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Libro Cuarto: Postales desde el Muro » Veintiuno

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Me despertaron las voces de Rick y Shaun discutiendo casi en susurros sobre el reconfortante fondo del zumbido de los servidores y de los ordenadores. Shaun había cumplido su palabra, y había conseguido montar toda la red y ponerla en funcionamiento mientras yo dormía. Probé a estirarme y descubrí con alegría que no me dolía la cabeza y que tampoco la sentía como si la tuviera llena de algodón. Viviría. Ya tendría que pagarlo más adelante, porque mis dolores de cabeza vienen de pequeños daños a los nervios ópticos, de modo que cuanto más abuse de estimulantes artificiales para evitar los síntomas, mayores son las probabilidades de que se conviertan en una dolencia permanente; pero de momento sobreviviría.

—… diciéndote que la dejaremos dormir hasta que se despierte. Ponte a trabajar en tu reportaje.

—Son las Hijas de la Revolución Americana. No han dicho nada nuevo desde los días, precisamente, de la Revolución Americana.

—Entonces te será fácil preparar el reportaje.

—Idiota.

—¡Eh, tío! Lo único que estoy pidiéndote es que hagas tu trabajo y dejes a mi hermana dormir un poco. ¿Es eso tan malo?

—¿Ahora mismo? La respuesta es sí.

—Cuida de tu gato y acaba el reportaje. —Shaun parecía exhausto. Me pregunté cuánto rato habría dormido, perdida en mi plácido país de las maravillas inducido por las drogas, mientras él se peleaba con los servidores y esperaba la llamada de Mahir.

Debí suspirar, porque oí el ruido de pisadas. El colchón se hundió. Shaun se había agachado apoyándose en el borde.

—¿George? —preguntó nervioso—. ¿Quieres algo?

Ocho horas más de sueño, un trasplante de ojos y que Buffy regrese de entre los muertos. Como no iba a conseguir nada de lo que quería de verdad, suspiré.

—¿Las gafas de sol? —respondió. La voz me salió seca y rasposa. Me volví a Shaun todavía con los ojos cerrados y las cejas enarcadas como silenciosos signos de interrogación.

Me tocó la mano con las yemas de los dedos antes de apretar las gafas de sol contra mi palma.

—Has estado diez horas fuera. He intentado ponerme en contacto con Mahir tres veces, pero no ha habido suerte. Becks me ha dicho que habló con él después de que lo hiciéramos nosotros para pedirle que borrara y volviera a subir unos cuantos archivos de su diario, pero ése es el último registro de una comunicación con él.

¿Becks? ¡Ah! Rebecca Atherton, la reportera que Shaun me robó cuando las cosas se torcieron en Eakly. Me puse las gafas de sol y abrí los ojos. Me tomé unos instantes para orientarme antes de incorporarme. Mis ojos tardaron un poco más en ver con nitidez. Shaun me puso una mano en la rodilla y yo la cubrí con la mía. Me volví con la vista aún borrosa hacía el resplandor lejano de los monitores reflejado en la pared opuesta y distinguí una mancha oscura e informe que parecía fuera de lugar en medio del luminoso tapiz verde.

—Hola, Rick —dije, sacudiendo la cabeza en su dirección.

—Hola, Georgia —respondió la mancha—. ¿Te encuentras mejor?

—Estoy medio ciega y tengo la cabeza como si una bandada de gaviotas me hubiera cagado dentro, aunque no me duele, así que supongo que sigo viva. —Apreté la mano de Shaun—. ¿Qué tal la reunión de las Hijas de la Revolución Americana?

—Un muermo.

—Bueno. Al menos todavía podemos contar con que algo en este mundo nunca dejará de ser aburrido. —Mi vista empezó a funcionar. La mancha ya tenía cabeza—. ¿Piensas quedarte por aquí o también tenemos que colgar un anuncio para buscarte un sustituto?

Rick meditó un instante.

—Shaun me ha dicho que ya lo habéis hablado.

—Nosotros dos, sí. Pero los tres juntos no hemos hablado demasiado del tema. —Me encogí de hombros—. Imaginé que tendrías algo que decir. ¿Piensas quedarte? Me temo que nuestras cifras de compañeros supervivientes no son demasiado halagüeñas: uno de cada cuatro la palma.

—No se me ocurre otro sitio donde preferiría jugarme el pellejo, si os parece bien.

Enarqué tanto las cejas que asomaron por encima del borde superior de las gafas de sol.

—¿Eh? ¿Dónde está la lógica en tu decisión?

—Sé que no hace mucho que nos conocemos y que no tenéis demasiados motivos para confiar en mí, y lo que voy a decir quizá no ayude, pero Buffy y yo fuimos amigos durante años. Era una buena persona y nunca tuvo la intención de hacer daño a nadie. Si no formo parte de este equipo el tiempo suficiente para que no olvidéis eso, llegará un día en que la noticia salga a la luz, y Buffy será recordada no como una gran escritora y una buena amiga, sino como la causante de la masacre de Eakly y como el títere responsable de la muerte de Rebecca Ryman. Como poco la tildarán de «traidora». —La rabia que transmitía su voz era evidente—. Me quedo porque es mi deber. Si queréis echarme, intentadlo, pero no va a ser divertido para ninguno de los tres.

—Nunca se me ocurriría hacerlo. —Di un apretón final a la mano de Shaun, y me levanté y fui a sentarme frente a mi ordenador. Desde tan cerca veía la pantalla un tanto borrosa, pero no era algo que me impidiera desenvolverme perfectamente—. Si tienes tantas ganas de quedarte, quédate. Nos alegramos de contar contigo. —Mi pantalla parpadeó invitándome a introducir la contraseña. La escribí. Shaun podía conectar mi ordenador a la red, pero eso no significaba que pudiera acceder a mis archivos. Mientras tecleaba, pregunté—: ¿Cuál es nuestra situación general?

—La muerte de Buffy llegó a los cables cinco minutos después de que ocurriera —respondió Shaun, regresando a su ordenador—. Pero eso no es lo divertido del asunto. —Guardó un silencio solemne hasta que me volví a él y me lo quedé mirando fijamente. Mi hermano es bueno detectando miradas, incluso escondidas tras unas gafas oscuras—. ¿Quieres saber qué es divertido de verdad?

—Sí, Shaun. He pasado dormida las últimas diez horas y me gustaría saber qué es tan divertido.

—Está bien. Lo divertido es que la noticia de nuestras muertes llegó a los cables a la vez.

Abrí los ojos como platos.

—¿Qué?

—Todos nosotros fuimos dados por muertos. La mitad de las páginas de información general habían publicado la noticia antes de que nadie tuviera la oportunidad de refutarla, y de ellas la mitad todavía te tienen incluida en la lista de fallecidos.

Miré a Rick, que asintió con la cabeza.

—Quienquiera que llamara al CDC se preocupó de que la llamada se realizara «accidentalmente» por un canal que varias páginas de información general tienen pinchado para enterarse de los cotilleos —explicó Rick—. Todos aparecíamos como fallecidos antes incluso de llegar a Memphis. Publicaron una rectificación de la noticia sobre Shaun cuando colgó unas líneas en la página quejándose del café del CDC, y la mitad de las páginas hicieron lo mismo conmigo cuando subí el comentario preliminar sobre las Hijas de la Revolución Americana. —Esbozó media sonrisa y añadió—: No soy tan interesante como los Mason, así que las noticias relacionadas conmigo no se propagan con la misma rapidez.

—¿Y qué pasa conmigo? —inquirí hecha una furia.

—Sigues muerta —respondió Rick—. También corren por ahí algunas teorías muy interesantes, que sostienen que Shaun y yo mantenemos en secreto tu muerte hasta que podamos probar que no ocurrió mientras te dedicabas a algo para lo que no tenías licencia.

—Lo que invalidaría mi seguro de vida —repuse, llevándome una mano a la cara—. ¿Alguna buena noticia más?

—Sólo que Buffy está en el Muro —dijo Shaun—. Su muerte es la única que consta en la base de datos pública del CDC.

Ahogué un gruñido.

—¿Cuánta gente cree que hemos fingido nuestra muerte para incrementar los índices de audiencia?

—Mucha —respondió Shaun, y en un tono fúnebre, continuó—: Lo positivo es que si realmente lo hubiéramos hecho, habría funcionado. Subimos tres puntos en cuota de mercado mientras la gente estuvo esperando que se dieran detalles escabrosos.

—¿Y se han dado?

—Sobre nuestras muertes, no. Sobre la de Buffy, sí. Están en todas partes. Alguien se coló en la transmisión de nuestra cámara principal y…

—Ya me hago una idea. Tendré lista nuestra crónica oficial esta noche, y con ella todos esos rumores y mentiras acabarán, y la gente se enterará de una maldita vez que sigo respirando. Buffy se merece algo mejor que una muerte deshonrada por los rumores de un ardid publicitario que nosotros no hemos montado.

—¿Cómo de oficial va a ser esa crónica oficial? —preguntó Rick.

—¿Quieres saber si voy a mencionar la llamada al CDC? —Rick asintió con la cabeza. Yo también—. Pues sí.

—¿Eso te parece…?

—¿Qué? ¿Inteligente? ¿Seguro? ¿Una buena idea? La respuesta a todas esas preguntas es: No. Pero voy a hacerlo de todas maneras. —Entré en mi cuenta de correo electrónico y me puse a revisar la lista de los mensajes buscando a Mahir—. Alguien que se escuda en el secretismo quiere deshacerse de nosotros, ¡que le jodan! Lo que vamos a hacer es propagarlo a los cuatro vientos.

—¿Y cuando empiecen a dispararnos?

—¿Y quién dice que hayan dejado de hacerlo? —Pese a los increíbles filtros creados por Buffy, la cantidad de correo basura que había conseguido eludirlos era pasmosa—. Eso me recuerda que tenemos que contratar a un nuevo redactor jefe de los ficcionistas.

Rick me fulminó con la mirada.

—¿No es un poco repentino? Buffy acaba de morir.

—La muerte de Buffy sí fue repentina; esto sólo es necesario. Los ficcionistas no son como los reporteros o los irwins. No avanzarán en su trabajo porque no tienen disciplina. Necesitan que alguien los controle, porque si no nos encontraremos con un millón de obras en progreso y nada que progrese de verdad. A menos que no nos importe empezar a recibir montones de cartas furibundas de gente ansiosa por saber dónde puede encontrar la siguiente entrega de un folletín de cincuenta capítulos, necesitamos un nuevo jefe de división.

Shaun me miró perplejo.

—¿Buffy nunca pensó en nadie como su posible sustituta?

—Buffy se creía inmortal. Habla con Magdalene; aun si no quiere el cargo, podrá sugerirte alguien. —De repente me volví a sentir agotada. Presioné en la opción de búsqueda automática en mi filtro de correo basura y minimicé la ventana. Entré en la carpeta de «Testamento y última voluntad de los empleados»; en ella guardábamos una copia del testamento y los últimos deseos de todos los miembros en nómina de Tras el Final de los Tiempos, incluidas instrucciones detalladas sobre la administración de los derechos de autor. Todas las empresas cuyas actividades se desarrollan habitualmente en zonas declaradas de riesgo biológico por las autoridades federales, y en contacto con infectados o miembros de la prensa, están obligadas por ley a disponer de un archivo con los testamentos correctamente redactados de sus empleados. Periodistas: tan peligrosos como los zombies según las leyes actuales de la nación. De acuerdo con los registros, Buffy no había actualizado su archivo desde que habíamos dejado California.

Introduje mi contraseña para abrir el documento. Tanto Shaun como yo podemos acceder por ley a todos los archivos almacenados en nuestros servidores en situaciones como ésta. El documento se abrió; se trataba de una copia de sólo lectura del documento original que se encontraba, según rezaba el encabezado, en poder del abogado de la familia Meissonier, en Berkeley. Para nuestros propósitos, con la copia teníamos más que suficiente.

Shaun se levantó de su silla y se quedó de pie detrás de mí, con una mano apoyada en mi hombro. Buffy legaba casi todos sus efectos personales a su familia, su obra escrita y su corpus literario a la página, y su obra de no ficción, es decir, sus archivos personales, a Shaun y a mí; nos cedía los derechos para utilizarlos de la manera que juzgásemos conveniente. No se mencionaba nada sobre su sucesor, pero poco importó, porque esa última cláusula decía todo lo que necesitábamos saber.

—Hija de perra —mascullé—. Sabía que iba a morir antes de que esto acabara. Y sabía que estaba haciendo algo malo. Lo sabía aunque se negara a admitirlo. Lo sabía.

—¿De dónde sacas esas conclusiones? —inquirió Rick.

—Nos ha dejado sus archivos personales —respondió Shaun en mi lugar—. ¿Por qué iba a hacerlo a menos que supiera de antemano que necesitaríamos algo de lo que contienen? Tal vez sintió que era su deber hacerlo, aunque eso no significa que lo hiciera convencida de que era lo correcto. George…

—Rick, necesito que encuentres a alguien que se ponga al frente de los ficcionistas. —Hice clic en «Imprimir» y cerré el archivo—. Esa es tu nueva misión de momento. Bueno, ésa y el reportaje sobre las Hijas de la Revolución Americana. Shaun, voy a tener que escribir un artículo sobre lo ocurrido, pero…

—Pero el grueso del reportaje lo componen elementos más propios de un irwin. Ya lo pillo. —Shaun me apretó el hombro antes de regresar a su ordenador—. ¿Y qué pasa con los archivos de Buffy? ¿Los del servidor al que nos dijo que accediéramos?

—Mataría por las grabaciones de vídeo que tiene en su poder Mahir. Esperaba quitarme eso de en medio antes de ponerme con otra cosa. Pero sí, los archivos, les echaré un vistazo ahora mismo.

—George…

—Necesito silencio mientras estoy con esto —le interrumpí en un tono más cortante del que pretendía. Empecé a teclear.

Tras el Final de los Tiempos mantiene dos servidores de archivos para el uso de los empleados. Uno, al que denominamos «público», permite la subida y la descarga de archivos tanto a los blogueros que tenemos en nómina como a cualquier bloguero relacionado de algún modo con la página. A cualquier persona que realiza un trabajo para nosotros le abrimos una cuenta que le dé acceso al servidor público, y esas cuentas rara vez se cierran, a no ser que el interesado la utilice de una manera manifiestamente inapropiada. No tendría sentido estar abriendo y cerrando cuentas, sobre todo desde que hemos adoptado la costumbre de contar habitualmente con la misma serie de blogueros independientes. ¿Por qué habríamos de destruir la buena voluntad de la gente con la purga del servidor? Más importante aún, ¿por qué perder el tiempo encima de nuestro compañero del departamento informático para que dé de alta las mismas cuentas una y otra vez? Cuando crezcamos un poco (si vivimos lo suficiente para que eso ocurra), tendremos que reconsiderar esta política, pero de momento nos ha ido bien.

El servidor privado está mucho más restringido. En la actualidad sólo siete personas poseen cuentas de acceso a él, y una de ellas está muerta: los reporteros Mahir, Rick y yo, los ficcionistas Buffy y Magdalene y los irwins Shaun y Becks. En él guardamos las cosas importantes, desde los libros de cuentas hasta las informaciones sobre la campaña cuya veracidad está pendiente de ser corroborada. Este servidor privado cuenta con todas las protecciones habidas y por haber contra los piratas informáticos, ya que una noticia falsa firmada con mi nombre bastaría para dañar seriamente, si no destruir, la credibilidad de la sección de noticias de la página.

La información es un asunto serio. Quien no esté dispuesto a tomárselo como tal más vale que se mantenga alejado de ella.

Abrí la ventana del FTP y escribí la dirección de nuestro servidor privado. Cuando me apareció la ventanita para que introdujera el nombre de usuario y la contraseña, teclee «proceloso-mar» y la contraseña «4-febrero-29». Shaun y Rick abandonaron sus ordenadores y se quedaron de pie detrás de mí, contemplando la pantalla, que parpadeó una vez, dos veces, hasta que de pronto aparecieron unas líneas como de interferencias en la imagen al mismo tiempo que un reproductor de vídeo se hacía con el control de mi ordenador. Presioné la tecla «Escape», pero no conseguí detener el programa, así que dejé caer la espalda contra el respaldo de la silla, tranquilizada por la presencia de mi equipo. No éramos muchos, y cada día que pasaba nuestro número menguaba, pero nosotros tres éramos todo lo que quedaba.

La imagen se estabilizó y el querido rostro de Buffy Meissonier apareció nítido en la pantalla. Estaba sentada en el tablero de nuestra furgoneta, con las piernas cruzadas, vestida con su chaleco de retales y una falda holgada y vaporosa hecha jirones. Reconocí aquella ropa; la llevaba puesta el día que nos marchamos de Oklahoma City. Habíamos discutido y apenas nos habíamos hablado en todo el día. Se dice que

a posteriori todo tiene sentido. Bueno, ya era un poco tarde, pero al menos ahora comprendía por qué había insistido tanto en que volviéramos todos a casa. Había intentado, a su modo un tanto torpe, salvarnos la vida.

Buffy miró a la cámara y sonrió.

—Hola —dijo. Su voz y su expresión eran las de una mujer exhausta, tan destrozada por dentro que ella misma dudaba que alguna vez lograra recomponerse—. Chicos, supongo que estáis viendo esto; la grabación en vídeo de la paradoja de Schrödinger… Si lo estáis viendo significa que ya no podréis decirme qué tal la calidad de la imagen. ¿No pasa siempre lo mismo? Estáis ante mi obra maestra, y yo nunca sabré cómo reaccionasteis al contemplarla. Supongo que así tampoco tendré que aguantar las críticas. Debería ir entrando en materia de una vez, porque, chicos, si estáis viendo esto, probablemente no tendréis tiempo que perder.

»Me llamo Georgette Marie Meissonier. Mi número de licencia es DBE841207. Estoy en posesión de mis plenas facultades mentales y físicas, y el motivo de esta grabación es testificar que, por voluntad propia y a sabiendas de las consecuencias que podía acarrear, he participado en una campaña para defraudar a mis compatriotas, empezando por mis socios, Shaun Phillip Mason y Georgia Carolyn Mason. Como parte de esa campaña, he proporcionado reportajes e información confidencial a terceras personas, consciente de que serían utilizados para minar la campaña presidencial del senador Peter Ryman. Además he instalado dispositivos de grabación en lugares privados, consciente de que el material recopilado se utilizaría en el futuro para arruinar la campaña del senador».

En la pantalla, Buffy hizo una pausa para respirar hondo, y de repente parecía extremadamente joven pese a la expresión de agotamiento en su rostro.

»No lo sabía. Sabía que lo que estaba haciendo no estaba bien y que nunca volvería a trabajar en el campo de la información, pero no sabía que se haría daño a otras personas. No lo supe hasta que ocurrió lo del rancho, y para entonces ya estaba metida hasta el cuello y me resultaba imposible buscar una salida. Lo siento; sé que eso no traerá de vuelta a las personas que murieron, pero lo siento de verdad, porque yo no quería que nadie sufriera. Creía que estaba haciendo lo correcto. Creía que cuando todo esto acabara, seríamos una nación más fuerte gracias a mí. —Una lágrima saltó de su ojo izquierdo y se deslizó por su mejilla. Si no hubiera conocido a Buffy como la conocía habría pensado que estaba sobreactuando; sin embargo, como la conocía tan bien, sabía que esa lágrima en ella ni siquiera podía calificarse como actuación. Estaba llorando de verdad—. Aparecen en mis sueños. Cierro los ojos y ahí están. Todas las personas que murieron en Eakly; las que murieron en el rancho. Sus muertes fueron culpa mía, y temo que consiguiéramos este trabajo porque alguien con la capacidad para manipular las cifras supiera que podía comprarme por un buen precio. Lo siento. No fue mi intención. No fue mi intención que todo esto ocurriera así.

»Si supiera a quién más han comprado os lo diría, pero no lo sé. Preferí no saberlo, porque de haberlo hecho me habría dado cuenta de que… creo que me habría dado cuenta de que estaba haciendo algo malo. —Buffy apartó la mirada de la cámara y se enjugó los ojos—. Estaba metida hasta el cuello; no podía dar marcha atrás. Y vosotros no queríais volver a casa. Georgia, ¿por qué no podíamos volver a casa? —Devolvió la vista a la cámara con los dos ojos llenos de lágrimas—. No quiero morir. No quiero que veáis esto jamás. Por favor, ¿no podemos irnos a casa?».

—Dios mío, Buffy, lo siento —dije entre dientes. Mis palabras se perdieron en el silencio que siguió a su súplica, como las piedras en el interior de un pozo de los deseos, con el mismo resultado infructuoso.

En la pantalla, Buffy respiró hondo y retuvo el aire en los pulmones un instante antes de expulsarlo lentamente.

»Tenéis que ver esto —continuó, arqueando ligeramente los labios en una sonrisa amarga y apenas perceptible—. No tenéis más remedio que verlo si queréis conocer la verdad. Al abrir este archivo, automáticamente se ha enviado por correo electrónico un vídeo a mis padres en el que les pido disculpas y les agradezco todo lo que han hecho por mí. Cuando se cierre podréis acceder a mi directorio privado, incluido un archivo con el nombre “Confesión”. Está bloqueado y consta la fecha de la última modificación. Si no lo abrís, será aceptado ante un tribunal. No lo confié todo a los servidores. Creo que en mis circunstancias actuales sé mejor que nadie lo peligroso que es confiar en la gente. Tenéis algo mío que nadie más tiene. Miradlo. En el archivo encontraréis todo lo que tengo, incluidos los códigos de acceso a todos los dispositivos de escucha de los que os he hablado. Buena suerte. Vengaos por mí si podéis. Lo siento».

Buffy permaneció en silencio, esta vez sonriendo con franqueza.

«—Esto… —añadió—. Estar aquí, con vosotros, siguiendo la campaña, realmente era lo que quería. Tal vez habría cambiado algunos detalles, pero me alegro de haber venido, de modo que gracias. Y buena suerte».

La imagen desapareció.

Los tres nos quedamos inmóviles y en silencio, como componiendo la imagen de un retablo, durante varios minutos. Un suave sollozo procedente del lado de mi hombro izquierdo me dijo que Rick estaba llorando. Una vez más maldije al Kellis-Amberlee por privarme de ese sencillo recurso del consuelo humano.

—¿A qué se refería con que tenemos algo que nadie más tiene? —inquirió Shaun, posando la mano sobre mi hombro derecho—. Llevaba todo el equipaje con ella en el camión.

—Tenemos su ordenador portátil —dije. Arrastré la silla hacia atrás, me levanté y di media vuelta para mirarlos—. Traedme un juego de herramientas y su portátil.

Nunca robes a otro reportero su noticia; nunca te quedes con la última bala de otro reportero; nunca husmees en el ordenador de otro reportero. Esas son las reglas, a menos que trabajes para la prensa sensacionalista, donde la palabra «nunca» se sustituye por «siempre»… pero una vez estás muerto sólo eres carne, y las cosas cambian. Tuve que obligarme a repetir esto mientras manejaba el destornillador para desmontar la carcasa inferior del portátil de Buffy, flanqueada por Shaun y Rick, que me observaban. Ya habíamos examinado el ordenador y no habíamos encontrado, literalmente, nada. Buffy había borrado los discos duros en algún momento, probablemente antes de emprender el viaje que había acabado con su vida. En cuestión de paranoia, Buffy se llevaba la palma. Y sin duda, después de lo de Eakly, tenía motivos para esa paranoica.

En cierta manera fue decepcionante el momento en el que la carcasa inferior del portátil se separó del resto del aparato, arrancando la cinta adhesiva pegada entre ella y la batería, de donde me cayó en la mano una unidad de memoria extraíble. La sostuve en alto para mostrársela a Shaun y Rick.

—El complot toma forma —dije—. Shaun, Becks fue reportera, ¿qué tal se maneja con los ordenadores?

—No es tan buena como lo era Buffy…

—Nadie es tan bueno como lo era Buffy.

—Pero es buena.

—¿Lo suficiente?

—Sólo hay una manera de averiguarlo. —Extendió la mano. Le entregué la memoria sin vacilar. El día que no pudiera confiar en Shaun todo habría acabado. Así de simple.

—Que se conecte a la red y que se ponga a revisar los archivos que hay ahí. Buffy ha hablado de registros de fechas y de modificación de IP. Tenemos que ver qué podemos sacar. —Me levanté—, Rick, continúa trabajando en tu reportaje.

—¿Qué vas a hacer tú?

—Voy a despertar a Mahir —dije, mientras volvía a mi ordenador. La silla seguía caliente; las cosas estaban ocurriendo más rápido de lo que parecía—. Me da igual lo que me cueste. Necesitamos una copia de lo que sea que está almacenado en ese disco y creo que «Londres» es la respuesta.

—¿Georgia? —Rick empleó un tono suave. Me volví a él. Todavía no había regresado a su ordenador; se había quedado allí, de pie, mirándome.

—¿Qué?

—¿Sobreviviremos a todo esto?

—Probablemente no. ¿Quieres dejarlo?

—No. —Acompañó su respuesta con un gesto de cabeza—. Sólo quería comprobar si ya te lo habías planteado.

—Pues lo he hecho. Ahora pongámonos manos a la obra.

Rick y Shaun asintieron con la cabeza y se pusieron a trabajar.

Pese a que Mahir parecía haber salido, o estar dormido, o, ojalá no, pero si ese asunto era más gordo de lo que parecía a primera vista, quién sabía si ya muerto, la dirección de su ordenador seguía dentro de nuestra red. La intercepté con mi código de prioridad y activé un chivato personalizado. Si hacía cualquier cosa en la red, unos timbres molestos se activarían en su equipo y sonarían estruendosamente avisándolo de que tenía que ponerse en contacto conmigo inmediatamente. En general, los chivatos no están bien vistos excepto para casos de emergencia. Pero en mi opinión, eso era una emergencia.

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