Fake

Fake


CAPÍTULO 12

Página 14 de 22

 

 

 

C

A

P

Í

T

U

L

O

1

2

 

Es una de las noches que jamás olvidas. Pasó a formar parte de mi primer recuerdo desde que perdí la memoria. Quiero decir, el primer recuerdo que en verdad valía la pena recordar. Fue en ese momento cuando pensé en lo mucho que desperdiciamos nuestra vida en cosas que no valen la pena.

Lucke seguía a mi lado. Mis padres no se habían percatado de que estaba en mi habitación y es que habíamos estado conversando sobre todo tipo de cosas que las horas se nos habían pasado volando.

Eran casi las once de la noche y no quería que se fuera. Nos habíamos recostado sobre el piso, con las manos entrelazadas, teniéndonos de frente.

—Te amo. —Le oí decir.

—Creo que sonará bastante cliché decir que también te amo…

—Vamos, admítelo. También me amas.

—¡Por supuesto! Te amo.

Pensaba en que de no haber lanzado las piedras sobre mi ventana a estas alturas ya habría estado dormida, tratando de recordar algo, intentando iniciar sesión en mis redes sociales, escuchando música o simplemente descansando. Pero siempre hay personas extraordinarias que nos hacen tener las mejores experiencias de la vida.

—¿Tienes hambre? Puedo ir por algo a la cocina.

—Vamos juntos —dijo sonriente.

Sin más, abrí cuidadosamente la puerta de mi habitación, asegurándome primeramente de que no hubiera nadie en el pasillo. Catastrófico sería encontrar a alguien. Eché un vistazo mirando de un lado a otro y al no observar movimiento me giré indicándole que me siguiera con sumo cuidado y sin hacer ruido.

Al llegar a la cocina encendí la luz, busqué algo del refrigerador y lo coloqué sobre la mesa. Prepararíamos un par de emparedados.

Lucke estaba por darle una mordida al suyo, pero al intentar tomarlo provocó la fatídica y ruidosa caída de un vaso de cristal.

—¡Joder! —susurró con fastidio.

Sin pensarlo nos apresuramos a recoger los pedazos.

—¡Gi!, ¿estás bien? —Oí decir a mi madre al otro lado de las escaleras.

—¡Sí! —grité instantáneamente para impedir que bajara a supervisar el desastre.

—¿Estás segura? He escuchado algo. —Joder, estaba bajando. La adrenalina se apoderaba de nosotros.

—¡Sí mamá! —pronuncié mirando a Lucke con complicidad. Sin pensarlo se escondió por detrás de la mesa y yo me apresuré a recoger lo que estaba en el piso—. Te digo que todo está bien, solo se me cayó un vaso, es todo.

Ella se asomó por el acceso a la cocina, con la cara un poco adormilada, iba en pijama.

—¿Dos emparedados? —pronunció extrañada.

—Estoy hambrienta…

—De acuerdo, termina y ve a dormir, que ya es tarde —finalizó girándose para volver a su habitación.

Segundos después Lucke se reincorporó y suspiró aliviado.

—Lo siento, seré más cuidadoso, lo prometo —dijo.

Y tomando nuestros emparedados caminamos de nuevo hacia la habitación.

—Me ha encantado estar contigo, pero debo regresar a casa.

Mencionó al tiempo en el que se reincorporaba. No sin antes despedirse con un beso sobre mis labios. Quería que no se fuera, que decidiera pasar la noche conmigo y esperar hasta quedarnos dormidos.

Pero en su casa debían estar esperándolo.

No me fue extraño verlo partir de la misma manera en la que había ingresado a mi habitación. Tomó su chaqueta y se dirigió a la ventana, con una sonrisa en el rostro y dejando un gran vacío en la habitación. Lo vi salir y bajar con cautela.

—Descansa.

—Tu igual —respondí con algo de nostalgia.

Lo visualicé a lo lejos, caminando sobre la acera, no sabía si su casa estaba lejos o cerca de la mía. No sabía si ya había estado ahí o si me la había mostrado, pero mientras tanto lo observaba perderse en la oscuridad, hasta donde ya no pude ser capaz de seguirle el rastro.

Regresé a mi cama después de haber cerrado la ventana de la habitación. Recordé lo que había pasado y observando el mural sobre la pared pensé: ¿qué hice para tenerlo?

 

Revisé el móvil antes de dormir, aún no podía acceder a mi cuenta de

Facebook, no había logrado recordar la contraseña y no creía habérsela dado a nadie. No lo sé, no se me ocurría alguna razón por la que se la habría dado a alguien por más que fuera mi amiga o mi novio.

La semana había sido realmente agotadora y los trabajos de la profesora Rice me mantenían despierta por largas horas en las que se suponía yo debería estar gozando de descanso.

Aunque algo raro había en mis amigas. Se notaban distanciadas. Astrid estaba molesta con Hailey por situaciones que yo desconocía, pero nadie me decía nada. Eso me hacía pensar en infinidad de cosas que ni siquiera sabía si tenían sentido.

Al parecer Hailey comenzó a salir con Diego justo antes que yo comenzara a salir con Lucke, él y Hailey me habían dicho que nosotros comenzamos a salir el mismo día en el que tuve el accidente. Si preguntan por detalles, no los sé.

El colegio sin Carly sí que era un desastre, al menos para mí porque no era fácil estar en clase de Francés sin ella, él profesor Herlaut constantemente me elegía para iniciar las pruebas, siempre era la primera en comenzar con los ejercicios y me comenzaba a cansar. Según mis compañeros de clase, Carly era la que solía ser la primera.

Además, comenzaba a sospechar que ente Hailey y Astrid me ocultaban algo, pero no podía afirmar nada. Vamos, si ni siquiera recordaba cómo eran las cosas antes del accidente.

El tono de mi celular me apartó de mis pensamientos. Lucke estaba llamando.

—Hola, ¿cómo estás?

—Tratando de hacer la tarea… estoy muerta.

—Vamos, nada es difícil para ti.

—Comienzo a creer lo contrario.

—¿De qué va?

—Álgebra.

—Ya comprendo, eres malísima en Álgebra.

—Lo sé, ya me di cuenta… no sabes cómo me vendría bien una ayudadita.

—Estás perdida, tampoco soy bueno en eso —se burló.

Mierda. Pensé.

—Creo que me apresuraré, es demasiado tarde y ya me estoy durmiendo.

—De acuerdo, termina pronto y descansa. Te veo luego.

Apenas había pasado una semana desde que mi vida había cambiado sin que yo lo hubiera planeado. Me seguía pareciendo extraño, pero no era nada a lo que no pudiera adaptarme. Es decir ¿cuántas personas desearían perder la memoria para ser otras completamente distintas? Creo que en ocasiones el pasado nos consume y es necesario olvidarnos de ciertas cosas que tenemos arraigadas a nosotros.

* * *

Las chicas me convencieron de asistir cada semana a los entrenamientos de futbol, aunque presentía que no era algo por lo que en el pasado hubiera sentido tremenda atracción. No obstante, Lucke fue la razón principal por la que accedí.

Esa tarde, como siempre, llegamos puntuales. Los chicos ya comenzaban a ingresar a la cancha. Se les podía observar dando saltos, haciendo flexiones, corriendo… calentando. Gozaban de un buen grupo de simpatizantes, sobre todo de mujeres, quienes gritaban con suma emoción para llamar la atención de por lo menos uno de ellos.

Entre porras y gran bullicio el juego comenzó, cada uno de ellos tomó su posición en la cancha y la pelota comenzó a rodar de un lado a otro. Tal parecía que se trataba del campeonato, se lo tomaban muy en serio, las riñas, los reproches, los errores y los aciertos pronto afloraron por el ambiente.

Pero no fue hasta el medio tiempo cuando Hailey y Astrid decidieron ir por comida luego de haber presenciado un juego brutal, en el que no sabían cómo terminaría el marcador y en el que no querían moverse ni un centímetro para no perderse de nada.

A mí me daba igual pero no me apetecía ir con ellas, les dije que esperaría, que les guardaría lugar. Las vi alejarse, y también observé descansar al resto del equipo. Se veían tan agotados y sin duda ir a hidratarse fue lo primero que hicieron.

—Creí que no te gustaban los deportes —dijo un chico acercándose a mí, no lo había visto venir, quizás esperaba por el momento indicado para verme sola, o tan solo había llegado en el momento indicado. Sin dudarlo, tomó asiento a mi costado.

—Siempre podemos cambiar de opinión —respondí.

Lo miré, lucía atlético, pero no estaba en el equipo de futbol, o por lo menos no estaba jugando con el resto. Era escasos centímetros más alto que Lucke y que yo, por supuesto. Sus ojos eran dos astros increíblemente hermosos, fácil podía perderme en ellos y luego, al sonreír… la verdad es que no lo podía explicar.

Era atractivo, vaya que sí pero no lo suficiente como para hacerme olvidar a Lucke.

—Eso no es lo que solías decir —expresó con algo de aflicción.

—¿A qué te refieres? —inquirí con bastante interés, sus palabras me hacían saber que él me conocía y, sin embargo, no lo recordaba. Pero podía ayudarme a recordar.

—¿Por qué no has ido a verme a mí? —cuestionó obviando mi pregunta y lo único que hice fue mirarlo, tratando de descifrar lo qué quería decir. Tratando de recordar de qué lo conocía. Nadie me había hablado de él—. Ya me lo habían dicho, perdiste la memoria. Gi, esta es una escuela muy grande, pero siempre sé lo que ocurre con los que me importan. ¿En serio no me recuerdas? —Lo oí decir.

Parecía ser agradable, divertido y amigable, pero lo que decía me había consternado. Sufría, quizás.

—No, lo siento. Creo haberte visto en algunas de mis clases, pero la verdad es que no sé quién eres o quién fuiste para mí.

—Tú y yo éramos novios —soltó de golpe y con bastante aflicción.

¡Oh, maldición! ¿Eso había sido muchísimo antes del accidente o a horas del accidente? No lograba recordar y la revelación me dio un fuerte dolor de cabeza.

—¿Carlos, cierto? —Él asintió con agrado—. ¿Por qué terminamos? —cuestioné.

—No te engañé, si eso es lo que estás pensando… Al igual que ellos —hizo referencia a los chicos que estaban en la cancha—, yo también tengo entrenamientos, pertenezco al equipo de básquetbol. Soy el capitán, pero… a ti te molestaba que entrenara…

¡No podía creerlo!, ¿tan exigente era?

—Te prometí que te buscaría y que volveríamos a estar juntos, pero no quisiste saber nada de mí. Supongo que por eso odiaste los deportes o más bien a los chicos deportistas. Hasta hace una semana nada que tuviera que ver con esto te llamaba la atención.

Inmediatamente miré hacia la cancha como si alguien me lo pidiera y ahí estaba él, Lucke, mirándonos mientras conversábamos, algo extrañado, molesto… ¿Conmigo? ¿Con Carlos? Mantuvo así la mirada por unos segundos y luego volvió al juego, el entrenador le estaba llamando.

Carlos se percató de lo mismo y en cierto modo se sintió incómodo. Luego volvió su mirada hacia mí.

—¿Qué pasó? —quise saber. Ahora estaba muy interesada en lo que me decía.

—Tú lo has dicho, siempre podemos cambiar de opinión. —Me miró por un instante—. Lo raro es que esperaba poder tener una oportunidad contigo, pero por lo que veo…

—Carlos, yo…

—Estás con él ¿cierto? ¿Sales con Lucke? Dime, ¿cómo te lo ha pedido?

No supe qué contestar, no lo recordaba y no podía anticipar nada al no saber nada de ambos.

—No hace falta que me lo digas. Creo que debo irme, él nos ha estado viendo… No quiero causarte problemas. Adiós, Gi.

Y sin darme cuenta se alejó no sin antes despedirse con un beso sobre mi mejilla, muy cerca de los labios, me había tomado por sorpresa, sonrió y se fue del mismo modo en el que había llegado.

¡Mierda! ¡Lucke!

Las chicas llegaron poco después de que él se hubiera ido. ¿Por qué no me habían dicho nada sobre él? Eso me hacía pensar que lo que Carlos me había dicho era cierto.

—¿Estás bien? —preguntó Astrid al notar mi distracción.

—Sí, estoy bien —respondí con recelo.

—¿Cómo van? —cuestionó Hailey refiriéndose al equipo de futbol.

—Igual —respondí dudando un poco.

La verdad es que no lo sabía, y no me había percatado de que ya habían comenzado a jugar por que las palabras de Carlos retumbaban incesantes en mi cabeza.

Al terminar el partido esperé a Lucke. No tardó mucho en salir del vestidor, cargaba su mochila y se acercaba a mí con una sonrisa en el rostro, quizás fingida, quizás nerviosa.

—¿Pasa algo? —pregunté.

—No —respondió prefiriendo que yo hablase, pero no sabía qué decir, o más bien, cómo iniciar la conversación.

Caminamos sin decir nada. ¿Estaba molesto? ¿Yo estaba molesta?

—Gi.

—¿Sí?

—Te amo —dijo tomándome por sorpresa. Sabía que me había visto conversando con Carlos, pero entre él y yo no había pasado nada. Si lo que había dicho era cierto, ahora sabía que lo nuestro había quedado atrás, que Lucke era el único a quien yo amaba. A él y a nadie más. Ya debería saberlo.

Detuvo el paso al no percibir respuesta de mi parte. Me miró por un par de segundos como si se debatiera entre la idea de decirlo o no decirlo.

—¿Sabes? —dijo luego de un tiempo y volvió a detenerse para situarse junto a mí—. Eres lo mejor que me ha pasado, sé que no lo recuerdas, pero me enamoré de ti desde el primer momento en el que conversamos.

—¿Esto es por Carlos? —cuestioné.

—No, Gi. No tiene nada que ver. Lo que tenías con él ha terminado, de eso estoy seguro. Tan solo quería hacértelo saber, quería ayudarte a recordar lo que teníamos, quería que supieras lo que pasó conmigo cuando te conocí, cuando… cuando conversábamos en línea —sonrió recordando el momento—. No lo sé, no sé si te pasó lo mismo, pero a mí me pasó. Te amé desde entonces y con tal intensidad que creí jamás podríamos llegar a estar juntos.

—¡Anda ya! —expresé con gracia—. ¿De dónde has sacado todo eso?

—¿Qué? ¡Te lo digo en serio!

—Lo sé —mencioné aproximándome a él para besarlo. Entre él y yo había una pequeña línea que al atravesarla el resto del mundo carecía de importancia. Ese pequeño filamento entre nosotros nos conectaba de un modo que no puedo siquiera describir. Tan solo era consiente de ese jovial cosquilleo que se apoderaba de mi cuerpo entero, sensación que me bastaba para saber que sentía lo mismo por Lucke, que no podía concebir una vida sin él.

—No soy nadie para impedirte hablar con Carlos, pero… —dijo una vez reanudamos el paso—. Te hizo daño. Lo sabes, ¿cierto?

—¿A qué te refieres?

—Mil veces prefería estar en sus entrenamientos que contigo, siempre era lo mismo, te lo decía un millón de veces y en cada una de ellas tú lo perdonabas… hasta que ya no pudiste más. Le diste un ultimátum, pero ocurrió, eligió el balón. ¿No te lo dijo?

—No del todo.

—Así fue, puedes preguntarle a cualquiera —dijo esto último intentando desacreditar lo que Carlos me había dicho y es que no reconocía si lo decía con ese afán o simplemente era que yo así lo percibía—. Mira, no quiero abrumarte, puedes hablarle a quien quieras, como te lo he dicho antes, no soy quien para impedirte nada, tan solo quería que supieras cómo es él. Lamento habértelo dicho, solo lo creí correcto.

—Hiciste bien, gracias. Justo ahora me resulta imposible confiar en alguien más…

—Bien, te veo mañana —mencionó plantando un beso sobre mi mejilla. Luego se marchó sin decir nada más.

 

 

 

 

—Lucke no me mentiría.

 

 

Ir a la siguiente página

Report Page