Familia

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Juehui acabó el artículo a tiempo pero estuvo en vela toda la noche. No se durmió hasta que rompió el alba, y Juemin intentó despertarle un par de veces para ir a la escuela pasadas las diez.

En clase de inglés, el profesor Zhu leía un fragmento de Resurrección. Los alumnos escuchaban con atención y preparaban las respuestas a las preguntas que planteaba el profesor, pero Juehui estaba distraído, no podía dejar de pensar en Mingfeng, y cuando rememoraba lo ocurrido el corazón le latía con fuerza. Tras meditarlo durante toda la noche, había tomado una dolorosa decisión: renunciar a la chica. Le movían dos motivos: por un lado, su voluntad de dedicarse en cuerpo y alma a la defensa de las ideas progresistas y, por otro, sus prejuicios burgueses.

De vuelta a casa le asaltaban pensamientos contradictorios. Tenía mala cara. Juemin sabía que estaba preocupado, pero no le preguntó nada. Cuando llegaron había un palanquín de la familia Feng en la segunda puerta, con dos criados aguardando. Unos llantos apagados que salían del palanquín mortificaron a Juehui.

El palanquín se alejó y en el patio solo quedaron los criados y los porteadores de la casa hablando a voces. Gaozhong, rojo de ira, exclamó:

—¡Viejo sinvergüenza!

Wende, a su lado, le aconsejó que se callase. Juehui sabía que hablaban de Mingfeng y, sin atreverse a mirarles, entró en casa a paso ligero.

—¿Por qué volvéis tan temprano? —inquirió la voz apagada de Chen Jianyun, que estaba en la galería hablando con Juexin, yendo hacia ellos.

—Ahora solo tenemos una clase por la tarde, porque dentro de pocos días empiezan los exámenes. ¿Te encuentras mejor? —le preguntó amablemente Juemin.

—Sí, gracias, ya estoy bien —respondió.

Los tres se dirigieron a la habitación de los dos hermanos y una vez allí Jianyun se sentó con un profundo suspiro.

—Jianyun, ¿por qué nunca estás contento? —le preguntó Juemin.

Juehui se había puesto a leer un libro sin hacer caso de nada.

—La vida es demasiado triste.

—Jianyun, alegra un poco el espíritu, no puedes estar siempre pensando en cosas tristes.

—Demasiado triste, demasiado triste… —repitió, como si no hubiera oído el consejo de Juemin, y continuó—: Cuando he llegado he visto cómo subía al palanquín, he oído sus llantos, he visto cómo forcejeaba… Al fin y al cabo, es una persona. ¿Cómo pueden entregarla a aquel…?

—¿Estás hablando de Mingfeng? —preguntó Juemin, afligido.

—¿Mingfeng? —dijo Jianyun, extrañado—. Hablo de Waner, el palanquín acaba de llevársela. ¿No la habéis visto?

—¿Waner? ¿Entonces no es Mingfeng quien se casa? —preguntó Juehui, risueño, saltando de la cama.

—Mingfeng… —Jianyun se detuvo después de pronunciar el nombre la chica. Miró a Juehui y, en voz baja, dijo—: Se ha arrojado al lago.

—¿Qué? ¿Mingfeng se ha suicidado?

Juehui, horrorizado, con las manos en la cabeza, empezó a dar vueltas por la habitación.

—Eso dicen. Han sacado el cadáver del lago. Yo no lo he visto.

—Ahora lo entiendo. Como Mingfeng se ha suicidado, el abuelo la ha sustituido por Waner. Para él un criado no es una persona, sino un simple regalo que tenía que hacer… Jamás hubiera dicho que Mingfeng tuviera tanto temperamento como para hacer algo así —dijo Juemin perplejo.

—Ha sido terrible ver a Waner en el umbral de la entrada —continuó Jianyun—. Creo que prefería seguir el camino de Mingfeng.

—Me cuesta creer que el abuelo sea tan cruel. Una se suicida y envía a otra. ¿Cómo se pueden destruir vidas ajenas de ese modo? —reflexionó Juemin.

—¿Cómo se ha suicidado Mingfeng? —preguntó Juehui fuera de sí, agarrando a Jianyun por la solapa.

Jianyun lo miró atemorizado sin entender aquel arrebato.

—No lo sé, nadie lo sabe. Parece que el viejo Zhao ha visto el cuerpo en el lago y ha ido a buscar ayuda para sacarlo del agua. ¡Qué vida! ¡Qué mundo! ¡Qué triste!

Juehui tenía los ojos fijos en el rostro enfermizo de Jianyun. De repente lo soltó y salió de la habitación.

—¿Qué le pasa? —preguntó Jianyun, preocupado.

—Ahora empiezo a entenderlo todo —dijo Juemin.

—¡Pues yo no entiendo nada!

Jianyun, discreto como de costumbre, agachó la cabeza.

—¿Aún no te das cuenta de lo que puede hacer el amor?

Se produjo un silencio incómodo. Se oían pasos fuera de la habitación. Al cabo de un buen rato Jianyun levantó la cabeza y murmuró en voz muy baja:

—Yo… Ya lo entiendo, ya lo entiendo…

Juemin se levantó y se puso a dar vueltas por la habitación; luego volvió a sentarse ante el escritorio. Las miradas de los dos jóvenes se encontraron por unos segundos. Jianyun agachó la cabeza otra vez.

—Todo ha sido por amor —dijo Juemin con amargura—. Ahora comprendo lo que había entre el hermano tercero y Mingfeng. Lo sospechaba, pero jamás habría pensado que acabara así. ¡No creía que los sentimientos de Mingfeng fueran tan profundos! ¡Qué horror! Si ella hubiera nacido en una familia rica… —Su expresión se había endurecido—. Esto es el amor. El hermano mayor está muy flaco y muy triste últimamente. ¿Y no es por amor también? Yo creía que el amor trae felicidad, ¿cómo es posible que traiga también desgracia?

A Juemin se le quebraba la voz. Pensó en sí mismo, en el oscuro futuro que le aguardaba, cuyo modelo era la vida de su hermano mayor.

Jianyun ni siquiera se imaginaba el motivo de la congoja de Juemin, suponía que se compadecía de su hermano. También él pensó en su propia vida, más triste que la de los demás. No tenía a nadie a quien contar sus cosas. Llevaba una vida modesta, trataba a la gente con honestidad y, a cambio, solo recibía desprecio y frialdad. Y si alguna vez alguien había demostrado compasión por él, siempre había sido de un modo superficial y pasajero. Vivía aquella existencia sórdida sin quejarse, soportando la indiferencia y el menosprecio. Al ver a Juemin compadeciéndose de su hermano, pensó que podría sincerarse con él y abrirle su corazón, contándole lo que sentía desde hacía un tiempo. Armándose de valor, dijo:

—Juemin, quiero hablar contigo. —Se detuvo un momento, pero la mirada cordial de Juemin lo animó a seguir—. La última vez que estuve enfermo no sé por qué razón pensé a menudo en la muerte. Pensaba que sería mejor morir que vivir como vivo, pero me da miedo la muerte. Y eso que sería mejor morir que llevar esta existencia tan solitaria y lastimosa. Nadie lloraría por mí. Solo, siempre solo. Me alegró que vinierais a visitarme, no sabéis cómo os lo agradezco.

—¿Por qué dices esto ahora? —le preguntó Juemin, avergonzado.

—Quiero hablar de ello. Juemin, si yo hubiera muerto, ¿habrías ido a visitar mi tumba?

—¿Por qué hablas de estas cosas tan tistes? ¿No te das cuenta de que ya tenemos bastante?

Pero Jianyun se frotó los ojos con las manos y continuó:

—Yo quiero hablar, necesito contarte mi situación. Ahora solo te tengo a ti para desahogarme. El hermano mayor y el pequeño ya tienen bastante con sus problemas y no quiero molestarlos. Amo a alguien. Sé que es un amor imposible, ella no me querrá nunca, no estoy a su altura. A menudo me digo: «No te hagas ilusiones. ¿Quién va a querer a un hombre como tú? Olvida este amor sin futuro». Pero no puedo dejar de pensar en ella. Cuando oigo su nombre se me desboca el corazón, ver su rostro es como una bendición; en medio de la noche digo su nombre y me siento reconfortado. Pero otras veces pronunciar su nombre me aflige porque aún pienso más en ella y querría ir a su encuentro y contárselo todo, pero no me atrevo. ¿Cómo podría un hombre como yo declararle sus sentimientos? ¿Por qué la quiero? Ella es tan noble y tan pura que no me atrevería a hablarle de amor. Este amor sin esperanza me causa un enorme dolor. No la culpo. Ella ni siquiera se lo imagina. Este amor imposible me mortifica día y noche. Cada vez que voy a casa de los Wang miro si está, a veces está allí, sueño que estoy en la habitación con ella, a su lado, viendo cómo se mueve. ¡Qué delicia cuando estoy dando clase y oigo su tos o la oigo hablar! Tengo que hacer un esfuerzo para continuar trabajando. Cuando no la oigo me entristezco… Tengo la salud delicada por ella, pero no lo sabe, nadie lo sabe. Y aunque lo supiera, no me compadecería, no me quiere… Ninguna mujer podría quererme. Soy un pobre hombre. Soy un hombre abandonado por la felicidad. —Juemin no decía nada. Jianyun sacó un pañuelo para secarse las lágrimas y continuó—: Juemin, puedes burlarte de mi estupidez y pensar que quién me creo que soy. A veces siento rabia hacia mis padres por tener que vivir en estas circunstancias. Si estuviera en tu lugar… No sabes cuánto te envidio. Daría años de mi vida por encontrarme en tu situación y poder hablar con ella como tú. Cuando caigo enfermo es por su amor, y desearía que ella corriera a mi lado, y susurro su nombre y querría que ella pudiera oírme. Oigo pasos y creo que ha venido. Recuerdo que cuando vinisteis a visitarme creí que ella también venía con vosotros. La mencionasteis durante la conversación y me alegré. Después os marchasteis y volví a quedarme solo, creí que me moría. No sabéis cuánto agradezco vuestra amabilidad. Deseaba preguntaros por ella y que le dierais recuerdos, pero temí que descubrierais mis sentimientos y os burlarais de mí. La segunda vez que me visitasteis y vi su nombre impreso en el artículo de la revista que llevaba Juehui me morí de ganas de pedirle que me la prestara, pero no me atreví a hacerlo. Después me di cuenta de que mi prevención era ridícula, pero entonces no me lo pareció. ¡He leído el artículo tantas veces…! —Se retorcía las manos mientras hablaba. Juemin carraspeó—. Ya acabo, no quiero hacerte perder más tiempo con mis tonterías. Sé que la quieres, pero no debes estar celoso de mí. No se puede tener celos de alguien como yo. ¡Te envidio! Deseo que os unáis en matrimonio. Si no llego a verlo, ¿me prometes que iréis los dos a visitar mi tumba? ¡No sabes cuánto te lo agradeceré! ¿Me lo prometes? —preguntó suplicante.

Juemin no podía soportar aquella mirada. Sentía una mezcla de simpatía y compasión.

—Te lo prometo, te lo prometo.

No se le ocurría otra cosa que decir.

—No sabes cuánto te lo agradezco —dio Jianyun con los ojos llenos de lágrimas y una sonrisa de felicidad.

Aquella promesa significaba un gran consuelo en su miserable existencia. El mundo estaba lleno de luz, felicidad y amor, pero en la sórdida vida de Jianyun solo había lugar para aquella promesa.

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