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Libro Cuarto: Postales desde el Muro » Veinticinco

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—Georgia, ¿qué ha pasado?

—¿George? ¿Estás bien?

Los dos parecían tan preocupados que me entraron ganas de gritar. Agarré una copa larga de champán de la bandeja de un camarero que pasó junto a mí y me la bebí de un trago.

—Tenemos que irnos. Ahora.

Así sólo conseguí multiplicar su preocupación. Rick abrió los ojos como platos, mientras que Shaun los entornó y frunció el entrecejo.

—¿Está muy cabreado?

—Nos retirará los pases de prensa dentro de quince minutos.

Shaun silbó.

—Genial. Incluso viniendo de ti es impresionante. ¿Qué has hecho? ¿Le has insinuado que su mujer está teniendo una aventura con el bibliotecario?

—Era con el tutor, se trataba de la esposa del alcalde de Oakland y además yo tenía razón —repliqué, empezando a caminar hacia la salida—. No le he mencionado a Emily.

—Disculpad, pero ¿a alguno de vosotros le importaría decirme de qué va todo esto? —preguntó Rick, pegando un acelerón para interceptarme el paso—. Georgia acaba de conseguir que nos echen de un evento político de primer orden, el senador está claramente cabreado y Tate nos lanza miradas fulminantes. Siento que se me escapa algo y no me gusta esa sensación.

Me detuve en seco.

—¿Tate está mirándonos?

—Si las miradas mataran…

—Estaríamos de camino a reunirnos con Rebecca Ryman. Te lo explicaré todo en el coche.

Rick vaciló un instante, pasándose la lengua por el labio inferior mientras trataba de discernir el grado de nerviosismo del tono de mi voz.

—¿Georgia?

—Te hablo en serio —dije, apretando el paso para ir todo lo deprisa que podía ir sin llegar a correr. Shaun me siguió, me tomó del brazo y aprovechó sus largas piernas para impulsarme con una velocidad adicional. Rick salió apresuradamente detrás de nosotros, guardándose las preguntas para cuando hubiéramos salido. Cosa que le agradecí profundamente.

Sólo tuvimos que pasar por un control de sangre para llegar hasta el coche. Como toda la gente que estaba dentro debía de estar limpia después de los controles que habían tenido que soportar para entrar, el ascensor apareció apretando simplemente un botón, y las agujas no entraron en juego hasta que quisimos salir. Como en una trampa para cucarachas, los infectados podían entrar, pero no podían salir. Mi curiosidad anterior de qué ocurriría si varias personas subían al ascensor a la vez, quedó resuelta cuando los sensores interiores del cubículo se negaron a abrir la puerta hasta que el sistema detectó tres tipos diferentes de sangre no infectada. Alguien que entrara en el ascensor acompañado, sin ser consciente de ello, de una persona en proceso de amplificación viral moriría allí dentro. Genial.

Steve seguía junto al coche, con los brazos cruzados en el pecho. Se irguió cuando nos vio salir del ascensor, aunque dominó su curiosidad mejor que Rick y esperó a que llegáramos a las puertas del vehículo.

—¿Y bien?

—Nos ha amenazado con quitarnos los pases de prensa —respondí.

—Genial —dijo Steve, enarcando las cejas—. ¿Presentará cargos?

—No. Eso sucederá probablemente después del episodio de esta noche de «Encuentros con la prensa». —Me subí al asiento trasero.

Shaun entró por la puerta del otro lado.

—Lo que mi hermana quiere decir en realidad es «Golpe a la prensa», ¿no, George?

—Posiblemente.

—¿Me contarás ahora qué está sucediendo? —preguntó Rick, que se sentó en el asiento delantero y se dio la vuelta para encararnos.

—En realidad es muy simple —respondí, hundiéndome en el asiento. Shaun ya había colocado el brazo para ayudarme a ponerme lo más cómoda posible—. Dave y Alaric han seguido el rastro del dinero y han encontrado pruebas que indican que el gobernador Tate está detrás de lo de Eakly y lo del rancho. También, para rematar, el CDC podría estar involucrado, cosa que no va a ayudarme a conciliar el sueño esta noche precisamente, gracias. El senador no está encantado ante la posibilidad de que su colega de campaña pueda ser el diablo en persona, así que nos ha enviado de regreso al Centro a poner un poco de orden en las pruebas que tenemos mientras él se piensa si nos echa de una patada en el culo.

El silencio se prolongó en el interior del coche mientras los otros tres ocupantes asimilaban lo que yo acababa de decir. Para mi sorpresa, fue Steve quien rompió ese silencio.

—¿Estás completamente segura? —preguntó el guardaespaldas en un murmullo grave, más cercano a un gruñido que al tono de conversación.

—Tenemos pruebas —respondí, cerrando los ojos y recostándome sobre el brazo de Shaun—. Tate ha estado recibiendo un dinero que él ha repartido entre el tipo de personas que creen que utilizar el Kellis-Amberlee como arma está bien. Parte de ese dinero procedía de Atlanta. Otra parte, de las grandes compañías tabaqueras. Y ha muerto un montón de gente, al parecer para que el bueno del gobernador Tate se convierta en el vicepresidente de los Estados Unidos de América. Al menos hasta que el presidente electo sufra algún tipo de trágico accidente y él se vea obligado a sustituirlo.

—Georgia… —dijo Rick sobrecogido, superado por la idea—. Si lo que dices es cierto… Georgia, estamos ante algo grande de verdad. Todo esto… ¿No tendríamos que informar de todo esto al FBI o a al CDC o a alguien? No sé… ¡Estamos hablando de terrorismo!

—No lo sé, Rick; tú eres quien ha trabajado en la prensa tradicional. ¿Por qué no me das tú una respuesta para variar?

—Hasta en los casos de sospecha de terrorismo, un periodista puede mantener en secreto la identidad de sus fuentes siempre y cuando no esté protegiendo al sospechoso. —Rick vaciló un instante—. No es nuestro caso, ¿no? ¿No estamos protegiéndolo?

—Perdóneme la intromisión, señor Cousins, pero si las pruebas que la señorita Mason tiene son tan incuestionables como ella parece creer, no importa si en sus planes entra proteger o no al sospechoso. Mi compañero murió en Eakly. —Steve hablaba ahora en un tono más calmado, casi despreocupado, que en cierta manera resultaba aún más inquietante—. Tyrone era un buen hombre y se merecía algo mejor. El hombre que provocó el brote… bueno… ese hombre no se merece nada mejor.

—No te preocupes por eso —repuse—. No tengo ninguna intención de protegerlo. Hablaré abiertamente sobre el tema con el senador, y si finalmente decide echarnos de la campaña, que así sea. Enviaré los documentos por correo electrónico a todos los blogs, periódicos y políticos del país durante el viaje de vuelta a casa.

—Esto es una mierda —rezongó Shaun, retirando el brazo que me sostenía.

—Ya —asentí.

—Una jodida mierda.

—No te lo discutiré.

—Necesito soltarle un puñetazo a alguien ahora mismo.

—A mí, ni se te ocurra —respondió Rick.

—Yo te lo devolveré —le advirtió Steve en un tono ligeramente jocoso, que hacía menos probable que estallara como mi hermano. Mejor. No era que me importara que Tate recibiera su merecido, pero no me apetecía ver a Steve camino de la prisión federal por ese motivo en un momento en el que el FBI estaría encantado de hacer los honores. Cuando detuvieran a Tate, y teniendo en cuenta lo ocurrido en Eakly, tal vez hicieran la vista gorda y permitieran a Steve darle una paliza… siempre, eso sí, después de hacerlo ellos.

—Ten un poco de paciencia; este asunto está cerca de llegar a su final —dije—. Tengo la sensación de que todo acabará esta noche, de una u otra manera.

—Sigamos una línea y no nos desviemos de ella, ¿de acuerdo? —dijo Shaun—. Es mi manera de hacer las cosas.

—Por mí bien —repuse—. También es la mía.

Realizamos el resto del viaje en silencio. Cruzamos las puertas del Centro y aguantamos el aluvión de controles de sangre con la mejor cara que pudimos. Tres de nosotros estábamos agotados, aterrorizados y enfadados; Steve sólo estaba enfurecido, y casi me dio envidia. El enfado es más sencillo de sobrellevar que el agotamiento; el daño que produce en tu engranaje no es tan severo. Menos de dos horas después de convencerlo para que abandonara su puesto y me sacara de paseo, Steve devolvió el coche a su lugar entre los demás vehículos de la candidatura, cargado con dos periodistas más y un buen montón de preocupaciones sin resolver.

—No cuentes nada —le pedí mientras descendíamos del coche—. Esta noche me reuniré con el senador, cuando regrese de la cena de gala. Después…

—Después supongo que habrá que tomar una decisión definitiva, ya sea en un sentido u otro —dijo Steve—. No te preocupes. No me hubiera metido en seguridad si no supiera mantener la boca cerrada.

—Gracias.

—No hay de qué. —Steve sonrió fugazmente y le devolví la sonrisa.

—¡Vamos, George! —gritó Shaun, ya a cuatro o cinco metros del coche—. ¡Quiero quitarme de una vez este condenado esmoquin!

—¡Ya voy! —le respondí, y dando media vuelta hacia las caravanas añadí entre dientes—: Dios.

Rick nos acompañó hasta la furgoneta, luego torció a la izquierda y se dirigió hacia su caravana mientras que nosotros fuimos a la derecha en dirección a la nuestra.

—Es un buen tipo —comentó Shaun, con el dedo pulgar apretado contra la cerradura de la puerta de la caravana. El cerrojo se abrió para permitir la entrada de mi hermano—. Un poco anticuado, pero un buen tipo. Me alegro de tener la oportunidad de trabajar con él.

—¿Crees que se quedará con nosotros cuando volvamos a casa? —Empecé a revolver las montañas de ropa que se levantaban en las camas y en el suelo, buscando la camiseta de algodón y los vaqueros que había llevado puestos antes de cambiarme.

—Después de la campaña podrá hacer lo que le venga en gana, pero sí, creo que se quedará. —Shaun ya se había medio desvestido con la facilidad que le daba la práctica—. Él sabe que puede trabajar con nosotros.

—Me alegro.

Estaba desabrochándome el último botón de la blusa cuando oí un grito. Shaun y yo nos miramos pasmados, con los ojos como platos, y salimos disparados hacia la puerta de la caravana. Salí primera por medio cuerpo, justo a tiempo para ver a Rick con el rostro desencajado y corriendo hacia nosotros con

Lois acurrucada contra el pecho. No necesité ser veterinaria para adivinar que a la gatita le había pasado algo terrible, pues no hay ningún animal con el cuello tan doblado ni que le cuelgue tan suelto de los brazos de su amo.

—¿Rick…?

Rick frenó en seco, con la mirada clavada en mí y todavía con el cuerpo de la gatita apretado contra el pecho. Cubrí a la carrera los escasos cinco metros que nos separaban, seguida por Shaun. Probablemente ésa fue la parte con la que no habían contado: los escasos cinco metros.

Esos insignificantes escasos cinco metros nos salvaron la vida.

—¿Qué ha ocurrido? —pregunté, extendiendo una mano como si todavía pudiera hacer algo. Viendo al gato de cerca resultaba evidente que llevaba varias horas muerto. Tenía los ojos abiertos y vidriosos, con la mirada perdida en el infinito.

—La gatita… Entré en la caravana y estuve a punto de tropezar con ella. —Por primera vez reparé en que Rick todavía llevaba puesto el smoking. Ni siquiera había tenido tiempo de cambiarse—. Estaba tendida justo delante de la puerta. Creo que… ya herida intentó huir. —Las lágrimas le caían por las mejillas; dudo que lo notara—. Creo que quería salir a buscarme. Sólo era una gatita, Georgia. ¿Quién haría algo así a una simple gatita?

Shaun se enderezó.

—¿Estaba dentro? ¿Estás seguro de que no ha muerto por causas naturales?

—¿Desde cuándo un cuello roto es una causa natural? —inquirió Rick en un tono que hubiera sido de sensatez de no ser por las lágrimas.

—Deberíamos ir a la furgoneta.

Fruncí el ceño.

—¿Shaun?

—Hablo en serio. Podemos seguir hablando de esto allí, pero debemos ir a la furgoneta ahora mismo.

—Dame un segundo; iré a buscar mi pistola —dije. Iba a salir corriendo hacia la caravana, pero Shaun me agarró del codo y me tiró hacia él. Me tambaleé.

La caravana explotó con un estruendo seco, como el de un motor fallando.

Tras esa primera explosión se produjo una segunda, más potente y que halló eco en la distancia, cuando otra caravana, probablemente la de Rick, saltó por los aires hecha una bola de llamas azules y naranja. Mi hermano no me había soltado el brazo y corría arrastrándome hacia la furgoneta; nos siguió Rick con

Lois apretada contra el pecho; todos recortados contra el furioso resplandor de color naranja del fuego. Alguien intentaba matarnos y, llegados a este punto, no tenía sentido preguntarme de quién se trataba. Tate sabía que lo sabíamos, y ya no tenía motivos para andarse con miramientos.

Cuando tuvo la certeza de que yo corría, Shaun me soltó el brazo y se quedó atrás para cubrir nuestra retirada hacia la furgoneta. Reprimí el impulso de pararme para protegerlo y me concentré en seguir corriendo. Mi hermano sabía cuidar de sí mismo. Si no tenía fe en eso, nunca podría tener fe en nada. Rick corría como en un sueño, con

Lois dando bandazos entre sus brazos con cada zancada. Yo simplemente seguí corriendo.

Sentí una picadura en el bíceps del brazo izquierdo cuando estábamos a mitad de camino de la furgoneta, pero no le presté atención y seguí corriendo, más preocupada en ponerme a cubierto que en soltar un manotazo a un mosquito con el maldito don de la oportunidad. Nadie ha sido capaz de decir a los insectos que no deberían interrumpir los momentos verdaderamente dramáticos, de modo que siguen haciéndolo. Quizás en el fondo sea algo positivo, ya que si los dramas espantaran a los insectos, la mayoría de la gente nunca maduraría emocionalmente después de cumplir los diecisiete años.

—¡Rick, ve hacia la puerta! —gritó Shaun. Mi hermano nos seguía a unos cinco metros, empuñando su 45 mm, atento a nuestra retaguardia. Nada más verlo se me aceleró el corazón y se me hizo un nudo en la garganta. Sabía que llevaba un chaleco Kevlar bajo la ropa, pero el Kevlar no le serviría de nada si recibía un tiro en la cabeza. Quien hubiera hecho explotar las caravanas podría seguir por los alrededores, vigilándonos, y cuando nos vieran separándonos a campo abierto, había muchas posibilidades de que decidieran acabar el trabajo que habían iniciado. Pero nada de eso importaba, porque alguien tenía que vigilar la retaguardia y alguien tenía que abrir la furgoneta, y si nos apiñábamos simplemente para que yo me sintiera mejor nada de todo eso se conseguiría y moriríamos todos.

Ser consciente de la situación no me ayudaba un carajo a sentirme mejor por dejar a Shaun detrás; simplemente quería decir que no teníamos otras opciones.

Rick se lanzó a toda velocidad y cuando alcanzó la furgoneta, me había sacado seis metros de ventaja. Pareció reparar entonces en que estaba cargando con

Lois, pues la soltó para coger los tiradores de las puertas traseras del vehículo. Apretó los índices contra las placas lectoras. Se oyó un clic mientras los sistemas de análisis de a bordo comprobaban su sangre y sus huellas, y determinaban que no estaba infectado y que se trataba de un conductor autorizado. Las puertas se desbloquearon.

—¡Ya está! —exclamó. Tiró de las puertas para abrirlas y nos hizo gestos para que entráramos.

No tuvo que pedírmelo dos veces. Pegué un acelerón; me faltaba el aire en los pulmones mientras corría para ponerme a cubierto. Shaun continuó retrocediendo al mismo ritmo, barriendo el frente con su arma para cubrirnos la retirada.

—¡Shaun, maldito idiota! —grité—. ¡Mueve el culo y ven de una vez! ¡No queda nadie a quien cubrir!

Echó un vistazo atrás por encima del hombro y enarcó las cejas en un gesto de sorpresa. Debió de ver algo en mi expresión que le aconsejó no discutir, porque asintió con la cabeza y dio media vuelta para cubrir a la carrera el tramo que nos separaba.

No recuperé la respiración hasta que mi hermano y Rick estuvieron dentro de la furgoneta y cerramos las puertas. Shaun echó los cerrojos de las puertas traseras, y Rick fue a hacer lo mismo con los de la pared móvil que separaba la cabina del resto del vehículo. Con los seguros echados estábamos completamente aislados del resto del mundo. Nada podía entrar y, a menos que abriéramos los cerrojos, nada podía salir. Si no usaban potentes explosivos, estábamos tan a salvo como era posible.

Me senté frente a la consola principal y busqué las grabaciones de seguridad del día. Los resultados no arrojaron ninguna incidencia; no se habían producido intentos de allanamiento de la furgoneta ni tampoco nadie se había acercado a ella durante ese periodo de tiempo.

—Shaun, ¿cuándo fue la última inspección de seguridad?

—Hice una a distancia mientras esperaba a que acabara el discurso del senador.

—Bien. Eso significa que estamos limpios. —Me incliné para activar las cámaras externas, ya que sin ellas estaríamos a ciegas y no tendríamos forma de enterarnos de la llegada de ayuda. Me quedé paralizada.

—¿George?

La voz de Shaun me llegaba lejana y sorprendida. Mi hermano había visto acercar la mano a los botones y me había visto parar de golpe, pero no había visto por qué. No le respondí. Estaba demasiado ocupada.

—George, ¿qué pasa?

—Yo… —empecé a decir, y me callé. Tragué saliva tratando de acabar con la sequedad repentina de mi garganta. Hice un esfuerzo para recuperar la voz—: Creo que podríamos tener un problema. —Levanté la mano derecha, apreté los dedos entumecidos alrededor del dardo de plástico hueco que me sobresalía del bíceps del brazo izquierdo y tiré de él. Me volví a mis compañeros. Rick se puso pálido al ver la mancha de sangre que se esparcía por mi camiseta. Shaun, por su parte, mantuvo la mirada clavada en el dardo; por la expresión de su rostro parecía que estuviera viendo el fin del mundo.

De un modo muy concreto y real, había una posibilidad magnífica de que así fuera.

Si buscas un trabajo sencillo, si buscas ese tipo de trabajo en el que nunca tendrás que enterrar a alguien que te importa de verdad, te recomiendo que emprendas una carrera en lo que te dé la gana… siempre y cuando no sea en el periodismo.

—Extraído de

La verdad desde otra perspectiva,

blog de Richard Cousins, 20 de junio de 2040

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