacemos?

—¿Cómo que qué hacemos? —Shaun se lo quedó mirando con el ceño fruncido, en un claro gesto de perplejidad. No necesité más que esa expresión de su rostro para sentir pánico, pues era la de alguien que no entendía que en cuestión de minutos yo iba a centrar todos mis esfuerzos en devorarlo vivo—. ¿A qué te refieres? ¿Qué quieres decir con «y ahora qué hacemos»?

—Quiero decir lo que he dicho —replicó Rick. Sacudió la cabeza en dirección a mí—. No podemos quedarnos de brazos cruzados y dejarla así. Tenemos que…

—¡No!

La vehemencia de la respuesta de Shaun me sobresaltó. Me volví a él.

—¿No? —repetí—, Shaun, ¿qué demonios quieres decir con «no»? No hay sitio para el «no». El «no» está fuera de lugar.

—No sabes qué dices.

—Sé perfectamente lo que digo. —Rick seguía pálido y temblando, y tenía la frente cargada de gotas de sudor. Pobre tipo. Cuando se unió a lo que todos consideraban el «equipo ganador» no sabía que estaba metiéndose en un asunto de asesinatos políticos. A pesar de todo, me miró a los ojos sin pestañear y no evitó mi mirada. Ya se había visto cara a cara al virus y no le deparaba ninguna sorpresa—, Rick, eres lo más parecido que tenemos a un virólogo. ¿Cuánto tiempo nos queda?

—¿Cuánto pesas?

—Sesenta y un kilos como mucho.

—Entonces diría que, en circunstancias normales, unos cuarenta y cinco minutos —respondió tras meditar unos segundos—. Pero éstas no son circunstancias normales.

—La carrera —dije.

Rick asintió.

—La carrera.

En la amplificación viral hay que tener en cuenta un montón de factores: la edad, la condición física, el peso… y la frecuencia cardiaca cuando el virus en estado activo entra en contacto con el organismo. Si te muerden mientras duermes y no te despiertas, el proceso de amplificación puede tardar toda la noche en completarse, ya que en estado de reposo, el organismo no ayuda al virus a expandirse. Mi caso sería el otro extremo, pues había recibido una cantidad de virus mucho mayor de la que puede transmitir una mordedura, y encima me había ocurrido mientras corría para salvar la vida, con el corazón aporreándome el pecho y la adrenalina impulsándome la sangre por las venas a una velocidad vertiginosa. Eso reducía el tiempo del proceso a la mitad. Tal vez más.

Ya empezaba a costarme pensar; concentrarme; respirar incluso. Sabía, en teoría, que no se me estaban cerrando los pulmones, y que sólo se debía a que el virus ya estaba actuando sobre los tejidos blandos del cerebro y alterando las funciones neurológicas normales, lo que hacía que las acciones automáticas importunasen a la parte consciente del cerebro. He leído artículos y estudios clínicos al respecto. Sabía qué me iba a pasar, paso por paso. El primer síntoma es la pérdida de la capacidad de concentración, la pérdida de interés, de la capacidad para extraer conclusiones no relacionadas entre sí. Luego sobreviene la hiperactividad, como consecuencia de que el sistema circulatorio se pone a trabajar a toda mecha. Después el virus alcanza un estado de saturación total y asesta el golpe de gracia: el asesinato de la conciencia. Mi cuerpo seguirá deambulando, guiado por los instintos y los apetitos del virus, pero Georgia Carolyn Mason habrá desaparecido. Para siempre.

Ya estaba muerta antes de que las luces se quedaran en el rojo. Ya estaba muerta el segundo después de que la aguja hipodérmica se me hundiera en el brazo, y nadie podía hacer nada para remediarlo. Sin embargo, yo sí podía hacer algo antes de irme.

Miré a Shaun y le hice un gesto de complicidad con la cabeza. Pasaron unos segundos, casi demasiados, hasta que su expresión se relajó y me devolvió el gesto, ya más seguro de sí mismo, más como era él, pese a las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas.

—¿Rick?

Rick se volvió a mi hermano y meneó la cabeza.

—No puedes remediarlo. No hay forma de remediarlo. Tu hermana se ha ido. Tienes que entenderlo. Lo siento, se ha ido y tienes que…

—Pásame el botiquín que hay debajo del asiento del acompañante —dijo Shaun, y no pude más que envidiar el tono tranquilo de su voz; yo no habría sido capaz de mantener así la calma si hubiera sido él quien estaba experimentando una amplificación viral acelerada—. La roja.

—¿Qué…?

—¡Pásamela!

Las palabras apenas habían abandonado su boca cuando Rick llegó a la parte delantera de la furgoneta y rebuscó el botiquín debajo del asiento. Mamá nos lo había preparado hacia un millón de años para que lo utilizáramos en un caso de emergencia extrema. Cuando me lo puso en las manos me dijo que ojalá nunca tuviéramos que usarlo. Lo siento, mamá. Supongo que esta vez te hemos decepcionado de verdad. Pero ¡eh!, al menos los índices de audiencia se dispararán.

Dejé escapar un suspiro largo y vibrante, que de alguna manera se transformó en una risita histérica. Me mordí la lengua antes de que la risita se convirtiera en sollozos. No había tiempo para eso. No había tiempo para nada más que para el maletín rojo y las cosas que contenía y, tal vez, si tenía suerte, para un último artículo.

Rick regresó junto a Shaun sosteniendo el maletín con el brazo extendido para mantenerlo alejado del cuerpo. Su rostro tenía una expresión fría. No creía a Shaun capaz de hacerlo, pero no conocía a mi hermano tan bien como creía. Cerré los ojos y apoyé la cabeza contra el respaldo de la silla, vencida por un cansancio repentino.

—Ya puedes irte, Rick —dije—. Coge mi moto y el disco duro gris con las copias de seguridad. Vete lo más lejos que puedas; luego busca una unidad transmisora de datos y sube a la página todos los documentos. Espacio libre. Nada de suscripciones. Licencia Creative Commons.

—¿Qué contiene? —preguntó; por un breve momento la curiosidad se impuso a su determinación de verme muerta. Bien por ti, Rick; me identifico contigo: periodista hasta el final.

—Todo aquello por lo que muero —respondí. Empezaban a picarme los ojos. Me quité las gafas de sol, las lancé a un lado y me los froté—. Documentos, registros bancarios, todo… Absolutamente todo. Ahora lárgate. Ya has hecho todo lo que podías hacer.

—¿Estáis…?

—Estamos seguros —dijo Shaun. Oí cómo abría el maletín y el chasquido inconfundible de los guantes de teflón de polivinilo, prácticamente irrompibles y tan caros que incluso el ejército sólo los utiliza en casos excepcionales. Shaun siempre insistía en que formaran parte de nuestro equipo; por si acaso—. Llévate armadura de repuesto. Siempre puede haber alguien ahí fuera esperándote para pegarte un tiro.

—¿De verdad crees que siguen ahí?

—¿Acaso importa?

—No, supongo que no.

Oí a Rick moviéndose por la furgoneta. Sacó la armadura de Shaun del armario donde estaba guardada, se la colocó encima de la ropa, se abrochó los botones y se subió las cremalleras con su característico ruido sordo, que me mantuvo distraída de los ruiditos que hacía Shaun preparando las cargas de la inyección.

—Gracias, Rick —dije—. Lo hemos pasado genial.

—Yo… Sí, es verdad. —Oí los pasos de Rick acercándose y el crujido metálico cuando levantó el disco duro que estaba junto a mi ordenador; luego oí que se alejaba y el rechinar de la puerta al abrirse. Rick titubeó un instante—. Yo… Georgia.

—¿Sí, Rick?

—Lo lamento.

A duras penas pude entreabrir los ojos. Le dirigí una leve sonrisa amarga. Era la primera vez que yo recordara que la luz no me causaba dolor. Estaba convirtiéndome, y mi cuerpo perdía la capacidad para entender el dolor.

—No te preocupes. Yo también lo lamento.

Por un momento dio la impresión de que Rick iba a añadir algo, pero entonces apretó los labios y me hizo un gesto de despedida con la cabeza. Era la última oportunidad de salir; cuando los cerrojos de la furgoneta se cerraran de nuevo, el sistema interno detectaría la infección y las puertas bloqueadas no permitirían que nadie saliera del vehículo.

—Shaun, el tren ya parte —dije quedamente—. Quieres pincharme de una vez y largarte.

—¿Y dejarte acabar esto sin mí? —Meneó la cabeza—. Ni hablar. Rick, ten cuidado ahí fuera.

Rick tensó los hombros y salió. El aire vespertino le acarició el rostro y la puerta se cerró de un golpazo a su espalda.

Shaun se sentó en el suelo a mi lado con la jeringa en la mano. Se trataba de una jeringa de dos cuerpos para administrar una combinación de sedantes y una carga de mis propios leucocitos hiperactivos. La mezcla de ambas sustancias ralentizaba el proceso de conversión. No iba a concederme demasiado tiempo, pero con un poco de suerte, sería suficiente.

—Dame el brazo derecho —dijo Shaun, con una expresión impertérrita en el rostro.

Extendí el brazo.

Shaun me apretó las agujas gemelas contra la fina epidermis del codo, y una sensación de frío me recorrió el cuerpo en cuanto empujó los émbolos de las jeringas hasta el fondo.

—Gracias —dije, temblando.

—Hemos agotado nuestros recursos. —Abrió una bolsa para residuos biológicos, dejó caer la jeringa en su interior y lo precintó—. Tienes media hora como mucho. Después de eso…

—No hay garantías de que mantenga la lucidez. Lo sé.

Shaun se levantó, fue con las piernas entumecidas hasta el cubo para desechos biológicos y tiró la bolsa. Sentí un deseo irrefrenable de lanzarme sobre él y abrazarlo, y llorar hasta quedarme sin lágrimas, pero no pude. No me atreví. Incluso mis lágrimas eran un agente infeccioso, y los sedantes que acababa de inyectarme en el brazo no obraban milagros. Mi tiempo se agotaba y todavía tenía trabajo.

Me levanté dando bandazos y me senté frente a la pantalla, tragando saliva para aliviar la sequedad que se me había instalado en la garganta. Entretanto oía a mi hermano detrás de mí; sacaba uno de los revólveres de reserva del armero junto a la puerta y lo cargaba con sumo cuidado, metiendo una a una las balas en el tambor. ¿Qué decían los informes? ¿Que la boca seca es uno de los primeros síntomas de la amplificación viral? ¿Una consecuencia de la acción de los cristales del virus, que absorben toda el agua del organismo y dejan ese bonito aspecto de animal disecado que parece común a todos los muertos vivientes? La respuesta sonaba verosímil. Se me empezaba a hacer difícil pensar en ese tipo de cosas. De repente, todo me resultaba excesivamente inmediato.

Tenía las manos aún sobre el teclado mientras me devanaba los sesos intentando dar con un comienzo para el artículo cuando sentí el frío balsámico del cañón del arma apretado contra la base del cráneo. Shaun nunca me permitiría hacer daño a nadie. No importaba qué sucediera, nunca me permitiría hacer daño a nadie. Tampoco a él; no más del que ya le había hecho.

—Shaun…

—Aquí estoy.

—Te quiero.

—Lo sé, George. Yo también te quiero. Tú y yo juntos. Siempre.

—Tengo miedo.

Noté sus labios en la cabeza cuando se inclinó para apretarlos contra mi pelo. Quise gritarle que se apartara de mí, pero no lo hice. Seguía sintiendo el cañón frío del revólver hundido en la nuca. Cuando me convirtiera, cuando dejara de ser yo, me mataría. Me quería lo suficiente para matarme. ¿Ha habido alguna vez una chica más afortunada?

—Shaun…

—Chsss, Georgia —dijo—. No pasa nada. Dedícate a escribir.

Y empecé a escribir. Una última oportunidad para tirar los dados; iba a contar la verdad y dar por saco al enemigo. Una última oportunidad para aclarar las cosas. Para explicar por qué luchamos; por qué morimos. Qué creíamos que debíamos hacer.

Nunca quise ser una heroína. Nadie me dio la opción de decir que no, que lo sentía mucho, pero que se habían equivocado de chica. Lo único que siempre he querido es contar la verdad, y que la gente saque sus propias conclusiones a partir de ella. Siempre he querido que la gente piense por sí misma, que aprenda y que entienda. Yo simplemente quería contar la verdad. Encerrada en la furgoneta que nos había llevado por todo el país a lo largo de los últimos meses de mi vida, con mi hermano detrás de mí preparado para apretar el gatillo, puse las manos sobre el teclado y empecé a escribir.

¿Ha valido la pena?

Dios, espero que sí.

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Me llamo Georgia Mason. Durante estos últimos años he mantenido abierta una ventana más de tantas otras que se asoman al mundo de la información. He redactado artículos de actualidad y he intentado, a mi modesta manera, ofrecer un contexto y una perspectiva que permitieran comprender mejor los hechos. Siempre he perseguido la verdad por encima de todas las cosas, aun cuando esa verdad suponía un coste para mi comodidad y mi bienestar. Ahora parece que mi persecución de la verdad va a costarme la vida, pese a que en un principio no fui consciente de ello.

Me llamo Georgia Mason. De acuerdo con el registro de la unidad de análisis de sangre (modelo XH-237, de reconocida fiabilidad y, espero, exactitud) llevo once minutos muerta. Sin embargo, de momento, todavía me llamo Georgia Mason y esto es… bueno, supongo que podríamos llamarlo mi última postal desde el Muro. Hay algunas cosas que deberíais saber y no tenemos mucho tiempo.

Mientras escribo esto, mi hermano está a mi espalda, me aprieta el cañón de un arma contra la nuca, donde el disparo me destrozará la médula espinal sin salpicar demasiado. En mi torrente sanguíneo, una potente dosis de sedantes mezclados con un suero elaborado a partir de mi propio sistema inmunitario está librando una batalla con el virus, que se encuentra en pleno proceso de conquista de mis células. Todavía no se me ha obstruido la nariz y puedo tragar, pero me siento sin fuerzas y me cuesta respirar. Os cuento todo esto para que entendáis que no se trata de una broma; no es un intento petulante e inmaduro de incrementar los índices de audiencia ni el tráfico de la página. Esto es real. Y todo lo que voy a contaros a continuación es verdad. Creedme, entendedlo y pasad a la acción antes de que sea demasiado tarde.

Si estáis leyendo esto en la página principal de Tras el Final de los Tiempos, encontraréis un enlace de descarga con el título «Notas_Campaña.zip» en el lado izquierdo de la pantalla. La posesión de los documentos contenidos en ese archivo puede ser considerada un acto de traición por las autoridades de los Estados Unidos de América. Por favor, haced clic en el enlace, descargad los documentos y leedlos. Pegad el enlace en todos los foros que visitéis, en todos los tablones de mensajes, páginas para compartir fotos y blogs que estén a vuestro alcance. La información que contienen esos documentos es tan imprescindible para vuestra libertad y supervivencia como lo fue el informe del doctor Matras durante el Levantamiento. Os aseguro que no estoy exagerando su importancia. No hay tiempo para esas cosas.

Tampoco hay tiempo para ponerme a explicaros unos hechos que encontraréis relatados en los documentos del archivo listo para descargar. Baste como resumen de todo lo que no puedo decir, de todo lo que no tengo tiempo para decir y que no diré muy a mi pesar, esto: están engañándonos. Están desviando intencionadamente el objetivo de las investigaciones y no están buscando una cura para esta enfermedad, y están haciéndolo auspiciados por el gobierno de nuestro país. Desconozco los nombres y apellidos de todas las personas que están involucradas. No he vivido lo suficiente para averiguarlo. Sí sé que el senador Tate está al servicio de esas personas. También, y lamento decirlo, Georgette Meissonier, antigua colaboradora de esta página.

Quieren que vivamos con miedo.

Quieren tenernos controlados.

Quieren que sigamos enfermos.

Por favor, no les permitáis que hagan eso con nuestro mundo. Estoy suplicándoos desde el Muro, porque ya es lo único que puedo hacer. Todo lo que puedo hacer. No permitáis que nos metan el miedo en el cuerpo y nos obliguen a vivir confinados en nuestras casas.

Seamos lo que se supone que debemos ser: seres humanos capaces de tomar sus propias decisiones con libertad. Leed lo que he escrito, comprended lo que quieren hacer con nosotros, con todos nosotros, y decidid vivir.

Han cometido un error asesinándome porque, viva o muerta, la verdad no descansa. Me llamo Georgia Mason y os lo suplico: levantaos mientras estéis a tiempo.

Mahir, lo siento.

Buffy, lo siento.

Rick, lo siento.

Shaun lo siento lo siento lo siento no era mi intención acabar así si pudiera volvería atrás en el tiempo y cambiaría las cosas pero no puedo no puedo yo yo yo yo yo yo confundo las palabras no puedo hacerlo no puedo Shaun por favor Shaun por favor te quiero te quiero siempre lo sabes Shaun por favor no puedo seguir jfdh no puedo hacer esto jhjnfbnnnn mmm tengo que me llamo me llamo Shaun te quiero Shaun por favor gngn por favor DISPARA SHAUN DISPARA N…

FIN DE ENTRADA DIRECTA

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