Feed

Feed


Libro Primero: El Levantamiento » Cinco

Página 10 de 61

C

I

N

C

O

—¿Identificación?

—Georgia Carolyn Mason, representante acreditada de la página de información Tras el Final de los Tiempos. —Le tendí mi licencia y mi identificación con la fotografía al hombre vestido de negro, y torcí la muñeca para mostrarle el tatuaje de identificación azul y rojo, que me hice cuando me examiné para mi primera licencia de Clase B. El tatuaje no es una exigencia legal, todavía, pero es una marca que facilita la identificación de un cuerpo. Hasta el detalle más pequeño ayuda—. Soy miembro de la Asociación Estadounidense de Periodistas de la Red; en mi ficha encontrará el registro dental, la muestra de piel y la relación de marcas identificadoras.

—Quítese las gafas de sol.

Ya estaba más que familiarizada con ese requerimiento.

—Si lee mi informe, verá que padezco el síndrome de Kellis-Amberlee de la retina. Si lo que desea es realizar algún otro examen complementario será un placer para mí…

—Quítese las gafas.

—¿Es consciente de que mi retina presenta un aspecto anormal?

El hombre de negro me dedicó un amago de sonrisa.

—Bueno, señora, si sus ojos son normales sabremos que ha montado todo este alboroto porque no es usted quien afirma ser. Así que, ¿va a quitarse las gafas de sol o no?

¡Maldita sea!

—Está bien —farfullé, y me quité las gafas. Me obligué a mantener los ojos abiertos a pesar del dolor. Apreté el rostro contra el escáner de retina que sostenía el segundo miembro del equipo de seguridad privada del senador Ryman. Luego compararían los resultados del escáner con mi informe ocular incluido en la ficha, en busca de señales de degradación o descomposición que indicaran un brote viral reciente. El examen de mis ojos no iba a servirles de nada; que padezca el Kellis-Amberlee de la retina implica que mis ojos siempre parecen los de una persona portadora de una infección en estado activo.

A escasos metros de mí, Buffy y Shaun estaban sometiéndose a la versión estándar del mismo proceso de identificación, bajo la supervisión de sus propios destacamentos de tipos de negro. Habría apostado a que ellos no tenían que soportar el mismo dolor.

La luz en la parte superior del escáner de retina cambió del rojo al verde; el agente lo retiró de mi rostro e hizo un gesto de asentimiento con la cabeza a su compañero.

—Deme la mano —dijo el primero.

Me tomé unos segundos preciosos para ponerme de nuevo las gafas de sol antes de extender la mano derecha, y me las ingenié para no hacer una mueca cuando me la agarró y la incrustó en el compartimiento de una unidad de análisis de sangre. Mi interés clínico desterró el malestar que me causaba la prueba, mientras observaba la unidad.

—¿Es una unidad Apple? —pregunté.

—Apple XH-224 —respondió el agente.

—¡Guau! —Ya había visto unidades de primera clase en otras ocasiones, pero nunca había tenido la oportunidad de utilizar una. Son más sofisticadas que nuestras unidades de campo estándar, y capaces de detectar la infección en un organismo algo así como unas diez veces más deprisa. Una de esas cositas puede decirte que estás muerto antes incluso de que te enteres de que te han mordido. Aunque eso no significaba que el análisis fuera más llevadero, sin duda lo hacía más interesante y casi conseguía que valiera la pena el dolor que causaba. Casi.

Cinco luces rojas se encendieron en la parte superior de la unidad y empezaron a parpadear según las agujas me perforaban la piel entre el dedo pulgar y el índice, en la muñeca y en la yema del dedo meñique. En todas las ocasiones el pinchazo de la aguja venía seguido por una descarga helada de espuma antiséptica.

Cuando todas las luces pasaron del rojo al verde, el agente apartó el dispositivo y esbozó una sincera sonrisa por primera vez en todo el rato que llevaba con él.

—Gracias por su cooperación, señorita Mason. Puede continuar.

—Gracias —respondí, y me apreté el puente de las gafas de sol contra la nariz. Mi dolor de cabeza remitió y regresé a mi estado de animadversión previo—. ¿Le importa si espero al resto de mi equipo? —Buffy estaba metiendo la mano en su unidad de análisis, y a Shaun todavía estaban realizándole el escáner de la retina. Desde los quince años, en la retina del ojo izquierdo tiene una cicatriz como recuerdo de un accidente estúpido con una porquería de fuegos artificiales que compró en Chinatown. Eso ralentiza el escaneo de sus ojos. Quizá los míos sean raros, pero los suyos tampoco son muy normales y han confundido todos los escáneres con los que nos hemos topado hasta el momento.

—En absoluto —respondió el agente—. Pero tenga cuidado de no traspasar la marca del perímetro de seguridad o tendremos que repetir todo el proceso.

—Entendido. —Me alejé de él y examiné los alrededores, con sumo cuidado de no pisar la línea roja que delimitaba el así llamado «perímetro de seguridad».

Ya contábamos con un aumento de la seguridad durante la campaña, pero eso era mucho más de lo que me esperaba. Nos habían recogido en casa de Buffy; el equipo de seguridad del senador no estaba dispuesto a dejar que ni nos acercáramos a los coches a menos que nos recogieran en un lugar seguro, lo que dejaba nuestra casa familiar fuera de juego. Dado que nos entregaron unas unidades de análisis de sangre antes de saludarnos, no acabo de verle la lógica.

Tal vez no querían vérselas con un ataque zombie antes de la hora de la comida, o quizá deseaban evitar a mis padres, a quienes prácticamente se les caía la baba al pensar en la oportunidad de conseguir una foto con los hombres del senador.

Ya en los coches, nos trasladaron al aeropuerto de Oakland, donde debimos pasar otro control sanguíneo antes de que nos subieran, con nuestro equipaje, a un helicóptero privado. Volamos hasta un lugar que se suponía que no podían revelarnos, pero estoy casi segura de que aterrizamos en la ciudad de Clayton, cerca de las estribaciones de la Montaña del Diablo. El gobierno había adquirido buena parte de toda esa zona tras la evacuación de la población original, y hace años que corre el rumor de que está utilizando algunos de los viejos ranchos como alojamiento temporal. Es un lugar bonito, si no te importa la amenaza esporádica de coyotes, perros salvajes y linces rojos zombies. Las zonas rurales son magníficas para la privacidad, pero no tanto para la seguridad.

A juzgar por los establos repartidos dentro del perímetro, nuestro destino debió de haber sido una granja comercial. Ahora era claramente una residencia privada, con rejas electrificadas entre los distintos edificios y con alambradas hasta donde alcanzaba la vista. Si añadíamos el helipuerto, no había que hacer grandes cábalas para llegar a la conclusión de que este lugar confirmaba los rumores sobre que el gobierno había construido escondrijos en los confines abandonados del país. Buen sitio para vivir, si consigues hacerte con una. Nuestro primer día allí y ya teníamos una primicia: «Confirmado el uso por parte del gobierno de los territorios abandonados del norte de California. Sépalo todo».

Buffy cogió su equipaje y se acercó a mí, nerviosa.

—Creo que nunca me habían toqueteado tanto —se quejó.

—Al menos ahora sabes que estás limpia —respondí—. ¿Funcionan las cámaras?

—En la entrada había un pequeño dispositivo de pulso electromagnético que ha cortado la conexión de la dos y la cinco, pero ya lo tenía previsto y había incorporado sistemas redundantes, así que la uno, la tres y la cuatro, y luego de la seis a la ocho, están emitiendo en directo desde que nos recogieron.

Me quedé mirándola con cara de palo.

—No he entendido una palabra de lo que has dicho, así que daré por sentado que tu respuesta es que sí y seguiré con mi vida, ¿de acuerdo?

—Por mí, bien —respondió, saludando con la mano a Shaun, que en ese momento se reunía con nosotras—. ¿Ya estás?

—Saben que Shaun no puede ser un zombie —dije, ajustándome las gafas de sol—. Sin cerebro no es posible la reanimación.

Me dio un codazo de complicidad y meneó la cabeza.

—Tías, me sorprende que no nos hayan desnudado para registrarnos. Al menos podrían habernos dado algo de comer.

—¿Bastará con el almuerzo? —preguntó una voz en un tono de broma. Los tres nos volvimos hacia ella y nos encontramos de cara con un hombre alto, de una belleza genérica, con el cabello castaño e incipientes canas; lo lleva cuidadosamente corto aunque se dejaba el flequillo lo suficientemente largo para que le cayera sobre la frente, dándole un aire juvenil. Tenía la piel bronceada y relativamente tersa, y unos ojos azulísimos. Iba vestido con unos pantalones sport de color habano y una camisa blanca, remangada hasta los codos.

—Senador Ryman —dije, y le tendí la mano—. Soy Georgia Mason. Estos son mis socios, Shaun Mason…

—¡Qué hay! —exclamó Shaun.

—… y Georgette Meissonier.

—Puede llamarme Buffy.

—Por supuesto —repuso el senador, estrechándome la mano y sacudiéndola. La apretaba con firmeza, fuerte pero sin excederse, y los dientes que dejó al descubierto cuando sonrió estaban bien colocados y eran de una blancura resplandeciente—. Es un placer conoceros. He estado siguiendo con interés vuestra preparación previa a la campaña. —Me soltó la mano.

—Teníamos mucho que conseguir y no demasiado tiempo para hacerlo —dije.

«Mucho que conseguir» se quedaba corto. Siete blogueros benjamines ya se habían puesto en contacto con nosotros antes de que acabáramos de cenar con nuestros padres, todos ellos preguntándonos si estábamos planeando una escisión. Una vez que la gente se había enterado de las dimensiones de la historia que había caído en nuestras manos, que nos pusiéramos a trabajar por nuestra cuenta no podía ser una sorpresa para nadie, así que no tratamos de que lo fuera. Los de Defensores del Puente lamentaron nuestra marcha, aunque les gustó nuestra oferta de indemnización: nosotros nos quedábamos con los derechos de todas las historias de la campaña electoral para nuestra nueva página, y a cambio les permitíamos seguir publicando dos series de poemas de Buffy, que ya estaban en curso; les cedíamos los derechos de estreno de cualquier nuevo capítulo que Shaun hiciera de la serie sobre la exploración de las ruinas de Yreka, y les garantizábamos dos artículos de opinión míos al mes durante un año. De ese modo, ellos conseguirían una buena proporción de clics de la gente que nos siguiera durante la campaña, y nosotros conseguiríamos lo mismo con los lectores de los Defensores del Puente que llegaban hasta nosotros a través del material que compartiríamos en su página. Mi amigo Mahir llevaba tiempo buscando nuevos retos, y recibió con alegría mi propuesta de ayudarme como moderador del apartado de información general de nuestra página.

Encontrar un servidor para nuestra nueva página había sido una tarea inquietantemente sencilla. Uno de los mayores admiradores de Buffy tiene una pequeña empresa de provisión de servicios para la red, y se mostró encantado de ubicarnos y ponernos online a cambio de una cuota mínima y de una suscripción vitalicia a nuestro contenido exclusivo, cuando lo tuviéramos. Menos de veinte minutos después de hablar con él por teléfono ya teníamos una URL, espacio para almacenar nuestros archivos y nuestro primer suscriptor. A los blogueros benjamines que se pusieron en contacto con nosotros la primera noche, se unieron rápidamente otro par de docenas, y eso nos permitió elegir, y buscar a gente que cumpliera más requisitos que estar «disponible». Acabamos con doce betas de apoyo, cuatro por cada una de las categorías principales, que se pusieron a producir contenido antes incluso de que la página se hubiera lanzado oficialmente en la red. Ni en mis mejores sueños habría sido tan sencillo conseguir todo lo que quería… Pero así había sido.

Tras el Final de los Tiempos estuvo online seis días después de que recibiéramos la noticia de que habíamos sido seleccionados para acompañar al senador Ryman durante la campaña, con mi nombre en la cabecera como jefa de redacción, el de Buffy como diseñadora gráfica y experta técnica, y el de Shaun como responsable de la contratación y el marketing. Tanto si nos hundíamos como si despegábamos hacia el estrellato, ya no había vuelta atrás. Cuando uno se convierte en alfa, ya nunca puede volver a ser un beta; en el mundo del blog impera el territorialismo, y el resto de betas se lo comerían a uno vivo si lo intentara.

Llevaba dos semanas durmiendo menos de cuatro horas por noche. El sueño es un lujo reservado para la gente que planifica su futuro en torno a un vale de comida que igual sólo resulta ser una manzana podrida. Sólo me quedaba esperar que todos los trapos sucios que encontráramos durante la campaña bastaran para mantenernos. De lo contrario, nuestras carreras serían breves, tristes y no demasiado interesantes.

—Aun así parece que lo lleváis bien —dijo el Senador Ryman. Su acento de Wisconsin era más marcado de lo que parecía en los informativos; o bien no se había dado cuenta de que estábamos grabándole o pensaba que no tenía sentido andar fingiendo con la gente con la que iba a convivir durante el siguiente año—. Si me acompañáis, Emily está preparando una comida deliciosa, y está deseosa de conoceros.

—¿Le acompañará su esposa durante toda la campaña? —pregunté. El senador ya enfilaba hacia una puerta cercana, y yo había salido tras él, haciendo un gesto a los demás para que nos siguieran. Ya conocíamos la respuesta: Emily Ryman permanecería en el rancho familiar en Parrish, Wisconsin, buena parte del año, cuidando de los niños, mientras su marido iba y venía por el país; pero quería grabarla salida de su boca. Los mejores archivos de audio son los que uno graba personalmente.

—Mmm… No conseguiría que me acompañara durante toda la campaña ni aunque intentara arrastrarla con un tractor —respondió el senador, y abrió la puerta—. Limpiaos los pies, chicos. No tiene sentido volver a haceros pasar por uno de esos condenados controles de sangre… si habéis llegado tan lejos sin estar limpios, significa que ya estamos todos muertos. No nos compliquemos la vida. —Ya había cruzado la puerta—. ¡Emily! ¡Los blogueros están aquí!

—Me gusta —me susurró Shaun, mirándome de reojo.

Yo asentí con la cabeza. Acabábamos de conocerlo, y seguramente era un maestro en las artes del politiqueo, pero a mí también empezaba a gustarme. Tenía algo que parecía decir: «Sé la inutilidad de estos circos políticos. Veamos cuánto tardan en darse cuenta de que sólo estoy siguiéndoles el juego, ¿vale?». Y eso merecía mi respeto.

Tal vez nos tomaba por una pandilla de mocosos y estaba jugando con nosotros. Pero si era así, en algún momento metería la pata y lo dejaríamos en evidencia, y eso sería genial para nuestra cuota de mercado.

El interior de la vivienda estaba decorado con un inconfundible aire del sudoeste; era todo diáfano, de colores lisos y dibujos geométricos. El arte del sudoeste ha evolucionado durante los últimos veinte años. Antes del Levantamiento, en cualquiera de esos hogares llenos de macetas de cactus y alfombras del estilo de los nativos norteamericanos, se habría encontrado un par de coyotes disecados y posiblemente el cráneo reluciente de un buey, con cuernos y todo. Lo he visto en fotos, y eran unos objetos realmente morbosos. Hoy en día, las representaciones de cualquier animal que supere los veinte kilos suelen incomodar a la gente, así que los coyotes y los bueyes ya no están de moda, a no ser que te topes con un nihilista obstinado o con un chaval jugando a las «criaturas de la noche». Sólo los cuadros de desiertos se mantienen en boga. Un enorme ventanal ocupaba la mitad de la pared, lo que indicaba que la casa se había construido antes del Levantamiento. Ya nadie construye ventanas así. Son una invitación al ataque.

La cocina estaba delimitada por varias barras altas más que por paredes, y el revestimiento de los suelos se extendía por el salón-comedor de una manera casi orgánica. Cuando entramos, encontramos al senador Ryman junto a la encimera de madera maciza en el centro de la cocina, rodeando por la cintura a una mujer vestida con vaqueros y una camisa de cuadros de franela, con la melena castaña recogida detrás en una coleta juvenil que le partía de la coronilla. El senador estaba susurrándole algo en el oído, y ese gesto le hacía parecer diez años más joven que cuando lo habíamos conocido unos instantes antes.

Intercambié una mirada con Shaun, preguntándonos por la conveniencia de retirarnos y permitirles disfrutar de ese momento de intimidad. Mi instinto de periodista me decía: «quédate». Y por supuesto no iba a apagar las cámaras. Sin embargo, mi sentido de la ética me decía que las personas merecen la oportunidad de relajarse antes de acometer una empresa tan formidable como una campaña electoral.

Por suerte, Buffy nos rescató del dilema lanzándose como un bólido hacia la cocina, olisqueando el aire con deleite.

—¿Qué hay para comer? —preguntó—. ¡Guau, me muero de hambre! Huele a gambas y a llampuga… ¿He acertado? ¿Puedo ayudar en algo?

El senador Ryman se separó de su esposa y ambos se miraron con gesto divertido. Luego se volvió sonriente a Buffy.

—Me parece que ya está todo controlado. Además, Emily marca demasiado su territorio para compartir su cocina con otra mujer. Aunque sea una cocina prestada.

—¡Calla! —protestó Emily, hincándole una cuchara de madera en las costillas. El senador se estremeció haciendo teatro, y ella rompió a reír. Tenía una risa luminosa, que encajaba perfectamente con la cocina sencilla, práctica y elegante—. Ahora dejadme intentar adivinar quién es quién. Sé que hay dos George y un Shaun… Eso no es justo, ¿no? —Hizo un mohín exagerado, que no la hacía parecer en absoluto la esposa de un senador—. Tres nombres de chico para dos chicas y un chico. Eso me deja en desventaja.

—No tuvimos tiempo de elegir nuestros nombres, señora —respondí con media sonrisa. Shaun y yo ni siquiera sabemos los nombres que nos pusieron cuando nacimos. Acabamos en un orfanato durante el Levantamiento, y cuando los Mason nos adoptaron en los registros aparecíamos como «Niño Nadie».

—Bueno, pero uno de vosotros sí que ha elegido su nombre —repuso—. Uno de los George también se llama Buffy, y si mi memoria no me falla, por lo que recuerdo de cultura popular debería ser la rubia. —Se volvió con una mano tendida hacia Buffy—. Georgette Meissonier, ¿correcto?

—Totalmente —respondió Buffy, estrechándole la mano—. Puede llamarme Buffy. Todo el mundo lo hace.

—Encantada de conocerte, Buffy —repuso Emily, y le soltó la mano. Luego se volvió a nosotros—. Eso os deja como los Mason. Shaun y Georgia, ¿verdad?

—Ha acertado —dijo Shaun, y le hizo un saludo militar. De alguna manera, mi hermano logró hacer ese gesto sin dar la impresión de estar burlándose. Nunca he entendido cómo lo consigue.

Yo me adelanté ofreciéndole la mano.

—A mí puede llamarme George, o Georgia, como le resulte más sencillo, señora Ryman.

—Llamadme Emily —respondió. Tenía la mano fría, y la mirada que dirigió a mis gafas de sol mostraba compresión—. ¿Hay demasiada luz para ti? Las bombillas no son intensas, pero puedo cerrar un poco más la persiana si quieres.

—No, gracias —respondí, enarcando las cejas mientras le examinaba detenidamente el rostro. Tenía los ojos oscuros, como me había parecido en un primer momento, pero lo que había tomado por un iris castaño oscuro resultaron ser las pupilas, tan dilatadas que estrechaban el marrón fangoso de sus iris y los convertía en un delgado anillo alrededor de ellas—. ¿No lo notaría usted si las luces fueran un problema?

Emily esbozó una sonrisa irónica.

—Mis ojos ya no son tan sensibles como antes. Fui uno de los primeros casos, y antes de que averiguaran qué estaba ocurriendo, sufrí daños en el nervio. Ya me avisarás si la luz te molesta.

Asentí con la cabeza.

—Lo haré.

—Genial. Poneos cómodos. La comida estará lista en unos minutos. El menú consiste en tacos de pescado con salsa de mango y mimosas sin alcohol. —Levantó un dedo en dirección al senador y añadió en tono de broma—: No quiero oírle una queja, caballero. No vamos a emborrachar a estos simpáticos periodistas antes de empezar siquiera.

—No se preocupe, señora. Algunos toleramos bien el alcohol —dijo Shaun.

—Y otros no —apunté yo con sequedad. Buffy no pesa ni cuarenta y cinco kilos. La única vez que salimos a beber con ella se encaramó a una mesa y recitó la mitad de los diálogos de

La noche de los muertos vivientes antes de que Shaun y yo consiguiéramos bajarla—. Gracias, señora… Emily.

—Ya os acostumbraréis —dijo con una sonrisa de comprensión—. Ahora id a sentaros mientras yo acabo. Peter, eso también va para ti.

—Está bien, querida —respondió el senador. Le dio un beso en la mejilla y fue hacia la mesa del comedor.

Nosotros tres lo seguimos obedientemente en una fila ligeramente desordenada. Puedo enfrentarme a senadores y a reyes por el derecho a conocer la verdad, pero no tengo ningunas ganas de llevar la contraria a una mujer en su propia cocina.

Observar dónde se sentó cada uno alrededor de la mesa resultó interesante en sentido puramente sociológico. Shaun se colocó de espaldas a la pared, lo que le proporcionaba un campo de visión más amplio de la estancia. Puede parecer idiota, pero en cierta manera es el más cauto de todos nosotros. No se puede ser un irwin sin aprender determinadas cosas sobre la conveniencia de tener varias vías de escape despejadas. Si alguna vez se produce otro ataque en masa de zombies, él estará preparado. Y grabando.

Buffy se sentó en la silla más cercana a la luz, donde las cámaras acopladas a la bisutería conseguirían imágenes de mejor calidad. Sus portátiles funcionan según los principios definidos durante el

boom de las conexiones inalámbricas anterior al Levantamiento: transmiten los datos a un servidor ininterrumpidamente y luego ella puede recuperarlos y editarlos con calma. Una vez intenté hacer un recuento mental de los transmisores que debía de llevar encima, pero acabé dándome por vencida y prefiriendo dedicar mi tempo a algo más productivo como, por ejemplo, responder al correo de los admiradores de Shaun. Mi hermano recibe más propuestas de matrimonio en una semana de las que le gusta, y deja que yo me encargue de ellas.

El senador se sentó en la silla más cercana a la cocina y a su mujer, con lo que me dejó el sitio con más sombra de la mesa. Quedaba claro que era un hombre de familia y alguien que entendía que la consideración era una virtud. Un gesto bonito.

—¿Siempre ofrece comida casera a sus nuevos empleados? —le pregunté, sentándome.

—Sólo a los polemistas —respondió en un tono desenfadado y firme—. No voy a andarme con rodeos. He leído vuestros reportajes, vuestros artículos de opinión, todo, antes de dar el visto bueno a vuestra solicitud. Sé que sois unos chicos listos y que no perdonáis las tonterías. —Levantó un dedo y añadió—: Eso no significa que vayáis a tener acceso a todos los aspectos de mi vida, porque hay información que no voy a dar a conocer a ningún periodista. La mayor parte tiene que ver con mi vida familiar, pero aun así, hay zonas vetadas.

—Respetamos eso —respondí. Shaun y Buffy asintieron con la cabeza.

El senador Ryman pareció satisfecho con nuestra respuesta, porque también asintió convencido.

—Nadie quería que incorporara blogueros a mi campaña —continuó sin andarse con preámbulos. Yo me enderecé en la silla. Toda la comunidad de internautas sabía que los asesores del senador le habían recomendado que no incluyera blogueros en el grupo de prensa oficial de la campaña, pero nunca imaginé que se lo oiría decir tan lisa y llanamente—. Tienen metida en la cabeza la idea de que informaréis de lo que os dé la gana y no de lo que sea beneficioso para la campaña.

—¿Está diciendo entonces que sus asesores son tipos listos? —inquirió Shaun, arrastrando las palabras en un tono soso y tonto, que hubiera resultado creíble de no ser por la sonrisita que tenía dibujada en los labios mientras hablaba.

El senador rio estruendosamente, y Emily levantó la mirada del fogón, evidentemente divertida.

—Para eso les pago, así que espero que lo sean, Shaun. Sí, son unos tipos listos. Os han tomado la media de cómo sois realmente.

—¿Y cómo somos, senador? —pregunté.

Más serio, se inclinó hacia delante.

—Sois los hijos del Levantamiento. La mayor revolución que nuestras generaciones, la mía, la vuestra y por lo menos las dos siguientes, verán jamás. El mundo cambió de la noche a la mañana, y a veces me lamento por haber nacido demasiado pronto y no poder vivir vuestra experiencia. Vosotros, chicos, sois quienes forjaréis el verdadero futuro, el que importará de verdad. No yo, no mi encantadora esposa, ni, por supuesto, un puñado de cabezas parlantes a las que se les paga para ser lo suficientemente listos como para darse cuenta de que una pandilla de chavales blogueros del área de la Bahía de San Francisco va a contar la verdad tal como la ve, sin importarles un pimiento las consecuencias políticas.

Enarqué las cejas de nuevo.

—Eso no explica por qué le pareció importante tenernos aquí.

—Estáis aquí por lo que representáis: la verdad. —El senador sonrió y recuperó su aire juvenil—. La gente creerá todo lo que le contéis. Vuestra carrera depende de a cuántos tíos muertos tu hermano puede molestar con un palo, cuántos poemas escribe tu amiga y cuánta verdad escribes tú.

—¿Y qué ocurrirá si lo que contamos no le deja tan bien parado como a usted le gustaría? —inquirió Buffy, con el ceño fruncido y la cabeza ladeada. Habría pasado por un gesto de lo más natural de no ser porque yo sabía que el pendiente en forma de luna y estrellas que le colgaba de la oreja izquierda escondía una cámara que respondía a los movimientos de su cabeza. Estaba activando el zoom para captar mejor la expresión del senador respondiendo a su pregunta.

Ir a la siguiente página

Report Page