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—Todo está arreglado, Dicky. Gracias de todos modos.

—¿No te gusta el pollo? —le preguntó Daphne inclinándose para ver el plato de Bret.

—No como mucho.

Bret había seguido el código de cenas oficial de Estados Unidos y había esparcido todo por el plato después de tomar un par de bocados pequeños.

—Por eso está en tan buena forma —le dije a Daphne.

Bret nunca había comido mucho, yo lo sabía después de haber estado semanas viendo cómo enviaba de vuelta a la cocina platos casi llenos.

—¿Eres vegetariano? —le preguntó Daphne—. Si lo prefieres tengo trigo bulgur y albóndigas de col. No tardaré ni un minuto.

—No —respondió Bret reprimiendo un estremecimiento.

—¿Qué es lo que está arreglado? —quiso saber Dicky desde el otro lado de la mesa.

—Si habéis terminado todos, pasad los platos —dijo Gloria, que ya había apilado varios platos de la cena y había puesto los cubiertos usados en la fuente medio vacía donde estaba el relleno—. Vamos a ayudar a lavar los platos —añadió con modales de capitán de equipo de hockey.

—¡Gloria! No, por favor —le pidió Daphne—. Ni siquiera voy a llenar el lavaplatos esta noche. Ponlo encima del aparador. Mañana por la mañana vendrá una mujer a hacerlo.

—Estoy en el despacho del adjunto —le dijo Bret a Dicky, que seguía inclinado hacia adelante con la cabeza retorcida en un esfuerzo por verle.

Dicky se estiró tanto hacia adelante que la oreja rozaba con el recipiente de las patatas. Creo que yo fui la única persona que se comió una patata, así que todavía quedaban un montón.

—¡Huy! —exclamó Dicky; se incorporó y se frotó la oreja.

—Es sólo un arreglo temporal. A principios del año que viene quizá quieran sustituirme por el adjunto permanente.

—¿Tú? —dijo Dicky con voz ronca—. ¿Tú vas a ser el director general adjunto?

—Como medida transitoria —repitió Bret como intentando aplacar a Dicky. Pero aquella repetición sólo sirvió para poner a Dicky más tenso.

—Entonces, ¿estarás en el despacho de sir Percy? —le preguntó Dicky.

Pero a medida que los arreglos referentes al despacho se le iban asentando en la mente, fue viendo las implicaciones de la actitud de Bret. Probablemente éste sabotearía todo lo que Dicky estaba planeando para la operación VERDI.

—¡Felicidades, Bret! Creo que esto merece una botella de mi mejor champán.

En contradicción con sus palabras, la voz se hizo más lenta y profunda, como la de un tocadiscos antiguo de manivela que se estuviera parando.

—Gracias, Dicky.

Todos repetimos las felicitaciones. Bret nos hizo una modesta inclinación de cabeza a todos y cada uno.

Dicky se puso en pie.

—Voy a mirar en la bodega —nos informó—. Estoy seguro de que hay unas cuantas botellas de champán de buena cosecha en las estanterías.

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