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Libro Tercero: Estudio de casos cero » Diecisiete

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DIECISIETE

Pasamos tres semanas en Parrish hasta que llegó el momento de que la campaña regresara a la carretera. Los votantes perdonarían al senador por tomarse un tiempo de duelo por la muerte de su hija, pero, a menos que saliera ahí fuera y se dedicara a recordar a la gente que era algo más que la víctima de una tragedia sin sentido, nunca recuperaría el terreno que ya había empezado a perder. Los votantes son una pandilla de gente voluble, y la noticia de la muerte heroica de Rebecca Ryman ya había desaparecido de los medios. Su lugar prominente en la prensa ya lo ocupaban los planes entusiastas de la gobernadora Blackburn para la reforma de la sanidad, sus sugerencias para el incremento de la seguridad en los colegios y sus propuestas para modificar la legislación sobre la cría y el cuidado de animales. En cierta manera, la campaña de la gobernadora estaba utilizando el caso de Rebecca Ryman en la misma medida que el senador, ya que cuando hablaba de «restricciones más severas en la posesión de animales grandes», a la gente le venía a la mente el rostro de Rebecca. El senador tenía que despegar de una vez, porque si no se le acabaría la pista de aterrizaje.

Desgraciadamente, nuestra partida apresurada de Oklahoma City nos había hecho dejar a varios estados de distancia el convoy de autocaravanas y de camiones cargados con el equipo del que habíamos dependido hasta entonces. Esto se convirtió en un problema cuando nos preparábamos para abandonar Wisconsin, sobre todo porque nuestra nueva y apretada agenda no nos dejaba tiempo para regresar y recuperarlos. ¿Cómo se suponía que íbamos a llegar, tanto nosotros como el senador, su equipo y el servicio de seguridad (algunos de cuyos miembros acababan de incorporarse a la campaña acompañando al gobernador Tate) a nuestro nuevo destino sin los medios para realizar el viaje por carretera de una manera segura?

La respuesta era sencilla: no ir por carretera. Así que el senador, su esposa, el gobernador, sus respectivos directores de campaña y un buen número de miembros del equipo del senador viajaron en avión hasta Houston, Texas, donde se reunirían con el convoy para reemprender de verdad la campaña. Los demás nos quedamos en tierra con la excitante tarea de viajar a Texas en tren junto con el equipo que no se había dejado en Oklahoma. No había ningún tren que uniera Parrish con Texas lo suficientemente grande para transportar todo el material adicional, pero el problema no era ése, ya que ni Shaun ni yo estábamos dispuestos a abandonar nuestros vehículos. De un modo u otro los conduciríamos.

En un principio planeamos hacer el viaje solos, únicamente con el equipo de Tras el Final de los Tiempos, reagrupándonos según el tradicional ritual del viaje por carretera. Sin embargo, este plan nos lo echaron por tierra desde todos los frentes, empezando por el senador Ryman y acabando, siguiendo la cadena de mando, por Steve. El argumento de que viajaríamos más rápido sin un montón de compañeros de viaje no caló en quien debía hacerlo. Llegamos a un acuerdo después de tres días de discusión: nos acompañaría un equipo de seguridad. Acabamos tan exhaustos de esa discusión que ya no tuvimos fuerzas para oponernos en el asunto de Chuck, que tenía que encargarse del seguimiento del traslado de algunos de los elementos más delicados del equipo. Además su presencia podría tener un efecto tranquilizador en Buffy, y en ese aspecto necesitábamos toda la ayuda que pudiéramos conseguir.

La tensión entre Buffy y el resto de nuestro equipo no había dejado de crecer desde la reunión con los Ryman y el gobernador Tate. A todos nosotros nos pilló por sorpresa que aprobara la idea de abandonar la campaña; suponía una traición a todo aquello por lo que trabajábamos, y además no lo habíamos visto venir. Rick fue quien peor se lo había tomado. Por lo que yo sabía no había vuelto a dirigir la palabra a Buffy desde que habíamos regresado al hotel. Buffy lo miraba con pesar, como un perro que sabe que ha hecho algo malo, y se enfrascó en la labor de poner a punto nuestro equipo para echarnos a la carretera. Me parece que cuando por fin todo estuvo listo para la partida, Buffy ya había reconstruido pieza por pieza todas nuestras cámaras al menos dos veces, además de haber actualizado los ordenadores y reemplazado los chips de memoria de mi PDA.

Shaun y yo no disponíamos de nada parecido en lo que ocupar el tiempo. Yo me distraje realizando entrevistas a distancia a todos los políticos a los que pude acceder, y junto con Mahir, pusimos al día nuestros productos de promoción publicitaria y limpiamos los foros de mensajes. Shaun no tenía ni eso para matar el tiempo. Las autoridades le habían prohibido regresar al rancho durante la investigación, y en Parrish no había nada que apalear para pasar el rato. Mi hermano estaba inquieto y de mal humor, y a mí estaba volviéndome loca. Shaun no lleva bien la inactividad. Si tiene que permanecer quieto demasiado tiempo, se queda mudo, se vuelve huraño y sobre todo se pone de lo más susceptible. El mal genio de Shaun, combinado con todo lo demás, determinó la distribución de nuestra caravana de viaje. Rick viajaba en su pequeño armadillo azul con la gatita de la caballeriza, a la que había puesto el nombre de Lois tras recibir el certificado de salud del veterinario de la familia Ryman. Shaun lo hacía en nuestra furgoneta, con música heavy metal a todo trapo y sumido en sus pensamientos, mientras que Buffy acompañaba a Chuck en el camión cargado con el equipo a la cola del convoy.

Mi lugar en la fila era menos estricto, ya que iría en mi moto y sin que me limitara la forma de la carretera. Durante todo el viaje mantuve las cámaras grabando, con la oculta esperanza de toparme con un zombie con el que Shaun se pudiera divertir un poco. Mi hermano no necesitaría más para levantar el ánimo. Ya llevábamos dos días de viaje, y aún nos quedaban otro par por delante, y el silencio empezaba a pesarme.

El altavoz que llevaba en el interior del casco emitió un ruidito.

—Encender —dije para activar la conexión—. Georgia al habla.

—Soy Rick. ¿Qué te parece si cenamos?

—El sol se ha puesto hace una hora, y la cena es tradicionalmente la comida nocturna, de modo que me parece que, por lógica, será el motivo de nuestra próxima parada. ¿Qué tenemos por delante?

—El GPS informa de que hay un bar de carretera a unas dos horas, con una cocina bastante decente.

—¿Algún registro de las inspecciones recibidas? —En muchos bares de carretera, los agentes de seguridad no nos dejaban entrar a comer, porque sus unidades de análisis de sangre no eran lo suficientemente fiables para garantizar que no se produciría un brote entre el postre y el café. Llevaba todo el día conduciendo, y si nos deteníamos, quería que la parada durara algo más que los quince minutos que nos tirábamos discutiendo.

—Poseen un certificado oficial. Tienen las licencias al día y están publicados los resultados de todas las inspecciones.

—Me parece bien. Intentaré despertar a Shaun para contarle el plan. Llama a Steve y a los chicos, y dales las coordenadas del local. Diles que nos encontramos allí.

—Entendido.

—Invito a café. Corto.

—Corto.

—Genial. Desconectar. Llamar a Shaun Mason. —El altavoz emitió unos pitidos que indicaban que había entendido la instrucción y a continuación sonó el tono de llamada.

Pero mi hermano no respondió a la llamada. No tuvo tiempo.

No oí los disparos hasta que pude revisar las grabaciones y subí las frecuencias más bajas lo necesario para deshacer el trabajo del silenciador. En total fueron ocho disparos. Los dos primeros camiones, los que transportaban a los de seguridad y al personal de menor rango de la campaña, no fueron atacados; marchaban por delante del resto del convoy y cruzaron el estrecho valle sin incidentes. Los disparos empezaron cuando el atacante tuvo a tiro el coche de Rick, justo en el centro del valle.

El pequeño armadillo azul de Rick recibió dos disparos, dos más la furgoneta y otros dos mi moto; el último par fueron para el camión con el equipo, que viajaba en la cola del convoy, conducido por Chuck y con Buffy a su lado. Los disparos se habían realizado metódicamente, y tan rápido como la destreza del tirador le permitía. Me habrían impresionado, de no ser porque habían sido dirigidos con tanta efectividad a mí y a los míos.

El primer disparo que recibió la moto reventó la rueda delantera, y me hizo bambolearme sin control. Chillé y maldije, forcejeando con el manillar para enderezar la trayectoria de la moto y evitar convertirme en una mancha más en el arcén. Pese a que llevaba puestas las protecciones, una mala caída me habría matado. Estaba tan concentrada en no caerme que mi trayectoria se volvió impredecible y el segundo disparo no me alcanzó. Tal vez por eso pensé en un principio, mientras el impulso me sacaba de la carretera y me llevaba por el terreno irregular más allá del arcén, que la rueda había sufrido un pinchazo.

Finalmente conseguí dominar la moto, reducir la velocidad y detenerla tras recorrer una veintena de metros fuera del asfalto. Jadeando, desplegué la pata de la moto de un puntapié y me quité el casco antes de volverme hacia el desastre que cubría la carretera.

El vehículo de Rick seguía en la cabeza de la caravana, pero estaba volcado, con las ruedas girando en el aire. Los neumáticos de la derecha no eran más que jirones de tiras de goma sobre las llantas de acero. El camión cargado con el equipo había volcado de costado y se había detenido a unos cincuenta metros detrás del coche de Rick; de la cabina emergía una nube de humo.

De la furgoneta no había ni rastro.

A toda prisa, saqué con las manos temblorosas la anilla del bolsillo y me la puse en la oreja, con tanta fuerza que me hice un morado que no notaría hasta tiempo después.

—¿Shaun? ¿Shaun? ¡Responde, joder, Shaun!

—¿Georgia? —La señal era débil, y su voz iba y venía mezclada con el ruido de interferencias, pero el alivio era inconfundible pese a la calidad de la comunicación. Nunca se dirigía a mí con mi nombre completo a menos que estuviera enfadado, asustado o ambas cosas a la vez—. ¿Georgia, te encuentras bien? ¿Dónde estás?

—A veinte metros de la carretera, en el lado izquierdo, cerca de un puñado de rocas grandes. Estoy entre el coche y el camión con el equipo. Hay mucho humo, Shaun. ¿Alguien más ha intentado…?

—No hagas más llamadas. Quizá puedan localizarlas. No te muevas de donde estás, Georgia. ¡Ni se te ocurra moverte! —La conexión se cortó con un seco clic final. En la distancia se oyó el ruido de neumáticos sobre el asfalto.

Shaun me había hablado angustiado. Con Rick y con Buffy no podía comunicarme; el camión estaba ardiendo; mi moto, inutilizada, y Shaun, presa del pánico. Todo eso sólo podía significar una cosa: tenía que ponerme a cubierto.

Me enfundé de nuevo el casco, me agaché detrás de la moto y examiné las colinas que se levantaban alrededor. A excepción de un lanzacohetes, protegido por la armadura, pocas armas tienen la auténtica posibilidad de matarme. Herirme sí, pero matarme, la verdad es que resulta difícil.

No vi nada; ni luces ni señales de movimiento, nada.

—¿… ia? ¿Me oyes, Georgia?

—¿Rick? —Sacudí la cabeza hacia la derecha para confirmar la comunicación—. ¿Rick, eres tú? ¿Te encuentras bien? ¿Estás herido?

—Me encuentro bien. El airbag ha evitado que me golpeara contra el techo. —Tosió—. Me duele un poco el pecho, y Lois está acojonada. Por lo demás, estamos bien. ¿Y tú?

—No han conseguido derribar la moto. Estoy bien. ¿Alguna noticia de Buffy?

Hubo un breve silencio.

—No. Esperaba que te hubiera llamado —respondió Rick por fin.

—¿Has intentado llamarla tú?

—No me responde.

—¡Maldita sea, Rick! ¡Qué diablos ha pasado!

—¿En serio no lo sabes? —Su sorpresa parecía sincera—. Georgia, alguien ha disparado a las condenadas ruedas de mi coche.

—¿Disparado? ¿A qué te refieres con que te han disp…? —Shaun apareció como una exhalación por la curva de la carretera y salió del asfalto a una velocidad tan endiablada que a punto estuvo de poner sobre dos ruedas nuestra furgoneta de suspensiones hidráulicas—. Shaun acaba de llegar a mi posición. Ahora mismo vamos a recogerte. Corto.

—Entendido. —La conexión se cortó.

Volví a quitarme el casco y me puse de pie, agitando los brazos en el aire. Shaun me vio el movimiento, giró la furgoneta en mi dirección y los frenos chirriaron hasta que el vehículo se detuvo a mi lado. Los seguros de las puertas hicieron clic; Shaun saltó desde el asiento del conductor, salió corriendo hacia mí, resbalándose por el suelo cubierto de grava, y me abrazó con fuerza. Respiré hondo y dejé que me aplastara contra su pecho.

—¿Estás bien? —me preguntó sin aflojar su abrazo.

—Te has acercado a mí sin someterme antes a un análisis de sangre.

—No es necesario. Si estuvieras infectada lo sabría —respondió, soltándome—. Repito, ¿estás bien?

—Estoy bien. —Subí por la puerta abierta de la furgoneta y me deslicé hasta colocarme en el asiento del acompañante. Shaun se subió después de mi—. ¿Y tú?

—Ahora, mejor —dijo; encendió el motor y pisó el acelerador. La furgoneta arrancó escopeteada, trazó un ángulo abierto y salió a todo gas en dirección al coche de Rick—. ¿Has oído los disparos?

—Con el ruido de la moto no he oído nada. ¿Cuántos disparos han sido?

—Ocho. Dos por vehículo. —Se volvió hacia mí un instante. Por un breve momento vi la angustia en sus ojos—. Si te hubieran reventado las dos ruedas…

—Estaría muerta. —Me incliné hacia delante para abrir la guantera y saqué el 45 mm que guardaba dentro. De pronto, estar en campo abierto sin un arma no me parecía una buena idea—. Si el autor de esto hubiera hecho sus malditos deberes, tú también estarías muerto, así que no pensemos demasiado en ello. ¿Alguna noticia de Buffy?

—No.

—Genial. —Tiré de la corredera para examinar la recámara. Contenta por el número de balas que conté, cerré la corredera—. Bueno, ¿tienes suficiente con todo esto que está pasando?

—Tal vez sea un poco demasiado —respondió. Por una vez en su vida, parecía decirlo en serio.

Era cierto. Si nuestros agresores hubieran hecho sus deberes, Shaun ya no estaría conduciendo, sino que estaría agonizando. Los neumáticos normales explotan cuando reciben un balazo, y ni siquiera la armadura de placas lo hubiera protegido de ese desastre. No obstante, algunos vehículos son demasiado valiosos para perderlos únicamente por culpa de un neumático, y buena parte de esa clase de vehículos suele ser de la que lleva armamento pesado. De modo que los investigadores han desarrollado un tipo de neumático al que le importan un pimiento los disparos de armas de fuego. Reciben el nombre de neumáticos autoportantes; les metes una bala y siguen rodando. Yo habría pasado de ellos (ya había pasado de instalarlos en mi moto, ya que hacían la conducción incontrolable), pero Shaun había insistido y compraba un juego nuevo todos los años. Por primera vez desde que habíamos comprado la furgoneta había demostrado no ser un dinero malgastado.

Shaun estaba concentrado en el volante, y yo en comunicarme con Chuck y con Buffy, utilizando todas las bandas y los dispositivos que tenía a mi alcance. Sabíamos que no estaban bloqueando las comunicaciones; al menos varios de los mensajes que había enviado debían haber llegado a su destino. Sin embargo, no llegaba ninguna respuesta por ninguno de los canales. Estaba aterrada, y el miedo empezaba a paralizarme.

Shaun se detuvo junto al coche de Rick.

—¿Crees que el tirador todavía está rondando por ahí fuera?

—Lo dudo. —Me metí el arma en el bolsillo—. Se trata de una operación con un objetivo claro. Sólo han disparado contra los vehículos. Si se hubieran quedado para asegurarse de que estábamos muertos no habrían dejado de dispararte. Y yo era un blanco la hostia de fácil cuando me he detenido con la moto fuera de la carretera.

—Espero que tengas razón —dijo Shaun, y abrió su puerta.

Rick contempló cómo nos acercábamos a través de la ventanilla del coche, haciendo señas con las manos para indicarnos que seguía vivo. Estaba medio inmovilizado por el airbag, y la sangre le corría hasta el pelo de un pequeño corte que se había hecho en la frente; por lo demás parecía estar bien. El transportín de Lois, con ella dentro, seguía sujeto con una correa al asiento del acompañante. A mí no me apetecía nada ser la que sacara a la gatita de su jaula.

—¿Rick? —dije, dando unos golpecitos en el cristal de la ventanilla—. ¿Puedes abrir la puerta?

A pesar de la situación no pude evitar admirarme de lo bien que había aguantado la estructura de su pequeño vehículo. Debía de haber dado por lo menos una vuelta de campana antes de detenerse bocabajo, y aun así, no se veía ninguna abolladura, simplemente unos arañazos y una grieta en la ventanilla lateral de la parte trasera para pasajeros. Los tipos de Volkswagen sabían hacer su trabajo.

—¡Creo que sí! —me respondió—. ¿Podéis sacarme de aquí?

—¡Creo que sí! —repetí con cierta desazón como un eco.

—No es la respuesta más alentadora del mundo —señaló Rick, revolviéndose en el asiento hasta que pudo soltar una patada contra la puerta; sus movimientos se veían dificultados por la presión del cinturón de seguridad y del airbag. Cuando dio una segunda patada agarré el tirador de la puerta y tiré con todas mis fuerzas, pero no era necesario, porque aunque el coche estaba bocabajo y había recibido golpes, la puerta se abrió sin dificultad, y la pierna de Rick quedó balanceándose en el aire. La metió de nuevo en el coche—. ¿Ahora qué?

—Ahora yo sujeto el cinturón de seguridad y tú te preparas para la caída. —Me incliné para meter medio cuerpo en el coche.

—Date prisa, George —me apremió Shaun—. Esto no me gusta nada.

—No eres el único —respondí, y tiré del cinturón de seguridad de Rick. La fuerza de la gravedad entró en juego, y Rick se estrelló contra el techo del coche.

—Gracias —dijo, estirándose para soltar el transportín de Lois antes de salir del vehículo. El gato soltó un bufido y gruñó dentro de la jaula, dando a entender su malestar. Una vez fuera, Rick se enderezó y paseó la vista por el coche—. ¿Cómo vamos a darle la vuelta?

—El club del automóvil es amigo nuestro —respondí—. Sube a la furgoneta. Tenemos que ver cómo está Buffy.

Rick se puso pálido, asintió y fue hacia la furgoneta. Shaun y yo lo seguimos a un par de metros. Me percaté, sin sorpresa, de que Shaun empuñaba su propia pistola (bastante más grande que mi 45 mm «de uso exclusivo para emergencias»), que utilizaba una munición especialmente modificada para provocar tales daños en el tejido humano y posthumano que su posesión era ilegal si no se tenía una increíble cantidad de licencias, que Shaun ya se había sacado antes de cumplir los dieciséis. No se había tragado mi razonamiento simplista sobre la probable huida del tirador. Estaba bien que fuera así. Yo tampoco me había convencido.

Shaun no se sorprendió de que ocupara el asiento del conductor y no se molestó en abrocharse el cinturón de seguridad cuando apreté el acelerador y la furgoneta salió disparada por el suelo compacto que todavía nos separaba del camión humeante que transportaba el equipo. Era poco probable que el camión explotara, eso sólo ocurre en las películas, lo que casi es una lástima dado el número de zombies que se levantan tras un accidente de tráfico todos los años. Sin embargo, Buffy y Chuck podían morir por inhalación de humo si no nos dábamos prisa… eso suponiendo que siguieran vivos.

Rick se abrazó al asiento.

—¿Alguna noticia de Buffy?

—Ninguna desde que el camión fue alcanzado por las balas —respondió Shaun.

—¿Por qué demonios no fuisteis a buscarla a ella primero?

—La respuesta es simple —dije, dando un volantazo para esquivar un trozo de goma arrancado de los neumáticos del camión—. Sabíamos que tú estabas vivo, y tal vez necesitemos tu ayuda.

Rick permaneció el resto del trayecto en silencio, hasta que detuve la furgoneta junto al camión y Shaun metió la mano entre los asientos delanteros para sacar una escopeta de dos cañones, que entregó a Rick.

—¿Qué se supone que tengo que hacer con esto? —inquirió Rick.

—Si ves algo moverse que no seamos nosotros, Chuck o Buffy, dispara —respondió Shaun—. No te molestes en comprobar si está muerto; lo estará después de que dispares.

—¿Y si se trata de los servicios de emergencias?

—Estamos atrapados y hemos sido víctimas de un ataque en posible territorio zombie —dije, apagando el motor y abriendo mi puerta—. Remítete al caso Johnston y te ganarás una medalla en vez de una condena por homicidio. —Manuel Johnston era un camionero con antecedentes por varios casos de conducción bajo los efectos del alcohol, pero cuando acabó a tiros con una docena de zombies vestidos con los uniformes de la policía de carreteras a las afueras de Birmingham, Alabama, se convirtió en un héroe nacional. Desde el caso Johnston, disparar a la gente que no ha cometido otro crimen más concreto que encontrarse en una zona rural biológicamente peligrosa, está dentro de la legalidad. A menudo maldecimos su nombre, pues el precedente que sentó se ha cobrado la vida de una cantidad importante de buenos periodistas. Dadas las circunstancias, Johnston fue un salvador—. Shaun y yo nos quedamos con el camión; tú ocúpate de la vigilancia.

—Entendido —respondió Rick con gravedad, y bajó de la furgoneta por la puerta lateral mientras Shaun y yo salíamos y enfilábamos hacia el camión que seguía emanando humo.

Era evidente que el camión se había llevado la peor parte del ataque. Carecía de la maniobrabilidad de mi moto, del blindaje del coche de Rick y de los neumáticos imparables que habíamos montado llevados por la paranoia en la furgoneta, de modo que había recibido dos balas en el neumático delantero izquierdo que lo habían dejado totalmente fuera de control. La cabina estaba medio aplastada por el choque contra el asfalto. El humo se había reducido sin llegar a desaparecer, aun así, la visibilidad empeoraba a medida que nos acercábamos a la cabina.

—¿Buffy? —grité—. Buffy, ¿estás ahí?

Como única respuesta se oyó un chillido estridente, seguido de un silencio que dio paso a otro chillido. Otra vez silencio. Los zombies no gritan; al menos los zombies en general.

—¿Buffy? ¡Dime algo! —Cubrí a la carrera la distancia que me separaba del camión, agarré el tirador de la primera puerta y tiré de él con todas mis fuerzas. Ni noté que me arrancaba una capa de piel de las palmas de las manos durante la operación. Daba igual; la puerta se había quedado hecha puré al volcar el camión y no se movía un milímetro. Volví a probar, tirando aún más fuerte y noté que la puerta se movía ligeramente.

—¡Shaun! ¡Ven a ayudarme!

—Georgia, tenemos que asegurarnos de que la zona está despejada por si acaso…

—¡Rick puede encargarse de eso, maldita sea! Ayúdame mientras todavía queden posibilidades de encontrarla viva.

Shaun bajó la pistola, se la metió por la cintura de los pantalones y apretó las manos sobre las mías.

—Una, dos y… ¡tres! —contamos juntos y tiramos. La tensión de mis hombros era tan fuerte que pensé que se me iba a dislocar algo. La puerta crujió y se abrió, chirriando según se separaba del marco retorcido. Buffy cayó rodando sobre el asfalto rociado de cristales, con una fuerte tos.

Esa tos resultaba tranquilizadora. Los zombies respiran, pero no tosen; el tejido de sus gargantas ya está tan irritado por la infección que no hacen caso a menudencias como la inhalación de humo y las quemaduras provocadas por los compuestos químicos corrosivos, hasta que su cuerpo deja de funcionar.

—¡Buffy! —Me dejé caer de rodillas junto a ella y noté el crujido de los cristales bajo la tela reforzada de mis tejanos; tendría que examinarlos en busca de esquirlas antes de volvérmelos a poner. Le pasé una mano reconfortante por la espalda—. Cariño, no pasa nada, estás bien. Respira hondo, corazón, te sacaremos de aquí. Vamos, cariño, respira hondo.

—Georgia…

La voz de Shaun sonó tan forzada que me hizo pensar que mi hermano debía de estar enfermo. Levanté la cabeza, todavía con la mano apoyada en la espalda de Buffy.

—¿Qué…?

Shaun me hizo un gesto para que me callara sin desviar la atención del interior de la cabina del camión. Su mano derecha se movía con lentitud hacia la pistola que llevaba en los vaqueros. Lo que fuera que estaba mirando no entraba en mi campo de visión, así que dejé a Buffy tosiendo en el suelo, me levanté y me quité las gafas de sol. El humo no me irritaría los ojos más de lo que ya estaban y veía mejor sin ellas.

Al principio lo único que noté procedente del interior de la cabina fue el ruido de movimientos lentos e irregulares, como de alguien intentado nadar por una balsa llena de cemento todavía en estado líquido. Luego mis pupilas se dilataron esos milímetros extra que mi vista agudizada por el virus emplea para compensar el cambio repentino de luz y vi claramente lo que tenía delante de mí.

—¡Oh! —exclamé en un susurro—. Mierda.

—Sí —afirmó Shaun—. Mierda.

Buffy había caído fuera de la cabina del camión al abrir la puerta; Buffy no llevaba puesto el cinturón de seguridad. Buffy nunca se ponía el cinturón de seguridad. Le gustaba ir sentada con las piernas cruzadas sobre el asiento, y eso resultaba imposible con el cinturón de seguridad abrochado. Chuck, en cambio, era un ciudadano respetuoso con la ley, que obedecía las normas de circulación. Se abrochaba el cinturón de seguridad siempre que se subía a un vehículo. Se lo había abrochado antes de que el convoy iniciara la marcha aquella mañana y todavía lo llevaba abrochado en ese momento, cuando ya no podía recordar cómo funcionaba el cierre o, ni siquiera, lo que era el cierre del cinturón de seguridad. Sus manos se agitaban inútilmente, dando zarpazos en el aire mientras que su boca masticaba sin sentido, estimulada por la presencia de carne fresca.

Tenía sangre alrededor de los labios. Había sangre alrededor de sus labios, sangre en su cinturón de seguridad y sangre en el asiento que había ocupado Buffy.

—¿Causa de la muerte? —pregunté tan clínicamente como pude.

—Trauma por impacto —respondió Shaun. La criatura con el cuerpo de Chuck le bufó, abrió la boca y empezó a gemir. Con una indiferencia pasmosa, Shaun levantó la pistola y disparó. La bala se hundió entre los ojos del zombie; cesaron sus movimientos para tratar de agarrarnos y sus músculos fueron relajándose a medida que el mensaje de su segunda y definitiva muerte llegaba a todos los rincones de su cuerpo—. La conversión debió de ser instantánea —continuó mi hermano como si nada—. Era delgado. La amplificación se habría completado en cuestión de minutos.

—¿De dónde habrá salido la sangre?

Shaun se volvió a mí y luego miró a Buffy, que seguía sentada de rodillas sobre los cristales rotos, abrazándose y tosiendo.

—Chuck no tuvo tiempo de desangrarse.

Permanecí inmóvil durante un instante que me pareció eterno, con la mirada fija en el interior de la cabina. Chuck continuaba desplomado y quieto. Ansiaba encontrar algo, cualquier cosa, que me sirviera para explicar la sangre; una herida en el cuero cabelludo, por ejemplo, o una hemorragia nasal que se hubiera iniciado al golpearse la cabeza y que no hubiera cortado hasta que experimentó la reanimación. Pero no hallé nada; allí dentro sólo había un cuerpo menudo y triste, y manchas de sangre que no correspondían a ninguna herida visible.

Me volví a Buffy, que seguía de rodillas, como atontada, sin mostrar sorpresa cuando vio la pistola de Shaun desenfundada. Me acerqué a ella y los cristales crujieron bajo las suelas de mis zapatos.

—¿Buffy? ¿Me oyes?

—Estoy muerta, no sorda —respondió, y levantó la cabeza. Las lágrimas le habían dejado un rastro limpio en las mejillas manchadas de hollín—. Te he oído perfectamente. Hola, Georgia. ¿Estáis todos bien? ¿Chuck…?

—Chuck está tomándose un descanso —respondí, agachándome—. Shaun, llama por radio a Rick. Dile que venga y que traiga el botiquín.

—George…

—¡Hazlo! —espeté sin apartar los ojos de Buffy, y sentí, más que oí, la mirada furibunda de mi hermano clavada en la espalda. Yo estaba demasiado cerca de Buffy; ella apenas pesaba nada y yo estaba demasiado cerca; si estaba experimentando una amplificación, yo no podría retroceder con la suficiente rapidez. Pero me daba igual—. Buffy, ¿tienes algún tipo de herida? Hemos encontrado sangre y no sabemos el origen. Necesito que me digas si tienes alguna herida.

Buffy sonrió. Se trataba de un gesto mínimo de total resignación, que se transformó en una mueca de dolor cuando se remangó la manga derecha y tendió el brazo hacia mí para mostrarme el lugar en el que le habían arrancado un trozo de carne de un mordisco; tenía el hueso al aire, teñido de rojo.

—¿Te referías a algo así? Debí de golpearme la cabeza contra el techo cuando el camión volcó, porque desperté cuando sentí el mordisco de Chuck.

La hemorragia empezaba a remitir. La coagulación rápida de la sangre es uno de los primeros y clásicos síntomas de que el virus Kellis-Amberlee está iniciando el proceso de amplificación. Tragué saliva.

—Creo que sí —respondí en un tono apagado y de desagrado.

—¿Sabes? Oí los disparos. Si Chuck está tomándose el tipo de «descanso» del que ya no se recuperará. —Buffy volvió a bajarse la manga—, deberías dispararme ahora mismo. Hay que ocuparse de las cosas antes de que se vuelvan incontrolables.

—Rick viene de camino con el botiquín —dijo Shaun, poniéndose a mi lado y apuntando a Buffy con su pistola en todo momento—. Sabes que Buffy tiene razón.

—Chuck acababa de convertirse cuando la mordió. Hay una posibilidad de que su saliva todavía no tuviera el virus activado —repuse, lanzándole una mirada por encima del hombro. Estaba mintiendo, a nadie más que a mí, pero Shaun no me contradijo. Al menos durante unos minutos no me contradijo—. Esperaremos a los resultados de los exámenes.

—Nunca se me han dado bien los exámenes —repuso Buffy. Se sentó en el suelo con las rodillas pegadas contra el pecho, adoptando inconscientemente una postura infantil—. En el colegio siempre suspendía. Hola, Shaun. Siento mucho hacerte pasar este mal trago.

—No es culpa tuya —dijo mi hermano con aspereza. Cualquiera que no lo conociera como yo, probablemente no se hubiera dado cuenta de lo angustiado que estaba—. Lo estás llevando muy bien, Buffy, dadas las… ya sabes… las circunstancias.

—Ya no podemos hacer nada, ¿no? —El tono de su voz era dulce, pero las lágrimas empezaban a llenarle los ojos; una saltó y cayó por el camino trazado en la mejilla por sus predecesoras—. No digo que todo esto me haga feliz, pero no voy a descargar mi frustración en vosotros. Tengo fe en que Dios me recompensará por mi abnegación.

—Espero que no te equivoques —dije suavemente. Hace quince años, la Iglesia Católica declaró mártires a todas las víctimas de ataques zombies para acabar con el desagradable asunto de la extremaunción; es difícil llevarla a cabo cuando la muerte es fulminante, inesperada y está llena de dientes.

—¡Traigo la unidad! —gritó Rick, corriendo para reunirse con nosotros tres. Llevaba la escopeta debajo del brazo y una unidad de análisis de sangre en la mano izquierda. Se detuvo en seco cuando vio a Buffy y se puso blanco—. Por favor, dime que no es para ti, Buffy.

—Lo siento —dijo Buffy, levantando las manos—. Tíramelo.

Los ojos de Rick se abrieron como platos en su pálido rostro, y le arrojó la unidad. Buffy la agarró con agilidad y metió la mano derecha, la del brazo mordido, por la ranura de la unidad. Cerró los ojos para no ver las luces que iniciaban su ciclo de parpadeos verdes y rojos.

—Tenéis que leer mis notas —dijo en un tono extremadamente controlado, como si pretendiera ofrecer un modelo de sensatez y tranquilidad—. Están almacenadas en el servidor, en mi directorio privado. Mi nombre de registro es el mismo que utilizo para subir las poesías, la contraseña es «4-Febrero-29», febrero con mayúscula inicial. No tengo tiempo para explicároslo todo, leed las notas.

El cuatro de febrero del 2029 fue el día que el gobierno de Estados Unidos por fin reconoció que Alaska era un territorio extremadamente propicio para los reanimados y que sería imposible rebajar sus cotas de peligro biológico más allá del nivel 2. Lo cual significaba que era ilegal poner el pie en Alaska sin una licencia extraordinaria y prácticamente imposible de obtener; por no hablar ya de vivir entre sus fronteras. Ese mismo día se emprendieron las labores de evacuación de los últimos habitantes del estado, entre los que se encontraba la familia de Buffy, que, como muchos otros desplazados, nunca superó la pérdida de Alaska.

—Vas a ponerte bien —dije, con la mirada fija en las luces. Continuaban con su alternancia entre el verde y el rojo, todavía analizando su sangre, pero el ciclo empezaba a desarrollarse con irregularidad y la luz roja permanecía encendida durante seis segundos antes de cambiar al verde. El resultado definitivo del análisis estaba próximo y no pintaba bien para Buffy.

—Estás demasiado obsesionada con la verdad, Georgia —dijo Buffy con voz serena, en paz consigo misma—. Eso te convierte en una mentirosa pésima. —Las lágrimas le caían rápidas por las mejillas—. Te juro que no tenía ni idea de que iban a hacer lo que hicieron. Ni puñetera idea. Si lo hubiera sabido, nunca habría accedido. Tenéis que creerme, nunca habría aceptado.

La alternancia de luces cesó, y el rojo brillante ya no desapareció, tan incuestionable como el diagnóstico de un médico. Tal vez la carga viral que Chuck había transmitido a Buffy con su saliva había sido mínima, pero había sido suficiente. Sin embargo, hubo otra cosa que también me dejó helada. Me puse en pie, retrocedí y me detuve junto a Shaun; saqué la pistola del cinturón.

—¿No habrías accedido a qué?

—Decían que el país estaba alejándose de Dios. Decían que estábamos actuando ajenos a los deseos que reserva para nuestra nación y por eso estaban ocurriendo estas cosas. Y yo les creí.

—¿A quién creíste?

—No me dieron ningún nombre. Simplemente me dijeron que podían hacer que las cosas fueran como debían, como tenían que ser para que nuestro país recuperara su grandeza. Lo único que yo debía hacer era permitirles el acceso a nuestra base de datos para que pudieran seguir la campaña de Ryman.

—¿Cuándo te diste cuenta del uso que estaban dándole a esa información, Buffy? ¿Antes o después de Eakly? —inquirió Rick con un tono seco.

—¡Después! —respondió Buffy, abriendo los ojos y lanzando una mirada lastimera a Rick—. Después, os juro que fue después. Hasta que ocurrió lo del rancho no entendí que… no entendí…

Sacudí la mano en el aire. Ya comprendía lo que quería decir.

—Oh, Dios mío. Con acceso a nuestras bases de datos conocían en todo momento los pasos del senador, las medidas de seguridad a su alrededor, dónde nos hospedábamos…

—Aún peor —señaló Shaun a media voz—. Buffy tenía nuestras bases de datos conectadas a las bases de datos del senador. ¿No es cierto?

—En ese momento me pareció práctico, y Chuck me dijo que no pasaría nada siempre y cuando no entráramos en los temas más delicados. Facilitaba las cosas…

—Facilitaba un montón de cosas —espeté—. Como, por ejemplo, averiguar el momento en el que el rancho sería más vulnerable. Les bloqueaste el acceso, ¿verdad? Les dijiste que no les darías nada más.

—¿Cómo lo sabes? —Cerró de nuevo los ojos, temblando.

—Porque no tendrían otro motivo para intentar matarnos. —Miré de reojo a Rick y a Shaun—. Hemos dejado de serles útiles, así que los «amigos» de Buffy intentaron eliminarnos.

—Mis notas —dijo Buffy, con un deje de desesperación en la voz. Empezaban a secársele las lágrimas. Otro síntoma clásico de la conversión; al virus no le gusta malgastar líquidos—. Tenéis que leer mis notas. En ellas he escrito todo lo que tengo. No sé nombres, pero hay registros de fechas, hay direcciones IP, podéis intentar… intentar…

—¿Cómo has podido hacerlo, Buffy? —preguntó Shaun—. ¿Cómo demonios has podido hacerlo? ¿Al senador? ¿A nosotros? ¡Por Dios, Buffy, han muerto personas!

—Entre ellas, yo. Ha llegado el momento de que me peguéis un tiro. Por favor.

—Buffy…

—No me llamo Buffy —dijo, y abrió los ojos. Sus pupilas se habían dilatado hasta alcanzar las proporciones de las mías. Dirigió aquellos ojos de una negrura antinatural hacia mí y sacudió la cabeza—. No recuerdo mi nombre, pero sé que no es Buffy.

Shaun alzó lentamente su pistola, y yo levanté una mano para detenerlo.

—Yo la contraté —dije en un tono calmado—. Me corresponde a mí dispararle. Di un paso adelante y me agarré la mano derecha con la izquierda para afirmar la pistola. Buffy seguía mirándome; su rostro mantenía una expresión plácida.

—Lo siento.

—No es tu culpa —respondió Buffy.

—Te llamas Georgette Marie Meissonier —dije, y apreté el gatillo.

Buffy cayó desplomada en silencio. Shaun me rodeó con los brazos y así permanecimos un rato, sin movernos, arropados por la noche.

Ya nada volvería a ser igual.

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