Faith

Faith


Capítulo 16

Página 18 de 23

Capítulo 16

No podía esperar a salir de la cama. El cielo seguía oscuro, pero me sentía llena de energía. Los días parecían brillar con posibilidades. Quizás hoy Minnie adore sus regalos: me llamaría Mamá, y no Faith. Quizás hoy Roy se dé cuenta de que tengo lo que se necesita para ser una madre y una esposa.

Quizás.

El barril de cerdo salado estaba en la cocina. Levanté la tapa y saqué un trozo de carne. Era bueno, con grasa, así que corte una porción suficiente. Todo lo que tenía que hacer era cocer y freír la carne para que pareciera tocino. Sería el complemento perfecto para el café y las hogazas de pan.

Coloqué la cacerola en la estufa para hervir agua, y mientras se cocinaba la carne, fui al horno. Para ahora, ya estaba completamente frío, pero me asomé adentro y pude ver que los granos verdes de café se habían puesto marrones. ¡Funcionó!

Saqué la charola y la traje a la cocina. Me puse a buscar un molino de café, pero no encontré ninguno. ¿Cómo se me pudo pasar que la otra opción era usar mortero y maja para moler el café? Presioné la mano del mortero con todas mis fuerzas para abrir los granos. Todavía después de que había salido el cerdo salado, yo no había logrado moler más que una pequeña cantidad de café.

Regresé a la estufa y tomé el cerdo cocido. Esperaba que el primer hervor fuera suficiente para quitar la sal. A nadie le gusta comer salado. Corté el cerdo en rebanadas y empecé a freírlas en manteca.

Se estaba haciendo tarde, así que simplemente tomé el café que había logrado moles y lo puse en una cacerola con agua para hervir. Quizás con un poco de azúcar no sabría tan amargo.

Pude escuchar a Roy y a Minnie levantándose en la otra habitación. Ellos reían, y Roy la felicitó por su cumpleaños con su fuerte voz. Eso significaba que se me había acabado el tiempo.

Vacié el café en varias tazas, puse el cerdo en platos y enderecé mi mandil. Una vez que había terminado, no podía despegar los ojos de la puerta de la recámara. Sabía que saldrían en cualquier instante.

Roy salió por la puerta con Minnie en brazos. Sonrió y estaba riendo, pero en cuanto vio la cocina, se detuvo.

“¿Qué es todo esto?” preguntó.

Bajó a Minnie y ella corrió hacia la pesa, parándose en puntas para ver sobre la orilla.

“¿Esto es para mí?” preguntó. “¿Estas cosas son para mí?”

Asentí. “Sí.”

Minnie quedó boquiabierta, y se llevó las manos a la cara como si no pudiera creer su suerte.

“¿Cómo hiciste todo esto? No era necesario,” dijo Roy.

“Dijiste que hoy era el cumpleaños de Minnie, así que quise sorprender a ambos,” le dije. “¡Ahora dejen de mirar y vénganse a comer!”

Nos sentamos alrededor de la mesa. Roy incline su cabeza para hacer la oración, y Minnie aprovechó esa oportunidad para alcanzar el pastel. Yo retiré su mano y la sostuve mientras terminábamos de rezar.

“¡Pastel, pastel!” gritó Minnie.

“No, primero tienes que desayunar,” dijo Roy.

Contuve mi aliente, esperando que Roy probara el primer bocado. Roy cortó un trozo de cerdo, el cual crujía bajo su cuchillo. Lo llevó a sus labios y yo no podía soportar la tensión. ¿Le gustaría?

En cuanto empezó a masticar cambió su expresión. Se pasó el bocado con dificultad y se estiró por un pedazo de pan. Pero cuando  Roy trató de darle una mordida, sólo se escuchó un fuerte crujido. Estaba tan duro que batalló para arrancarle un pedazo.

Roy lo volvió a intentar, rompiendo el pan con sus manos y humedeciéndolo con el café caliente. Eso lo suavizó un poco, pero cuando probó el pan, Roy hizo muecas. Tomó un sorbo y rápidamente volvió a dejar la taza en la mesa.

No necesitaba probar un bocado para saber qué había sucedido. El cerdo seguía estando salado, el pan estaba duro como piedra y el café era tan amargo que ni Roy pudo tomarlo. Luché para contener las lágrimas. ¿Cómo es que todo pudo salir tan mal?

“Veamos qué tal está el pastel,” dijo Roy, “después de todo, es el cumpleaños de Minnie.”

Tomó el cuchillo y cortó una rebanada generosa para Minnie. Aún después del fiasco del desayuno, los ojos de Minnie seguían fijos en el pastel. Ni siquiera tomó un tener, simplemente lo tomó con sus manos y se lo llevó a la cara.

Un segundo después, el pastel estaba en el piso. Minnie lo escupió, sin importarle dónde caía.

“Minnie, ¿cómo puedes ser tan grosera?” gritó Roy. “Discúlpate con Mamá. A ella le ha de haber tomado mucho tiempo preparar este pastel para ti.”

Minnie saltó de su silla.

“¡No me importa!” gritó ella. “Ella no es mi Mamá. Mi Mamá no hubiera hecho un pastel tan terriblemente quemado!”

Me mordí el labio. También esto había salido mal. Todo había sido tan terrible. ¿Cómo podía culparla por estar molesta? Pero tenía un regalo más para probar mi suerte. Los vestidos.

Los tomé de la mesa.

“Mira, Minnie. Quizás no sea tan buena cocinera, pero ¡te hice un vestido!” le dije, intentando ocultar el dolor en mi voz. “¡Inclusive hice uno para tu muñeca! Ahora no tendrás que usar ese vestido de luto todos los días.”

Minnie se acercó al vestido, pero no alcanzó a tomarlo con sus manos. Antes de que pudiera siquiera tocarlo, Roy me lo arrebató de las manos. Su cara se estrujó en una mueca de fuera y se veía casi como si fuera a romperlo por la mitad.

“¡Cómo te atreviste!” me dijo.

Tenía el vestido más pequeño en la palma de mi mano. Mi cuerpo entero se estremeció, y di un paso atrás alejándome de él.

“Te lo dije una vez, y no te lo volveré a decir. ¡No interfieras con mi familia!” gritó Roy. “Si yo quiero que Minnie use un vestido de luto, ¡lo hará!”

Mis manos se hicieron puños y me estremecí.

“¿Y qué conmigo?” pregunté. “¿Acaso no soy yo una parte de la familia ahora?”

Roy frunció el ceño.

“No. Tú eres sólo una muchacha a la que nunca debí pedir que viniera a Oklahoma.”

Sus palabras de abrasaron, como si un atizador ardiente me atravesara el corazón. Trastabillé hacia atrás. Mi boca estaba abierta, pero las palabras no podían salir. En vez de eso, sentí un sabor salado en la lengua. Mis lágrimas.

Minnie nos veía a ambos, pero sus ojos escaneaban ansiosamente nuestros rostros. Roy levantó su sombrero y se hizo hacia la puerta.

“Me iré a trabajar. Esto ha sido suficiente.” Luego añadió en una voz más baja, “y de todos los días, tuvo que ser este.”

Cerró la puerta tras de sí con tanta fuerza que se sacudió el polvo de las paredes. Me envolvió un frío. Tenía razón. Hoy era el cumpleaños de Minie, lo que también quería decir que era el día en que su madre había muerto. ¿Cómo pude olvidarlo?

Me colapsé en la silla, sosteniendo mi cabeza en mis manos. Todo este trabajo para nada. Eché un vistazo a la mesa de la cocina, y vi mi comida malograda. El vestido de Minie estaba tirado en una bola en el piso.

La casa quedó en silencio. Ni siquiera podía escuchar a Minnie jugando porque estaba quieta detrás de la cortina. Estiré mi mano para deslizar la tela, pero me detuve. Si se escondía, era por alguna razón.

Empecé a limpiar todo como si estuviera sonámbula. ¿Qué otra cosa podía hacer? No importaba cómo me sintiera, las cosas tenían que seguir haciéndose en esta casa. Lo mejor era ponerme a trabajar en vez de sentarme a llorar.

El desayuno había sido un fracaso, pero todavía podía usarse. Puse el pastel, el cerdo salado y el pan en una cubeta. Al menos los animales se lo podrían comer.

Recogí el vestido de Minnie y lo doblé cuidadosamente. Aún y cuando no lo iba a usar, no había razón para que estuviera en el piso. Quizás podía hacer un buen edredón con la tela.

Una vez que hube recogido todo, empecé con el resto de la casa. La estufa no se había limpiado en muchísimo tiempo, junté los montones de ceniza para sacarlos. El trabajo me ayudó porque tranquilizó mis pensamientos. Mis extremidades se movían bajo su propia voluntad, fregando pisos y enjuagándolos con agua. Mientras estuviera en movimiento, no tendría tiempo para pensar en lo que había ocurrido esta mañana.

En la recámara, retiré las sábanas del delgado colchón. A éste le vendría bien una sacudida. Y fue cuando lo encontré.

Debajo del colchón había una caja grande. La saqué y jadeé. Estaba hecha de madera sólida y cubierta con una capa de laca tan brillante que me reflejaba en su superficie. Nada en la casa era tan elaborado como esta caja. ¿Qué contenía exactamente?

Mi curiosidad me guio. Antes de darme cuenta, ya había levantado la tapa. Me sorprendí al ver lo que había adentro.

Se salió un elaborado vestido de la caja. Estiré mi mano y pude sentir la seda suave, verde esmeralda, con mis dedos. Había encaje en el frente del vestido y estaba rematado en las orillas con terciopelo.

Era mucho más elegante que cualquier vestido que yo había usado. ¿Qué hacía aquí exactamente? Saqué el vestido y me lo acomodé encima de mi cuerpo, como una niñita jugando con los vestidos de mamá. Parecía ser de mi medida.

Me pasó por la mente probármelo, pero luego deseché la idea. Di un giro y disfruté ver cómo la tela volaba en el aire. Me acechó nuevamente la idea. ¿Qué daño haría probármelo?

Mi quité mi viejo y polvoso vestido y me puse el que había encontrado. De alguna manera, me quedó como anillo al dedo. Se recogía en la cintura y se ampliaba en las caderas, como si alguien lo hubiera confeccionado especialmente para mí. Pero no tenía sentido. Jamás había visto este vestido en mi vida.

Decidí dar otra vuelta, y justo cuando la tela me envolvía, se abrió la puerta de la recámara. Roy entró. Al principio, pareció no ponerme atención. Parecía estar buscando algo que había olvidado. Pero en cuanto levantó la cabeza se detuvo en seco.

Esperaba que estuviera enojado, que gritara y aullara, pero no hizo eso al principio. Su boca se aflojó y su piel palideció. Roy dio unos pasos tambaleantes, como si estuviera tomado, hacia mí.

Se acercó para tocarme, y me tomó suavemente la cara con sus manos.

“¿Mabel?”

Me aparté de él.

“No,” le dije, “soy yo, Faith.”

Eso terminó el hechizo. El lugar del asombro en sus ojos, vi su furia. Soltó mi rostro como si fuera venenoso.

“¿Por qué estás usando eso?”

“Yo estaba limpiando la recámara y –”

“¿Quién te dijo que puedes andar entre mis cosas? ¿Cómo te atreves a ponerte ese vestido? ¡Quítatelo!”

“Me lo quitaré lo más pronto posib –”

“No. ¡Ahora!” me dijo.

Me le quedé viendo. ¿Ahora? ¿Delante de él? Nunca me había visto en mis ropas de noche. ¿Cómo me iba a desvestir delante de él? Estaba petrificada.

“¡Ahora!” volvió a gritar Roy

Se acercó a mi como si estuviera dispuesto a arrancármelo él mismo. Antes de que pudiera hacerlo, empecé a moverme. Mis manos temblaban, y las lágrimas mojaron la tela, oscureciéndola con su humedad.

Cuando terminé, sostuve el vestido en el aire. No podía soportar verlo.

“¡Aquí está!”

Escuché a Roy arrebatar el vestido y meterlo en el cajón. Luego empujó nuevamente el cajón debajo de la cama, raspando el piso en el proceso. Lo último que escuché fue la puerta cerrándose cuando se fue.

Me dejé caer al piso. Sentí que no podía respirar, como si una mano gigante me apretara el pecho fuertemente. Mis lágrimas siguieron cayendo, rodando por mis mejillas y mojando la tela de mi ropa interior.

Me rodeé con mis propios brazos y apreté fuerte. Quería irme a casa. De regreso con Mamá. De regreso con Mamá. Inclusive si él insistía en que me casase con el terrible Señor Bryson.

Cualquier cosa sería mejor que esto, ¿no es así? Estaba sola en la frontera, sin nadie que me ayudara. Me case con este hombre que seguía en duelo por su esposa mucho más tiempo de lo apropiado. Su hija me odiaba. No teníamos las comodidades de la vida en la ciudad. Todo sabía a nabos.

Fue una terrible idea esta Aventura mía. Debí saberlo. El asalto al tren fue la primera señal. Me hubiera detenido y vuelto atrás en ese momento. Pero, ¿regresar a dónde? Quería estar con mis padres, pero no tenía un hogar al cual regresar. Me gustara o no, Oklahoma era mi nuevo hogar ahora.

Me levanté del piso y sacudí la ropa. Me puse mi vestido. Intenté todo lo que podía, pero nada funcionó. Sólo había una cosa más qué hacer.

Me arrodillé delante de la cama y uní mis manos.

“Señor,” recé, “ayúdame. No sé qué debo hacer. He llegado a esta tierra extraña y estoy perdida. No puedo manejar esto yo sola. Dame fuerzas, porque me siento débil. Dame sabiduría. Solo ayúdame a ser una buena esposa y madre a esta familia que me has dado. Amén.”

Me quedé ahí, arrodillada en silencio por un momento. Mi pecho aún dolía y mis mejillas seguían húmedas. Esperé, deseando que Roy y Minnie entraran corriendo a la habitación, habiendo cambiado de parecer y llenos de perdón. No sucedió. En vez de eso, me empezaron a doler las rodillas.

Me levanté y me senté en la cama, respirando profundamente. Era tonto pensar que las cosas cambiarían instantáneamente. Él trabajo en Su propio tiempo. Yo lo sabía aún sin mi Biblia.

Mientras tanto, lo volvería a intentar. No me daría por vencida, porque no tenía a dónde ir. Esta era la aventura que había escogido, ¿no es así? Más valía que le sacar el mejor provecho.

Ir a la siguiente página

Report Page