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Libro Primero: El Levantamiento » Tres

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—Limpia —dije cuando me aclaré el champú del pelo. Lo llevo corto por una variedad de motivos; la mayor parte de ellos relacionados con hacer más difícil que me puedan agarrar; sin embargo que así se acorte el tiempo de la ducha también es una motivación de peso. Si me lo dejara crecer tendría que empezar a usar acondicionador y toda una serie de productos químicos para reparar el daño que le causaría la ducha diaria con lejía. Mi única concesión a la vanidad es teñírmelo una o dos veces al mes para recuperar el color original que la naturaleza le concedió. De rubia estoy horrible.

—Completado —dijo la ducha. El agua se cortó y en su lugar recibí chorros de aire por los cuatro costados. Esto es lo mejor de nuestra ducha; en cuestión de segundos sólo el pelo estaba ligeramente húmedo. La puerta se abrió, salí del cubículo y cogí el bote de loción corporal.

La lejía y la piel humana no hacen muy buenas migas. El remedio: loción corporal ácida, normalmente formulada con el extracto de algún tipo de cítrico para mitigar el deterioro que produce la lejía. Los nadadores profesionales ya las utilizaban en los tiempos anteriores al Levantamiento y hoy en día lo hace todo el mundo. También aporta una especie de rastro estandarizado que permite identificar a la gente que se ha esterilizado recientemente. Mi loción era la menos perfumada que podía conseguir, y aun así despedía un leve e irritante aroma a limón, como de producto para fregar suelos.

Me apliqué la loción por todo el cuerpo y me retiré de nuevo a mi habitación.

—¡Shaun! ¡Toda tuya! —grité, cerrando mi puerta justo cuando él abría la suya y la luz blanca de su dormitorio se desparramaba por el cuarto de baño. Es algo que ocurre con frecuencia; nuestra coordinación es extraordinaria.

Cogí la bata de detrás de la puerta y me la eché encima de camino al escritorio principal. El monitor detectó mi presencia, se encendió y en la pantalla apareció el menú por defecto. Nuestro sistema central siempre está conectado. A él llega todo el correo electrónico del grupo, clasificado según el autor del artículo y la categoría: para mí son las noticias, la acción para Shaun y la ficción para Buffy, a quien le llegan los mensajes directamente. El sistema central reparte todo el correo a los buzones correspondientes. Yo además me quedo con toda la porquería relacionada con la labor administrativa que el memo de mi hermano y el bicho raro de Buffy son incapaces de llevar. Técnicamente somos un colectivo, pero a la hora de la verdad yo tengo que encargarme de todo.

Salvo los días que tengo el buzón de entrada lleno de mensajes, hasta el punto de que por la noche tengo pesadillas con ellos, no me molesta cargar con la responsabilidad. Es agradable saber que las facturas de nuestras licencias están pagadas, que las relaciones con la red que nos aglutina y que nos acredita son buenas, y que nadie nos ha demandado por difamación. Conseguimos unos índices de audiencia estables, y Shaun y Buffy se cuelan en el grupo de los diez más leídos de la zona de la Bahía de San Francisco por lo menos dos veces al mes, mientras que yo me mantengo siempre entre los puestos decimotercero y decimoséptimo, lo que no está nada mal para alguien que se dedica exclusivamente a la información. Podría mejorar mis números si incluyera material multimedia y presentara las noticias desnuda, pero a diferencia de otras personas, todavía sigo en esto por la información pura y dura.

Shaun, Buffy y yo tenemos nuestros propios blogs independientes y firmamos las entradas con nuestros nombres; por eso mismo yo recibo tanto correo. Sin embargo, los blogs se publican en el colectivo Los Defensores del Puente, que es el segundo agregador de noticias más importante del norte de California. Conseguimos lectores y aumentamos la proporción de clics en nuestros blogs gracias a que aparecemos en su página inicial. A cambio, ellos sacan una tajada de nuestros ingresos a través del mercado secundario y de la comercialización de productos de promoción. Llevamos un tiempo intentando establecernos por nuestra cuenta, pasar de ser unos blogueros beta en un mundo alfa a ser pequeños alfas con un dominio propio que defender. Pero no es fácil. Se necesita una noticia o un reportaje lo suficientemente atractivo y exclusivo para garantizar que arrastrarás contigo a todos tus lectores, y nuestros números no se han mantenido en la cumbre con la consistencia necesaria para atraer el interés de los patrocinadores.

Mi buzón acabó de cargarse y fui seleccionando los mensajes con una celeridad fruto mitad de la práctica y mitad del deseo de bajar a cenar. Correo basura; una crítica del último poema del ciclo de Buffy,

Descomposición del alma humana: I a XII; uno que nos amenazaba con demandarnos si manteníamos colgada la foto del tío infectado y tambaleante de no sé quién… La misma mierda de siempre. Busqué el ratón con la intención de minimizar la ventana del programa y levantarme, cuando un mensaje en la parte inferior de la pantalla atrajo mi atención.

«RESPONDER CON URGENCIA, POR FAVOR. HA SIDO SELECCIONADO».

Lo habría desechado como correo basura de buenas a primeras de no ser por la palabra «Urgencia». Tras el Levantamiento, la gente dejó de soltar a diestro y siniestro esa palabra como si se tratara de confeti. En cierta manera, la posibilidad de pasar por alto un correo electrónico informándote de que los zombies se acababan de comer a tu madre restaba importancia a las ofertas para alargarte el pene. Intrigada, hice clic en el mensaje.

Cuando cinco minutos después, cuando Shaun abrió la puerta de mi habitación y entró como Pedro por su casa, yo seguía con la mirada clavada en la pantalla. Shaun vino acompañado por un foco de luz blanca que me abrasó los ojos, pero yo apenas si me estremecí.

—George, dice mamá que como no bajes te… ¿George? —Su voz adquirió un tono de verdadera preocupación cuando reparó en mi aspecto, sin las gafas de sol y todavía sin vestir—. ¿Va todo bien? Buffy está bien, ¿verdad?

Sin decir palabra, señalé la pantalla. Él se acercó, se detuvo a mi espalda y leyó en silencio por encima de mi hombro. Pasaron cinco minutos más hasta que hablara.

—Georgia, ¿es lo que creo que es? —dijo en un tono apagado y precavido.

—Ajá.

—¿De verdad…? ¿No es una broma?

—El sello de la agencia federal. La carta certificada debería llegar por la mañana. —Me volví a él, con una sonrisa tan amplia en los labios que temí que se me desgarrara algún músculo—. Hemos sido los seleccionados. ¡Nos han seleccionado a nosotros! ¡A nosotros!

—¡Vamos a cubrir la campaña presidencial!

Mi profesión tiene una deuda impagable con el doctor Alexander Kellis, inventor de la llamada (de manera inapropiada) «gripe Kellis», y con Amanda Amberlee, el primer sujeto infectado con éxito con el filovirus modificado que los investigadores bautizaron con el nombre de Marburg Amberlee. Antes de ellos, los blogs eran algo que la gente creía exclusivo de adolescentes aburridos que contaban lo deprimidos que estaban. Algunos tipos los utilizaban para comentar temas políticos y de información general, pero el medio se veía, en general, como un espacio reservado para conspiradores chalados y personas con unas opiniones demasiado virulentas para los medios de la corriente dominante. La blogosfera no suponía una amenaza para los medios de comunicación tradicionales, ni siquiera cuando se hizo un hueco real en el escenario mundial. Nos veían como unos «raritos». Entonces aparecieron los zombies y todo cambió.

Los medios de comunicación «reales» estaban constreñidos por normativas y regulaciones, mientras que los blogueros no tenían otra cortapisa que su velocidad de tecleo. Fuimos los primeros en informar que una persona que había sido declarada muerta estaba levantándose y dándose una comilona con los cuerpos de sus parientes. Fuimos quienes se levantaron y dijeron «sí, hay zombies, y sí, están matando a gente», mientras por el resto del mundo seguía difundiéndose el rumor del sorprendente acto de ecoterrorismo que había liberado a la atmósfera una «cura para el resfriado común» apenas experimentada. Nosotros dábamos consejos de autodefensa cuando los demás a duras penas empezaban a admitir que podía haber un problema.

En la red se conservan los vídeos de los noticiarios de las cadenas de televisión tradicionales emitidos durante los inicios del Levantamiento. Pese a las protestas de los grandes grupos de medios de comunicación, que de vez en cuando ganan alguna demanda y logran que se retiren, siempre hay alguien que vuelve a subirlos. Nunca olvidaremos la sarta de mentiras que nos contaron. La gente moría en las calles mientras los presentadores de los noticiarios hacían chistes sobre la gente que se tomaba demasiado en serio las películas de zombies y mostraban imágenes que describían como de «alborotadores» adolescentes con disfraces de látex y maquillaje cutre.

Según la fecha de esos reportajes, el primero salió en antena el mismo día en que el doctor Matras, investigador del Centro de Control y Prevención de las Enfermedades, el CDC, violó los protocolos de la seguridad nacional para publicar detalles sobre la infección en el blog de su hija de once años. Veinticinco años después, sus palabras, sencillas, crudas e implacables, sobre un fondo de ositos de peluche sonrientes, todavía me producen escalofríos. Había estallado una guerra, y quienes tenían la responsabilidad de informarnos ni siquiera querían admitir que estábamos luchando en ella.

Aun así, había gente que lo sabía y que se lanzó a vociferarlo a los cuatro vientos a través de la red. Sí, los muertos estaban levantándose de sus tumbas, decían los blogueros; sí, estaban atacando a la gente; sí, se trataba de un virus, y sí, existía la posibilidad de que nos derrotaran, porque para cuando entendiéramos lo que estaba sucediendo, todo el maldito mundo estaría infectado. En cuanto la cura del doctor Kellis se propagó por el aire, ya no tuvimos más opción que luchar.

Luchamos con todas nuestras fuerzas. Entonces nació el Muro. Todos los blogueros muertos durante el verano de 2014 tienen su hueco en él, desde los políticos hasta las mamás de clase media-alta de las zonas residenciales. Hemos recopilado las últimas entradas de sus blogs en uno colectivo, para honrarlos y para que nunca se olvide el precio que tuvieron que pagar por contar la verdad. Probablemente, algún día tenga que añadir el nombre de Shaun junto con alguna de sus desenfadadas entradas que terminan con un «hasta luego».

Todos los métodos para matar zombies se han probado en algún lugar. Casi siempre, la gente que los probaba acababa muerta poco después, pero antes publicaban una entrada con los resultados. Aprendimos qué era lo que funcionaba, cómo actuar y en qué fijarnos de la gente que nos rodeaba. Se trató de una revolución desde las bases a partir de dos simples preceptos: emplear cualquier medio para la supervivencia e informar de todo lo que se había aprendido, ya que eso podría salvar la vida de otras personas. Se dice que todo lo que uno necesita saber se aprende en la guardería. Durante ese verano, el mundo aprendió a «compartir».

Las cosas cambiaron cuando amainó la tormenta. Habrá quien considere una nimiedad decir que «sobre todo en lo que respecta a la manera de difundir la información», pero, si queréis saber mi opinión, ése fue el verdadero cambio. La gente dejó de creer en lo que decían los medios de información tradicionales; estaba confundida y asustada y volvió la vista hacia los blogs, que tal vez no pasaban ningún filtro y podían estar llenos de basura, pero que eran rápidos, prolíficos y ofrecían diferentes puntos de vista de la realidad. Si uno contrasta la información de seis o nueve fuentes distintas, normalmente no tendrá problema en discernir qué son tonterías y qué es verdad. Y si eso os supone un trabajo farragoso siempre encontraréis a algún bloguero que lo haga por vosotros. No hay razón para preocuparse de que otra invasión zombie pase desapercibida, porque siempre habrá alguien en algún lugar informando de ella en la red.

Como reacción a la proliferación de blogs y a los cambios que se operaban en la sociedad, durante los primeros años del Levantamiento, la comunidad de blogueros se dividió en una serie de secciones que continúan vigentes en la actualidad. Por un lado estamos los reporteros, que informamos de los hechos de una manera tan despojada de opinión como nos es posible, y nuestros primos, los stewarts, que ofrecen la parte de opinión sobre los hechos. Por otro lado están los irwins, que se lanzan a la aventura y corren riesgos en aras de proporcionar un poco de emoción a la gran parte de la población que vive recluida en casa, y sus homólogas más reposadas, las abuelitas, que comparten experiencias vitales, recetas y todo tipo de contenidos para mantener a la gente feliz y relajada. Y por supuesto están los ficcionistas, que llenan la red de poemas, cuentos y fantasía; estos se dividen a su vez en miles de grupos, cada uno con un nombre y un estilo propio, que no significa nada para cualquiera fuera de su mundo.

Somos el inevitable opio del nuevo milenio. Damos información, protagonizamos la información y proporcionamos una vía de escape cuando alguien se ve superado por la dureza de la información.

—Extraído de

Las imágenes pueden herir tu sensibilidad,

blog de Georgia Mason, 6 de agosto de 2039

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