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Libro Cuarto: Postales desde el Muro » Veinte

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—No, no hay tiempo. Nos quedamos sin tiempo cuando alguien decidió que ya no le servíamos. El tiempo es algo que, oficialmente, ya no poseemos. Enciende la luz cuando acabes.

—Vale. —Sonó un clic y la habitación se iluminó. Oí alejarse a mi hermano—. Hay que inicializar los servidores; encenderé las pantallas. Tu ordenador está en el escritorio, por si quieres conectarlo a la red.

—Entendido. —Cuando abrí los ojos, la cabeza me explotó, pero no le hice caso. Las bombillas de baja potencia que había puesto Shaun eran soportables, aunque no exactamente agradables; sin embargo, podía sobrellevarlo. Me senté en la cama y me incliné para abrir el transportín, que seguía en el suelo junto a mi cama.

Lois salió disparada y se escondió en el cuarto de baño.

Me levanté y caminé hasta la silla del escritorio, me senté y empecé a conectar cables. Me movía con cuidado, intentando que mi cabeza sufriera lo imprescindible, y eso me hacía ir muy lenta. Sólo había completado la mitad del proceso cuando Shaun me gritó: «Listo». Solté el enchufe que tenía en la mano, y un zumbido eléctrico cubrió toda la habitación y me erizó el vello de los brazos.

—¡Más vale que bajes ese equipo un poco si no quieres que salgamos de aquí electrocutados! —espeté, y seguí con lo que estaba haciendo.

—¿Por quién me tomas, por un principiante? —Shaun intentaba mostrarse ofendido, pero yo no me lo tragaba. Es fácil cometer un error cuando estás montando una pantalla protectora… en parte ése es el motivo por el que no me emociona utilizarlas. También hace que me rechinen los dientes—. Provocará un cortocircuito en cualquier aparato que esté en su radio de acción. Mientras te mantengas alejada de las paredes no te pasará nada.

—Si no funciona, me deberás una cena.

—Si funciona, me deberás un postre.

—Trato hecho. —Me volví en la silla. Shaun se había sentado en la cama, con las manos apoyadas detrás, en una postura tan relajada que no podía ser natural. Sin andarme por las ramas, dije—: Buffy nos vendió, y alguien ha intentado matarnos.

—Eso ya lo he pillado.

—¿Y has pillado también la parte en la que legalmente estuvimos muertos desde el momento que el CDC recibió la llamada informándoles de que estábamos infectados?

—Sí. —Shaun frunció el ceño—. Me extraña que quienquiera que fuera no fuera a rematarnos.

—Puedes llamar a eso nuestro último golpe de suerte —dije—. En mi opinión, no sólo iban a por Buffy. De haber sido así no se habrían molestado en llamar a los CDC cuando vieron que el camión volcaba. Fue un accidente terrible, trágico, pero no había ninguna necesidad de hacer esa clase de operación de limpieza.

—Lo que dices tiene sentido —convino Shaun, y se dejó caer de espaldas sobre la cama—. ¿Qué hacemos entonces? ¿Lo recogemos todo y nos vamos corriendo a casa?

—Probablemente eso no serviría de nada, pues se supone que sabemos algo por lo que vale la pena matarnos.

—O tal vez Buffy sabía algo por lo que valdría la pena matarnos.

—Quienquiera que esté detrás de esto, ya ha dado muestras de que tanto lo uno como lo otro es cierto. No me entra en la cabeza que tengamos dos conspiraciones distintas desarrollándose en paralelo. Eso significa que quien nos reventó los neumáticos también es responsable de la tragedia del rancho.

—Y de lo de Eakly —añadió Shaun—. Ni se te ocurra olvidar lo que ocurrió en Eakly.

—Nunca lo haría. No puedo.

—A veces sueño con lo de Eakly. —Lo dijo como si nada, pero noté un dolor tan profundo que llegó a sorprenderme; a mí, que normalmente sé qué está pasando por la cabeza de mi hermano en todo momento—. Fue totalmente inesperado. No tuvieron ninguna oportunidad de evitarlo.

—Así pues, marcharnos no es una opción.

—Nunca lo ha sido.

—¿Y qué hacemos con Rick?

—Que siga con nosotros, por supuesto.

Enarqué las cejas y me incliné hacia delante para apoyar los codos en las rodillas.

—No has dudado ni un momento. ¿A qué se debe eso?

—No seas idiota. —Shaun se levantó y adoptó una postura que era como mi reflejo en un espejo—. A Buffy la mordieron, ¿no?

—Correcto.

—Buffy se estaba muriendo… Esto no es correcto. Buffy estaba muerta y lo sabía. Nos contó lo que había hecho y nos explicó la forma de averiguar algo más, ¿correcto? Rick estaba allí, y ella no lo acusó de chivato. Buffy se sentía culpable por lo que había hecho, George. Ella no quería que muriera nadie, ¿así que por qué se iría de este mundo dejándonos otro traidor en el equipo?

—¿Y si simplemente no lo sabía?

—¿Y si? —Shaun meneó la cabeza—. También intentaron matar a Rick. Si la carrocería de su coche no hubiera estado blindada o si hubiera chocado en un ángulo ligeramente distinto, habría pasado al otro mundo. No hay manera de planear algo así. Además, la llamada al CDC dijo que todos estábamos muertos, no que sólo lo estuviéramos tú y yo. ¿Qué pasa si Buffy no lo sabía? Rick no es ningún estúpido, ya habría dicho algo.

—Entonces estás diciendo que quieres que se quede.

—Lo que estoy diciendo es que no podemos permitirnos perder a nadie más. También que en ausencia de Buffy, soy el cincuenta por ciento de esta sociedad, así que levántate.

Me lo quedé mirando perpleja.

—¿Cómo?

—Que te levantes. —Shaun se puso de pie y señaló la cama—. Vas a hacer una siesta ahora mismo.

—No puedo echarme una siesta ahora. Estoy esperando la llamada de Mahir.

—Puede dejarte un mensaje en el buzón de voz.

—No. No puede…

—Georgia…

—Espera. Luego.

—No —espetó Shaun con severidad—. Yo prepararé el resto del equipo, pondré los servidores en marcha y miraré quién te llama cuando suene tu teléfono. Si es Mahir, te despertaré sin preocuparme de que eso significará que te pondrás a trabajar hasta que caigas muerta. En eso de acuerdo, pero he tomado una decisión ejecutiva, y esa decisión es que tú, Georgia Carolyn Mason, te vas a meter en la cama. Si no te gusta mi decisión, puedes decir en el juicio que te dejé inconsciente de un golpe en la cabeza en cuanto me diste la espalda.

—¿Puedo tomarme un analgésico?

—Puedes tomar dos pastillas y una almohada —respondió Shaun—. Cuando despiertes, el mundo se habrá convertido en un país de las maravillas con bastones de caramelo, unicornios y cientos de criados a tu alrededor. Y Rick se queda. ¿Trato hecho?

—Trato hecho. —Me levanté y me quité los zapatos antes de sentarme en la cama—. Cabrón.

—Cierra los ojos. —Los cerré. Shaun me quitó las gafas y me cerró la mano con dos pequeños objetos redondos en su interior—: Trágalas y te devolveré las gafas cuando despiertes.

—Eso es jugar sucio —me quejé, metiéndome las pastillas en la boca. Los analgésicos se disolvieron casi inmediatamente y me dejaron un regusto amargo a codeína. Me dejé caer estirada de costado—. Eres un tramposo —dije sin abrir los ojos.

—Lo soy. —Shaun me besó en la frente—. Descansa George. Te sentirás mejor cuando despiertes.

—No es cierto —respondí, resignándome a lo inevitable—. Simplemente será más tarde. Más tarde nunca es mejor. Más tarde sólo significa que tenemos menos tiempo.

—Duerme —insistió Shaun.

Así que dormí.

Esta es la verdad: somos una nación acostumbrada a vivir con miedo. Para ser sincera, no sólo con vosotros sino también conmigo misma, he de decir que no sólo es un problema que atañe a nuestra nación, ni tampoco sólo algo con lo que nos hemos acostumbrado a vivir. Se trata del mundo entero, y se ha convertido en una adicción. La gente ansía el miedo. El miedo lo justifica todo. El miedo hace que nos parezca bien haber renunciado a una libertad tras otra, hasta tal punto que todos nuestros movimientos son seguidos y registrados en docenas de bases de datos a las que el hombre de la calle nunca logrará acceder. El miedo crea, define y da forma a nuestro mundo, y sin él, la mayoría de nosotros no tendríamos ni idea de qué hacer con nuestras vidas.

Nuestros ancestros soñaban con un mundo sin fronteras; nosotros, por el contrario, soñamos con establecer nuevas fronteras alrededor de nuestras casas, de nuestros hijos, de nosotros mismos. Limitamos nuestro potencial un día tras otro en nombre de una seguridad que, en realidad, nos negamos a alcanzar. Recibimos un mundo rebosante de oportunidades y lo redujimos todo lo que pudimos.

¿Ya os sentís seguros?

—Extraído de

Las imágenes pueden herir tu sensibilidad,

blog de Georgia Mason, 6 de abril de 2040

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