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Libro Tercero: Estudio de casos cero » Dieciséis

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—¡Índices de audiencia! ¡Lo único que os preocupa…!

—Tranquilízate —intervino Emily.

—¡… son vuestros queridísimos índices de audiencia! —El gobernador Tate estaba hecho una furia, con el rostro llameante como una hoguera bíblica.

Estaba viéndoselas con sus últimos contrincantes, ya que el senador estaba fuera de juego—. Una muchacha muerta, una familia destrozada, un hombre candidato a la presidencia del país que probablemente nunca se recupere de la desgracia, y ¿qué os preocupa a vosotros? ¡Vuestros malditos índices de audiencia! ¡Bueno, pues podéis coger esos índices de audiencia y metéroslos por…!

Nunca llegamos a saber qué podíamos hacer con nuestros índices de audiencia. El ruido de la mano de Emily abofeteando al gobernador Tate retumbó por todo el salón como una rama quebrándose; únicamente el silencio que siguió superó la intensidad de aquel golpe. El gobernador se llevó la mano a la mejilla mirando fijamente a Emily como si fuera incapaz de creer lo que estaba viendo. Yo no podía culparle, pues también era incapaz de creer lo que estaba viendo, y eso que no había recibido la bofetada.

—Emily, pero ¿qué…? —empezó a decir el senador Ryman. Su esposa levantó las manos para que se callara y a continuación, lentamente y con decisión, se quitó las gafas de sol sin apartar la mirada de los ojos del gobernador. La luz inmisericorde que inundaba el salón le había dilatado las pupilas hasta hacer desaparecer completamente el iris, invadidos de negrura. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Yo sabía el dolor que aquello estaba causándole, aunque ella ni se inmutó. Continuó con la mirada clavada en el gobernador.

—Por el bien de la carrera política de mi marido seré agradable con usted. Le sonreiré en los actos públicos, y siempre que haya presente una cámara o un miembro de la prensa indiscriminada me esforzaré en tratarlo como si fuera usted un ser humano —dijo en un tono pausado, casi moderado—. Pero quiero dejarle clara una cosa: si alguna vez vuelve a hablar así a estas personas en mi presencia, si vuelve a comportarse con ellos como si no tuvieran criterio, compasión ni sentido común, haré que desee no haberse sumado jamás a la candidatura de mi marido. Y si un día se me ocurre pensar que su actitud influye de alguna manera en mi esposo, y no me refiero a su carrera, tan valiosísima, sino a él como ser humano, lo repudiaré y acabaré con usted. ¿Nos entendemos, gobernador?

—Sí, señora —respondió el gobernador Tate. Su voz reflejaba el mismo asombro que sentía yo. Eché un vistazo a Shaun y me dio la impresión de que probablemente él estaba igual que yo—. Creo que se ha expresado con absoluta claridad.

—Bien. —Emily se volvió a nosotros—. Shaun, Georgia, Buffy, Rick, espero que no permitáis que esta breve escena desagradable cambie vuestra consideración hacia la campaña de mi marido. Hablo por ambos cuando os digo que espero que sigáis haciendo exactamente lo mismo que habéis estado haciendo hasta ahora por nosotros.

—Firmamos un contrato que nos compromete a permanecer con ustedes en lo bueno y en lo malo, señora Ryman —dijo Rick—. No creo que ninguno de nosotros esté planteándose ir a ningún lado.

Viendo a Buffy yo no estaba tan segura.

—Rick está en lo cierto, Emily —dije—. Nos quedamos. Siempre y cuando el senador esté de acuerdo en que nosotros… —Me volví a él y esperé.

El senador Ryman parecía indeciso. Pero entonces, lentamente, hizo un gesto de asentimiento con la cabeza, se levantó y pasó un brazo alrededor de los hombros de su esposa.

—David, me temo que esta votación no tengo más remedio que votar por Emily. Deseo de verdad que os quedéis.

—Bueno, senador —dije—. Creo que nuestro acuerdo sigue vigente.

—Perfecto —repuso el senador. Extendió el otro brazo y me estrechó la mano.

El problema de la información es bien sencillo: a algunas personas, sobre todo a las que ocupan la cúpula del poder, les conviene que vivamos asustados. Los mandamases nos quieren atemorizados; nos quieren deambulando por el mundo angustiados por la idea de que podemos morir en cualquier momento. Siempre hay algo que temer. Antes se trataba del terrorismo; ahora, de los zombies.

¿Y qué tiene eso que ver con la información? Pues lo siguiente: la verdad no asusta. No lo hace cuando se comprende, ni cuando se entienden sus repercusiones ni cuando dejamos de preocuparnos por la posibilidad de que se nos esté ocultado algo. La verdad sólo asusta cuando creemos que no se nos está diciendo todo. ¿Y qué pasa con esas personas poderosas? Pues que les conviene tenernos asustados; por lo que hacen todo lo que está en su mano para ocultarnos la verdad, para presentarla de un modo sensacionalista, para filtrarla y entregárnosla con una apariencia que nos aterrorice.

Si no tuviéramos que preocuparnos por las verdades que no nos cuentan, perderíamos la necesidad de preocuparnos por las que sí nos cuentan.

Este razonamiento nos exige una reflexión.

—Extraído de Las imágenes pueden herir tu sensibilidad,

blog de Georgia Mason, 2 de abril de 2040

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