Faith

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Capítulo 2

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Volví a ver a mi hermana un mes después. El clima se había templado un poco, así que decidí visitarla. El camino no era muy largo, pero parecía que iba a otro mundo. Conforme me acercaba a la casa, mi estómago saltaba de ansiedad.

Una parte de mi tenía curiosidad. ¿Cómo es exactamente la vida de casada? En cierto modo lo sabía. Había visto a Mamá y Papá toda mi vida, por supuesto. Pero, ¿eso era todo? ¿Acaso no había algo más?

Una vez, una amiga mía me dio una novela de amor barata. Aquel hombre y aquella mujer se enamoraron a primera vista. Él era perfecto, apuesto, adinerado y cortés. Después de que se casaron, tuvieron hijos y unas vidas maravillosas. ¿Acaso no era así como debían ser las cosas?

Así que, ¿cómo sería ahora la vida de Emma?

Imaginé a Emma y a Adam pasando sus días felices y juntos, caminando por el parque disfrutando de la cálida estación de primavera. Pasarían horas disfrutando de su compañía. Quizás Adam tomaría su mano y Emma sentiría el mismo rubor en sus mejillas que sintió la primera vez que él la estrechó.

Quizás.

Cuando Papá detuvo el carruaje frente a la casa de ellos, mi corazón se aceleró. ¿Por qué estaba nerviosa? Sólo iba a visitar a mi hermana. Ella tenía ahora otro nombre y vivía en otra casa, pero seguía siendo mi hermana.

Papá me abrió la puerta del carruaje, pero yo dudé en salir.

“Faith, ¿qué estás esperando?” me preguntó. “¿No estabas tan emocionada por ver a tu hermana? ¡Anda!”

Sí, estaba emocionada. Quizás demasiado emocionada.

Papá tocó a la puerta y esperamos. ¿Quién iría a abrir la puerta? ¿Adam o Emma?

Finalmente, la puerta se abrió y lo primero que vi un rizo de cabello castaño. Podría reconocerlo donde sea.

Emma salió de atrás de la puerta. Tenía un nuevo peinado. Pequeñas ondas cubrían su frente y bajaban hasta la nuca. Sólo una gruesa trenza descansaba sobre su hombro izquierdo.

Las lágrimas corrieron por mis mejillas y abrí mis brazos lo más que pude. Corrimos una hacia la otra. No pude aclarar mi garganta lo suficiente para pronunciar palabra, pero Emma habló por mí.

“¡Oh!” dijo ella, “¡Cuánto te he extrañado!”

Emma me abrazó más fuerte y luego me apartó tomándome por los hombros.

“¡Entra!” dijo ella.

Luego, sonrojándose, se dio cuenta de que también estaba Papá. Él estaba ahí, con los brazos cruzados, pero con una incipiente sonrisa en sus labios.

“Ya veo a quién de nosotros querías ver realmente,” dijo él.

Papá tomó a Emma en sus brazos y la estrechó tan fuertemente que la levantó del piso. Ella rio, los tonos agudos de su voz tintineaban en el aire.

“Oh, Papá, nunca me olvidaría de ti,” dijo Emma. Nos llevó adentro. “¡Pasen, pasen! ¡Les daré café con leche!”

Nos llevó al salón. Las paredes de madera brillaban de tan pulidas, pero la decoración seguía siendo escasa. Sólo había un cuadro en la pared y seguramente era de cuando Adam era soltero.

Emma me llevó a sentar junto a ella en un mullido sofá, pero Papá no se sentó.

“Y, ¿dónde está Adam? Creo que prefiero pasar el rato con él que escuchar charlas de mujeres,” dijo él.

“Está leyendo en la otra habitación,” dijo Emma. Apuntó a la puerta de la derecha. “Justo por ahí.”

Papá entró por la puerta quedamos a solas. Mis ojos se pasearon por el salón, aspirando el nuevo espacio de mi hermana.

“¿Qué piensas?” preguntó Emma.

No estaba segura de lo que debía decir. Se veía tan diferente a nuestra casa tan sencilla.

“Es muy bonito,” dije finalmente.

“La parte más difícil ha sido elegir las decoraciones,” dijo ella. “Apenas he empezado a darle al lugar un toque femenino. Debías haberlo visto antes de que yo llegara. Estos hombres de verdad no pueden atender una casa sin una mujer. ¡La capa de polvo era muy gruesa!”

Emma rio y cubrió su boca con la mano, pero yo seguía oyendo ese ruido familiar que trataba de ocultar. Pintó una sonrisa en mis labios.

Apenas iba a hablar cuando una puerta a nuestra izquierda se abrió. De ahí salió una chica de cuando mucho 16 años. Tenía un juego de café en su mano y lo llevó a la mesa frente a nosotros. Emma ni siquiera volteó a verla.

La chica colocó suavemente la charola sobre la mesa de madera, se dio la vuelta y salió sin decir una palabra.

Cuando cerró la puerta tras de sí, hablé. “¿Quién es ella?”

“¿Esa? Oh, es solo la muchacha del servicio,” dijo Emma. “Por ahora sólo tenemos una, pero a Adam le va tan bien en la compañía que probablemente tengamos otra muy pronto.”

¿Sólo una? Nuestra familia nunca ha siquiera pensado en contratar una sirvienta.

“Y, ¿ella hace toda la limpieza?” pregunté.

“Por supuesto.”

“Y, ¿quién hace las compras?”

“Ella.”

“Y, ¿cocinar?”

La sonrisa se esfumó de los labios de Emma. “¿Qué es exactamente lo que me está preguntando, Faith?”

“Quiero decir,” dije yo, “¿qué haces todo el día?”

“Me aseguro de que Adam esté feliz y contento. Y cuando podamos tener hijos, cuidaré de ellos.”

Le di un sorbo a mi café con leche, dejando que el cálido líquido dulce cubriera mi lengua mientras pensaba. Sólo había otras dos preguntas en mi cabeza, y no estaba muy segura de que pudiera hacerlas.

Así que Emma pasa sus días en casa supervisando a la sirvienta. ¿Acaso no se aburría? Y cuando las otras damas venían a visitarla, ¿de qué hablaban? ¿De supervisar a sus sirvientas?

Dejé mi taza y me dirigía mi hermana.

“Emma, ¿eres feliz?”

Sus ojos se abrieron, y me miró como si estuviera yo a punto de enloquecer. Lentamente, dejó ella también su taza en la mesa. Emma abrió sus labios para contestar, pero se detuvo. Después de una pausa, habló.

“Estoy muy a gusto aquí,” dijo.

A gusto. A gusto no es lo mismo que feliz.

“Y Adam,” le dije, “¿tú lo amas?”

Contuve la respiración. Estaba casi segura de cuál sería la repuesta, pero no quería escucharla.

Antes de hablar, Emma echó una mirada alrededor de la habitación para asegurarse de que estuviéramos a solas.

“Hoy en día todas las historias son acerca de enamorarse. Pero, ¿qué hay de la estabilidad? ¿De que alguien se encargue de ti?” dijo Emma. “Eso también es importante, y es justamente lo que Adam me da.”

Emma volvió a tomar su taza.

“Debías tomarlo antes de que se enfríe,” me dijo.

Levanté mi taza y empecé a tomar. Estuvimos ahí, sorbiendo en silencio, casi como se hubiera levantado un muro entre las dos. Esta o era la vida que hubiera imaginado para mi hermana pequeña, pero a ella le gustaba. Ella era feliz a su modo. ¿Quién  estaba en lo correcto?

Para cuando los dos hombres entraron al salón, nosotros habíamos terminado de beber nuestro café con leche. Papá y Adam venían con sus brazos enlazados, riendo al irrumpir por la puerta. Bien por ellos, al menos ellos estaban de mejor humor que nosotros.

“Anda, Faith,” dijo Papá. “Es hora de dejar a tu hermana con su joven esposo.”

Me puse de pie, y Emma se acercó a mí. Me dio un abrazo, envolviendo sus brazos sobre mis hombros.

“No te preocupes, ya verás cuando sea tu turno,” dijo.

Yo sonreí y asentí con la cabeza, pero sus palabras me calaron hasta los huesos.

Besé su mejilla. “Te veré pronto.”

Los dos agitaban su mano mientras Papá y yo subíamos al carruaje. Conforme nos alejábamos, se fueron difuminando hasta quedar como pequeños puntos en el horizonte.

Papá suspiró. “Al parecer, Adam está haciéndose cargo de nuestra Emma, ¿verdad, Faith?”

“Sí, Papá,” le dije. El nudo en mi estómago se apretó aún más. No era una mentira. Simplemente no era la verdad complete, ¿o sí?”

Una liger alluvia se convirtió en llovizna en las calles y el aire se llenó de niebla. Las pequeñas gotas golpeaban el techo del carruaje, semejantes al sonido de un niño tocando un tambor.

“Papá,” le dije.

“¿Sí, Faith?”

“Papá, ¿puedo...?” Las palabras se atoraron en mi garganta, pero tuve que forzarlas a salir.

“Hay una tienda a la que tengo que ir,” le dije. “Necesito comprar algo... para Mamá.”

Apreté mis puños, esperando que me diera permiso.

“Pero está lloviendo, no querrás mojarte.”

“No te preocupes. Llevo un paraguas. Estaré en casa muy pronto.”

Hubo una pausa mientras Papá lo pensaba.

“Bueno, está bien,” me dijo. “Pero solo por esta vez.”

“¡Gracias!”

Papá orillo el carruaje y me ayudó a bajar a la banqueta. Me observó mientras yo abría el paraguas, como asegurándose de que en realidad me iba a proteger de la lluvia.

“Ahora dime, ¿estás segura de que estarás bien?” preguntó.

“Sí, estaré bien,” le dije. Puse mi mano en la cintura y reí. “No es la primera vez que voy a la tienda.”

“Está bien, pero estaré esperándote en casa.”

Papá se despidió agitando su mano mientras se alejaba en el carruaje. Esperé a que desapareciera al dar la vuelta a la esquina antes de empezar a caminar. Finalmente estuve sola.

Las calles estaban resbalosas por la lluvia. Brillaban, reflejaban la luz brillante de las lámparas de gas. Las piedras centelleantes se hubieran visto hermosas sino fuera por las pilas de lodo y basura que había en las orillas. ¿Era aquí donde quería vivir mi vida?

Conforme caminaba, pensaba en todos los hombres que conocía. Estaba Richard, quien nunca se presentaba a tiempo a la misa dominical y siempre usaba camisas manchadas. Estaba Paul. Él era adinerado, pero me quedaba claro que el veía a la mujer tan sólo como un medio para producir hijos.

No importaba cuántas caras me llegaran a la mente, cada una de ellas tenía un problema. ¿Se suponía que debía casarme con uno de estos hombres? ¿Eso me haría feliz?

Pronto me encontré frente a la tienda. La campana sonó cuando abrí la puerta, y la Señora Shelby se asomó desde atrás del mostrador.

“Vaya, pero si es la Señorita Faith,” dijo. Rodeó el mostrador y me jaló hacia ella para darme un fuerte abrazo. La suavidad de sus brazos me rodeó.

“Hola, Señora Shelby...” le dije. Mi voz sofocada por la tela de su vestido.

“Me preguntaba cuándo sería la próxima vez que te vería,” dijo. Jadeó y sonrió. “Oh, ¿no me digas que vienes a escoger tela para tu vestido de novia?”

Antes de que pudiera hablar, corrió a tomar un rollo de encaje.

“Pensé en ti cuando conseguí este. Me dije a mi misma ‘¿Acaso no se vería maravillosa la chica Walker mayor en un vestido hecho con esto? ¿Y bien? ¿Qué piensas?”

“Ah... No estoy aquí para eso,” le dije. Mamá dijo que usted tenía un paquete para ella.”

El rostro de la Señora Shelby se apagó.

“¿Y por qué no?” me dijo mientras buscaba el paquete de Mamá. “Si conozco a tu padre, puedo decir que ya tiene pensado un chico para ti. Al menos no tienes que buscar uno de estos locos hombres fronterizos.”

“¿Hombres fronterizos?”

La Señora Shelby apuntó a un papel pegado en la venta del frente de la tienda.

“Le llaman las Noticias Matrimoniales. Logré echar mano de una copia a través de una amiga mía, y desde entonces, muchas jóvenes han estado echándole vistazo.”

Me acerqué al lugar donde estaba pegado el papel para verlo mejor. La primera línea decía “Mujeres en busca de un hombre fuerte para apoyarla en la rudeza de la vida y hombres en busca del amor de una mujer.” Después de eso, había todo tipo de anuncios, pero sólo uno logró captar mi atención.

164 – Caballero de 25 años, 1 metro 93 centímetros y 82 kilos, busca sentar cabeza en Oklahoma. Viudo. Desea una joven dama de 17 a 22 años. Debe estar inclinada a casarse y dispuesta a trabajar en condiciones fronterizas.

Traté de imaginar a los autores de estas publicaciones. Quizás eran de esas personas que buscaban nuevas tierras en Oklahoma. No sería como los chicos de por aquí. Él era fuerte y grande. El tipo de hombre que podría sobrevivir en la naturaleza.

No sabía cómo era la vida de por allá, pero la gente decía que el Oeste estaba lleno de grandes espacios y aire fresco. Las historias que leía, que tenían lugar en el Oeste, siempre estaban llenas de aventuras. Los bandidos emboscaban a los trenes y los vaqueros tenían peleas brutales con los Indios. No era aburrido, como aquí.

Suspiré. Si tan sólo esa fuera la vida que yo pudiera vivir.

“¡Faith! No pierdas el tiempo viendo esa basura. Aquí está el paquete de tu mamá.”

La Señora Shelby me alargó el paquete forrado de papel

“Ahora apúrate para llegar a casa,” me dijo. “Pero si muy pronto llegases a necesitar ayuda para tu boda, no dudes en hablarme. Estaré más que dispuesta a darle un descuento a mi chica Walker favorita.”

Empujé la puerta de la tienda para abrirla. “¡Así lo haré, Señora Shelby! ¡Gracias por todo!”

Una vez afuera, empecé rumbo a casa. Todo mundo quería que yo pensara en un vestido blanco y flores, pero las únicas imágenes en mi mente eran las del gran espacio abierto del Oeste.

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