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—Hermano mayor, no puedo continuar viviendo en esta casa. ¡Quiero irme!

Juehui había irrumpido en la habitación de Juexin con estas palabras. Caía la noche y la estancia estaba sumida en la penumbra. Juexin, sentado ante el escritorio, miraba una pequeña fotografía enmarcada del día de su boda. La escasa claridad le impedía verla bien, pero le daba igual: llevaba el rostro de Ruijue grabado en el corazón, aquella expresión feliz, la sonrisa dulce, la mirada vivaz, los hoyuelos en las mejillas. La voz de Juemin lo devolvió a la realidad. Levantó la cabeza y observó el gesto decidido del hermano.

—¿Quieres irte? ¿Adónde?

—A Shanghai, a Pekín, a cualquier lugar. ¡Quiero irme de casa!

Juexin no sabía qué decirle. Notaba un dolor en el pecho y se lo apretaba con las manos. Fuera, se oía el viento entre el follaje de los árboles.

—Me voy, no me importa lo que digáis, ¡me voy! —repetía obstinadamente.

Con las manos en los bolsillos, iba de un extremo al otro de la habitación, ni se le pasaba por la cabeza que había turbado el recogimiento de su hermano.

—¿Y el hermano segundo?

—No lo sé. Piensa tanto en irse como en quedarse. Me parece que al final no se marchará. Ahora tiene a Qin y no querrá irse solo. En cualquier caso, yo me voy.

—Sí, claro. Tú puedes ir a Shanghai, a Pekín o adonde te parezca —exclamó Juexin con la voz rota. Juehui no entendió qué quería decir su hermano—. ¿Y yo qué? ¿Adónde iré yo? —continuó Juexin tapándose la cara con las manos. Juehui, que seguía dando zancadas por la habitación, lo miraba con pena—. Hermano tercero, no puedes marcharte —le dijo Juexin con tono suplicante—. Además, ya verás cómo no puedes. —Juehui seguía sin decir nada, se detuvo y lo miró—. ¡No dejarán que te vayas!

—¡Ja, ja! —Juehui se rio con frialdad—. ¡Ya lo veremos, si me voy!

—¿Y cómo lo harás? Te pondrán todo tipo de trabas. Que si el cuerpo del abuelo todavía está en casa, que si no han empezado las ofrendas, que si todavía no está enterrado… Te dirán que no puedes irte.

—¿Y qué tiene que ver que el féretro del abuelo aún esté en casa? Después de cerrarlo lo llevarán al templo… ¿Y qué problema hay que me impida irme? No me da miedo. ¡Conmigo no harán lo mismo que hicieron con la cuñada!

—No menciones a la cuñada, por favor, ¡no vuelvas a hacerlo!… Ella no volverá.

—¿Por qué sufres? Espera a que termine el duelo del abuelo y dentro de tres años podrás volver a casarte —le espetó Juehui con sarcasmo.

—No volveré a casarme nunca más. Dejaré que la madre de Ruijue se ocupe de criar a Yuner —se justificó sin fuerzas, como un viejo.

—¿Y por qué le has llevado también a Haichen?

—Haichen estará allí dos o tres meses y después volverá a casa. ¿Qué querías que hiciera aquí, sin su madre? Todo el día preguntando por ella. Cuando hayamos enterrado al abuelo, iré a buscarlo y me ocuparé de él. Es mi esperanza. No quiero perderlo. No quiero entregarlo a otra mujer.

—Ahora piensas así, pero dentro de un tiempo cambiarás de parecer. Todos sois iguales, he visto a muchos como tú. Nuestro padre fue un ejemplo de ello: cuando murió nuestra madre, él sufrió mucho, pero no habían pasado ni dos años y ya se había vuelto a casar. Te dirán que aún eres joven, que Haichen necesita una madre que le cuide, y tú accederás.

—Podrán obligarme a hacer otras cosas, pero esta seguro que no —declaró—, y por lo que respecta a Haichen, no hay ningún problema.

—Pues yo digo lo mismo que tú —dijo Juehui poniéndose a reír.

Juexin no sabía qué contestar; después, enfadado, dijo:

—No me preocupo por ti, ¡ya veremos si te dejan ir!

—Te preocupes o no, lo que te digo es que tengas los ojos bien abiertos: ya verás cómo me las arreglo para marcharme.

—Además, no tienes dinero…

—Dinero… El dinero no es un problema. Si no me dan en casa, se lo pediré a alguien. Seguro que me iré. Tengo buenos amigos y me ayudarán.

—¿No puedes esperar? —le preguntó Juexin, descorazonado.

—¿Cuánto tiempo?

—Dos años. Para entonces ya te habrás graduado. —Juexin creía que con este argumento le convencería—. Podrás ir a buscar trabajo o a continuar tus estudios, si quieres.

—¿Dos años? ¿Tanto? ¡Si ya no puedo esperar ni un segundo más! ¡Quiero irme ahora mismo!

—Dos años no es tanto. Eres un impaciente. ¿No dices siempre que hay que pensar detenidamente las cosas? Todo requiere su tiempo. ¿Qué mal hay en esperar un poco? Has aguantado diecinueve años, ¿no puedes aguantar dos más?

—Antes no había abierto los ojos y no tenía el coraje necesario. Además, en casa aún había personas a quienes amaba. Ahora solo me quedan enemigos.

—¿Me consideras un enemigo?

Juehui lamentó haber dicho aquello.

—Hermano mayor, yo te quiero mucho, aunque estemos distanciados. Amabas a Ruijue y a Mei mucho más que yo, y no entiendo cómo has permitido que la familia decidiera por ellas, sobre todo por Ruijue. Si hubieras sido un poco valiente habrías podido salvarla. Pero ya es demasiado tarde. ¿Y todavía me hablas de ceder? ¿Todavía quieres que aprenda de ti? No vuelvas a darme esa clase de consejos si no quieres que empiece a odiarte y a considerarte mi enemigo.

—No, tú no puedes irte. —Juexin rompió a llorar—. Después lo hablaremos. Yo también tengo mis penas, pero ahora no puedo hablar. Te ayudaré siempre. Voy a hablar con ellos. Si no están de acuerdo, ya encontraremos alguna solución. Quiero ayudarte.

Los candiles ya estaban encendidos. Se miraron con indulgencia sin decirse nada. Eran hermanos a pesar de las diferencias que los separaban. Juehui deseaba con toda su alma marcharse del hogar y Juexin lamentaba la marcha de un ser querido, que lo dejaba aún más solo.

Al día siguiente por la tarde, Juexin entró en la habitación de Juehui.

—No ha ido bien —anunció Juexin, desolado—. Primero he hablado con la madrastra, que no sabe qué opinar, no aprueba que te marches pero tampoco se opone tajantemente. Ha sufrido tanto con lo de Ruijue y está tan arrepentida que solo quiere nuestro bien. Ella y mi suegra dispusieron todo lo del funeral de mi mujer y yo no pude intervenir en nada. No pude hacer como con la prima Mei, a quien le preparé el funeral. Es lamentable, Ruijue ha muerto hace pocos días y, de la familia, excepto la madrastra y su madre, nadie ha ido a visitar su tumba, como si fuera una apestada. No puedo creer que una persona como Ruijue haya terminado así. Solo han ido a verla los criados, nadie de la familia ni de los amigos se ha dignado a ir. Cuando veo a su madre se me rompe el corazón y todo lo que dice lo interpreto como un reproche. ¡No sabe cuánto sufro!

Al oír que Juexin hablaba de la muerte de la cuñada, Juehui se mordía la lengua y apretaba los puños con fuerza. Le vino a la cabeza la imagen de un rostro dentro de un féretro, después dos más, todos ellos rostros femeninos. Fueron sumándose otros féretros: cuatro, cinco… Todos con rostros conocidos, hasta que súbitamente la imagen desapareció y delante de él solo quedó la cara demacrada y llorosa del hermano mayor.

—¡No quiero llorar más! —exclamó Juexin. Del exterior llegaba la cantinela de los monjes. Enjugándose las lágrimas, Juexin continuó—: Nos hemos desviado de tu problema. Bien, nuestra madrastra no me dijo nada más y me envió a hablar con el tercer tío. Se negó rotundamente. Me reprochó que no respetara el protocolo y me dijo que era necesario enterrar al abuelo y que hasta entonces no podrías marcharte. Todos los presentes le dieron la razón. La concubina Chen volvió a hablar de ahuyentar a los demonios y todas esas patrañas. Insinuó que tú has tenido que ver con la muerte del abuelo, nadie hace caso de lo que dice, aunque nadie se atreve a llevarle la contraria abiertamente…

—Y aunque le hicieran caso, no me importaría en absoluto —contestó Juehui, indiferente—. ¡Que vengan a decírmelo a la cara!

—¿A ti? ¡No se atreven! Volverán a decírmelo a mí. No saben cómo tratarte. No van a permitir que te marches y maniobrarán a través de mí. Dirán que los caminos no son seguros y que puedes encontrar salteadores, que Shanghai es un ciudad corrupta, que tú solo no vas a encontrar una buena escuela y que el abuelo no lo hubiera permitido. En resumen, que lo que tú y yo podamos opinar no tiene ninguna importancia. De momento, el entierro del abuelo es solo una excusa, porque en realidad no permitirán que te marches nunca.

—¿Crees que me quedaré?

Juexin no contestó. Sabía que Juehui estaba decidido a irse y empezaba a pensar en cómo ayudarlo.

—Sería mejor esperar a que llegue la primavera.

—¡No! ¡Me voy! No haré lo que digan, no saben qué clase de persona soy. Yo soy un rebelde. —Y, acto seguido, dio un par de vueltas por la estancia repitiendo «rebelde» a voces.

Se acercó al escritorio y tomó la necrológica del abuelo, redactada por el tío tercero y escrita con la caligrafía del tío cuarto, que había traído Juexin, y exclamó enfadado:

—Solo dice palabras bonitas: «Leía y estudiaba y conocía los ritos, gobernaba la casa con diligencia y prudencia». ¿Hay alguien en la familia que no conozca los ritos?

Juexin se apresuró a advertir:

—Está recién escrita, ¡no la rompas!

Juehui se rio y dejó el papel sobre la mesa.

—¿Cómo puedes pensar que iba a romperla?

—Te aconsejo que esperes al año que viene para irte —insistió Juexin.

—No. Lo haré a mi manera, no hace falta que me ayudes, ¡me voy! ¡No quiero volver a veros!

—Te he dicho que quiero ayudarte. Hasta ahora no he hecho nada, pero ahora lo haré. Nuestro pacto sigue adelante. ¿No has dicho que pueden dejarte dinero? Pues yo también te daré, tengo un poco. Hablaremos luego, no habrá problemas.

—¿De verdad me ayudarás? —preguntó Juehui, risueño, agarrando el brazo de su hermano.

—Oigo ruido, no quiero que nos oigan. Por nada en el mundo le digas a nadie que voy a echarte una mano. Cuando te marches fingiré que no sabía nada. Puedes dejar una carta culpándome de no haberte ayudado y así no sospecharán de mí. Busquemos un sitio para ultimar los detalles, quizás en el jardín; aquí, ahora, no es prudente.

—Sí, no es el mejor sitio.

Se oyó una voz femenina que se acercaba. Entraron Juemin y Qin.

—Vuestro plan está muy bien —dijo ella.

—¡Estabais escondidos detrás de la puerta! ¿Por qué no entrabais? —Los riñó Juehui.

—Solo hemos oído que hablabais en secreto y nos hemos quedado fuera como centinelas. Ha sido idea de la prima Qin —dijo Juemin mientras la miraba y se reía.

Ella se ruborizó. Juehui se quedó contemplando aquel rostro precioso y lleno de vida. Qin, al darse cuenta, lo miró confundida. Juehui le sonrió y Qin enrojeció de nuevo.

—Prima Qin, ¡deja que te mire un poco antes de que me vaya! —le dijo Juehui.

Juexin y Juehui se reían. Qin miró a Juehui como una hermana mira a su hermano pequeño. Un gesto de tristeza le recorrió el rostro, pero, recobrando al instante su alegría habitual, respondió:

—Puedes mirar tanto como quieras. Y si no tienes bastante, puedo darte una fotografía, ¿de acuerdo?

—De acuerdo, lo has dicho tú y ellos lo han oído —dijo Juehui satisfecho—. Mañana vendré a buscarla.

—¡Pues claro que te la voy a dar! ¿Te he engañado alguna vez?

Juehui buscaba argumentos para estar a la altura de la agudeza de Qin.

—Una fotografía tuya no me basta. Yo quiero una en la que salgáis tú y el hermano segundo.

Ella fingió no haber oído nada y se puso a hojear un libro de encima de la mesa.

—De acuerdo, te la enviaremos —contestó Juemin y, dirigiéndose a Juexin, dijo—: Hermano mayor, tendrías que ayudarnos un poco también a nosotros. La tía está de acuerdo con nuestro matrimonio y parece que la madrastra tampoco se va a oponer. Cuando haya pasado el duelo del abuelo, nos gustaría plantearlo, queremos que sea una ceremonia moderna.

Juexin frunció el ceño, diciendo para sus adentros: «¡Otro problema!».

—Todavía es pronto, ya hablaremos más adelante para arreglarlo.

Dijo las últimas palabras para tranquilizarlos, pero Juemin no se dejaba engañar.

—Me gustaría que vinierais a Shanghai —dijo Juehui, alegre.

—No sé, no podemos forzar a la tía a ir si no quiere. Y si vamos, será dentro de un par de años, no queremos separarnos.

—¿Cómo está el tema de los estudios de Qin?

—Cuando termine la escuela secundaria el año que viene, si puede, entrará en la nuestra y, si no, se preparará durante otros dos para entrar directamente en la Universidad de Shanghai. ¿Qué te parece, Qin? —le preguntó Juemin.

Qin asintió sin decir nada. Confiaba en Juemin y en sus planes.

Juehui los miró sonriendo. A veces envidiaba la suerte de Juemin, pero se sentía dichoso de poder marcharse solo a Shanghai y dejar atrás a la familia. Shanghai, aquella ciudad viva y desconocida, con tanta gente por descubrir y con una cultura emergente y sugestiva.

—Vayamos a hablar al jardín. Hermano segundo, Qin, venid —dijo Juexin.

Pero se oyó la voz de Yuancheng que le reclamaba.

—Hermano tercero, ve tú primero. Iré dentro de un momento. Esperadme en el Pabellón de las Fragancias del Atardecer.

Los otros tres se quedaron un rato charlando en la habitación. Qin y Juemin se marcharon y, por último, salió Juehui. En el patio vio a Juexin que hablaba con Yuancheng mientras desenrollaba uno de los dos dísticos funerarios enviados por el hermano de Ruijue desde Jiading.

Juehui se dirigió al jardín para reunirse con Qin y Juemin; cuando pasaba por la puerta de entrada al jardín oyó la voz de la vieja Huangma que lo llamaba.

—Tercer amo joven, hoy el cocinero ha preparado nidos de golondrinas, y como sé que os gustan os he reservado unos cuantos. Cuando los queráis, decídmelo y os los calentaré.

—De acuerdo, tráemelos la segunda noche —le contestó Juehui, conmovido, y, sonriéndole, entró en el jardín.

Juexin se quedó en el patio releyendo el dístico. Yuancheng también pensaba en la joven señora. Con el cuerpo inclinado, sostenía la cinta del dístico y esperaba las órdenes del amo. Finalmente, Juexin lo enrolló; ordenó a Yuancheng que lo dejara en su habitación y se marchó al jardín.

«Esta familia necesita un rebelde», se decía. «Debo ayudar al hermano tercero. Él me vengará. ¡Ya lo verán! ¡En la familia no todos son tan cobardes como yo!».

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