Faith

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Capítulo 10

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Pasé el primer día tratando de acostumbrarme al viaje en tren. Eran largos los períodos de tiempo en el día en que no había nada qué hacer. Era evidente que otros pasajeros ya habían viajado antes, y venían equipados con libros y barajas de juego. Yo no tenía ni lo uno ni lo otro.

Era difícil estar sentado por horas a la vez en el delgado cojín de los asientos. Quería levantarme y caminar, pero el tren se movía demasiado que temía caer. Así que simplemente me senté en mi lugar y fui viendo el paisaje. Desafortunadamente, no estábamos suficientemente lejos hacia el oeste para ver algo interesante.

Lo único que rompía el aburrimiento sucedía cada tantas horas. Nos deteníamos en las estaciones del camino, y estas eran las únicas oportunidades para que consiguiéramos algo para comer. A la gente rica de primera clase se les servía de comer en sus asientos, pero al resto de nosotros no nos quedaba más que buscar nuestro propio sustento.

Tenías 30 minutos para escoger entre una variedad de alimentos no tan finos. Las moscas zumbaban en los puestos de las tiendas y podíamos ver la grasa estancada en la superficie de la comida, pero no teníamos otra opción. O comíamos eso o moríamos de hambre.

¡Cuánto añoré inclusive las comidas más sencillas de Mamá!

Y cuando fue hora de dormir, sólo se me ocurrió acomodarme en mi banca. Tuve miedo al principio. ¿Cómo se suponía que me iba a recostar y dormir en público, rodeada de extraños? Vi que otras mujeres lo hacían, pero asumí que eran más valientes.

Eventualmente, las necesidades de mi cuerpo vencieron mi voluntad, olvidando las reglas de propiedad. Me quedé dormida si darme cuenta, recargándome en un hombre mayor por un buen rato. Cuando desperté, volteó a verme y sonrió.

“¿Pudo usted dormir bien?” me preguntó.

Estaba tan aturdida que sólo me aparté de él y volteé en la dirección contraria.

“¡Mil disculpas!” tartamudeé.

Ya no luche por mantenerme despierta. Igual que los demás, me turné para recostarme a lo largo de las bancas largas. Las mujeres se cuidaban unas a otras, vigilando que nada impropio sucediera mientras descansaban.

Para el segundo día había encontrado una manera de entretenerme. Escribir cartas. No había empacado libros, pero tenía papel, una pluma y tinta.

No tenía que preguntarme a quién dirigirlas. Mamá. Empecé a escribir en una hoja, y para cuando acordé ya habían pasado las horas. Le conté todo. La estación de tren, el mozo, inclusive el vagón de primera clase.

Espero que un día pueda viajar en tal suntuosidad. También espero que algún día puedas visitarme en Oklahoma. Cuando eso suceda, por favor no compres un boleto de tercera clase. Es significativamente más económico, pero terriblemente incómodo.

No hemos cruzado las Grandes Llanuras aún, pero cuando lo hagamos, te describiré el paisaje para que puedas verlo tan claramente como una imagen en tu mente.

Aún y cuando apenas la había visto el día anterior, sentí como su hubiera pasado una eternidad desde que nos separamos. Mientras escribía en la hoja deseaba que mis cartas acortaran la distancia.

No fue sino hasta el siguiente día en que el paisaje se volvió interesante. No pude apartar mi rostro de la ventana porque las imágenes que veía eran más impactantes que las que hubiera imaginado.

Pasamos unas enormes montañas que parecían levantarse de la nada, como si las hubieran sido esculpidas en la tierra por gigantes. A lo lejos se veían cascadas cuyas caída de agua era tan fuerte que las podíamos escuchar al pasar. Las escenas se sucedían más rápido de lo que podía escribir. Quería capturar cada momento, cristalizarlo con mis propias palabras y enviárselas a Mamá.

Por primera vez en mi vida vi Nativos. Había pequeños asentamientos con hombres, mujeres y niños. Nos movíamos tan rápido que no estaba segura, pero parecía que nos veían con tanta curiosidad como nosotros a ellos.

Y luego estaban los grandes espacios de tierra donde no había nada. Ni montañas. Ni árboles. Solo la tierra que seguía y seguía interminablemente.

Apenas me había acostumbrado a esto cuando el suelo se llenó de color. En casa la tierra era marrón. Pero aquí, era roja, naranja y a veces con vetas blancas. En qué otro lugar la tierra tienes cambios como estos.

Me aferré a la ventana durante dos días, deseando ser suficientemente rica para poseer una cámara fotográfica. El único momento en que yo alejaba mi mirada de la ventana era cuando se ponía el sol tras del horizonte.

Fue después de una de estas noches, cuando me quedé dormida soñando con montañas de superficie plana de colores de arcoíris, que desperté gritando. El tren estaba inmóvil, pero no había nadie en la estación. Estábamos en la mitad de la nada.

Miré a mi alrededor, y nadie parecía entender lo que sucedía. Me dirigí a una de las mujeres del vagón.

“¿Qué ha sucedido?” le pregunté. “¿Por qué nos detuvimos?”

“No lo sé. El tren frenó repentinamente. Al principio pensamos que el tren necesitaba algunas reparaciones, pero hubo una fuerte detonación. Algunos dicen que fue un disparo,” dijo.

“¡Un disparo!” llevé mi mano a mi boca, y mi corazón se aceleró. “Usted cree que se trate de-”

“¡Shhh!” Puso un dedo sobre sus labios a manera de silenciarme. “No quiero ni imaginarme esa palabra.

Me hundí en mi asiento. Un asalto. ¿Por qué otro motivo nos detuvimos aquí, donde no había civilización a la vista? Un escalofrío me recorrió el cuerpo. ¿Cómo podía estar sucediendo esto?

De pronto, se escucharon tres detonaciones seguidas. Salté y cubrí mis oídos con mis manos, poniendo mi cabeza entre mis rodillas. Todas las mujeres del vagón gritaron.

No tenía idea de qué tan cerca habían sido los disparos. Después escuché voces de hombres. Parecía que estaban discutiendo, y luego una de las voces empezó a gritar.

Otro disparo. Para ahora, las mujeres del vagón estaban llorando y cubrían con sus cuerpos a los niños. Algunos hombres valientes se incorporaban, listos para pelear con cualquiera que entrara al vagón.

Fue entonces que empezó la conmoción en el vagón de primera clase. La misma voz gritando otra vez, y luego el aullido de una mujer. Sus gritos eran como una advertencia para nosotros, pero cesaron después de un nuevo disparo. Sólo hubo silencio, lo cual fue más atemorizador.

Se sentía como si todo el vagón contuviera el aliento. Mi corazón latía tan fuerte que su sonido llenaba mis oídos. Quería esconderme, huir, pero no había a dónde ir.

Y fue así que se abrió la puerta de nuestro coche. Entraron tres hombres con bandanas cubriendo sus rostros. Los tres tenían pistolas en sus manos y dos de ellos tenían grandes sacos que estaban repletos de objetos pesados.

“¡Esto es un asalto!” dijo el hombre que estaba al frente. “Si permanecen en calma, nadie saldrá lastimado.”

Al escuchar estas palabras, una mujer gritó. El hombre enorme (yo asumí que era el líder) avanzó pesadamente hacia ella. Se paró junto a la mujer, quien se acobardó con su presencia. Balbuceó, ahogando sus sollozos en un delicado pañuelo bordado mientras él le apuntaba su pistola la cara.

“Dije que si todos mantenían la calma, nadie saldría lastimado. ¿Quedó claro?” dijo él.

Apretó la punta de la pistola contra la piel de la mujer.

“Sí,” dijo ella, “entiendo.” Asintió repetidamente con la cabeza hasta que él retiró el arma.

“Bien.”

El hombre tomó el sencillo collar que pendía del cuello de ella y lo haló, rompiendo la cadena. Esta vez, la mujer logró ahogar su llanto. El hombre caminó de vuelta a sus cómplices y echó el collar en una de las bolsas.

“¡No pueden hacer esto!”

Uno de los hombres se lanzó hacia enfrente. Empuñó sus manos, listo para pelear.

“No juegue al héroe,” dijo el líder. Su tono era grave.

“Si soy hombre, entonces no puedo permitir que robe las buenas damas y caballeros que viajan en este tren.”

“Quizás, pero no pienso que su valor pueda protegerlo contra las balas de mi pistola,” dijo el ladrón. Apuntó la pistola hacia el señor y quitó el seguro.

Yo pensé que iba a sentarse, pero no lo hizo. El pasajero no retrocedió. En vez de eso, se quedó ahí, de pie, listo para recibir lo que viniera hacia él.

“Seré generoso,” dijo el hampón. “Le voy a contar hasta tres para que usted se siente.”

Algunos de los pasajeros tiraron del saco del hombre. Trataron de hacerlo sentarse, pero él se rehusó.

“Ande, buen hombre,” dijo alguien, “no puede pelear contra ellos. ¡Siéntese!”

Aún así, él siguió ignorando los consejos. El conteo empezó.

“Uno.”

Algunas mujeres empezaron a agachar la cabeza. Se escondían detrás de las bancas, fuera del alcance del ladrón.

“Dos.”

Yo cubrí mis oídos. No quería ver el momento en que el hombre recibiera la bala, pero al parecer él estaba determinado a hacerlo.

“Tres.”

El rugido del disparo cruzó el ambiente. El olor a pólvora lleno la cabina, y la pistola del ladrón humeaba por el barril. No tuve valor de voltear a ver a aquel hombre valiente. Sólo deseaba que su familia supiera que había muerto como todo un caballero.

“¡Está vivo!”

Giré mi cabeza. En efecto, seguía de pie. El hombre estaba tan confundido como el resto de nosotros, sin entender cómo es que estaba con vida. Estaba congelado en su sitio, incapaz de moverse. La bala había pasado justo a un lado de su cabeza, deteniéndose en la pared de la cabina.

El líder de los rateros volteó a ver a sus cómplices. “Ike, encárgate de este hombre.”

Un hombre bien rasurado, de baja estatura, caminó hasta donde estaba el pasajero asustado. Por un momento estuvieron cara a cara, viéndose a los ojos uno a otro. Entonces, con un solo golpe, Ike lo noqueó hasta dejarlo inconsciente. Cayó al suelo como una bolsa blanda de legumbres.

Ike arrastró al pasajero por los pies y lo sacó de la cabina, después regresó a su posición junto al líder.

“Así que, antes de continuar, ¿hay alguien más que se quiera hacer el valiente? Prometo que mi pistola no será tan piadosa esta vez.”

No hubo quien se pusiera de pie.

“Tal y cómo lo pensé,” dijo. “Ahora, si nadie me causa problemas, esto terminará muy pronto.”

Él y sus hombres se empezaron a mover entre las filas. En casa fila, arrebataba cualquier objeto de valor que estuviera a la vista. Collares. Pulseras. Aretes. Inclusive relojes de bolsillo. Los pasajeros entregaban sus pertenencias voluntariamente. Después de todo, todos habían visto lo que podía suceder si se rehusaban.

Cuando llegaron al final de la cabina, encontraron el equipaje.

El líder rio.

“Vaya, vaya, miren lo que tenemos aquí,” dijo. “No será tan elegante como en primera clase, pero será suficiente.”

Le lanzó una de las maletas a Ike, quien a su vez la lanzó a otro de los cómplices que esperaba afuera. Así operaron, como una cadena humana, hasta que llegaron a mis maletas. No pude contenerme de dar un salto.

“¡No!” grité. “Lo que sea menos esas. ¡Ahí está mi vestido de novia!”

Eso despertó la curiosidad del líder.

“Ah, un vestido de novia, dice usted. Ábrela, Buddy.”

El tercer cómplice pateó el seguro de la maleta y lo abrió, y mi vestido salió desdoblándose. El líder alargó su mano y lo arrebató, ensuciando la blanca tela con sus grasientas manos.

“Muy bonito,” dijo, “estoy seguro de que ustedes conocen a alguna damisela de esas que ustedes conocen que le encantaría usar este vestido, ¿no es así, camaradas?”

Ike y Buddy rieron como diciendo que estaban de acuerdo.

Antes de que pudiera evitarlo, tuve la urgencia de recuperar mi vestido. Mi cuerpo enteró se congeló cuando sentí el frío metal presionando mi mejilla.

“¿Acaso piensas que esta es una pistola de juguete, Princesa?” el hampón preguntó. Su voz era muy baja y atemorizante. “Yo creo que tú has leído muchos libros de esos de cuentos, pero éste no es uno de ellos. Esto es la vida real.”

No sabía qué hacer. Después de esperar tanto tiempo para viajar a Oklahoma, ¿es así como iba a terminar todo?

Casi instintivamente, cerré mis ojos, junté mis manos y empecé a rezar. Pedí una absolución aún y cuando el arma seguía adherida a mi mejilla.

“¡Deja de hacer eso!” dijo el ladrón.

Yo seguí rezando.

“Si no abres los ojos y me miras, ¡te voy a disparar!”

Aún así, seguí rezando. Si estos eran mis últimos momentos, al menos que quería pasarlos viendo una cara desaseada.

Lo único que supe después, es que estaba en el piso. El bandido me empujó hacia atrás. Yo me busqué sangre en el cuerpo, pero no tenía nada.

“Buddy, Ike, ¡salgamos de aquí!” dijo el líder.

Los tres salieron rápidamente llevándose todo el equipaje, incluyendo mi vestido de novia. Saltaron del tren y llevaron el botín a un carruaje cubierto. Uno de los pasajeros disparó desde el tren, pero no los pudo detener. Se habían ido.

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