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Libro Primero: El Levantamiento » Seis

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El mundo aplaudió con entusiasmo cuando el doctor Alexander Kellis anunció su cura para el resfriado común. Pese a que gracias al doctor Kellis nunca he tenido un resfriado, entiendo que fueran un fastidio; a la gente no le gusta pasarse la mitad del tiempo sorbiéndose los mocos y estornudando, ni que un desconocido le tosa encima. El doctor Kellis y su equipo aceleraron las pruebas de una forma que, en retrospectiva, parece criminal, pero ¿quién soy yo para juzgarlo? No estaba allí.

Lo realmente gracioso es que se puede culpar de todo esto al periodismo. Un reportero oyó el rumor de que el doctor Kellis pretendía vender la cura al mejor postor y que nunca permitiría que se distribuyera al hombre de la calle. Eso resultaba ridículo para cualquiera que supiera que la cura era un rinovirus modificado, dotado con la misma virulencia que permitía al resfriado común propagarse con la rapidez que lo hacía y a tantísimos lugares. Una vez que saliera del laboratorio, «infectaría» el mundo y no habría dinero suficiente para prevenirlo.

Esos eran los hechos, pero a ese periodista no le interesaban los hechos. Le preocupaba la primicia y ser el primero en informar de una descomunal injusticia imaginaria perpetrada por la cruel comunidad médica. Si queréis saber mi opinión, yo creo que la verdadera injusticia es que el doctor Alexander Kellis sea visto como el responsable de que la humanidad estuviera a punto de desaparecer, un honor que debería recaer en Robert Stalnaker, reportero de investigación del

New York Times. Si se quiere buscar un culpable de lo sucedido, ése debería ser Robert Stalnaker. He leído sus artículos y son un material realmente conmovedor. En ellos condena al doctor Kellis y la comunidad médica por permitir lo que, según él, estaba sucediendo. La humanidad, afirma el reportero, tenía derecho a la cura.

Algunas personas le creyeron a pie juntillas; irrumpieron en el laboratorio de Kellis, robaron la cura y la liberaron desde un aeroplano fumigador. Increíble, ¿verdad? Elevaron el maldito avión hasta la altura máxima que podía alcanzar, llenaron globos con las muestras del trabajo del doctor Kellis y los descargaron en la atmósfera. Fue un hermoso acto de bioterrorismo, en el fondo cometido en nombre de los ideales más genuinos. Los terroristas actuaron a partir de una suposición equivocada basada en una verdad incompleta, y nos jodieron a todos.

Para ser justos hay que decir que las consecuencias no habrían sido tan graves de no ser por un equipo de científicos a las afueras de Denver, Colorado, que estaba realizando las pruebas de un filovirus creado por ingeniería genética, llamado Marburg EX 19, o más comúnmente Marburg Amberlee, en recuerdo del primer sujeto infectado con éxito, Amanda Amberlee, una niña de doce años y medio, que estaba a punto de morir de leucemia y que probablemente no llegaría a cumplir los trece. El año que el doctor Kellis descubrió su cura, Amanda tenía dieciocho años, había finalizado el último curso del instituto y estaba perfectamente sana. Los tipos de Denver habían tomado un agente asesino, le modificaron las instrucciones genéticas y habían curado el cáncer.

El Marburg Amberlee era un milagro, igual que la cura de Kellis, y juntos estaban destinados a cambiar el rumbo de la humanidad. Juntos… Y así fue. Ya nadie padece cáncer ni resfriados. El único problema son los muertos vivientes.

Cuando se liberó la cura de Kellis, había noventa y nueve personas en el mundo infectadas de Marburg Amberlee. Una vez que el virus entraba en el organismo, ya nunca lo abandonaba; mataba las células cancerosas y permanecía en estado latente a la espera de más. Todas esas personas eran tranquilas y sin riesgo de infección, y seguían con sus vidas sin la más remota sospecha de lo que estaba a punto de ocurrir. Amanda Amberlee no se contaba entre ellos; había muerto dos meses antes, en un accidente de tráfico tras la ceremonia de graduación del instituto. Ella fue el único caso de los pacientes que habían participado en las pruebas del Marburg Amberlee que se reanimó; eso puso sobre la pista de que era la interacción entre ambos virus, y no sólo el Marburg Amberlee, lo que provocaba que los que se suponía muertos se levantaran de sus tumbas.

La cura del doctor Kellis se propagó por todo el mundo en cuestión de días. Los responsables de su liberación fueron vitoreados, si no como héroes, sí como ciudadanos responsables que habían traspasado la línea roja para dar una vida mejor a sus hermanos habitantes del planeta. Nadie sabe con certeza el momento exacto en el que el primer individuo con el Marburg Amberlee entró en contacto con la cura del resfriado y cuánto tiempo pasó desde la exposición a la mutación. ¿Cuánto tiempo pasó desde que el pacífico filovirus atrapó al recientemente liberado rinovirus y empezaron a mutar? Se estima que, tras la introducción de la cura de Kellis en el Marburg Amberlee, ambos se fundieron en menos de una semana y crearon el filovirus que está en el aire y que hoy en día conocemos como Kellis-Amberlee. Y éste se propagó por el mundo, infectando una persona tras otra gracias a la virulencia codificada de la cura original de Kellis. No hay un paciente cero de la amplificación viral. Ocurrió en demasiados lugares a la vez. Podemos determinar las cosas hasta este punto porque en eso el cine se equivocó: al principio la infección no afectó de una manera universal. La gente que había muerto antes del Kellis-Amberlee continuó muerta. Los que murieron tras la infección, no. Por qué los portadores del virus regresan literalmente a la vida es algo que nadie sabe. Las teorías más aceptadas sostienen que se debe a una versión aumentada del comportamiento normal de un filovirus, a su necesidad apremiante de replicarse llevada a un nuevo nivel antinatural; accede al sistema nervioso del organismo que lo aloja y mantiene activa la capacidad motriz del cuerpo hasta que éste se deshace. Los zombies sólo son sacos de virus buscando cualquier cosa para infectar «impulsados» por el Kellis-Amberlee. Quizá sea cierto. ¿Quién sabe? Tanto si lo es como si no, los zombies están entre nosotros y ahora todo es distinto.

Incluido el mundo de la política, ya que muchos de los viejos planteamientos cambiaron cuando empezamos a convivir con los muertos vivientes. La pena de muerte, la crueldad con los animales, el aborto… y la lista sigue. Es difícil dedicarse a la política en este mundo, sobre todo con la xenofobia y la paranoia creciendo como la espuma en las comunidades más adineradas. El senador Ryman iba a librar una larga y ardua lucha para intentar llegar a la Casa Blanca, y nosotros lo acompañaríamos en su camino.

Me senté con el rostro al sol, sin hacer caso del punzante dolor de cabeza, a esperar a que Buffy me avisara de que había llegado la hora de ponerse a trabajar.

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