Fe

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—¿Qué piensa usted? —me preguntó el muchacho—. ¿Cree que él quiere hablar?

—Todos hablamos —respondí—. Los agentes de campos opuestos siempre hablan. Uno está siempre topándose con estos tipos; en los aeropuertos, en los bares y en el trabajo.

A veces hablamos. Puede resultar útil. Es así como se hace el trabajo. Pero nunca hacemos preguntas.

—Pero si VERDI quiere entrar en nómina podemos empezar a hacerle preguntas. Vale, ya lo comprendo. Pero ¿sabrá él algo que nosotros necesitemos oír?

—Siempre hay algo que merezca la pena oírse si ellos quieren ser útiles. Si nos proporciona unos cuantos blancos buenos; eso sería valioso.

—¿Qué son buenos blancos?

—Funcionarios encargados de descifrar los códigos de aquellos que practican juegos de azar o piden dinero prestado —dije—. Jefes de departamento que beben, analistas que se tiran a la secretaria, traductores que esnifan. Gente vulnerable.

—Éste le conoce a usted. Dice que sólo hablará con alguien a quien conozca.

—Sí, ya me lo ha dicho usted. Pero tendré que convencerme bien de que es de fiar.

El coche circulaba más despacio y el muchacho iba mirando los rótulos de las calles.

—Conozco la casa —me indicó—. Entregué un paquete allí el mes pasado. Dinero, creo.

—Vive usted peligrosamente —observé.

—Todo esto no durará mucho. Quiero tener un poco de emoción mientras pueda. Deseo poder contárselo a mis hijos.

Debía de haber estado hablando con Bret.

—Puede usted quedarse con mi parte —le dije; y sonreí.

Pero aquellos jóvenes tan motivados me preocupaban; y también me preocupaban aquellas personas que pensaban que todo estaba a punto de pasar a la historia. Una vez hubo un tipo en la escuela de entrenamiento que empezó la clase teórica el mismísimo primer día diciendo: «Nuestro trabajo aquí consiste en convertir a jóvenes e intrépidos caballeros en ancianas nerviosas». Al muchacho le hacía falta desesperadamente aquella lección.

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