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Libro Tercero: Estudio de casos cero » Trece

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TRECE

El funeral de Rebecca Ryman y sus abuelos se celebró en el rancho familiar una semana después de la convención. El retraso no se debió al dolor de la familia ni fue para que los parientes tuvieran tiempo de viajar hasta allí, sino a que ése fue el tiempo que tardaron las autoridades regionales en rebajar la categoría de peligrosidad del rancho del nivel 2 al nivel 5. Todavía seguía siendo ilegal internarse desarmado en la zona, pero al menos ya podían pasar civiles sin tener que llevar escolta. La zona recuperaría su anterior nivel 7 si en los siguientes tres años no aparecían indicios de contaminación. Hasta entonces, incluso los niños tendrían que ir siempre armados.

Buena parte de la opinión pública afirmaba que no importaba el tiempo que tardara en bajar el nivel de riesgo, ya que a ninguna familia se le ocurriría continuar en una casa y una profesión, sobre todo una considerada por muchos como una simple afición peligrosa y pretenciosa, que les habían arrebatado la vida de uno de los suyos. Desde el principio se rumoreó que el rancho sería rápidamente abandonado.

Ojalá pudiera decir que esa postura era exclusiva de los grupos más conservadores, pero no era así. Durante las seis horas siguientes al fallecimiento de Rebecca, la mitad de los grupos «por la seguridad de los niños» alzaron la voz para reclamar unas directrices más estrictas y una legislación en la que el tipo de vida que llevaban los Ryman fuera considerado un delito. No más clases de equitación o granjas familiares; querían cerrarlas, cerrarlas inmediatamente y para siempre. Nadie se sorprendió de estas reacciones salvo, creo yo, los Ryman. A Peter y Emily nunca se les había ocurrido pensar en una situación que acabara con el martirio de su hija mayor, así que tampoco habían considerado el filón que ciertas organizaciones hallarían con su muerte. Estadounidenses por los Niños era la peor. Su campaña «Rebecca, nunca te olvidaremos» era completamente legal y sórdida, si bien los abogados de los Ryman habían echado por tierra sus pretensiones de utilizar fotografías de Jeanne y Amber. Sin embargo, eso dio igual. Las imágenes de Rebecca en compañía de sus caballos (y de monturas afectadas por la amplificación intentado destripar a los miembros de la autoridad federal que trataban de acabar con ellos) ya habían hecho el daño.

En medio del caos y del ruido que rodeaba el episodio del brote en el rancho, no fue una sorpresa que la elección del senador Ryman de su futuro vicepresidente pasara prácticamente desapercibida salvo para los políticos más feroces, a quienes no les importaba que murieran personas…, y para mí. No me pilló por sorpresa sobre quién recayó la elección, aunque he de admitir que me sentí algo más que ligeramente decepcionada cuando se anunció que el gobernador Tate sería el escudero de Ryman en las elecciones. Sin duda se trataba de un dúo equilibrado que convencería a la mayor parte de la población y que ofrecía al senador opciones fundadas de alcanzar la Casa Blanca. La tragedia del rancho le había proporcionado veinte puntos de ventaja sobre su oponente según las primeras encuestas. La candidata demócrata, la gobernadora Frances Blackburn, era una figura política sólida con una brillante trayectoria, pero no podía competir con una heroína adolescente que se había sacrificado para salvar a sus hermanas, y en una fase tan temprana de la campaña, la gente no entregaba su voto al candidato, sino a su hija. Y ésta estaba ganando.

Mi equipo y yo nos ofrecimos a regresar a California hasta después de los funerales. Si bien en el contrato que habíamos firmado con el senador se hablaba de «acceso permanente», existe una diferencia entre la información pura y el juego morboso. Que sean los medios locales los que ofrezcan imágenes de las exequias; nosotros haríamos la colada, daríamos la ocasión a Buffy de que actualizara el equipo y presentaríamos a Rick a nuestros padres. No hay un mejor «curso intensivo» que empezar con una importante convención política y después ser presentado a nuestra madre en el jardín de casa. Shaun puede parecer a veces un desastre natural a pequeña escala, pero mamá siempre es un seísmo de siete y medio en la escala Richter.

Sin embargo, el senador Ryman frustró nuestros planes antes de que pudiéramos ponerlos en marcha, y el día después de la convención me llevó aparte y me comunicó que todos aceptarían de buen grado que nuestro equipo asistiera a los funerales, y los cubriéramos. A Rebecca le había encantado cómo informábamos sobre la campaña, y dada su posición como candidato del Partido Republicano, él sabía que habría reporteros que intentarían colarse en el servicio funerario en busca de información. De esta manera se aseguraba de que la prensa presente fuera de confianza.

¿Qué le iba a decir? Buffy puede pedir todo lo que necesita por la red y hay lavanderías públicas por todas partes. El único escollo era el tema de Rick, pues todavía estaba trasladando sus cosas desde el hotel que había sido la sede de la candidatura de Wagman, aunque él tampoco me parecía que fuera a suponer un contratiempo demasiado importante. Desde el primer minuto se le había exigido trabajar a tope y no le había oído quejarse ni una vez. El vídeo que había grabado del discurso de aceptación del senador había sido de primera y había quedado genial cuando lo habíamos montado intercalando imágenes del asalto al rancho. El número de visitas a nuestra página había pegado un salto del dieciocho por ciento desde la convención y seguía subiendo, y en parte atribuí este ascenso en la audiencia a la incorporación de Rick al equipo. Nadie más había conseguido una exclusiva de la retirada de Wagman, y si sumamos eso a la victoria del senador y a la tragedia, pues bueno…

A veces, en el periodismo, la «suerte» sólo es una cuestión de «capitalizar el dolor ajeno».

El mes de marzo en Wisconsin no tiene nada que ver con el mes de marzo en California. El día del funeral amaneció nublado y frío, y la nieve salpicaba el césped del cementerio. La familia de Emily, los O’Neil, lleva asentada en la zona el tiempo suficiente como para poseer su propio panteón. Si las viejas pelis de zombies hubieran acertado, y los muertos se levantaran de sus tumbas y se abrieran paso hasta la superficie excavando la tierra, el funeral habría acabado en un baño de sangre.

Por suerte, ése es un detalle en el que las películas se equivocaron. La tierra se mantenía firme bajo el irregular manto de nieve; sólo frente a tres lápidas cercanas al muro occidental se apreciaba los montoncitos de tierra más oscura de las fosas recién cavadas. Se habían instalado sillas plegables por todo el jardín central, y la gente permanecía sentada muy junta, evitando dirigir la mirada hacia la tierra removida.

—Son tan pequeños —masculló dirigiéndose a la persona que tenía a su lado una mujer cuyos rasgos me recordaban a los de Peter lo suficiente como para verme tentada de considerarla una prima, o incluso una hermana.

Por supuesto. Los cementerios son una rareza en el mundo moderno. La mayoría de los cadáveres son incinerados, así que los cementerios son un elemento innecesario a no ser que la persona haya gozado de una salud fabulosa, haya sido profundamente religiosa o se aferre con ambas manos a la tradición. En los funerales de hoy en día no se ven los icónicos hoyos rectangulares ni los montones de tierra excavada que aparecen en las películas anteriores al Levantamiento. Las tumbas modernas son pequeños agujeros circulares en la hierba, del tamaño imprescindible para albergar un puñado de cenizas.

Los miembros entremezclados de las familias Ryman y O’Neil lucían la versión funeraria de sus mejores galas; todos vestidos de negro y de oscuros tonos grises, con algún matiz de color hueso o crema en la pechera de las camisas y en las blusas. Incluso las hijas pequeñas del matrimonio, Jeanne y Amber, llevaban vestidos de terciopelo negro. Shaun, Buffy y yo éramos los únicos asistentes que no pertenecían a la familia; el servicio de seguridad del senador, compuesto por una combinación de los agentes que nos habían acompañado durante la campaña y de miembros del servicio secreto, estaba apostado en las puertas del cementerio, donde vigilaban el perímetro sin perturbar el desarrollo de la ceremonia. Mi equipo y yo éramos unos privilegiados y lo sabíamos. De camino a nuestros sitios habíamos recibido no pocas miradas molestas de los familiares.

No era que me importara. Si estábamos allí, era por Peter, por Emily y por la información, de modo que lo que pensara el resto de la familia nos traía sin cuidado.

—… y nos hemos reunido hoy aquí, a la vista de Dios, para entregarle los restos mortales de sus amados hijos y ponerlos a su cuidado, para que los mantenga a salvo, ajenos ya a las tribulaciones del mundo terrenal hasta el día que regresemos al Reino de los Cielos —entonó el sacerdote—. Pues suyo es el Reino, la vida y la gloria, y sólo él nos concederá la vida eterna. Oremos.

Toda la familia inclinó la cabeza. También Buffy, que había sido criada en una fe que iba más allá de «decir la verdad, conocer las ruta de escape y llevar siempre munición extra».

Shaun y yo permanecimos con la cabeza erguida. Alguien tiene que mantenerse alerta. Comprobé que las cámaras que llevaba en el hombro mantenían un buen ángulo de grabación, y luego me volví y examiné el cementerio. El lugar era completamente indefendible; los muros bajos de piedra apenas delimitaban los distintos espacios y no retrasarían más que unos minutos a una horda de zombies con un poco de resolución. La amplia distancia entre las puertas convertía el recinto en un redil para humanos. Un escalofrío me recorrió el cuerpo.

Shaun se percató de mi inquietud y me puso una mano tranquilizadora en la parte baja de la espalda. Le miré y le sonreí fugazmente. Mi hermano sabe que odio los lugares exteriores desprotegidos. A él le ocurre lo contrario, y cuando se encuentra en zonas abiertas, siempre piensa que tarde o temprano aparecerá algo que valga la pena apalear.

El funeral llegaba a su fin. Hice un esfuerzo para recuperar la expresión de sombría serenidad y volví a mirar al frente justo cuando el sacerdote cerraba su ejemplar de la Biblia. Los familiares de los fallecidos se pusieron en pie, la mayoría con los ojos humedecidos por las lágrimas, y fueron hacia las puertas, donde aguardaban los coches para llevarlos a la recepción en la funeraria. Nada indica tanto el luto como los canapés y la barra libre de cerveza. Algunos asistentes se quedaron aún unos minutos más con la mirada fija en las tumbas, como afectados por paralización neurótica.

—Me siento fatal —masculló Buffy—. ¿Cómo es posible que ocurran cosas así?

—¿Pura mala suerte? —Shaun se encogió de hombros—. Cuando se juega con animales grandes, algo de amplificación está garantizado. Fueron afortunados de que no ocurriera antes.

—Sí —dije, frunciendo el ceño—. Afortunados. —Algo olía mal en todo ese asunto; tanto el momento como el alcance… Para tener un rancho de caballos, aun a varios kilómetros de distancia de la población más cercana, se necesita unas medidas de seguridad que ni muchos millonarios querrían pagar y que deben actualizarse con regularidad. Si algo había ido mal, debería haber estado bajo control en cuestión de minutos. Quizá hubieran tenido que quemar un establo, pero nadie tendría que haber perdido la vida, y desde luego no tres miembros de la familia y la mitad de los empleados.

—Shaun, llévate a Buffy a la furgoneta, ¿de acuerdo? Yo daré el pésame a la familia.

—¿No deberíamos ir nosotros también? —inquirió Buffy.

—No. Regresad a la furgoneta. Llamad a Rick y comprobad que no se ha incendiado nada durante el tiempo que hemos estado alejados de las pantallas.

—Pero…

Shaun pasó la mano por delante de mí para agarrar a Buffy del brazo.

—Vamos, Buff. Si quiere que nos vayamos será porque quiere meter un palo en algún agujero y ver qué sale.

—Algo por el estilo —respondí—. Me reuniré con vosotros en unos minutos.

—Vale —aceptó Buffy, y se dejó arrastrar por Shaun hacia las puertas del cementerio.

Me volví para examinar a los parientes que seguían allí. Entre ellos vi a Peter y a Emily junto a otros adultos con el suficiente parecido físico entre sí para ser parientes cercanos. Emily rodeaba con un brazo a cada una de sus hijas y tenía aspecto de no haber pegado ojo en toda la semana, y tanto Jeanne como Amber daban la impresión de que estaban asfixiándose con el abrazo de su madre. Peter parecía envejecido, como si, de algún modo, su frescura de chico de campo se hubiera marchitado por la intensidad y la velocidad con las que se habían desencadenado los acontecimientos.

El senador se percató de mi movimiento de cabeza cuando me volví hacia ellos, e hizo un leve gesto de asentimiento con el que me indicaba que podía acercarme. Le respondí con una ligera sonrisa y eché a andar por el tapete de nieve medio derretida.

—Georgia —dijo Emily cuando me reuní con ellos. Soltó a Jeanne y a Amber y me dio un abrazo fortísimo. Las niñas se escondieron detrás de una anciana, que debía de ser su abuela paterna, para evitar que su madre volviera a atraparlas cuando acabara conmigo. No las culpé; el dolor había dotado a Emily de una fuerza histérica que me hizo temer por la integridad de mis costillas—. Nos alegra tanto que hayas venido.

—Lamento mucho su pérdida —dije, dándole con torpeza unas palmaditas en la espalda—, Buffy y Shaun me han pedido que les exprese sus más sinceras condolencias.

—Emily, suelta a nuestra amiga —dijo Peter, tirando del brazo de su esposa hasta que ésta me dejó libre. Rápidamente di un paso atrás, y Jeanne y Amber me lanzaron una mirada comprensiva. Ambas habían sido el objetivo de su madre desde que había abandonado la convención para regresar junto a ellas—. Georgia.

—Senador Ryman. —No hizo ningún ademán de abrazarme y se lo agradecí—. Una ceremonia hermosa.

—Sí, ¿verdad? —Desvió la mirada hacia la tierra removida—. Becks odiaba estas cosas. Decía que eran morbosas y estúpidas. Si su presencia no hubiera sido imprescindible, se habría quedado en casa. —Rio con amargura—. Tenía verdaderas ganas de conocerte.

—Lamento no haber tenido la oportunidad —repuse, ciñéndome las gafas para protegerme los ojos del resplandor de la nieve que moteaba el suelo—. ¿Le importaría que habláramos a solas unos instantes? Será breve.

—Claro, vamos. —Besó a Emily en la frente—. Tú cuida de las niñas, ¿de acuerdo, cariño? Sólo será un momento.

—De acuerdo —respondió Emily. Consiguió esbozar media sonrisa—. Nos veremos en la recepción, ¿verdad, Georgia?

—Por supuesto, señora Ryman.

El senador y yo nos separamos poco más de dos metros del grupo, lo suficiente para que nadie nos oyera y no tanto para perderlo de vista.

—¿Y bien, Georgia? —preguntó sin andarse con preámbulos—. ¿Qué ocurre?

Levanté la barbilla y lo miré directamente a los ojos.

—Senador, si le parece bien, a mi equipo y a mí nos gustaría ir al rancho a echar un vistazo. —Ryman guardó silencio. Yo continué—: Si nos damos una vuelta por la zona y colgamos las imágenes…

—¿Crees que eso reducirá el número de curiosos que se cuelan en busca de un poco de emoción?

Asentí con la cabeza.

El senador Ryman me clavó la mirada durante unos segundos. Luego dejó caer los hombros y me dio su consentimiento con un gesto de la cabeza.

—Odio todo esto, Georgia —confesó en un tono que distaba miles de kilómetros de la voz del hombre orgulloso y seguro de sí mismo al que había seguido por todo el país—. Se suponía que era el inicio del desafío más emocionante de mi carrera, y sin embargo, aquí estoy, entregando a mi hija mayor a Dios cuando lo único que querría sería sacudir a ese cabrón Todopoderoso hasta que me la devolviera. No es justo.

—Lo sé, senador —repuse, y me volví hacia Emily, que se las había ingeniado para capturar de nuevo a sus hijas—. Pero no es el único que sufre esa injusticia.

—¿Está diciéndome que debo cuidar a mi familia, jovencita? —inquirió con una amarga risotada.

—A veces la familia es lo único que nos queda, señor.

—Muy cierto, Georgia. Muy cierto. —Siguió mi mirada hacia Emily y las niñas—. Diré a Em que os he dado permiso para entrar en el rancho. Lo entenderá. En cuanto a los guardias…

—Poseemos las licencias necesarias.

—Muy bien. —Con la mano se echó hacia atrás el flequillo y suspiró—. ¿No te parece que todo esto es un desastre de mil demonios?

—Absolutamente.

Nos despedimos sin demasiada convicción; el senador tenía que volver a los asuntos del luto, y yo, regresar junto a mi equipo antes de que Shaun decidiera salir de excursión o Buffy desconectara la red inalámbrica para actualizarla. Rick todavía no llevaba con nosotros el tiempo suficiente para que yo supiera qué no quería que hiciera, pero estaba segura de que ya me vendría con algo. Después de todo, el tipo era periodista, y todos nosotros somos unos chiflados incurables.

Enfilé hacia las puertas del cementerio y conecté mi anilla de la oreja.

—¿Shaun, dónde estáis?

—Estamos aparcados detrás de las furgonetas del servicio de seguridad —respondió mi hermano. De fondo, oí que alguien preguntaba algo—. Buffy quiere saber si la necesitamos o si puede irse con Chuck. El tipo está bastante hecho polvo, y Buffy quiere pasar «un rato de pareja» con él.

—Shaun Mason, debes de ser el único tío con más de nueve años que sigue diciendo «un rato de pareja» como si hablara de una rata muerta. —Saludé con la cabeza a los guardias apostados en las puertas según salía del cementerio y busqué con la mirada las furgonetas del servicio de seguridad estacionadas en el aparcamiento.

—No es verdad —replicó Shaun en un tono ofendido—. Me encantan las ratas muertas.

—Lo siento. El error es mío. Dile a Buffy que puede irse, pero que quiero que deje el equipo de campo listo y que ha de volver para la edición, a eso de las nueve.

—¿El equipo de campo…?

—El senador Ryman me ha dado el visto bueno. Vamos al rancho. —Hice una mueca ante el alarido de entusiasmo de Shaun y corté la conexión. Tenía nuestra furgoneta a la vista, y ya le oiría gritándome al oído cuando estuviera dentro, así que no tenía por qué soportar también sus chillidos a través del auricular.

Cuando entré por la puerta trasera, Buffy estaba sentada sobre un tablero, haciendo algo que escapaba a mi comprensión en una cámara de las que llevamos al hombro. Se había cambiado la ropa para del funeral por algo más cómodo aunque igual de discreto, y cuando levantó la mirada resultó evidente que también se había vuelto a maquillar de una manera más acorde a su nueva ropa.

—Hola.

—Hola. —Miré alrededor mientras me desabotonaba la chaqueta—. ¿Dónde está Shaun?

—Delante. Comprobando que su armadura no tenga agujeros. —Escudriñó la cámara, sopló suavemente en el sistema de circuitos y colocó de nuevo la carcasa—. Chuck vendrá a recogerme, así que podéis dejarme aquí cuando os vayáis. Sólo tardaré un par de minutos más en comprobar todo el equipo de campo.

—¿Alguien ha llamado a Rick? —Arrojé la chaqueta sobre una silla y empecé a desabotonarme la blusa; debajo llevaba una camiseta sin mangas. Me cambié la falda por unos vaqueros. Cuando me pusiera el chaleco de Kevlar, la cazadora de motociclista y las botas militares estaría lista para una operación en una zona de alto riesgo biológico. La mayoría de las chicas aprenden a elegir los accesorios convenientes para ir de fiesta o a una cita. Yo sé qué debo llevar a una zona de peligro.

—Ha dicho que se reunirá contigo en el rancho. —Buffy me ofreció la cámara—. Ten. Toda esta generación está en las últimas. Necesitaremos comprar cámaras nuevas cuanto antes.

—Lo tendré en cuenta en el presupuesto. —Me quité la blusa y la dejé caer al suelo. Cogí la cámara mirando a Buffy por encima de las gafas—. ¿Te preocupa algo, Buff?

—No… Sí… Tal vez. —Volvió a sentarse sobre el tablero y se miró las manos—. Vais al rancho.

—Ya.

—Es que…

—Se ha bajado el nivel de riesgo. Las licencias que tenemos nos permiten entrar siempre y cuando vayamos armados.

Buffy alzó bruscamente la cabeza.

—Me parece un poco irrespetuoso.

¡Ah! Ahí estaba el quid de la cuestión.

—¿Irrespetuoso para quién, Buffy? ¿Para los fallecidos? —Buffy hizo un gesto apenas perceptible de asentimiento con la cabeza—, Buffy, los muertos no están allí; los han enterrado. —Después de incinerarlos para evitar que regresaran a la vida y cometieran actos irrespetuosos con los vivos.

—Pero murieron allí —replicó con rabia—. Murieron allí y ahora vais a convertirlo en noticias.

—Ya hemos informado sobre el ataque.

—Pero eso era diferente. Era algo peligroso. Ahora sólo son espíritus. Almas que buscan el descanso. —Su rostro adquirió una expresión suplicante—. ¿No podemos dejarlos descansar en paz? ¿Por favor?

—No vamos a molestarlos. En todo caso vamos a ayudarlos a descansar. Los Ryman confían en nosotros y saben que seremos respetuosos; además, cuando demostremos que no hay nada interesante en el rancho, evitaremos que otros periodistas menos respetuosos se cuelen furtivamente en busca de un «descubrimiento». —Quizá me equivocara, pues los periodistas que van detrás de una exclusiva se cuelan furtivamente prácticamente en cualquier lugar, pero necesitaba ir al rancho y necesitaba tranquilizar a Buffy. Si ella no procesaba las imágenes que tomáramos, era casi seguro que volveríamos de allí con las manos vacías.

Buffy se sorbió la nariz.

—¿Me juras que no pretendes molestar a sus espíritus?

—No sé si creo realmente en los espíritus, pero te juro que no haremos nada para molestar a los espíritus que pueda haber allí. —Bajé la cámara que me había dado y abrí el armario de la furgoneta para sacar el resto de mi equipo de campo. Siempre guardo a mano un par de vaqueros de los que llevan fibras de acero cosidas a la tela. «Hay que estar preparado» ya no es sólo un lema de los Boy Scouts—. Con los zombies me basta. No tengo ninguna necesidad de añadir poltergeists a la lista de cosas ansiosas por matarme.

Me escrutó unos segundos antes de asentir con la cabeza y esbozar una leve sonrisa.

—De acuerdo. Es sólo que me parece morboso ir allí el mismo día del funeral.

—Lo sé, pero en este momento, el tiempo es algo importante —respondí. Sonó un claxon en el exterior. Eché un vistazo por encima del hombro hacia la puerta—. Parece que tu cita ya está aquí.

—Pues sí que llega pronto. —Buffy se bajó del tablero—. Tu equipo está dentro de esas mochilas. No he revisado las baterías auxiliares, pero sólo las necesitarías en el caso de que todo lo demás fallara.

Técnicamente no tendrías ni que llevarlas.

—Lo sé —repuse—. Lárgate de una vez y pásalo bien con Chuck. Te veré en el hotel a las nueve para editar el material y consolidar los datos.

—Trabajo, trabajo, trabajo… —refunfuñó Buffy, aunque estaba a punto de romper a reír cuando salió de la furgoneta. Vislumbré fugazmente a Chuck, que le hacía gestos con la mano desde el interior del coche de alquiler, antes de que la puerta se cerrara de golpe y se interpusiera entre ellos y yo.

—Pásalo bien, Buffy —dije a la puerta cerrada. Me puse la chaqueta y examiné el equipo de campo.

En circunstancias normales, Buffy habría realizado todas las comprobaciones antes de ir a ningún lado. También en circunstancias normales, cuando iba a algún lado siempre era «de vuelta a la furgoneta» o «a mi habitación», nunca por ahí con un novio. No era que nunca hubiera salido con nadie; desde que nos conocemos ha tenido por lo menos seis novios, y, a diferencia de lo que ocurre con un alto porcentaje de la gente de nuestra generación, siempre han sido relaciones reales, jamás virtuales. No sale con chicos que conoce en la red a no ser que vivan en la zona, y estén dispuestos a encontrarse en persona y someterse a todos los controles de seguridad y los análisis de sangre que ello implica; incluso en esos casos, Buffy trata de mantener sus relaciones amorosas tan alejadas de la tecnología como le es posible. En parte, porque disfruta con la interacción personal, es como una bocanada de aire fresco después de la cantidad ingente de horas que se pasa conectada a la red, pero, en parte, también creo que se debe a que no quiere dejar rastro en la red de sus relaciones. Siempre le ha incomodado que Shaun y yo nunca hablemos de por qué no nos citamos con nadie. Después de mucho tiempo se ha rendido y ya no intenta emparejarnos con sus conocidos. De todas maneras, Chuck es, hasta el momento, el único de sus novios con el que nos ha permitido pasar algún rato, y sospecho que eso sólo se debe a que se conocieron durante la campaña electoral.

Todos tenemos nuestras rarezas. Mi hermano y yo evitamos los enredos amorosos, mientras que Buffy lleva los suyos como si se trataran de una trama de espionaje internacional.

Tardé cinco minutos en comprobar mi equipo de campo. Shaun apareció de la parte delantera de la furgoneta armado con su ballesta y moviéndose con una ligera rigidez que delataba que se había puesto la armadura completa. Me enderecé y le lancé la mochila con su equipo.

—Demasiado ligera —dijo, sopesándola—. ¿Pasamos de las cámaras?

—En realidad he decidido que pasamos de las armas. —Cogí las otras dos mochilas y aparté a mi hermano para ir a la parte delantera de la furgoneta—. Si nos encontramos con zombies, los apaciguaremos con unos pastelitos de crema.

—Hasta los muertos vivientes adoran los pastelitos de crema.

—Por eso mismo. —Abrí de un puntapié la puerta en la pared que dividía las dos partes de la furgoneta y lancé a Shaun la mochila con el equipo de campo de Rick—. Yo conduzco.

—Vaya sorpresa —respondió mi hermano, fingiéndose molesto. Entró detrás de mí y se sentó en el asiento del acompañante—. Dime, ¿qué vamos a hacer en realidad?

—¿En realidad? En realidad vamos a visitar el escenario de un trágico accidente para determinar si se debió a una grave negligencia humana o a una cadena de sucesos inevitables. —Me senté y me puse el cinturón de seguridad—. Abróchate el cinturón.

Shaun me obedeció.

—¿Estás insinuando lo que creo que estás insinuando?

—¿Qué estoy insinuando, Shaun?

—Tuvieron que prender fuego y quemar el foco de la infección. ¿No crees que si hubiera habido algo raro, alguien se habría dado cuenta?

—Repite la primera parte de lo que acabas de decir.

—Tuvieron que prender fuego y… —Se interrumpió—. ¿No estarás hablando en serio?

—Shaun, los O’Neil se han dedicado a la cría de caballos durante generaciones. No cesaron su actividad ni siquiera temporalmente tras el Levantamiento. —Saqué la furgoneta del aparcamiento y la metí en la carretera. El paisaje que nos rodeaba era vasto, llano y apenas se vislumbraba algo tan prosaico como señales de población humana. Nunca sería la zona de caza favorita de los muertos vivientes—. No se cometen errores tan brutales que permiten que se produzca un brote que acaba con la mitad de los empleados. Simplemente es imposible que ocurra algo así. De modo que, o alguien metió la pata hasta el fondo o…

—O alguien saboteó los chivatos —concluyó Shaun entre dientes—. ¿Y por qué no se ha encontrado nada?

—¿Y quién iba a buscar algo? Shaun, si yo digo «un animal de gran tamaño experimentó una amplificación viral y mató a sus dueños», ¿pensarías «algo huele a podrido en Dinamarca» o más bien «algún día tenía que ocurrir»?

Shaun permaneció en silencio unos minutos.

—¿De qué estamos hablando, George? —preguntó al final, en un tono pensativo.

Apreté las manos alrededor del volante.

—Eso pregúntaselo a Rebecca Ryman.

—¿Y qué vamos a hacer?

—Contaremos la verdad. —Me volví brevemente a él—. Con un poco de suerte eso será suficiente.

Shaun asintió y continuamos el viaje en silencio.

Antes del Levantamiento, se invirtió mucho tiempo en la investigación científica y práctica de la ciencia forense. ¿Cómo murió este hombre? ¿Qué lo mató? ¿Se le podría haber salvado? Desde el Levantamiento, todo eso ha cambiado, pues, por un lado, la posibilidad de una infección dispara el riesgo que corren los investigadores que deciden husmear en los escenarios de crímenes que no se han desinfectado, mientras que, por otro lado, la potencia de los desinfectantes modernos elimina cualquier rastro donde son aplicados. Las pruebas de ADN y las deducciones milagrosas a partir de un puñado de fibras de tejido son cosas del pasado. En cuanto los muertos echaron a andar, dejaron de compartir sus secretos con los vivos.

Para los investigadores modernos, tanto del cuerpo de policía como de los medios de comunicación, esto ha significado un «regreso a las raíces». Una mente despierta vale más que un millar de análisis imposibles de realizar, y saber dónde mirar es aún más valioso. Todo se reduce a aprender a pensar, a aprender a desechar lo imposible y a admitir que, a veces, lo que queda, por muy improbable que parezca, es la verdad.

Un mundo así de extraño.

—Extraído de Las imágenes pueden herir tu sensibilidad,

blog de Georgia Mason, 24 de marzo de 2040

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