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Libro Segundo: Bailando con muertos » Once

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—Por ejemplo, la pérdida de Alaska, señorita Mason. Una vasta extensión del territorio nacional entregado a los muertos porque no tuvimos las agallas para aguantar y luchar por lo que es legítimamente nuestro. Nuestros chicos no aceptaron depositar su fe en Dios y aguantar firmes, y ahora hemos perdido una valiosa parte de nuestro país, quién sabe si para siempre. ¿Cuánto tiempo pasará hasta que ocurra algo así en Hawai, Puerto Rico o, Dios no lo quiera, el corazón de los Estados Unidos de América? Nos hemos ablandado, cobijados entre las cuatro paredes de nuestras casas. Ha llegado la hora de confiar en Dios.

—Gobernador, usted participó en los combates de limpieza en la frontera con Canadá. Esperaba que entendiera los motivos que obligaron a abandonar Alaska.

—Y yo esperaba que usted entendiera por qué un verdadero estadounidense nunca permite que le quiten lo que le pertenece. Deberíamos haber luchado. Si me convierto en el líder de este país le aseguro que lucharemos y, si Dios quiere, venceremos.

Contuve la repentina necesidad, poco profesional, de estremecerme. Su voz revelaba todos los rasgos distintivos de un fanático.

—Defiende una disminución de las restricciones de la Ley Mason, gobernador. ¿Hay algún motivo en particular para su posición al respecto?

—En la constitución no hay nada que prohíba a un hombre alimentar a su familia como lo considere oportuno, aun cuando no se trate de una manera exactamente popular. Las leyes que coartan nuestras libertades son innecesarias la mitad de las veces. Por ejemplo, mire lo que ocurrió cuando los demócratas dejaron de batallar para mantener sus leyes anticonstitucionales sobre el control de armas. ¿Se incrementaron las muertes por arma de fuego? No. Bajaron un cuarenta por ciento durante el primer año y desde entonces siguen descendiendo paulatinamente. Es razonable pensar que la rebaja en la severidad de otras leyes que limitan la libertad de los ciudadanos sería…

—¿Cuántos infectados mueren por arma de fuego cada año?

Permaneció en silencio unos instantes, con los ojos entornados.

—No entiendo qué tiene eso que ver con lo que estamos hablando.

—Según los últimos datos del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades, el CDC, el noventa y nueve por ciento de las víctimas del Kellis-Amberlee eliminadas en enfrentamientos con los no infectados mueren por arma de fuego.

—Armas disparadas por ciudadanos con licencia y respetuosos con la ley.

—Sí, gobernador. Los CDC también afirman que es virtualmente imposible distinguir a una víctima asesinada de un disparo en la cabeza o en la columna vertebral de un individuo infectado eliminado del mismo modo. ¿Qué respondería a quienes critican la suavización de las leyes sobre el control de armas porque dicen que el incremento en los delitos con armas se enmascaran con la amplificación

post mortem del virus Kellis-Amberlee?

—Bueno, señorita Mason, supongo que debería pedirles pruebas de sus afirmaciones. —Se incorporó en el sillón—. ¿Usted va armada?

—Poseo una licencia de periodista.

—¿Eso significa que sí?

—Eso significa que estoy obligada por ley.

—¿Se sentiría igual de segura si se internara desarmada en una zona de peligro biológico? ¿Dejaría a sus hijos que se internaran en una zona de peligro biológico? Este ya no es el mundo civilizado de antaño, señorita Mason. La inquietud se ha apoderado de los habitantes de la Tierra. En cuanto alguien se pone enfermo, empieza a odiar a sus hermanos. El país necesita a un hombre que no tenga miedo de decir que los derechos acaban en la tumba. Nada de misericordia, nada de clemencia y nada de poner límites al hombre en su lucha por conservar lo que le pertenece.

—Señor gobernador, no hay indicios de que los individuos infectados sean capaces de experimentar emociones tan complejas como el odio. Es más, no están muertos. De modo que si los derechos «acaban en la tumba», ¿no deberían estar amparados por leyes como cualquier otro ciudadano?

—Señorita, ésa es la manera de pensar que puede permitirse alguien que se encuentra a salvo de la amenaza, protegido por hombres que saben qué significa mantenerse firme en el campo de batalla. Cuando los muertos, perdón, los infectados, se planten en la puerta de su casa, bueno, usted deseará que aparezca un hombre como yo.

—¿Considera que el senador Ryman es blando con los infectados?

—Creo que nunca se ha visto en la situación de averiguarlo.

Buena respuesta: sembrar dudas sobre la capacidad del senador Ryman para luchar contra los zombies y sugerir implícitamente que podría simpatizar de una manera excesiva con la idea del «vive y deja vivir», un concepto que sale a flote habitualmente entre los miembros del ala más a la izquierda del partido y que con frecuencia apenas resiste un cuarto de hora, hasta que es engullido por otro grupo de presión.

—Señor gobernador, ha hablado de su voluntad de acabar con las, por así llamarlas, «leyes del buen samaritano», que actualmente permiten la asistencia a ciudadanos con problemas o en peligro. ¿Podría explicarnos sus motivos?

—Los motivos son bien simples. Alguien que se encuentra en peligro seguramente ha llegado a esa situación por una razón. No estoy diciendo que no lamente que una persona se halle en esas circunstancias, pero si me muerden y usted acude corriendo en mi ayuda, violando los límites de la cuarentena, bueno, pues puede apostar a que, además de que no conseguirá salvarme, acaba de poner fin a su propia vida. —El gobernador sonrió, y habría parecido una sonrisa afable si hubiera llegado hasta sus ojos—. Los que mueren de esa manera siempre son los jóvenes y los idealistas. El tipo de personas que más falta hacen a la nación. Tenemos que proteger nuestro futuro.

—¿Sacrificando nuestro presente?

—Si ése es el precio que hay que pagar, señorita Mason… —respondió, ensanchando la sonrisa y adoptando un aire beatífico—. Si eso es lo que nuestro país reclama…

Después de mi encuentro, largo tiempo pospuesto, con el gobernador Tate, todo el mundo se hace la misma pregunta: ¿qué pensé del gobernador David Dove Tate de Texas, tres veces electo por mayoría aplastante con votos de simpatizantes de ambos partidos, poseedor de un extraordinario historial como administrador de justicia y apaciguador de disputas en un estado célebre por su beligerancia, su hostilidad y su inestabilidad política?

Pues creo que es la más aterradora de todas las cosas escalofriantes con las que me he topado desde el inicio de esta campaña electoral. Incluidos los zombies.

El gobernador Tate es un hombre tan profundamente preocupado por la libertad que está dispuesto a entregártela a punta de pistola. Es un hombre tan profundamente preocupado por nuestras escuelas que apoya la desaparición de la educación pública en favor de pases distribuidos únicamente a escuelas con certificados de seguridad expedidos por las autoridades. Un hombre tan profundamente preocupado por nuestros granjeros que aboga por una rebaja en la severidad de la Ley Mason para permitir no sólo la cría de los grandes perros pastores sino también el regreso a los barrios habitados de ganado con un peso superior a los setenta kilos. El gobernador Tate quiere que todos experimentemos los placeres que vivió él en su adolescencia despreocupada, incluidas, al parecer, las carreras perseguidos por

collies y cabras zombies.

Y para empeorar aún más las cosas, está dotado del don de la palabra, de un aspecto de hombre del pueblo que atrae a un alto porcentaje de la población y de un historial militar plagado de condecoraciones. En resumen, damas y caballeros, estamos frente a un digno contrincante en la lucha por el puesto más importante de nuestro país, así como el hombre que más posibilidades tiene de llevar el eterno conflicto entre los infectados y nosotros hasta un estado de guerra total.

No puedo pediros que elijáis al senador Ryman como candidato del Partido Republicano con el único argumento de que no me gusta el gobernador Tate, pero sí puedo deciros lo siguiente: las inclinaciones ideológicas del gobernador, al igual que las mías, son de dominio público, así que investigad; haced vuestros deberes; averiguad lo que este hombre haría con nuestro país en nombre de la preservación de un tipo de libertad que es tan destructivo como imposible de mantener. Conoced al enemigo.

En eso consiste realmente la libertad.

—Extraído de

Las imágenes pueden herir tu sensibilidad,

blog de Georgia Mason, 14 de marzo de 2040

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