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Juemin y Juehui salieron de casa de la tía Zhang pasadas las once. En la calle continuaba el alboroto; los farolillos de las tiendas y de los puestos de comida aún estaban encendidos. Se sintieron aliviados, como si hubieran despertado de un sueño triste. Andaban deprisa sin hablar, impacientes por llegar a casa. Al torcer en un esquina vieron al otro lado de la calle a alguien que caminaba con la cabeza gacha.

—¿No es Jianyun? —preguntó Juehui. Acto seguido, lo llamó—: ¡Jianyun!

El joven levantó la cabeza y cuando los reconoció se acercó risueño.

—¿Qué hacéis aquí?

—¿Adónde ibas? —le preguntó Juehui a su vez.

Jueyin esbozó una sonrisa vaga y contestó:

—Paseo. Estoy tan solo en casa que prefiero salir a la calle. Pensaba ir a vuestra casa a despedir el año pero he temido que… —y calló.

No era habitual escuchar semejantes palabras en aquellas fechas, pero los dos hermanos lo comprendían perfectamente. ¿Quién podía sentirse a gusto en la desolada casa del tío de Jianyun? Juehui, tirándole de la manga, le dijo:

—¿Por qué no vienes con nosotros? Puedes quedarte en casa unos días. Pasado mañana también vendrá la prima Qin.

Al oír el nombre de Qin la cara de Jianyun se iluminó de pronto y, tras aceptar la invitación, se marchó con los dos hermanos.

En casa de los Gao las puertas estaban abiertas de par en par. Bajo los farolillos de la entrada, los criados y los porteadores de palanquines jugaban a los dados gritando alrededor de una mesa. Yuancheng estaba de pie mascando tabaco despreocupadamente. Al verlos llegar los saludó con una sonrisa.

—Segundo amo joven, tercer amo joven, ¡habéis vuelto!

La puerta del salón estaba abierta. Bajo la luz de las lámparas los señores también jugaban armando mucho jaleo, especialmente el tío Keding y la tía Wang. El ruido de las monedas de plata y de los dados, mezclado con las carcajadas y las voces, era ensordecedor. Los dos hermanos entraron en el salón acompañados por Jianyun. El tío Keding se les acercó muy contento, dando la bienvenida a Jianyun. Este le devolvió el saludo y después fue a presentar sus respetos a los demás. Keding, entusiasmado, lo invitó a jugar y Jianyun se incorporó después de saludar a todos respetuosamente. El ruido de las monedas y los cubiletes yendo y viniendo era incesante. Juemin se retiró a su habitación. Juehui pretendía que Jianyun no jugara, pero desistió al ver que este ardía en deseos de jugar; además, no quería convencerlo delante de los demás. Se fue a su habitación pensando: «Y encima os he traído a un contrincante». Cuando pasó por debajo de la ventana de Juexin oyó el rumor de las fichas del mahjong y entró un momento para ver cómo jugaba el grupo de Ruijue.

En la habitación que compartían los dos hermanos, Juemin escribía inclinado sobre la mesa. Al ver entrar a Juehui, dejó el pincel y cerró el cuaderno.

—¿Tienes algún secreto que no se pueda leer? —le preguntó Juehui burlón. Tomó un libro de inglés de la mesa, se echó en la cama y empezó a leer en voz alta.

—¿También estudias el día de Año Nuevo? ¡Hoy no se trabaja! —protestó el otro.

—¡Pues, hala, quédate solo escribiendo! —dijo Juehui molesto.

Dejó el libro sobre la mesa y se marchó. Al salir a la galería, fue como si el ruido del juego y las carcajadas le golpeara el rostro. De pie en los escalones, observaba a los demás gritando y gesticulando como si estuviera en el teatro. Se sentía solo, lejos de todo aquello, invadido por el frío y el desaliento. No tenía a nadie con quien compartir la tristeza de aquel momento. Todo se le iba haciendo más extraño. Se acordó de otras fiestas de Año Nuevo. Entonces todo era felicidad. Él y sus hermanos jugaban y hacían representaciones. Por aquel entonces jamás experimentaba la soledad que se había apoderado de él. Todo había cambiado y se encontraba solo, en la oscuridad, viendo a los otros divertirse, como si aquel mundo ya no fuera el suyo. «¿Quién ha cambiado? ¿Yo o todo esto?», se preguntaba. Sentía que la familia y él iban por caminos diferentes y recordaba las palabras de la vieja Huangma sobre las aguas turbias. Bajó los escalones y paseó por el patio intentando calmarse. Estaba delante de la ventana de Shuhua. De enfrente llegaba la luz de la habitación del tío cuarto Kean. Un patio cubierto por una glicina separaba aquellas dos alas de la casa. Se sentó a oscuras debajo de la ventana de la habitación de su hermana, mirando hacia la esquina donde unas criadas charlaban cerca de la cocina.

En la habitación de Shuhua alguien hablaba en voz baja.

—Dicen que escogerá a una de nosotras dos…

Era la voz de Waner, una sirvienta de la tercera rama, una chica de cara ovalada y elegantes facciones, un año mayor que Mingfeng. Juehui, intrigado, presintiendo que aquello lo afectaba de algún modo, contuvo el aliento y escuchó con atención.

—No hace falta decir que te elegirá a ti, eres mayor que yo —dijo Mingfeng, burlona.

—Te estoy hablando en serio y tú te burlas, ¡no hay manera! —replicó Waner, enojada.

—Que tengas suerte, te felicito. ¿Por qué dices que me burlo de ti? —preguntó Mingfeng.

—¡Pues vaya gracia, hacer de concubina!

—No está tan mal, mira la concubina Chen.

—Bueno, olvídalo, contigo no se puede hablar. Ya veremos a quién escoge al final. Y si resulta que eres tú, ya veremos cómo te libras —concluyó Waner.

Juehui quiso gritar, pero se reprimió y continuó escuchando, deseoso de oír la respuesta de Mingfeng. Esta, que se había dado cuenta de que todo aquello no era ninguna broma, se había quedado callada. Se oía el tictac del reloj de péndulo de la habitación.

—¿Y qué haré si me escogen a mí? —preguntó horrorizada Mingfeng al cabo de unos instantes.

—Pues ir. Qué mala suerte, la nuestra —contestó amargamente Waner.

—No puede ser, no puede ser… ¡Yo no puedo irme! Prefiero morir antes que ser la concubina de aquel viejo.

—No desesperemos. Ya buscaremos alguna solución, podemos pedir ayuda a la señora. Además, puede que sea mentira. Quizá se lo ha inventado alguien para asustarnos.

Juehui estaba inmóvil. En la cocina dos o tres criadas se reían con el cocinero. Por delante de la ventana del tío cuarto pasaban otras criadas con bandejas llenas de tazas y platos. Iban tan atareadas que ni lo vieron. Los comentarios y las risas de la cocina le parecían grotescos.

—Creo que últimamente hay alguien en tu corazón, ¿verdad? —preguntó Waner en voz muy baja.

Mingfeng no contestó. Waner insistió con ternura.

—¿A que sí? Estás un poco rara ¿Por qué no me dices la verdad? No se lo diré a nadie. Soy como una hermana mayor. ¿Hay algo que no sepa?

Mingfeng se sentía avergonzada. Juehui escuchaba con atención, pero no oía nada.

—¿Quién es? ¡Dímelo! —insistía riendo Waner.

Juehui esperaba ansioso la respuesta de Mingfeng.

—No te lo diré —contestó sin inmutarse.

—¿Es Gaoer? —insistió Waner.

Juehui sabía que se refería a Gaozhong, el joven criado de la quinta rama. Respiró aliviado.

—¿Él? ¡Caramba! Me parece que es a ti a quien ama, y ahora vas y me lo endilgas a mí —exclamó Mingfeng muerta de risa.

—Te hablo con el corazón en la mano y mira cómo te lo tomas. Es absurdo. ¿Pretendes decirme que no has notado que a Gazhong le gustas?

—Hermana mayor, no discutamos. Hablemos en serio —le dijo Mingfeng disculpándose—. No lo sabrás, no te diré quién es. Solo yo sé quién es él.

Se sintió protegida al decir «él». No tenía miedo, incluso su tono de voz se había vuelto alegre.

Las dos chicas hablaban cada vez más bajo, sus voces eran como un murmullo, interrumpido de vez en cuando por una risa. Juehui, afuera, continuaba prestando atención, pero no oía nada. Sabía que se estaban haciendo confidencias. En la habitación de delante alguien llamó:

—¡Waner!

Era Wangsao, la criada de la tercera rama. Waner no contestó y dejó que la otra siguiera llamándola; al parecer, solo tenía oídos para la conversación con Mingfeng. Al final la llamada se oyó más cerca: Wangsao había entrado en la habitación. Waner se quejó:

—Todo el día sin parar, ni en los días de fiesta podemos tener un momento de descanso —y salió de la habitación.

Mingfeng se quedó sola, silenciosa e inmóvil. Juehui se arrodilló sobre el asiento de la silla, apartó ligeramente el papel que cubría la ventana y miró hacia dentro. Mingfeng estaba sentada con los codos encima de la mesa, con la cabeza entre las manos y el dedo meñique de la mano derecha en la boca. Absorta, miraba los dibujos grabados en la bandeja de estaño del candil.

—¿Cómo será el mañana? —murmuró para sí.

Agachó la cabeza y se apoyó en la mesa.

Juehui, olvidándose de todo, golpeó ligeramente la ventana. No obtuvo respuesta. Volvió a golpear otra vez y gritó:

—¡Mingfeng! ¡Mingfeng!

Mingfeng levantó la cabeza, asustada. Miró a su alrededor y, al no ver a nadie, pensó que se había quedado dormida y que en el sueño alguien la llamaba, así que se levantó lánguidamente. La sombra de su joven cuerpo se proyectaba en la cortina. Juehui continuó golpeando la ventana mientras Mingfeng buscaba la procedencia de aquellos golpes. Se subió a una silla que había delante de la ventana y preguntó:

—¿Quién está ahí?

—Soy yo —respondió Juehui en voz baja—. Abre la ventana, quiero hablar contigo.

—¿Eres tú, tercer amo joven? —preguntó asustada Mingfeng, enrollando la cortina de flores—. ¿Qué pasa?

—He escuchado vuestra conversación… —empezó a decir, pero no terminó la frase porque ella le interrumpió muy agitada.

—¿Nuestra conversación? ¿Lo has oído todo? Bromeábamos.

—¿Bromeabais? No me engañes. Y si te escoge a ti, ¿qué?

Mingfeng lo miró sin decir nada; de repente los ojos se le llenaron de lágrimas y rompió a llorar mientras decía:

—¡No me iré! ¡No pienso marcharme con nadie! ¡Te lo juro!

Juehui, pasando la mano por la ventana, hizo el gesto de taparle la boca mientras decía:

—Ya te creo, no hace falta que jures.

De pronto, Mingfeng le suplicó, inquieta:

—Tercer amo joven, vete, por favor, no está bien que te vean aquí.

—No me iré si no me dices de qué hablabais —insistió él.

—De acuerdo, te lo contaré si luego te vas.

Juehui miró detrás de él.

—Dicen que el viejo señor Feng busca una concubina y que ha pasado por casa porque parece que le gustan las criadas de aquí y que quiere a una de nosotras. Y parece ser también que el abuelo quiere escoger a una de entre las de la rama principal y de la tercera para regalársela. Waner ha oído a la tercera señora que lo decía y ha venido a contármelo. Cuando nos escuchabas estábamos hablando de esto. Y ahora vete, por favor. Van a verte.

Bajó la cortina, y aunque Juehui siguió golpeando en la ventana, Mingfeng no volvió a subirla.

Juehui bajó de la silla y se quedó un momento absorto en la galería. Tenía muchas cosas en la cabeza. Miró hacia la cocina; no había nadie.

En la habitación, Mingfeng aún estaba subida a la silla, en silencio. Enrolló un poco la cortina muy despacio y vio que Juehui todavía estaba allí. La desenrolló a toda prisa y se secó los ojos con las manos.

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